Lifeforce fue la primera de una lista de "grandes producciones" que tenía prevista la amada/odiada Cannon. La productora había crecido a gran velocidad y su siguiente paso era codearse con las majors. Para esos menesteres se fichó a Tobe Hooper, que todavía podía vivir del prestigio que le dio La matanza de Texas (The Texas chainsaw massacre, 1974) y Poltergeist (Poltergeist, 1982), pese a que ya había catado los sinsabores del fracaso con Trampa mortal (Eaten alive, 1976) y La casa de los horrores (The funhouse, 1981), aunque esta última más un fracaso económico que artístico.
Basada en una novela de título Los vampiros del espacio (The space vampires, 1976) de Colin Wilson, editada aquí por Editorial Noguer en 1977, tuvo un guión firmado por Dan O'Bannon –un clásico del fantástico 80tero que se encargó de escribir Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979), Muertos y enterrados (Dead and buried, 1981) o Desafío total (Total recall, 1990), además, dirigir El regreso de los muertos vivientes (The return of the living day, 1985)– y Don Jakoby –que junto a O'Bannon había escrito El trueno azul (Blue thunder, 1983) y luego volvería a repetir con Hooper en Invasores de Marte (Invaders from Mars, 1986). Lo que en un primer momento debió llevar el mismo título que la novela, se cambió a Lifeforce pues el original sonaba demasiado a ciencia ficción barata de los 50. También se cambió la ubicación temporal, pasando del siglo XXI a la actualidad de mediados de los 80, con el consiguiente ahorro en costes de producción. Y muy buen visto por parte de Hopper el usar la figura del cometa Halley, pues poco después del estreno de la película el auténtico iba a pasar por nuestro planeta.
Justo en la cola del cometa, la tripulación de la nave Churchill encuentra una nave, y dentro un montón de seres muertos parecidos a los murciélagos. Además, dos cuerpos desnudos de hombres y una mujer que deciden traerlos a la Tierra, pero en el viaje de retorno se pierde la comunicación con nuestro planeta, por lo que una nueva nave va al rescate encontrándose que no queda nadie de la tripulación salvo los tres cuerpos encontrados en la cola del cometa.
Lifeforce es un film tremendamente irregular. Combina grandes momentos con otros totalmente desastrosos. Su estructura mediante flashbacks no hacen otra cosa que liarnos, dando una sensación de batiburrillo barroco. A todo ello hay que añadir que la trama pase en Londres, un marco un poco extraño para este tipo de historia. Quedando un locurón con vampiros espaciales, zombis, Mathilda May despelotada toda la película, una de esas pelis que cuando piensas en ella te dices "esto va a molar mucho", pero que luego el visionado es tedioso y pesado como él solo.
En cuanto a los efectos, la gran baza de este tipo de películas, vamos más que servidos. Trucajes clásicos con cromas y animatrónics por doquier, obra de John Dykstra, que ya venía con un currículum bajo el brazo en el que sobresalía La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977). Además de unos generosos decorados –al lado de donde rodabanLegend (Legend, 1985) y Oz, un mundo fantástico (Return to Oz, 1985)–. Todo un caramelo para los que el digital nos deja plof.
Como es bien sabido, la cosa acabó mal, tremendamente mal. El fracaso en la taquilla norteamericana (apenas 13 millones de dólares, habiendo costado 25), inició el declive de la Cannon, que acabaría por dinamitarse con Superman IV. En busca de la paz (Superman IV. The quest for peace, 1987) y Masters del Universo (Masters of the Universe, 1987). Entre medias, a Tobe Hooper le dio tiempo a realizar las otras dos películas que le quedaban por contrato: Invasores de Marte (Invaders from Mars, 1986), que también naufragó en taquilla, y su último cartucho a la desesperada, volver a terreno conocido con Masacre en Texas (The Texas chainsaw massacre 2, 1986).
Estamos ante lo que, seguramente, fue el punto más álgido de la carrera de Stallone como super estrella hollywoodiense, cuando el tipo ponía a dedo a los directores de sus películas y le construían un campo de golf junto al set de rodaje para que fuese practicando su swing entre toma y toma. Porque después de este Demolition man (Demolition man, 1993) nos encontramos con El especialista (The specialist, 1994),Juez Dredd (Judge Dredd, 1995) o Asesinos (Assassins, 1995), películas que no cumplieron las expectativas y recibieron las críticas más sangrantes en la carrera de Sly. A partir de ahí, y salvo honrosas excepciones como Copland (Cop land, 1996) nos adentramos en su época más oscura, con películas que tardan años en estrenarse y acaban directamente en el mercado del DVD.
En 1996 uno de los policías más polémicos de Los Angeles, John Spartan, más conocido como Demolition Man, anda tras los pasos de Simon Phoenix, unos de los delincuentes más peligrosos, que tiene retenidas a un montón de personas. Todas acaban muertas y tanto Spartan, al que se le acusa de negligencia, como Phoenix son crionizados. Casi 4 décadas después, Phoenix escapa de su encarcelamiento y dado que la sociedad del futuro es pacífica y no sabe como actuar ante un criminal como él, descongelan a Spartan.
Demolition Man reune todos los condicionantes para ser una de las grandes de la época. A saber: reparto lleno de caras conocidas: el propio Sly, Wesley Snipes, una Sandra Bullock que todavía no había despuntado, Benjamin Bratt, Glenn Shadix —el gordito de Bitlechús (Beetlejuice, 1988)— y mini apariciones para Jack Black, Jesse Ventura —el Capitán Libertad de Perseguido (The running man, 1987)— y Rob Schneider. Una banda sonora con el compositor de moda, Elliot Goldenthal, un pluf como la copa de un pino en los 90. Montaje de Stuart Baird, futuro director de Decisión crítica (Executive decision, 1996) y U.S. Marshals (U.S. Marshals, 1998). Vestuario de Bob Ringwood, que había diseñado los trajes de Batman en las pelis de Tim Burton. Y un presupuesto de 60 millones para que hicieran lo que les diese la real gana. Hasta ahí bien. Luego ya entramos en lo que apunta a un choque de trenes como el que pasaría con Juez Dreddcuando colocas a un director que lo último que le interesa es fabricar un blockbuster.
El primer director que tenían pensado era David Fincher, pero éste no estaba disponible y recomendó a un amigo suyo de nombre Marco Bambrilla que también venía del mundo de los anuncios televisivos. Según él, la experiencia de Demolition Man fue bastante negativa, encontrándose como uno más dentro del engranaje de la maquinaría de una superproducción, sin ningún tipo de poder para tomar decisiones. Aun y así, poco después estuvo metido en la secuela de Un hombre lobo americano en Londres (An American werewolf in London, 1981), que llevaba años tanteándose con guiones del propio John Landis o del mismísimo Alex Winter que no llegaban a ningún sitio. Pero sería precisamente de la mano de los guionistas de una de las películas de Winter, La disparatada parada de los monstruos (Freaked, 1991), que la cosa parecía que cobraba forma. El duplo estaba formado por Tim Burns y Tom Stern, siendo este último el que tenía que dirigirla. Pero cuando el proyecto Un hombre lobo americano en París (An american werewolf in Paris, 1998) pasó de ser un film modesto, de unos 10 o 12 millones de dólares, a uno mucho más importante, los productores decidieron que era mejor poner a un director con más nombre, siendo el escogido Bambrilla. Pero éste también acabó saliendo de la producción para dirigir la que sería su segunda y última película, Exceso de equipaje (Excess baggage, 1997) con Alicia Silverstone y Benicio del Toro. A partir de ahí salió de Hollywood para reconvertirse a artista multimedia, con obras audiovisuales que pueden verse en alguno de los museos más importantes del mundo.
Pero volvamos a Demolition Man. Una cinta que combina acción y humor. Tiene muchos detalles que son de agradecer. Como que el personaje de Sandra Bullock esté obsesionada con los 80 y 90, o que la única música que escuchan en el siglo 21 son jingles publicitarios del siglo pasado. Y hasta nos puede resultar divertido el chiste recurrente de las 3 conchas o que a Sly le hagan experto en calceta. Pero hasta ahí. Porque, además de toparnos con un vestuario absurdo con la gente en kimono y un futuro un poco de cartón piedra, el mensaje de que el caos es bueno y lo que mola es la sociedad que vive en las alcantarillas comiendo hamburguesas de rata, bebiendo cerveza y fumando, ya es como muy de pegote.
¿Funciona? Sí, a ratos. ¿Un clásico del cine de acción 90tero? Sí, pero la película está coja, funciona más por los detalles aislados que por su trama de conspiraciones de saldo. Propicios días.