En la línea de fuego (In the Line of Fire, 1993) de Wolfgang Petersen. Con Clint Eastwood, John Malkovich, René Russo, Dylan McDermott, Gary Cole y Tobin Bell.
El principiante (The rookie, 1990) de Clint Eastwood. Con Clint Eastwood, Charlie Sheen, Sonia Braga, Raul Julia, Tom Skerritt y Lara Flynn Boyle.
Velocidad terminal (Terminal Velocity, 1994) de Deran Sarafian. Con Charlie Sheen, Nastassja Kinski, James Gandolfini, Christopher McDonald, Gary Bullock, Hans R. Howes y Melvin Van Peebles.
Timecop. Policía en el tiempo (Timecop, 1994) de Peter Hyams. Con Jean-Claude Van Damme, Mia Sara, Ron Silver, Bruce McGill, Gloria Reuben y Scott Bellis.
Es curioso como Risky Business se ha ido diluyendo con el paso del tiempo, quedando en el recuerdo colectivo a Tom Cruise haciendo el canelo en gallumbos por su casa (escena mil veces parodiada) y poco más. Sólo en los USA recaudó más de 60 millones de dólares habiendo costado 6; hizo que todo quisque se comprara las Wayfared de Ray-Ban y convirtió a Tom Cruise en una mega estrella hollywoodiense. Y aun así, con todo eso, la película no está al mismo nivel nostálgico de otras y más en estos tiempos que se abraza sin dudar cualquier cosa excretada en los 80.
La primera vez que vi la película fue en un pase de la 1 a finales de los 80. Era cuando los sábados por la noche te emitían alguna película "actual". Eran otros tiempos y podían pasar 4 o 5 años hasta que ponían por primera vez una película en televisión. La cosa es que, siendo yo un ñicri de 8 o 9 años, la vi sin entender nada. Sí, ahí estaba Tom Cruise, que me sonaba más por salir en la portada de la Super Pop o el Vale que por sus pelis, y se suponía que había que verla. Pero nada, que de todo lo que se contaba, nada de nada. Como si me hablas en chino mandarín.Y no es que el film pueda presumir de ninguna compejidad argumental. La cosa estaba fácil: post adolescente salido que contrata una fulana que le enmierda hasta la cejas (y muy gruesas las que luce Tom) y debe solventar la situación antes que regresen sus padres.
Visto así podríamos pensar en cualquier comedieta firmada por John Hughes. Sin ir más lejos, Todo en un día chupa demasiado mucho del film de Cruise. Pero si por algo sobresale es por tener es otra lectura más allá de los tejemanejes de un chaval por evitar que sus padres descubran sus trastadas. En esa otra capas nos encontramos los vericuetos de la prostitución (curioso que en los 80 se tratara el tema con cierta normalidad como en Movida de noche), la llegada de la era Reagan con el consumismo por bandera y esos niños de familias bien que son educados para que, una vez salidos de Harvard, Oxford..., lideren las grandes compañías y sus logros sean los millones generados en un semestre. Todo ello convierte al film en una rara avis del cine adolescente (casi una verisón 80tera de El graduado), cosa que le que perjudicó mucho a la hora de la promoción, pues el estudio no sabía como venderla. O que al propio director, durante la revisión de los primeros copiones se le presionaba para que pusiera más chicas y tetas, cosa que no hizo. Aunque lo que no pudo evitar fue que le cambiaran el final por uno más happy end.
Este señor responde al nombre de Paul Brickman, un tipo con un baje tan escueto como poco motivante. Apenas 3 películas dirigidas y 8 guiones escritos. Salvo Risky Business, poca cosa a destacar. Como mucho su colaboración en el guión para Ejecución inminente de Clint Eastwood. Evidentemente, al Sr. Brickman le llovieron las propuestas después del éxito de la película aquí comentada, pero, parece ser, que al tipo aquello le vino grande (tenía 34 años) y se agobió del éxito y de estar en el punto de mira de los grandes estudios. Tampoco ayudó que su experiencia en el film no fue del todo satisfactoria. Y eso que propuestas no le faltaron. Pudo dirigir Rainman y Forrest Gump (recuerda que la novela es de 1986) pero nada.
Tampoco puedo pasar por alto que aquí se le mantuviese el título en inglés, cuando en la época se traducía todo. Aunque en la carátula de la primera edición de vídeo que sacó Warner, abajo, donde salen los nombres de los implicados, nos colasen, como en que no quiere la cosa, el título Un juego peligroso. Aunque peor era el título en algún país sudamericano: Negocios riesgosos. Acojonante. Y ya que estamos, para rematar el tema del título apuntar que la película se rodó como White Boys Off the Lake, pero al estudio no le gustaba y se cambió por le que hoy conocemos.
Uno de los puntos fuertes es su banda sonora, obra de Tangerine Dream, que grabaron en Alemania y cuando el director la recibió no le gustó, pues les sonaba demasiado a películas de adolescentes de los 50 y 60. Se fue a Alemania, y estuvo 10 días con el grupo volviendo a grabarla toda, dando como resultado una partitura totalmente onírica que hace ganar enteros a la película.
Además de Cruise, tenemos un cast totalmente surtido de nombres/caras más que conocidas: Rebecca de Mornay, cuando todavía no se había convertido en la mujer botox que es hoy; Bronson Pinchot, el Balki de Primos lejanos; Joe Pantoliano, uno de los Fratelli de Los Goonies; Richard Masur, una de las víctimas adultas de Pennywise en el Itnoventero; y Curtis Armstrong, el Pelotilla de La revancha de los novatos. Y, además, un cameo de Sean Peen, que estaba rodando en Chicago (donde también se rodaba Risky Business) Bad Boys y se había hecho amigo de Cruise durante el rodaje de Taps.
Lo dicho. Películón a reivindicar, muy por encima de otra mucho más recordada (y mediocre) como Cocktail, con un Tom Cruise cebado para tener más cara de niño y que todavía no estaba endiosado y no ponía sus zarpas en la producción. Porque ese es su mayor problema. El tipo es buen actor, pero su narcisismo hace que la producciones en las que participa estén a su servicio y los buenos puntos de partida acaban diluidas y ahogadas en su desmedido ego.
Mi querido mafioso (My Blue Heave, 1990) de Herbert Ross. Con Steve Martin, Rick Moranis, Joan Cusack y Daniel Stern.
El cielo se equivocó (Chances Are, 1989) de Emile Ardolino. Con Ryan O'Neal, Cybill Shepherd, Robert Downey Jr. y Mary Stuart Masterson.
El sexto hombre (The 6th Man, 1997) de Randall Miller. Con Marlon Wayans, Kadeem Hardison, David Paymer, Michael Michele y Kevin Dunn.
Heartbreak hotel. El secuestro de Elvis (Heartbreak Hotel, 1988) de Chris Columbus. Con David Keith, Tuesday Weld, Charlie Schlatter, Angela Goethals y John Hawkes.
Dos mentirosos en apuros (Little white lies, 1989) de Anson Williams. Con Tim Matheson, Ann Jillian, Robert Costanzo, Amy Yasbeck y Clint Howard.
Recuerdo pillar un trozo de esta peli a principios del nuevo milenio a las 5 o 6 de la mañana en Antena 3. Todavía por aquellas podías cazar alguna buena bizarrrada a las tantas de la mañana, no como ahora, que te topas con tarotistas y mierdones varios. Entre las horas que eran y que tenía que ir a currar, y que la película era un tripi de los buenos, aquellos breves minutos me dejaron turulato. Aquello era la clásica peli con aire telefilmesco con pocos actores y decorados de medio pelo que te generan extrañeza y mal rollo a partes iguales. Poco importaba que reconociese a un Rutger Hauer desahuciado para las producciones de serie A (luego acabaría siendo rescatado en pelis de gran empaque por aquello que tener una vieja estrella en un papel secundario mola) porque aquello pintaba espeluznante. Pero ahí está la gracia de lo pútrido del ser humano, que cuanto más asqueroso es algo, más te cuesta desviar la mirada. Y, además, estaba la gracia que no sabía el título de la peli en cuestión. Durante mucho tiempo pensé que era Hemoglobina, otra chuscada de Rutger a mediados de los 90, pero simplemente viendo alguna imagen por la red, reconocí en seguida a ese tipo con un maquillaje imposible, como si le hubieran metido pegotes de chapapote en la cara, que se había quedado grabado en mi psique.
La película era Mr. Stitch, y estaba dirigida por Roger Avary, el tipo aquel que era colega de Tarantino con el que se repartieron el Oscar al mejor guión por Pulp Fiction. Dice la leyenda negra que Tarantino no quería compartir crédito con su colega, porque a él lo que le molaba era poder poner en los créditos aquello de "Written and Directed by", e intentó todo para que Avary renunciase a su crédito como guionista, pero al final no pudo ser y la amistad quedó muy truncada. Mr. Stitch era originalmente un episodio piloto para Rysher Entertainment donde Rutger Hauer era el protagonista absoluto, además de tener crédito como productor. Posiblemente Avary se las prometía muy felices por tener al malo de Blade Runner como estrella, pero la cosa se le escapó de la manos cuando el holandés comenzó a desvariar y a cambiar el guión a su antojo e improvisar mientras el resto del cast se quedaba con cara de póker.
Con ciertas influencias a la serie El prisionero (la cual ya aparecía en un diálogo en la anterior película de Avary, Killing Zoe, la que tendría que volver a revisar porque en su época me pareció una mediocridad), tenemos una revisión de Frankestein. El personaje de Hauer es un científico que crea a un individuo a partir de 88 personas (44 hombres y 44 mujeres). Éste, que se pone de nombre Lázaro, comienza a tener consciencia de sí mismo y de su creación como engendro, lo que le hace querer salir de la estancia donde está enclaustrado. ¿Te suena poco motivante? Entonces es que me he explicado bien. Me resulta curioso que estemos ante (otra) una versión de Frankestein pero cuando se hace el listado de películas basadas en la obra de Mary Shelly no se le mencione. Y metiéndola en ese saco, puedo decir que es, sin dudarlo, la peor caracterización de la criatura. Quisieron ser originales y salirse de la tangente pero la cagaron bien. Y eso que por ahí corría Tom Savini, que además tenía un papelillo. Otras cara conocidas son las de Ron Perlman, Taylor Negron, el antaño pornstar Ron Jeremy y Wil Wheaton.
La película no puede esconder su condición de obra facturada para el medio televisivo. Esa pátina tan de vídeo y un escenario principal tan televisivo, son difíciles de ocultar. El efecto especial de ese ojo que todo lo vigila (muy evidente referencia al globo de El prisionero) es difícil de ocultar por lo cutre que resulta. Además, se lo cepillan a los 10 min, señal que sería muy caro el efecto. Y no sólo la cosa se queda a nivel estético, pues su argumento quiere ir tan de filosófico que era poco menos que impensable en una película noventera. Tampoco es difícil notar los problemas que tuvieron en la gestación. Su primera mitad es de ritmo pausado, y, salvo algún flashback de las vidas anteriores de Lázaro, todo acontece en ese escenario aséptico donde hace vida el protagonista. A partir de la hora empezamos a ver otras localizaciones (no muchas más) y el ritmo se acelera a la vez que Rutger Hauer desaparece de la película sin ninguna explicación. Al invento hay que darle un final y han de sacarse de la chistera un Lázaro, que resulta ser el prototipo de un proto soldado del ejercito, que vuelve al laboratorio para liberar un virus. Todo un cante cuando éste, en lugar de tener un enfrentamiento final con su creador, lo tiene con el jefecillo del ejercito, con el que, además, no llegan a compartir plano y su lucha es más por milagros de montaje.
Con todos estos elementos es muy evidente que hubo un piloto que se tiró para atrás y se remontó como película autoconclusiva de 90 minutos. Lo que me lleva a la duda que tipo de serie hubieran hecho. ¿Cada episodio trataría sobre alguna de las vidas pasadas de la criatura? ¿O quizás ésta y la doctora se fugan y la serie trataría de su fuga siendo perseguidos por el ejercito? Sin duda, esta última opción es la más soporífera. Tengo que decir que, tal como confesaba al principio de la reseña, la película me tenía enganchado, más por sus defectos que por sus virtudes. Ese decorado tan blanco que parece la nada más absoluta y una banda sonora que parecen de El planeta imaginario (obra de Tomandandy), nos dan esa sensación de extrañeza y desasosiego. Mucho mal rollo. La peli es mala, los actores están fatal, tiene todo lo peorcito de los 90... incluso la carátula de vídeo es totalmente estéril y no nos invita a cogerla, además que han puesto una foto de Hauer que no se corresponde con la película, donde luce flequillo y bigote hitleriano y una prótesis dental que simula tener los incisivos separados (¡aunque hay escenas que se debieron olvidar ponérselos porque no los lleva!). Todo es horripilante, pero todo ello la hace tan fascinante que podemos dedicarle los 90 minutos sin sentirnos demasiado culpables.
¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit?, 1988) de Robert Zemeckis. Con Bob Hoskins, Christopher Lloyd, Joanna Cassidy, Mike Edmonds y Joel Silver.
La historia interminable (The Neverending Story, 1984) de Wolfgang Petersen. Con Barret Oliver, Noah Hathaway, Moses Gunn, Tami Stronach, Patricia Hayes, Sydney Bromley, Thomas Hill y Deep Roy.
Baby. El secreto de una leyenda perdida (Baby... Secret of the Lost Legend, 1985) de Bill L. Norton. Con William Katt, Sean Young, Patrick McGoohan, Julian Fellowes y Kyalo Mativo.
Si en la anterior reseña veíamos como era una de zombis americana a mediados de los 80, ahora toca irse al otro extremo, a como era una serie Z italiana, un exploit como la copa de un pino del Zombi de Romero de finales de los 70. Y para más inri, El regreso de los muertos vivientes era una suerte de secuela de La noche de los muertos vivientes apadrinada por uno de sus artífices (John Russo), y Nueva York bajo el terror de los zombis tiene como título original Zombi 2, estrenándose como falsa secuela de la secuela oficial. Más gráfico imposible.
Pongámonos en situación. En 1978 Geroge A. Romero estrena Dawn of the dead (en Europa retitulada Zombi) con Dario Argento en la producción y controlando el montaje europeo. El film funciona muy bien, sobre todo en Italia. Este hecho no pasa desapercibido para los productores Fabrizio De Angelis y Ugo Tucci, que deciden subirse al carro de los muertos vivientes. En un primer intento le ofrecen el proyecto a Enzo G. Castellari, pero a éste no le interesa y recomienda a su colega Lucio Fulci, que en aquel momento pasaba por una mala época, pues Siete notas en negro había sido un fracaso y se había refugiado como realizador en un programa televisivo para lucimiento de Franco Franchi. Para el director esta llamada es un salvavidas en toda regla lo que hace que no se lo piense ni un instante y recluta a un montón de nombres imprescindibles en su filmografía (Sergio Salvati, Fabio Frizzi, Franco Bruni, Giannetto de Rossi).
Un pequeño barco a la deriva llega a Nueva York. La policía encuentra en él un muerto viviente al que acaban abatiendo. Por ahí tenemos a una chica que dice que su padre desaparecido es el dueño del barco. Junto a un periodista empiezan a investigar y descubren una carta del padre desde la isla de Matul. La pareja parte hacia la isla, encontrándosela infestada de zombis.
Muy a groso modo ese sería el argumento, pero tampoco importa demasiado. Estamos ante un exploitation que si por algo a perdurado en el tiempo es por la asquerosidad y bestialidad. Y eso que el maquillaje poco o nada tiene que ver en cuanto a calidad con el que se marcaba Tom Savini a las órdenes de Romero. Aquí nos presentaban al zombi fulciano que acabaría por ser el modelo que veríamos en El más allá, Miedo en la ciudad de los muertos vivientes o en otras de sus pelis: ropajes rotos que parecen camisones, ojos cerrados, ojeras con efecto panda y cara llena de gusanos.
Estas virtudes o defectos obra de Gianetto de Rossi, que ya tenía experiencia en estas lindes después de haber realizado mismas funciones de No profanar el sueño de los muertos de Jorge Grau.
Pero por si algo nos acordamos de este film, más allá de su truculencia y asquerosidad en general es por dos escenas. La muy famosa donde a Olga Karlatos le revientan un ojo con la astilla de una puerta cual oliva a la hora del vermut. Y la del zombi luchando con un tiburón (bastante pequeñito, eso sí), quedando como una buenísima idea sin desarrollar: ¿se convirtió en un tiburón zombie? Aunque siempre me ha hecho gracia el inicio de esta escena con la estupidez que una de las actrices haga submarinismo en toples y tanga y un estúpido gorrito de baño sólo para enseñar un par de domingas.
Pero por estos lares debe ser más recordada por este título que con el que nos obsequió el distribuidor nacional. Y es que la aparición de Nueva York (con muchos planos de las Torres Gemelas) se limita a los primeros 20 minutos y los últimos 5. Porque si algo tiene el film es un baile de títulos según el pais. En Francia fue L'enfer des zombies (El infierno de los zombies); en Italia, Zombi 2; en los USA, Zombi; en Inglaterra, Zombie Flesh Eaters (Zombies comedores de carne); en Serbia, Ostrvo živih mrtvaca (La isla de los zombis); en Turquía, Yüzde 99 ölüm (99% de muerte)... la cosa es entre divertida y esperpenta.
Nueva York bajo el terror de los zombi fue un exitazo (por aquí, todo hay que decirlo, pasó más bien desapercibida). Al ser una producción italiana y en una época que costaba seguirle la pista a las taquillas más allá de la norteamericana. Pero se dice que podría haber recaudado más de 30 millones de dólares de la época. El propio Fulci decía que al productor De Angelis le dio para comprarse un yate y a él le hizo un contrato por 5 films. El director, que nunca ocultó su condición de mercenario, viendo los buenos resultados económicos se metió de lleno en el terreno del gore en sus siguientes películas.
A todo este éxito no eran ajenos Romero y Argento, que llevaron a juicio a los productores de Zombi 2. Finalmente, el juez dio credibilidad a lo que decían De Angelis y Fulci, que, según ellos, no habían copiado a nadie ya que los zombis es algo muy antiguo y siempre ha estado ahí. Y, en eso tiene razón Fulci, su zombi se aparta de su origen misterioso y de cualquier crítica social como hace Romero, siendo los suyos de origen vudú y buscando más el impacto de lo asqueroso.
Con esto Argento se enemistó durante años con Fulci, hasta que en los 90 hicieorn las paces y el primero estuvo a punto de producirle La máscara de cera al segundo. Pero el director de Aquella casa al lado del cementerio murió en 1996 dejando el proyecto en el limbo hasta que Sergio Stivaletti se hizo cargo de él, facturando una película totalmente fallida.
La vida sigue igual (1969) de Eugenio Martín. Con Julio Iglesias, Jean Harrington, Charo López, Micky, Florinda Chico, Mayrata O'Wisiedo y Andrés Pajares.
¡Ay, Carmela! (1990) de Carlos Saura. Con Carmen Maura, Andrés Pajares, Gabino Diego, Maurizio De Razza, Miguel Rellán, Edward Zantara y José Sancho.
Loca por el circo (1982) de Luis María Delgado. Con Teresa Rabal, Rafael Alonso, Miguel Ayones, Valeriano Andrés, Luis Lorenzo, Rafaela Aparicio, Asunción Balaguer, Rafael Hernández, Francisco Camoiras, Marisol Ayuso y Luis Barbero.
El aire de un crimen (1988) de Antonio Isasi-Isasmendi. Con Francisco Rabal, Maribel Verdú, Germán Cobos, Chema Mazo, Fernando Rey, María José Moreno, Miguel Rellán, Agustín González, Pedro Beltrán, Rafaela Aparicio y Ovidi Montllor.
Los santos inocentes (1984) de Mario Camus. Con Alfredo Landa, Francisco Rabal, Juan Diego, Terele Pávez, Belén Ballesteros, Juan Sanchez, Ágata Lys, Agustín González, Manuel Zarzo, Mary Carrillo y José Guardiola.
En 1968 se marca un punto y aparte en el género zombi. Si bien ya habíamos visto bastantes producciones sobre el tema (en su mayoría serie B y Z), no sería hasta La noche de los muertos vivientes que veríamos a los cadáveres con la sana intención de zamparse a los vivos. Hasta la fecha la cosa se quedaba en zombi vudú" con el clásico mad doctor de turno que resucitaba a los muertos para dominar el mundo y esas cosas.
Pero por desconocimiento administrativo, La noche de los muertos vivientes carecía de copyright, lo que viene a ser que es de dominio público y cualquiera podía (y puede) hacer lo que quiera con ella. Así que tanto George A. Romero (director y guionista) como John A. Russo (productor y guionista) se enfrascaron en una batalla legal para hacerse con los derechos, dando como resultado un reparto más o menos equitativo. Romero se quedaba con la frase "of the Dead", mientras que Ruso lo hacía con "Living Dead". De ahí que en las siguientes entregas dirigidas por Romero, y donde Russo ya nada tenía que ver, fueran bautizadas como Dawn of the dead (aquí titulado como Zombi) y Day of the dead (El día de los muertos). Por su parte, Russo publicaría su secuela particular en formato novela bajo el título Return of the Living Dead.
Estabamos a finales de los 70 y el género zombi estaba en ebullición (y si no que se lo pregunten a los italianos) y Russo ve como opción para facturar más hacer una adaptación de su novela, encargándole el guión a Rudy Ricci, cuya experiencia se reducía a aparecer como zombi en La noche de los muertos vivientes y a escribir la inédita en estas tierras There's Always Vanilla, que dirigió Romero en 1971, y The Booby Hatch, que protagonizó y co-dirigió junto a Russo.
El guión de Ricci acabaría en manos de Tom Fox, un empresario que nada tenía que ver con el mundillo cinematográfico. Éste se hace con los derechos y se asocia con Hemdale Films, productora menor pero que en su haber tenía films como Terminator,Aullidos 2 o Platoon. El primer nombre que suena como director fue el del recientemente fallecido Tobe Hooper, que en un primer momento tantea la opción de rodarla en 3D aprovechando el auge del formato en los primeros 80. Pero decide apearse del proyecto pues el inicio del rodaje se atasca y el tiempo va pasando. Hooper acabó saliendo para coger las riendas de Lifeforce, producción mucho más grande y que a todas luces parecía con más números para cosechar un éxito en taquilla. Lamentablemente para él y, sobretodo, la Canon, la producción fue un fracaso. Casualidades de la vida, el que acabaría sustituyendo al director de Poltergeist sería el guionista de Lifeforce, Dan O'Bannon, que aquí haría su debut en la dirección y que había reescrito el guión de El regreso de los muertos vivientes a sugerencia de Hooper. Guión que se cargaría de un plumazo todo lo escrito por Ricci pese a que este mantendría crédito como guionista, añadiendo bastante humor, convertiría a los zombies en bestias veloces, capaces pensar y hablar, y añadiría un detalle que marcaría un punto de referencia en el subgénero: los zombis se alimentarían de cerebros porque, según se dice en la película, es lo único que les alivia el terrible dolor que padecen.
Pero O'Bannon, que era un cachondo y un hijoputa a partes iguales, quiere darle algo de más de ligereza y humor al guión. Prueba de ello es que al empezar nos encontramos con un texto que nos avisa que todo lo que vamos a ver está basado en hechos reales.Y nada mejor que ambientarla en un 4 de julio (más yanki imposible) donde el bueno de Freddy tiene su primer día de trabajo en una empresa de suministros médicos. Allí, su mentor le explica que todo lo ocurrido en la película La noche de los muertos vivientes fue verdad, y que uno de los bidones que contenía un zombi se extravío y acabó en ese almacén. Así que se van a verlo y por accidente liberan una sustancia llamada Trioxina 2-4-5, haciendo que el cadáver que guardan en la cámara frigorífica cobre vida. Y si en las películas de Romero los zombis morían al recibir un disparo en la cabeza, aquí no ocurre así. Simplemente estos zombis son indestructibles. Así que lo único que se les ocurre es cortar el cadáver en trocitos pero ni así. Al final deciden llevarlo al crematorio que hay al lado, pero al final es peor el remedio que la enfermedad. Pues el humo que crea la incineración acaba formando una lluvia que cae en el cementerio y hace resucitar a los muertos que hay enterrados.
La cosa les quedó como una película pequeñita, donde apenas hay 4 escenarios: el almacén de suministros, el cementerio, el crematorio y la capilla, obra de William Stout (que luego haría mismas funciones en Masters del Universo). Pero que eso no nos lleve a infravalorarla, porque ahí había petróleo. Si la combinación de humor y terror funcionaba a las mil maravillas, también lo hacía un elenco que mezclaba cara clásicas (Clu Gulager, James Karen) con gente joven (unos cuantos habían asomado la cabeza en alguna de las entregas de Viernes 13) y una Linnea Quigley que tendría una de las escenas más recordadas del film. Esa en la que se desnuda en el cementerio y llevó a la famosa anécdota que los productores se escandalizaron y le hicieron rasurarse el bello público, siendo la solución peor que la enfermedad pues ahí se veía todo. Para luego ponerle una prótesis donde la convirtió en una Barbie sin genitales.
Tampoco está de más alabar unos efectos de maquillaje y animatrónics de los que, en un primer momento, se tenía que haber hecho cargo William Munns, pero éste hizo unas máscaras para los zombis que a O'Bannon le parecieron poco menos que tercermundistas, así que fue apartado de la producción (pese a que se tuvo que mantener su nombre en los créditos) y su trabajo apenas es visible en el film. Tony Gardner (que venía recomendado por Rick Baker) se encargó de la creación de la zombie partida por la mitad que habla y el propio William Stout diseñaría a Tar Man, el zombi que sale del barril del ejército y que acabó siendo una especie de mascota para la saga.
En los USA no les fue nada mal. Triplicaron sus escasos 5 millones de presupuesto (ganando en taquilla a El día de los muertos de Romero con la que había coincidido en cartelera). En cambio, por estos lares tardó muchísimo en llegar. De la mano de Union Films (la terrible RecordVision se encargaría de la edición en videoclubs) nos llegaría a finales de septiembre de 1988, 3 años después de su estreno norteamericano, y pasando un tanto desapercibida. Curiosamente, un año después, verano de 1989, Lauren nos trajo su secuela, La divertida noche de los zombis, que aquí duplicó las ganancias de su predecesora. A partir de ahí la saga decaería con una tercera entrega, Mortal zombie, directa a videoclub, y una cuarta (Return of the living dead: Necropolis) y quinta entrega (Return of the living dead. Rave to the grave)que ha día de hoy no se han visto por aquí de forma oficial, quedando la saga totalmente muerta, nunca mejor dicho. Y es que es esta primera entrega la que realmente ha ido arrastrando la etiqueta de culto durante estas décadas. Siendo prueba de ello el documental More Brains! A Return to the Living Dead, dirigido por Bill Philputt, o el libro The Complete History of the Return of the Living Dead (habría que dejar de lado la novelización del film de la mano del mismísimo John Russo).