Toda la experiencia de la familia Lutz acabaría en un libro firmado por Jay Anson y de título Aquí vive el horror. La casa maldita de Amityville (The Amityville Horror, 1977). El libro fue un best seller de ventas millonarias (más de 3 millones de ejemplares), cosa que el mundo del cine no era ajeno a este éxito y rápidamente activó la maquinaria para hacer una adaptación. La encargada de producirla fue la AIP (American International Pictures), una experta en exploitation y serie B (muchas ellas de la mano de Roger Corman). Y en esta ocasión tampoco se gastó demasiado el dinero, pariendo una película de menos de 5 millones de dólares de presupuesto. Además contrataron actores suficientemente conocidos por el gran público pero sin un caché excesivo: James Brolin, que era muy conocido en la época por la serie Marcus Welby, doctor en medicina (Marcus Welby, 1969-76); Margot Kidder, que acababa de ser Lois Lane en Superman (Superman, 1977) pero cuando firmó todavía no se había estrenado; y Rod Steiger, que en la época iniciaba su decadencia, llegando a su cenit en los 80, donde haría films de presupuesto más bien limitado. Un último apunte en el cast, al principio del film tenemos una pequeña aparición de James Tolkan, el director Strickland de Regreso al futuro (Back to the future, 1985).
Por contra, la crítica fue bastante dura con ella. Y no es de extrañar, pues es un film muy flojo, que a día de hoy no da miedo ni a los más infantes. Cualquier película de terror firmada por James Wan la viola sin compasión ni lubricante. Lo único salvable es la banda sonora llena de coros de niños, que por alguna razón siempre dan mal rollo.
Casi toda la parte terrorífica no llega hasta la parte final, lo que aguantar las 2 horas que dura se hacen muy cuesta arriba. Y, además, el supuesto clímax es muy decepcionante. Aun y así es curioso si la vemos como un precedente de El resplandor (The shinning, 1980), pues durante casi toda la película vamos virando hacia el terreno de la locura más que del terror, con un James Brolin que va cayendo en una demencia que después resulta ser producto de fuerzas maléficas.
Como curiosidad, aquí nos llegó censurada, cortando una escena "subidita de tono" que, evidentemente, no se ve nada.
Si tienes valor y no temes al mismísimo diablo de lo cochambroso en el celuloide, acompáñame en este repaso a lo peorcito en el género de casas encantadas. Avisado estás.
Amityville II. La posesión (Amityville II: The Possession, 1982). Basada en el libro Murder in Amityville (1979) de Hans Holzer, un Iker Jiménez de la época que estudió el fenómeno de la casa. La teoría de este señor es que, al igual que ocurriría en Poltergeist (Poltergeist, 1982), la casa estaba construida sobre un antiguo cementerio indio (lo cual, al parecer, es real), lugar de emanación de fuerzas diabólicas.
Esta secuela es básicamente una precuela, donde se nos explica la historia de la familia De Feo, aunque les cambiaron el apellido por Montelli. Producida por nuestro amigo Dino De Laurentiis, con guión de Tommy Lee Wallace –director de Halloween III. El día de la bruja (Halloween III: Season of the Witch, 1982) e It (Eso, 1991)–, y dirigida por Damiano Damiani. En el reparto Burt Young, el Pauli de Rocky (Rocky, 1976). La peli es muy del estilo Poltergeist, llena de fuegos artificiales y ya en su tramo final dando un vuelco a El exorcista (The exorcist, 1973) por aquello del chaval que está siendo poseído. En su estreno pasó muy desapercibida, apenas sacó 12 millones habiendo costado 5. La cosa se deja ver, pero su aportación al subgénero es mínima. ¿Miedo? Más bien sopor es lo que da.
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Estamos en pleno (mini) boom de las 3D con Viernes 13 3D (Friday the 13th Part II, 1982) o Jaws 3. El gran tiburón (Jaws 3D, 1983) y alguien pensó que ese sistema sería bueno para una película de casas encantadas como la que nos ocupa. Además, se nota mucho la influencia de (¡otra vez!) Poltergeist (Poltergeist, 1982) con mucha escena donde hay vientos huracanados y muchas lucecitas. La cosa ni da miedo ni es minimamente interesante. De vez en cuando tiran cosas a cámara por aquello del 3D pero en general es todo muy ramplón, con una estética muy antigua para la época, pareciendo que es una peli de los 70s. Y claro, si en el póster tenemos esa garra mutante que sale de la casa, estamos esperando con qué locura nos sorprenderán. Al final es un monigote horrendo. Al menos se las ingenian para seguir un poco la trama de la primera con el pozo que hay en el sótano.
Dirigida por Richard Fleischer, que luego seguiría de la mano con De Laurentiis con las muy mediocres Conan el destructor (Conan the destroyer, 1984) y El guerrero rojo (Red Sonja, 1985). En el cast unas cuantas caras curiosas: Tony Roberts, un habitual de la época en las pelis de Woody Allen; un joven Robert Joy, el forense de CSI: Nueva York (CSI: NY, 2005-13); y dos debutantes en el cine como Lori Loughlin, prota de Admiradora secreta (Secret Admirer, 1985) y Meg Ryan.
La película fue un fiasco y solamente pudo recuperar los 6 millones que costó en la taquilla norteamericana, hecho que haría que la saga estuviera congelada algunos años y las siguientes no tuviera estreno en cines.
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Sin duda el punto más bajo de la saga con este telefilm nauseabundo, casi parece más un dramón familiar para la sobremesa que una película de terror. Decir que es mala es ser demasiado bueno. Empezando por esa idea descabellada de que en una lámpara se aloja el espíritu diabólico de turno. Aquí ya sin De Laurentiis por en medio, dirigida por Sandor Stern, un habitual de los telefilms que había sido guionista de la primera. Por lo demás, un cast tan desconocido como su director. Una basura infecta de la que hay que huir sin mirar atrás.
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Al igual que la tercera, tiene un look muy anticuado. Seguramente el hecho que sea de nacionalidad canadiense ayuda a esa pátina de cine zetoso. Después de verla lo mejor es limpiar los cabezales del Beta con agua bendita.
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Dirige Tony Randel, autor de bunyols como Hellbound: Hellraiser II (Hellbound: Hellraiser II, 1988) o El puño de la estrella del norte (Fist of the North Star, 1995). En el reparto apenas reconoceremos a Stephen Macht, el padre de Una pandilla alucinante (Monster squad, 1987); Megan Ward, la chica de El cuchitril de Joe (Joe's Apartment, 1996); Shawn Weatherly, una de las recauchutadas de Los vigilantes de la playa (Baywatch, 1989-96) y el simpático de Dick Miller en un visto y no visto.
Aquí fue lanzada por la temible RecordVision, que también se encargaría de la siguiente entrega.
El rostro del diablo (Amityville: A New Generation, 1993). Un fotógrafo de esos que montan exposiciones le hace una foto a un vagabundo y como siente remordimientos le da un par de dólares, a lo que el pordiosero le regala un espejo. El espejo perteneció a la casa de Amityville, con lo que el fotógrafo empezará a vivir sucesos paranormales.
Realmente chunga, con más pinta de telefilm que de costumbre. Una historia rebuscada y bastante confusa, con ese fotógrafo que empieza a ser poseído por su padre que resulta ser el tipo que mató a su familia en la casa original, como vimos en la segunda parte. En el cast alguna cara conocida, es el caso de David Naughton, muy lejos de los días de gloria de Un hombre americano en Londres (An american werewolf in London, 1981); Terry O'Quinn, que en los 80 había tenido cierto éxito en la serie B con las dos entregas de El padrastro (The Stepfather, 1987) y que no sería hasta una década después que tocaría la gloria encarnando al John Locke de Perdidos (Lost, 2004-2010); Lin Shaye, una habitual en las pelis de los hermanos Farrelly y la medium de Insidious (Insidious, 2011) y Ross Partridge, el ex marido de Winona Ryder en Stranger things (2016). Dirige John Murlowski, que en los 90 hizo dos bazofias para el lucimiento de Hulk Hogan como Mentiras muy arriegadas (The Secret Agent Club, 1996) y ¡Menudo Santa Claus! (Santa with Muscles, 1998), que, además, tienen la constante que aquí el distribuidor le puso títulos tramposos, muy parecidos a Mentiras arriesgadas (True lies, 1994) y ¡Vaya Santa Claus! (The Santa Clause, 1994), con la clara intención de engañar a los más despistados como se hacía en la época dorada de los videoclubs en los 80.
La casa de muñecas (Amityville: Dollhouse, 1996). Un hombre y una mujer que están viudos, separados o yo que sé, se ajuntan y junto a sus retoños forman una familia de esas que salen en las fotos que incluyen cuando te compras un marco. ¿Y dónde van a parar? Efectivamente, a una casa pero que no es Amityville (porque se supone que en alguna de las películas acababa explotando, ¿no?). En la casa se encuentran una casa de muñecas que es idéntica a la que vivimos en las primeras entregas. Evidentemente empezará a ocurrirles cosas extrañas.
¿Qué tiene que ver esa maqueta con la casa original? Ni idea, en la película no explican nada. Todo pinta a que necesitaban algún nexo de unión con la casa original, y después de haber usado el espejo y una lámpara, poco más había donde agarrarse y justificar el enmarcarla dentro de la saga. Realmente, está más cerca de House, una casa alucinante (House, 1986), con monstruitos que se aparecen e intentan comerles la cabeza a los protas. Si nos acogemos al guión, no hay por donde cogerlo, con personajes que aparecen porque sí, como el motero bigotudo que es un experto en ocultismo. Pero en cambio la presencia de algún zombie y la idea que la casa de muñecas tiene poder sobre la casa real tiene su gracia. No es ni mucho menos una basura y para ser una octava entrega se deja ver con cierto agrado si la coges con ganas.
En el reparto ni un nombre que merezca la pena mentar, pero en la dirección encontramos un tal Steve White, que aquí hizo su primera y única película, pero como curiosidad tiene una larga lista como productor de telefilms, entre ellos de toda la saga de Amityville a partir de la cuarta, cuando De Laurentiis se desentendió.
No sería hasta una década después que Michael Bay produciría un remake del original bajo el título de La morada del miedo (The Amityville Horror, 2005) con Ryan Reynolds como protagonista luciéndo tableta. La película es más de lo mismo, aportando poco o nada a lo que ya vimos en la original. Y unos pocos años después comenzarían aparecer películas low cost ambientadas en Amityville por aquello que se puede usarse el nombre sin problemas de derechos pues no deja de ser una población y, además, una película de casa encantada suele salir baratita, alguna de la mano de Asylum como The Amityville Haunting, que, además, la enmarcar en el falso documental, abaratando todavía más los costes.
Y lo último es que Dimension Films ha producido una nueva versión, Amityville the awakening, que tenía que estrenarse en primavera de 2016 y ha pasado a principios de 2017, lo que traducido significa que ahí hay remontaje y movidas varias.
Al final nos quedamos con una saga estilo Aullidos (The howling, 1981) o Noche de paz, noche de muerte (Silent Night, Deadly Night, 1984), que empiezan con una película con cierto "prestigio" y que rápidamente degeneran en subproductos que, llegados a cierto punto, poco o nada tienen que ver con la original, acabando con la sensación que tenían una película de (pseudo) terror y era más fácil venderla si se enmarca en alguna saga que es familiar para el consumidor de videoclub.
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