Niccolò Paganini, considerado uno de los mejores violinistas de la historia. Nació en la Italia de finales del siglo XVIII, consiguiendo un éxito y fama sin precedentes siendo muy joven, lo que le llevó a la mala vida bajo el amparo del alcohol, para luego resurgir de sus cenizas.
Su forma de tocar el violín era tan desmesurada que parecía poseído, lo que, unido a su aspecto pálido y demacrado, llevó a la aparición de leyendas que decían que estaba bajo el influjo del diablo, al que había vendido su alma, y que las cuerdas de su violín estaban hechas con cabellos del mismísimo señor de las tinieblas.
Sin duda todo esto suena bien. Muy bien. Material para hacer un film hay de sobras, y de hecho se hicieron (incluso el mismísmo Klaus Kinski lo interpretó) pero siempre tirando a la vertiente más biográfica.
Tuvo que llegar Luigi Cozzi para que en 1989, justo a la vez que la versión de Kinski (también director), nos toparamos con el personaje en su faceta más sobrenatural. Pero claro, cuando ves que Cozzi, experto en exploitation italiano (Star Crash, choque de galaxias, Contaminación: Alien invade la Tierra, El desafío de Hércules), está al mando y el film data del 89, cuando el fantástico italiano ya está en plena decadencia y ya no hay la inyección de capital que había años atrás, te temes lo peor.
De entrada nos meten un prólogo de una niña que electrocuta a su madre tirándole un secador de pelo a la bañera mientras ésta está dentro, y nos quedaremos con cara de "¿a qué viene ésto?". De ahí saltamos a un grupo de música femenino que intenta grabar un disco pero las composiciones no acaban de funcionar, hasta que, gracias a uno de los técnicos que le compra la última e inédita partitura de Paganini a un extraño personaje que responde a los rasgos faciales de un decadentísimo Donald Pleasence. El técnico toca la canción en un piano y ahí comienza a sonarnos lo que está tocando...¡coño! es el Twilight de la Electric Light Orchestra. Luego, cuando graban la canción con todos los instrumentos y con la cantante certificamos que han robado vilmente la canción de la E.L.O. y simplemente le han cambiado la letra, pero la música es la misma. Aquí la SGAE italiana estuvo muy poco avispada, la verdad.
Volvemos al grupo de música, que andan emocionadas con el tema resultante y tienen la fantástica idea de grabar un videoclip llenos de zombies, fantasmas y monstruos como el Thriller de Michael Jackson (sic), así que acaban llegando a una casa que es donde el mismísimo Paganini firmó su pacto con el diablo y mató a su novia. Y, evidentemente, los asesinatos comenzarán a sucederse.
Con un montón de ideas absurdas y delirantes como esa especie de rotura temporal, un asesino enmascarado con un violín dorado del que sale una hoja de cuchillo muy slasher él, escenas con colores azules y rojos queriendo imitar al mejor Argento, un maquillaje justito y unos efectos de rayos que son de chiste. La cosa se puede aguantar por ver con que nueva locura nos sorprenden y ya un final de esos que te lo explican todo y dices "pues vale".
Si en el plano actoral no hay demasiada historia, detrás de las cámara había algo más de chicha: producida por Fabrizio De Angelis, otro maestro de la explotación italiana de los 70 y 80; maquillajes del duplo Franco Casagni y Rosario Prestopino, que ya venían de hacer estas labores con Argento, Fulci, Soavi o Deodato.
Melodía de horror, o Paganini horror en su versión original) acabó siendo el útlimo film de Cozzi, también conocido por su seudónimo Lewis Coates, que luego facturó un par de documentales sobre su buen amigo Dario Argento, con el que acabó montando la famosa tienda de Roma y una editorial en la que suele escribir algunos libros sobre sus vivencias en el mundo del celuloide.
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