Pero empecemos por el principio. Y para hacerlo hay que hablar de su director Worth Keeter, que empezó como electricista a finales de los 70 en E. O. Coporation, compañía afincada en Shelby (Carolina del Norte) de Earl Owensby (conocido como el Roger Corman redneck) especializada en producciones de bajo presupuesto, donde Keeter rápidamente ascendió a vice presidente de la compañía además de dirigir varios films.
Sus primeros trabajos como director serían en formato 3D, adelantándose a la moda de producciones tan famosas como Viernes 13 3D, Tiburón 3D o Amityville 3D, entre muchas otras. Ya en 1990 decidió dar un paso adelante en su carrera y se mudó a Los Angeles en busca de oportunidades en los grandes estudios, donde participaría en algunos thrillers como ayudante de dirección o como director, para, finalmente, recaer en Saban Entertainment y dirigir multitud de episodios de Power Rangers, VR Troopers o Beetleborgs.
La maldición del ídol (Unmasking the Idol, 1986). Lo más normal en la época del videoclub es que la carátula nos quisiera vender una moto que luego no era. Imágenes de una espectacularidad que no encontraríamos en ninguno de sus fotogramas. Curiosamente en la cinta que nos ocupa es todo lo contrario. Es parca y simplona (todo lo contrarío de la carátula inglesa que tienes más abajo) hasta el punto que más de uno no la alquilaría por su simpleza, pero que lo que nos depara tiene mucho más gracejo. Y aunque entre la tradución patria y la imagen lo normal es que pensáramos que estábamos ante un Indiana Jones exploitation, lo que realmente teníamos delante era un Bond exploitation. Al menos en parte.
Duncan Jax es un experto agente secreto que siempre va acompañado de un papio, también conocido como mono babuino. En esta ocasión se las verá con una organización de ninjas que están acumulando oro para comprar misiles nucleares y desencadenar la tercera guerra mundial.
Con un montón de decorados bastante conseguidos, que aunque se les nota su condición artificial tienen el gracejo de la serie B de antaño, escenas de acción más que aceptables y al mono haciendo constantemente corte de manga, nos topamos con una producción muy agradecida, de las que mezcla a los agentes secretos con ninjas y locuras pulp como malos con guarida secreta y foso de cocodrilos donde tiran a los que les plantan cara. Muy recomendable para los nostálgicos de la acción estilo a la vieja escuela y los tebeos de papel barato.
La orden del Águila Negra (The Order of the Black Eagle, 1987). En esta nueva aventura, nuestro héroe se las verá con una sociedad secreta de nazis que tienen a Hitler crionizado y tienen un arma capaz de destruir todos los satélites del planeta.
Pese a que no tenemos un prólogo JamesBondiano, nada más empezar nos topamos con la clásica escena donde Duncan recibe un montón de gadgets inverosímiles de la mano de una suerte de Q asiático. Pero a partir de ahí va a virar a una suerte de El equipo A, ya que en la aventura se van a unir un equipo de mercenarios, cada uno especialista en algo, que realmente son un poco esterotipos mil veces visto. Lo que unido a la poca pericia de sus actores, no dean un poco igual más allá de las risas por sus diálogos y comportamientos estúpidos.
Al parecer esta segunda entrega tuvo un presupuesto similar a la anterior, pero invirtieron mayor parte en explosiones y los decorados se vieron ninguneados, lo que hace que la película no sea tan disfrutable y se convierta en un episodio de El equipo A con multitud de coches explotando y militares saltando en contrapicado, lo que le hace bajar algunos enteros respecto a la primera entrega.
Y con esta segunda entrega moriría el personaje de Duncan Jax. Por su parte, el actor Ian Hunter (pseudónimo de Louis Dula) haría sus dos únicas incursiones en el cine y se dedicó a la pintura y el director Worth Keeter pondría rumbo a metas más importantes como dirigir a los Power Rangers.