Estamos en una época que hemos pasado de tener documentales en los DVD que eran todo un ejercicio de reconstrucción del proceso de creación de una película, como aquel famoso de El planeta de los simios, a, directamente, casi no tener extras en las ediciones domésticas. En cambio, comienzan abundar documentales que pasan a tener vida propia más allá de acompañar al film de turno, a que el propio documental pase de extra a protagonista absoluto. Era el caso de Best worst movie ever (que se centraba en el Troll 2 de Claudio Fragasso), Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation (sobre la época dorada del cine Australiano más exploit) o Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films y The Go-Go Boys: The Inside Story of Cannon Films (que iban sobre el auge y caída de los primos Menahem Golan y Yoram Globus).
Y ahora parece que se han ajuntado algunos que han tenido/tienen mucha repercusión que hacen un repaso de películas que no se llegaron a materializar como es el caso del Dune de Joroski,Los 4 Fantásticosde Corman -que si se llegó a rodar pero "oficialmente" no tuvo estreno- (Doomed: The Untold Story of Roger Corman's the Fantastic Four) y el proyecto de Superman de la mano de Tim Burton que es el que nos ocupa.
Recuerdo como por el 98 cada mes venía alguna noticia al respecto en el Imágenes de actualidad. En unas decían que Sanda Bullock sería Lois Lane, Jack Nicholson Lex Lutor, que habría un cameo de Michael Keaton volviendo a ser Batman... al mes siguiente la noticia era que el proyecto se cancelaba, al otro que se reactivaba, luego que se volvía a cancelar... Y así se tiraron más de un año. Fuera como fuese, la cosa acabó como empezó: una película sin hacerse. Eso sí, según decían en la época, tanto Burton como Nicolas Cage, quien debía encarnar al hombre de acero, cobraron sus respectivos cheques pese a no rodarse ni un solo fotograma. Años después, en plena época de internet y los blogs, comenzaron a verse algunas instantáneas de las pruebas de vestuario. Imágenes que muchos decían que eran fakes, puro FotoShow. Y no mucho más tarde,Steve Jhonson llegó a publicar un vídeo con el traje de Superman que habían estado elaborando en su momento. Así que, después de todo este material publicado, el siguiente paso sólo podía ser un documental que explicara con pelos y señales cómo nació y murió el Superman de Burton & Cage.
Allá por el 96/97 contrataron a Kevin Smith para que escribiese la secuela de Bitelchús(el, en su momento, muy mentado Beetlejuice goes hawaiian). Esa reunión con los directivos dio lugar a que, de pasada, se hiciera referencia al proyecto que estaba tramando la Warner en aquel momento: un nuevo Superman. Smith acabó adjudicándose el papel de guionista, que le llevó a esas famosas reuniones con Jon Peters de las que luego ha sacado tajada en sus charlas universitarias, en las que, según el director de Mallrats, le obligó a que Superman no volase (Burton lo arregló haciendo que diera unos
grandes saltos, cosa que luego se retomaría en El hombre de acero), que no llevase su conocido traje y la famosa historia de la araña gigante y osos polares. Imposiciones que Peters niega. También cambió el título previsto, de Superman reborn pasó a Superman lives.
Hago un alto para presentar a Peters. Un tipo al que se le presume cierta prepotencia, respuesta del menosprecio que recibió (y recibe) por parte de la meca del cine, dado sus inicios como peluquero de Barbara Streisand. Como él mismo dice en el documental, ”si hubiera ido a Harvard no me tratarían así". Aunque tan tonto no será cuando, sabiendo que a la Warner le caducaban los derechos de Superman, se les adelantó y los adquirió, forzando al estudio a tenerlo como productor. Gracias al encoñamiento de la cantante/actriz, el tipo se metió a producir, sacando desde descalabros económicos como Las brujas de Eastwick hasta bombazos como Rain man o el Batman del 89. Pero Peters es un personaje de tomo y lomo que acaba por sacar de sus casillas al más pintado, como es el caso de Tim Burton, que llegó a exigir a la Warner que el tipo desapareciera del rodaje de Batman Returns, siendo relegado a mero productor ejecutivo, lo que viene a ser algo así como cobrar por no meter las narices. Es por eso que siempre me extrañó que el productor eligiese a Burton para dirigir ese nuevo film de Superman.
A partir de ahí empezaría la fiesta. Burton prescinde de Smith y su guión, lo que abriría su particular guerra. Fichó a Wesley Strick, guionista en la sombra de Batman Vuelve. Ahí se empezó un periplo de miles de diseños, pruebas de vestuario, localizacines. De ahí a la incorporación de un nuevo guionista, Dan Gilroy, que en la época había escrito Misión explosiva y Freejack.
Finalmente, después de varios fracasos (Mad city, El mensajero del futuro), la Warner, después de haberse gastado 12 millones,acabaría cancelando una superproducción que iba a costar más de 200 millones de dólares. Dinero que acabaron gastándose en el bodrio de Wild Wild West.
Todo eso y más es lo que cuenta The Death of "Superman Lives": What Happened?, con chismorreos como que Burton le cogió odio a Schumacher porque le jodió su franquicia de Batman y acusaba que el fracaso de Batman and Robin acabó por debilitar las opciones que su proyecto de Superman se hiciese realidad. Que Bryan Singer llevaba encima una foto de Cage como Superman para paliar las embestidas de los productores cuando rodaba la insufrible Superman Returns, alegando que eso sí era malo. Que Jon Peters estaba obsesionado con el accidente de Lady Di y de como ese drama tenía que llevarse al momento que Superman muere o como robó una maqueta de la producción. Y es este personaje el que acaba dándonos, en cierta forma, más pena, porque la mayoría de los participantes del documental lo ponen a caldo y se burlan de él. Pobrecillo.
Dos cosas fueron las que dejó Popeyeen el imperio Disney: su
colaboración con Paramount, que seguiría con El dragón del lago de fuego; y Malta, porque allí donde se rodó el film de Altman también
acabó siendo el marco de acción de Intriga en Malta y en algunos pases televisivos retitulada como Misterio en Malta. Como curiosidad, en Italia le metieron el gran, pero a la vez engañoso, título de Giallo a Malta. El tema es que su título original es Trenchcoat, que vendría a ser aquella gabardina que solían llevar los investigadores de cine negro, Colombo o Johan Cruyff.
Pero aquí la cosa vuelve al terreno blanco y blando de la Disney más
clásica, dando lugar a esa malgama de historias infantiles y otras mucho
menos, con las que nos obsequiaron por la época. Con una historia que luego se retomaría con Tras el corazón verde, donde una joven escritora viaja a Malta para escribir una novela de asesinatos que acaba envuelta en un crimen real.
El valor de esta producción Disney es nulo. Un subproducto triste y
ramplón, con una realización propia del telefilm más cochambroso de la
época, lo que ayudó que aquí apareciese directamente a vídeo bastante tarde (allá por el 87, como muchas otras películas de baja estofa de Disney) con uno de
los doblajes más rastreros que se recuerde.
En el apartado actoral tenemos a Margot —Lois Lane— Kidder en plena
etapa Superman; Robert Hayes, post Aterriza como puedas y secuela; David Suchet, el malo de Bigfoot y los Henderson; y una pequeña aparición de Ronald Lacey, el nazi de la gestapo de En busca del arca perdida.
Dirigida por Michael Tuchner, de filmografía tan extensa (llena de
telefilms) como olvidable. Aunque valdría la pena mentar una versión
televisiva de El jorobado de Notre Dame con Anthony Hopkins, y la adaptación de
Wilt, adaptación de la novela del mismo nombre de Tom Sharpe.
Aunque, quizá, lo más llamativo sea su pareja de guionistas, Jeffrey
Price y Peter S. Seaman, que años después harían esas funciones en
¿Quién engañó a Roger Rabbit?, El Grinch o Wild Wild West.
El hecho que ni en su estreno Norteamericano ni en su pase a vídeo
apareciese el logo de Disney por ningún lado se decía que era porque
habían detalles demasiado adultos para una película infantil
(asesinatos, ligoteos de playa), pero a mí me parece que es porque es
una basura inmunda de la que, por mucho que rasques, no tienen nada
destacable. Ni Filmayer tuvo valor de meterle su famosa carátula blanca con el Mickey de Fantasía.
El dragón del lago de fuego es, casi con toda seguridad, el paradigma de la etapa más extraña de Disney. Quizá podría disputarle el puesto Los ojos del bosque, pero la cosa está así así.
Si Popeyehabía sido la primera vez que Disney producía un film conjuntamente, aquí repetían. Desconozco si la cosa estuvo firmada antes que se estrenase el film de Altman o qué pasó, pero, pese a que el rodaje fue bastante complicado, los frutos económicos fueron lo bastante razonables para que Paramount se volviese asociar con la casa de Mickey Mouse.
Matthew Robbins y Hal Barwood, que habían estudiado cine junto a George Lucas, Coppola o Milius, empezaron en Hollywood colaborando en funciones menores en THX 1138 de Lucas, luego escribiendo Loca evasión, el debut de Spielberg, con el que consiguieron cierta amistad, al menos la suficiente para que este les llamase para re-escribir el borrador de Encuentros en la tercera fase. A partir de ahí comenzaron a darle vueltas a un argumento de fantasía que llamara la atención de los estudios como lo estaban haciendo Star Wars o Alien.
Lo que aquí se tituló El dragón del lago de fuego (en su versión original Dragonslayer, más cercano a El verdugo de dragones con el que se tituló en Sudamérica) fue y es la película Disney que contiene más metraje no apto para los niños. Vemos (muy de pasada) a sus protagonistas totalmente desnudos y tenemos una pequeñas criaturas que devoran las piernas de una princesa. Así tal cual. No es que sea un gore estilo Fulci, pero Déu n'hi dó. Tampoco se quedaron cortos con el dragón, que siempre me ha recordado al de La bella durmiente (la versión animada, no al de Maléfica).
El argumento no es ningún prodigio de originalidad: un reino vive asolado por la presencia de un dragón de nombre Vermithrax, al que, mediante un sorteo, ofrecen una joven para apaciguarlo. Un grupo decide que hay que buscar una solución, por lo que se van en busca del mago Ulric, que podría poseer el poder de acabar con la bestia. Pero para su desgracia el hechicero muere antes de ponerse manos a la obra, siendo su joven aprendiz quien tendrá la difícil misión de acabar con el dragón.
Sí, si nos ponemos esquemáticos estamos ante otro episodio de El equipo A. Está claro que el fuerte del film (y por lo que arrastra bastante culto) es por otros motivos a la trama. Por un lado, como he comentado, sus pocos miramientos hacia una audiencia infantil. Y por otro, adelantándose un año a la moda de cine de espada y brujería que iniciaron Crowmwell, el rey de los bárbaros y Conan el bárbaro, aunque en el film de Disney la cosa tiraba más a la fantasía, acabando por ser un gran influencia en Willow.
La película fue bastante cara en su época, siendo todo lo relacionado con la creación del dragón lo que más billetes quemó, más o menos el 25% de los 20 millones que costó. El diseño del dragón corrió a cargo de David Bunnet y su construcción de Phil Tippett junto a su equipo de la ILM. Hubo 15 Vermithraxes, además del gran modelo de 12 metros, la mayoría de ellos eran miniaturas. Además, Phil Tippett creó para el film la técnica Go-Motion, una variante del stop motion, pero en lugar de mover las figuras de forma manual, éstas se animan através de unos motores, consiguiendo un efecto más limpio. Para que te enteres, el puñetero Spielberg iba a usar esta técnica en Jurassic Park, hasta que vino algún enteradillo y le comió la oreja para usar efectos digitales.
En el tema casting no se gastaron tanto: Peter MacNicol haciendo de héroe en uno de sus primeros papeles, curiosamente luego acabó haciendo muchos papeles de tontito; Caitlin Clarke haciendo de ladyboy, luego se centró más en el teatro y se le vio más bien poco en las pantallas. Y poco más que destacar. Tuvo que luchar en taquilla con la segunda parte de Superman o el Bond Solo para tus ojos, saliendo claramente perdedora, pues, al final, el film fue otro de los fracasos de la Disney en la época, cosechando unos 15 millones de dólares que no llegaban a cubrir los casi 20 que costó. Aun y así, le quedaba el mercado internacional, derechos televisivos y ediciones en vídeo para recuperar la inversión. Lo que está claro, como ha pasado en otras ocasiones, la cosa se quedó en tierra de nadie: demasiado adulta para los niños y demasiado blanda para los adultos. Personalmente no es un film al que le tenga demasiada estima. Como todo buen hijo de vecino la conocí en una de esas cintas blancas de Filmayer, y algo tiene que nunca ha terminado de engatusarme. Y mira que tiene elementos suficientes para hacerlo, pero hay algo en ella que no me convence.
Después de El dragón del lago de fuego, el duplo Matthew Robbins y Hal Barwood se encontraron dificultades en Hollywood, tardando 4 años para lanzar Señal de alarma, escrita por los dos y dirigida por el primero, que no tuvo demasiada trascendencia. Hal Barwood, asqueado de Hollywood, acabó en Lucas Arts, el departamento de desarrollo de videojuegos del emporio de George Lucas. Allí, escribió la historia de Indiana Jones and the fate of Atlantis, rescatando un borrador para una hipotética cuarta parte cinematográfica; dirigió las secuencias reales de Rebel Assault II, y ya a finales de los 90, creó los juegos de escritorio Yoda Stories e Indiana Jones desktop adventures game y por último escribió Indiana Jones y la máquina infernal.
Por su parte, Matthew Robbins escribió y dirigió Nuestros maravillosos aliados, aquella cosa producida por Spielberg y que, en un principio, debía ser un episodio de Cuentos asombrosos; y Bingo!, la del perro. Después inicio una estrecha colaboración con Guillermo del Toro, escribiendo Mimic, No tengas miedo a la oscuridad (producida por el mexicano), La cumbre escarlata y los anunciados Pinocchio y En las montañas de la locura.
A todos nos gustan las historias de viajes en el tiempo, y quien diga lo contrario miente. El problema es que en el cine las buenas historias de esta temática escasean. Mucha serie B que acaba siendo el protagonista persiguiendo al malo de turno y, casi siempre, en alguna época que no cueste demasiado recrear. Parece que los directores/guionistas/productores pensasen que el público somos demasiado planos para ver historias más enrevesadas y acaban pariendo productos más simples que una chincheta. Y luego, cuando se meten con cosas más locas, te saltan con pelis como Primer. O se pasan o no llegan.
En Timestalkers la historia tiene un punto de partida interesante: un profesor universitario aficionado a todo lo que tenga que ver con la época del lejano oeste, gana en una subasta algunos objetos de esa época, entre ellos una fotografía donde aparece un pistolero. Observándola, descubre que en ella hay algo que no cuadra: el arma que luce el pistolero es una Magnum de los años 80. En un principio piensa que le han timado, pero manda analizar la fotografía, que da como resultado su autenticidad. Así que la única explicación a la que llega es que el pistolero es un viajero del tiempo.
Y hasta aquí lo mejor de la historia, porque luego es una caída libre. Pero no es de extrañar, pues estamos ante un telefilm de 1987, una época en la que las producciones televisivas (telefilms o series) eran pasto de poco presupuesto y actores de segunda fila. Al menos aquí nos topamos con un montón de caras conocidas: William Devane (el justiciero urbano de El ex-preso de Corea), John Ratzenberger (el cartero de Cheers), Tracey Walter (el Bob del Batmande Burton), Lauren Hutton (la vampira milf de Mordiscos peligrosos), James Avery (el tío Phil de El príncipe de Bel-Air) y Klaus Kinski, que, evidentemente, con esa cara sólo puede hacer de malo.
Por lo demás, el telefilm acaba cayendo en los malos clichés del subgénero, con muchas persecuciones en tres espacios temporales: el presente de 1987, el pasado (con un far west que se limita a cuatro descampados y dos barracas) y el futuro (en el que solamente vemos unos supuestos laboratorios donde el personal va vestido como Abba cuando ganó Eurovision).
La movida de cómo hacen los cronoviajes tampoco tiene mucha historia, una especie de diamante al que se le marca la fecha, salen un haz de luz y fundido a blanco. Ni tendrían muchas ganas de pensar algo más original, ni tampoco tendrían más presupuesto, que parece que se lo gastaron todo en los títulos de crédito.
Y es una lástima, porque la historia, que está basada en una novela llamada The Tintype y firmada por un tal Ray Brown, el cual no tengo el gusto, tiene un punto de partida lo suficientemente interesante para que nos mantenga con toda nuestra atención a flor de piel, pero nada, a la media hora la cosa ya ha decaído cuando nos muestran todas las cartas.
Lamentablemente todo acaba siendo una chorradita que no tienen ninguna lógica. SPOILERS El malo quiere viajar al pasado para cargarse al antepasado de su colega, el cual le ayudó a crear la máquina temporal. Entonces, ¿no se supone que si no llega a existir, nunca se inventaría esa máquina que tanto quiere poseer? Y, ¿por qué al final mandan al protagonista antes del accidente de su familia para que cambie el rumbo de la historia? ¿No se supone que eso es algo que no deben hacer los cronoviajeros? Mucho agujero de guión veo por ahí.
Dirigida por Michael Schultz, que, salvo unas pocas películas (Un mundo aparte, Tres gordos y un millonario), ha cultivado su carrera en la caja tonta. Cosa que en Timestalkers o, como también se le conoce, Los cazadores del tiempo, se nota mucho, con una realización ramplona que unida a los pobres decorados hace que bascule en la serie B por los pelos, porque si no fuese por un reparto medianamente apañado, estaríamos rozando la serie Z.
Ya por el 89/90 se empezó a dar vueltas a una adaptación del personaje, muy posiblemente por el éxito de RoboCop, que no dejaba de ser una versión robotizada de Dredd, con la idea que el mismísimo Schwarzenegger fuese su protagonista. Pero la cosa no acabó de cuajar hasta unos años después, cuando el proyecto acabó materializándose porque Stallone, pese a saber poco o nada del personaje, aceptó unos buenos 20 millones de dólares por protagonizarlo y pusieron a un jovencito Danny Cannon, que venía de hacer The young americans con Harvey Keitel, en la silla de director. Y este sí conocía bien al personaje, siendo un fan que, incluso, en los 80 llegó a dibujar un póster para un concurso de la 2000 AD (la revista donde nació el personaje) de una ficticia adaptación protagonizada por Harrison Ford y dirigida por Ridley Scott.
Rodada en los estudios ingleses de Shepperton, con presupuesto muy holgado (unos 100 millones de dólares) y un elenco que rodeaba a Sly, que luce unas imposibles lentillas azules, lo suficiente interesante (aunque no tanto como para robarle protagonismo): Armand Assante, Max Von Sydow, Joan Chen (la Josie Packard de Twin Peaks), Balthazar Getty (el prota de Carretera perdida), Jürgen Prochnow (prota de El submarino de Wolfgang Petersen), Ewen Bremner (el Spud de Trainspotting) y Diane Lane. Mención aparte del alivio cómico que acaba por destrozar cualquier intento de dignidad como es Rob Schneider. Y es que el cómico encarna a un ladronzuelo que acompaña a Sly durante los 90 minutos que dura el film, haciendo tonterías y diciendo chorradas constantemente. Y ese es el primer fallo de muchos. El más importante y que más critican los lectores del cómic es que en su versión impresa nunca se quitaba el casco (y el par de veces que lo hizo NUNCA le veíamos el rostro), mientras que en la película no lo lleva durante el 95% del metraje. Claro, también es entendible que si pones a una de las estrellas del momento y le cascas 20 millones no lo vas a tener toda la película sin que se le vea la cara. Para tenerlo con la cara cubierta tienes que buscar a un actor de perfil mucho más bajo como pasó en la adaptación de 2012 con Karl Urban o, por ejemplo, Jackie Earle Haley en Watchmen. Es más, desde hace más de una década parece imprescindible que en las películas de superhéroes como Spiderman y compañía, los protagonistas tengan que quitarse la máscara para que veamos que son las estrellas de turno las que se enfundan el traje e intentarnos hacer olvidar la figura del stuntman.
Volviendo a Juez Dredd. Es una lástima que esos problemas de guión, que llevaron a una batalla entre Sly, que quería aligerar el tono serio y violento del cómic, y el director, siendo un conocedor del personaje y sabiendo que la cosa no iba por buen camino, acabaran por ofuscar un diseño de producción soberbio (aunque las vestimentas son tan fieles que parecen más bien cosplays). Incluso Stallone, a nivel físico, es una muy buena elección. Otra cosa es que no tenía ni idea de donde se metía, decía que se había inspirado en Mussolini (¡Olé!). Pese a todo, les acabó saliendo algo más violento de lo que esperaban. Al menos lo suficiente para que la catalogaran "R" (los menores de 17 años tenían que ir acompañados por un adulto), a lo que se dedicaron a recortar escenas para conseguir una calificación más amplia. Calificación que nunca consiguieron, pero el mal ya estaba hecho porque la película había quedado totalmente amputada.
Todo esto no hizo otra cosa que, en el momento de su estreno, la crítica y los fans la pusieran a caer de un burro y en taquilla acabara siendo un descalabro que apenas consiguió recuperar los 100 millones gastados, liquidando cualquier atisbo de convertir el personaje en franquicia cinematográfica. Aun y así, dio tiempo a desarrollar un videojuego para las consolas de Nintendoy Sega de la época. Por su parte, Danny Cannon juró no trabajar nunca más con una gran estrella, lo que unido al fracaso comercial, lo llevó a desaparecer del mapa para hacer la intrascendente y Screamexploitation Aún sé lo que hicisteis el último verano y ¡Goool! (aquella que salía Beckham), acabando en el mundo televisivo, donde produce y/o dirige capítulos de C.S.I., la desaparecida Alcatraz, Nikita o Gotham.
Juez Dredd es un film con un acabado muy bueno (salvando las limitaciones en cuanto a efectos especiales de mediados de los 90), con ritmo, aunque se le nota que ha sido cercenada en la sala de montaje y que faltan escenas para explicarnos porqué los personajes pasan de un lugar a otro en un momento, por ejemplo. Ahora bien, si vamos más allá de una película hollywoodiense y palomitera, y nos centramos en su condición de adaptación del personaje del cómic, en gran medida, es un despropósito que indignará a los lectores. Resultando una especie de remake de Demolition man, con la que comparte partes argumentales idénticas, y otro vehículo del action hero que era/es Stallone.
Una década despuésa Stallone le preguntaban por el film y respondía con un tono de decepción considerándolo una oportunidad perdida, que, según él, le tenían que haber puesto mucho más humor y que no entendía porqué a los fans les irritó que se pasara toda la película sin el casco puesto. Conclusión: ya pueden pasar los años que el tío no se entera de nada. Demasiado botox. Por último, cagarme en Lauren Films con aquella horripilante edición en DVD que no tuvo la dignidad de editarla en formato anamórfico.
Un buen día del 81, Mark L. Lester, que empezaba hacerse un nombre como director, decidió visitar su antiguo instituto, el Monroe High School en la valle de San Fernardo. Su sorpresa fue al comprobar como había degenerado todo. Los estudiantes campaban a sus anchas, habían bandas, los profesores deambulaban por los pasillos sin ningún tipo de autoridad... En ese momento nació Curso 1984.
La película, que según Lester es de la que se siente más orgulloso, acabó siendo escrita por él mismo, John C.W. Saxton (guionista de Cumpleaños mortal y La loba de la SS) y Tom Holland (no el nuevo Spiderman, si no el guionista y/o director de Muñeco diabólico, Noche de miedoo Thinner). La idea era hacer un El justiciero de la ciudad, que en las secuelas acababa retroalimentándose del film del Lester, cruzándose con el clásico Semilla de maldad y con gotitas de La naranja mecánica.
Curso de 1984 narra la historia de un profesor de música que llega a un peligroso instituto para hacer una sustitución. En el centro se topa con un conflictivo chaval que lidera una banda que hace lo que le da la gana en el instituto: atemoriza a los demás alumnos, venden droga, contratan a chavalas para que se prostituyan... todo eso sin que ningún profesor diga ni pío, ya que su condición de menores y la falta de pruebas hacen que la policía no pueda hacer nada. Pero el nuevo profesor no se amedrenta y les planta cara, desatando un guerra muy peluda.
Con reparto muy apañado: Perry King, que venía de Mandingo, Lápiz de labiosy La patrulla de los inmorales; Roddy McDowall (contratado porque Lester le admiraba por su papel en El planeta de los simios) que se zampa todos y cada uno de los planos en los que aparece; Timothy Van Patten, de la saga de los Van Patten, como el malo de la función; y un jovencito Michael Fox (todavía no se había puesto la J.), que fue contratado por su condición de candiense, ya que el film se rodaba en ese país, necesitando un número mínimo de actores de allí. En ese momento Fox apenas había hecho algún telefilm, Locuras de medianochey la primera temporada de Enredos de familia, luciendo en la película una cara de pan como nunca se le había visto.
En la banda sonora tenemos a Lalo Schifrin, que era muy amigo de Alice Cooper y le pidió si podía hacer un tema para la película, dando lugar a I am the Future.
El film, que apenas había costado algo más de 4 millones, tuvo muchos problemas en su distribución en medio mundo por su violencia, lo que hizo que tuvieran que hacer bastantes cortes para que no la catalogasen X (en Europa tuvimos una versión de unos cuantos minutos más que la edición yanki). Aquí ya no era una violencia exagerada, era algo bastante real, que se aprovechaba de esa entradilla al comienzo del film donde se indica que en aquellos primeros 80 se habían producido 280 mil casos de violencia de estudiantes contra sus profesores. Todo muy exploitation. Pero lo que está claro es que Curso 1984 acabó siendo un film profético, adelantándose (o viéndolo venir) a un futuro donde los alumnos hacen los que les da la gana y sus padres prefieren hecharle las culpas al profesorado antes que pensar que su hijo es un ser despreciable. Su andadura por los cines fue discreta por este factor de violencia, pero, como solía pasar en los 80, en los videoclubs encontró a espectadores deseosos de violencia y morbo.
Curso de 1999 (Class of 1999, 1990). Después de una carrera brillante en los 80, Mark Lester entró en los 90 (y en su decadencia) con esta tardía secuela que era más o menos lo mismo pero la bestialidad multiplicada por mucho. A finales de los 90 la juventud ha llegado a tales grados de violencia que las escuelas son prácticamente cárceles. En la más conflictiva de todas, la policía ni se atreve a ir, con lo que tienen que echar mano de la seguridad privada y del gobierno, que prueba un nuevo método insertando profesores que en realidad son robots extremadamente violentos. Si bien los protagonistas son poco menos que meras comparsas, en cuestión de secundarios la cosa cambia totalmente: Malcolm McDowell (en un mini papel que rodó en dos días), Stacy Keach (con unas pintas de espanto), Pam Grier (todavía joven pero lejos de sus gloriosos días de blaxploitation) y John P. Ryan (cara habitual en pelis de la Cannon). Y a partir de ahí poco que destacar en un film flojeras, con alguna idea muy loca como las tetas biónicas de Pam Grier,los robots matando alumnos... pero con demasiadas cosas malas como un ritmo cansino que lastran el visionado. Además que toda su exageración hace que el impacto de la primera entrega acabe volatilizado, siendo esta secuela la otra cara de la moneda, ya que aquí los malos son los profesores. Según Lester, que aquí ejercía de productor, guionista y director, su intención era hacer un cruce entre Semilla de maldad y Mundo futuro, a la par que se subían al carro deTerminator. Pese a ser un film pequeño de escasos 5 millones de presupuesto, no era tan pequeño para su productora Vestron Pictures, más habituada a la modesta serie B y que por la época pasaba por una crítica etapa económica (recordemos que acabó petando en la época de Gnomo cop).Curso de 1999 fue vendida a la Taurus (distribuidora de, entre otras, Campeón de campeones o Los ojos del diablo), que la estrenó en los cines norteamericanos muy de tapadillo, haciendo que la cosa no funcionara en taquilla ni para recuperar la mitad de lo invertido, lo que hacía difícil que la saga se pudiera alargar mucho más. En cuanto a Mark Lester, su carrera cayó a productos de serie B como Little Tokyo. Ataque frontal, para abrazar la decadencia absoluta con subproductos televisivos de dinosaurios y monstruos generados por el CGI más tercermundista para Sci-Fi Channel y su productora Titan Global Entertainment.
Curso de 1999 II. El sustituto (Class of 1999 II: The Substitute, 1994). Secuela de la secuela, una degeneración que ya poco tenía que ver con el original. Incluso, parece que, como pasa muchas veces (Noche de paz, noche de muerte), ubicarla en la saga Curso 19XX es una mera escusa para hacer una película y facturar. Si bien la segunda parte no había funcionado en cines, encontró su lugar en los videoclubs, donde ya cosechó mejores cifras, por lo menos como para hacer una nueva entrega ya directamente para el mercado doméstico y (creo) que aquí ni llegó a salir en vídeo. Volvemos a tener una clase conflictiva y un profesor sustituto que en un principio podría ser otro androide que se dedica a liquidar a los alumnos más cabrones. Mientras tanto vemos a otro tipo que podría ser un policía que le sigue los pasos para detenerlo. Todo un batiburrillo de sin sentidos en una serie Z que a sus poco más de 80 minutos se hace más larga que un día sin pan, en la que al final nos quieren meter un giro de guión para decirnos que el supuesto androide no es tal, si no el hijo demente del profesor que encarnaba Stacy Keach en la anterior entrega, y el supuesto policía que le persigue quiere clonarlo para no se sabe qué. Una demencia dirigida por un tal Spiro Razatos que era un stuntman de serie B, y guionizada por Mark Sevi, que hizo lo mismo con Arachnidde laFantastic Factory. Entre los actores solamente destacar a Sasha Mitchell, que aquí lo hace tan mal como lo hiciera en Kickboxer 2, 3 y 4. Menuda filmografía se ha marcado el colega. Con la decepción de esta última entrega, la saga Curso 1984 descansa en el olvido. Aunque con la inevitable sequía creativa de Hollywood ya ha sonado para un remake, de la que quiere hacerse cargo Mark Lester con un guión que ha escrito su hijo. Veremos qué pasa.