Muy posiblemente Miedo azul sea la gran tapada de la etapa álgida de las adaptaciones de Stephen King. No suele ser de las más recordadas, y muy posiblemente tenga que ver con el hecho que sea una película de hombre lobo, subgénero que ya había tocado techo unos años atrás con Un hombre lobo americano en Londres y Aullidos, y a mediados de los 80 al público poco le interesaban los monstruos clásicos.
Basada en la novela El ciclo del hombre lobo (Cycle of the Werewolf), titulada Silver bullet en su versión original y, ya para acabar de liarlo todo, Miedo azul aquí, que llamaba la atención por las ilustraciones de Bernie Wrightson. La historia era la de Marty, un chaval minusválido que vive en la clásica town norteamericana donde todos se conocen. De repente, comienzan a aparecer gente asesinada, lo que hará creer a la gente del pueblo que hay un asesino suelto. Pero Marty comienza a sospechar que el asesino no es una persona, si no un hombre lobo. Y, como ya nos podemos imaginar, nadie le cree hasta que su hermana comienza a intuir que podría tener razón.
Miedo azul es una de esas películas pequeñitas, que no hicieron mucho ruido, con un reparto muy de serie B (Gary Busey, Everett McGill, Terry O'Quinn, Corey Haim, Lawrence Tierney). Incluso su versión de hombre lobo se ve austera. Y digo se ve aunque realmente debería decir se intuye, porque el licántropo es un visto y no visto. Al parecer el propio Stephen King, que se encargaría personalmente del guión, presionó mucho para que las apariciones de la bestia fuesen muy fugaces. Aun y así, cuando hace acto de presencia, el trabajo de Carlo Rambaldi queda un poco deslucido si lo comparamos con otros licántropos cinematográficos. Y entre italianos anda el juego, porque el film está producido por Dino De Laurentiis, que en la época se embarcó en algunas adaptaciones de King, y, como era habitual en él, montó alguno de sus líos, ya que cuando vio el diseño del hombre lobo dijo que era muy malo y que así no se hacía la película.
Entre tiras y aflojas la preproducción se alargó demasiado, hasta que Don Coscarelli, el director elegido, decidió empezar el rodaje y dejar para el final las escenas del licántropo. Hasta que en algún momento, y harto del productor, se apeó del rodaje, siendo sustituido por Daniel Attias, que con Miedo azul haría su primera y única película, para acabar dirigiendo series de televisión.
El tiempo ha dejado algo tocada a la película y se le ve cierta infantilidad (¿qué pinta todo el rollo de fabricarle una silla de ruedas con más cilindrada que una moto al niño?), no al estilo Una pandilla alucinante, pero los momentos de aventura infantil llegan a sobrepasar los de terror. Pero secuencias como la del puente, por muy chorra que sean y que estén ahí puestas con calzador, siguen siendo pura tensión. Además de tener el detalle que nos deja jugar a saber quién es el hombre lobo, cosa que se agradece. No será la mejor película de hombres lobos ni la mejor adaptación de Stephen King, pero tiene los suficientes ingredientes para alegrarnos un visionado.
Muchos fuimos los que vimos esta carátula en el videoclub y la dejamos de lado dado su poco atractivo. A eso hay que añadirle que en los 90, las adaptaciones de Stephen King estaban de capa caída (al menos en su vertiente fantástica), y muchas nos llegaban directamente a vídeo pero realmente eran miniseries de 3 horas facturadas para televisión, como era el caso de Langoliers, aquella tan mítica con los comecocos que se comen el tiempo. Precisamente el director de ésta acabó siéndolo de Thinner.Tom Holland se marcó un combo difícil de repetir con dos clásicos ochenteros como Noche de miedoyMuñeco diabólico, lamentablemente luego se torció con el bodriete telefilmesco de La suplente y episodios de series para televisión.
Como la Warner había quedado contenta con Langoliers, le ofreció volver a dirigir una adaptación de King, ya fuese La danza de la muerte (The Stand) o Maleficio (The thinner, y firmado bajo su seudónimo Richard Bachman), eligiendo esta última porque pensaba que La danza de la muerta era imposible de comprimir en una sola película. Maleficio llevaba rondando por Hollywood desde hacía una década, pero nunca acabó por materializarse. Quien más cerca estuvo fue De Laurentiis, que había producido Los ojos del gato, Miedo azul o Maximum Overdrive, el debut como director de King.
Billy Halleck es un orondo abogado que tiene un serio problema para controlar su apetito. Las dietas no le surgen efecto, básicamente porque tampoco se esfuerza mucho y no pierde oportunidad de llevarse cualquier cosa a la boca. Una noche, volviendo a casa con su mujer, ésta le comienza hacer un trabajito de bajos, lo que hace el abogado se despiste y acabe arrollando a una vieja gitana. Gracias a sus trapicheos con el juez y la policía local, consigue ser absuelto, no sin antes recibir una maldición gitana por parte del padre de la atropellada que le susurra "adelgaza". A partir de ese día comenzará adelgazar un kilo por día y lo que en un principio parece una bendición pronto será una pesadilla cuando compruebe que le es imposible parar la perdida de kilos.
Como decía antes, con semejante carátula (como muchas de la época y ahí está El aviador nocturno como ejemplo) y que aquí se estrenó muy de tapado, la cosa no invitaba a su visionado. Tampoco ayuda que luce una factura muy de telefilm o de serie estilo Historias de la cripta, cosa no muy descabellada porque Holland había dirigido unos cuantos capítulos de esa serie. Y esa pátina de serie fantástica que hace que la cosa empiece de forma interesante y nos haga gracia ver a Robert John Burke (prota de RoboCop 3 y habitual de los films de Hal Hartley) con un maquillaje de gordo en la línea de "el gordo cabrón" o la Monica gorda de Friends, pero la cosa empieza a decaer rápidamente porque a mitad de metraje la cosa ya no da más de sí. A partir de ahí todo da un vuelco que comienza a dejar de lado su vertiente fantástica y se torna una road movie de venganzas (con Joe Mantegna en plan mafioso de saldo) y locuras, aunque esto último, como otros muchos elementos que flotan por el film, queda muy en el aire.
Thinner acabó teniendo muchos problemas en sus pases previos al estreno, haciendo que las malas opiniones de los espectadores pusieran en alerta a los productores y obligaran a rodar un final no tan deprimente que, por otro lado, era respetuoso al de la novela original. Con lo que al final la cosa tampoco acabó de despegar, pasando sin pena ni gloria en su estreno, pero al menos duplicó los 8 millones de dólares que costó, y con su director renegando de ella. Al menos de su final. En el 2012 Tom Holland estuvo detrás de la adaptación de otro King,La gente de las 10 (The Ten O'Clock People), pero la cosa no cuajó y se quedó en el limbo de los muchos proyectos que no llegan a ningún sitio.
Decía Piquer que él no era de los que se apuntaban al carro de las modas cinematográficas, todo lo contrario, si no que él iniciaba los proyectos antes que nadie, pero que sus dificultades a la hora de materializarlo hacían que llegara el último. Repito, es lo que decía él. Después de los buenos resultados que dio la asociación Piquer- Escrivá-De Laurentiis con Slugs, se pusieron manos a la obra en otro film. Lo que en un principio tenía que ser un film ambientado en el espacio acabó cambiando su localización a la del fondo del mar, según el director porque ya se había tocado demasiado el tema espacial y meter el embrollo en las profundidades era lo nunca visto.Poco sabía (o sabía demasiado) que a la vez que la grieta estaban gestándose un buen montón de proyectos con temática acuática: Abyss de James Cameron, con diferencia la gran triunfadora; Profundidad seis de Sean S. Cunnigham; Leviathan: El demonio del abismo, de George P. Cosmatos, que a la postre también estaba producida por Dino De Laurentiis; y las flojísimas La fosa del diablo y Los señores del abismo.
La historia no tiene ningún secreto de lo manida que está: un submarino de última generación ha desaparecido en las profundidades, así que llaman al tipo que lo diseñó para enrolarlo en una expedición de rescate. Evidentemente lo que se encuentran ahí abajo es algo que no se esperan. Como decía, nada nuevo bajo el sol. Pero es lo que nos gusta de estas series B que están escritas con el mismo patrón, previsibilidad a tope, personajes estereotipados (el prota se encuentra como miembro de la expedición a su ex-mujer por la que todavía siente algo), situaciones mil veces vistas y locuras por doquier. Como ya comenté, a Piquer lo que le gustaba era rodar películas como las que veía de chaval, es por eso que La grieta es una especie de versión de Viaje alucinante (sí, esa que la mayoría conocimos por ser la inspiradora de El chip prodigioso) pero con gore y casquería, además de unos bichejos muy feos. Que, a la postre, son el plato fuerte del film, gestados por Colin Arthur y Carlo de Marchis.
En lo que respecta al elenco, la cosa les quedó muy apañada: Jack Scalia (actor de un montón de teleseries americanas), Ray Wise (que ya lo habíamos visto haciendo de malo en RoboCop y poco después lo veríamos en Twin Peaks), R. Lee Ermey (básicamente conocido por La chaqueta metálica y que, según Piquer, era el peor de los actores), Emilio Linder (que, al igual que en Slugs, le revientan la cabeza), Luis Lorenzo (clásico mariquita de pluma en las comedietas de los 70/80 y que para más señas era el mayordomo que se convertía en hombre lobo en El liguero mágico), Garrick Hagon (el padre al que atracaban al principio del Batman de Tim Burton), Edmund Purdom (que ya lo habíamos visto enMil gritos tiene la noche), Frank Braña (indispensable en cualquier peli de Piquer) y ¡claro que sí! el archiconocido Pocholo, que apenas tiene dos líneas de diálogo y se lo cargan el primero.
La grieta se quedó como una serie B muy agradable de ver, con un ritmo endiablado (al parecer, el propio Dino De Laurentiis se encargaría de quitar 10 minutos de película para hacerla lo más trepidante posible), muchas ideas locas, explosiones dignas de la mejor mascletá y actores tan malos que no puedes hacer otra cosa que cogerles cariño. Con unos efectos muy dignos, salvo la maqueta del submarino que es de los chinos, que hacen acto de presencia en casi todo el metraje y nos dejan con la pregunta de qué nueva idea descacharrante nos van a escupir en la cara.
Aquí superó los 300 millones de pesetas (casi 2 millones de €) lo que ya la convierten en un gran éxito económico, pues había costado unos 200 millones. Además, contó con distribución en Norteamerica de la mano de la Carolco, eso sí, directamente a vídeo. Y es que cuando La grieta hizo acto de presencia a principios de 1990, ya hacía un año que se habían estrenado los Abyss, Leviathan y compañía, lo que hizo que el mercado para este tipo de films estuviera demasiado saturado. Todo ello culpa de Dino De Laurentiis, que teniendo entre manos Leviathan, se dedicaba a pedir más y más borradores del guión porque aquello no le acababa de convencer. Hasta tal punto llegaron que Piquer dejó el proyecto por imposible y se dedicó a mover otras opciones hasta que Escrivá le convenció para retomarlo.
Con Slugs y La grieta, Piquer llegó a su punto álgido en términos artísticos, es por eso que choca que a partir de ahí su filmografía fuese cuesta abajo y sin frenos. Entró en los 90 con La mansión de Cthulhu, un film mediocre con precariedad de medios que da que pensar el porqué pasó de rodar dos películas de bastante presupuesto para lo que se solía manejar y acabó en un berenjenal que salió muy mal parado, pues tuvo sus más y sus menos con Lauren a la hora de la distribución y el film quedó en el limbo hasta que la sacaron directamente a vídeo. Después llegó la decadencia absoluta con La isla del diablo, Manoa, la ciudad de oro y El escarabajo de oro, un triste final para alguien que llegó cuando el fantástico español estaba en decadencia y tuvo que remar contra viento y marea para hacer productos que, si bien a veces no llegaban a los mínimos exigibles, solo el hecho de conseguir realizarlas ya es motivo de elogio.
Después de Los diablos del mar, Piquer Simóndejó aparcadas las aventuras juveniles y se metió en producciones menos costosas, lo que le ayudaba a convertirlas en más rentables. Se apuntó al slasher con Mil gritos tiene la noche, posiblemente su film más famoso a nivel internacional y el que más recaudó (según el propio director, más de 25 millones de dólares solo en USA); Los nuevos extraterrestres debía ser un film de terror pero el productor impuso con calzador la historia infantiloide del niño y el marcianito porque quería chupar de E.T., acabando en un extraño pastiche de difícil digestión; y Guerra sucia se trataba de un thriller puramente alimenticio que, al igual que Los diablos del mar, se hizo para aprovechar material de otros films, y no le fue tan mal pues acabó siendo distribuida por la Cannon en varios países.
Aunque parezca mentira, el director se tiró casi 4 años (no olvidemos que la horribilis "ley Miró" apareció en 1983) hasta que volvió a presentar un nuevo film: Slugs. Muerte viscosa. Y como no, basada en un libro. Pero esta vez nada de literatura clásica. Slugs, el libro, había sido un best seller en Inglaterra años atrás y había llegado a manos de Piquer porque se lo pasó Ian Sera, y viendo que de ahí podía hacerse una monster movie como aquellas con las que pasaba las tardes en los cines de sesión continua rodeado de cáscaras de pipa y olor a morro frito.
Por fortuna para él, su secretaria tenía contactos en un pueblecito muy cercano a la frontera con Canadá y allí se encontró a todo el pueblo dispuesto a colaborar en el film. Además, había escrito el guión junto a su colega José Antonio Escrivá, que aquí ejercía de productor y en la época estaba casado con Francesca De Laurentiis, así que blanco y en botella: los De Laurentiis acabaron metidos en una producción de Piquer. Hay que recordar que este ya estuvo a punto de dirigir para el italiano las secuelas de Barbarellay Orca, pero el fracaso del Dune de Lynch mandó estos proyectos al garete. Como era habitual en Piquer, se hizo cargo de un reparto que mezclaba caras de aquí (Emilio Linder, Concha Cuetos, Manuel de Blas -el francotirador de ...Y si no, nos enfadamos- o Frank Braña) con americanas (Michael Garfield -The Warriors- o Patty Shepard) en su mayoría poco o nada conocidas. Además de sus clásicos Juan Mariné, Emilio Ruiz y Basilio Cortijo en tareas técnicas.
El poder disponer de un pueblecito norteamericano supuso toda una ayuda, pese a encontrarse un gran problema: allí no habían babosas y les estaba prohibido importarlas. Así que tuvieron que ingeniárselas para usar 5 mil babosas de plástico y, una vez terminado el rodaje, volverse a Spain y rodar las escenas que requerían la presencia de los bichos reales.
El film es el típico y tópico que empieza con una parejita haciendo el cafre en un lago para acabar devorados, al menos uno de ellos. Luego tenemos al prota, el tipo que descubre la movida, que intenta que las autoridades y el alcalde hagan algo, pero estos pasan de todo. Con lo que al final tendrá que buscarse la ayuda de un colega y el científico de turno para deshacerse de las babosas. Efectivamente, todos los clichés de cualquier monster movie que se precie.
Slugs es, junto a La grieta, el film más redondo del valenciano. El hecho que la mayoría del rodaje se hiciera en los USA ayuda mucho a hacerla pasar por una serie B americana, además de evitar el exceso de localizaciones interiores, uno de los inconvenientes de este tipo de películas. Con una ajustada duración de menos de 90 minutos, bastante ritmo, algo de sexo y generosidad en cuanto al gore, lo que casi hace que la catalogasen como X en USA, que tiene su momento cumbre con la famosa explosión de la cabeza de Emilio Linder. La cosa quedó muy apañada, siendo un relativo éxito, aunque más bien en su paso por los videoclubs, porque los poco más de 30 millones de pesetas (unos 200 mil €) que hizo en nuestra taquilla no creo que dieran para cubrir ni la mitad del presupuesto, y su distribución internacional (en USA de la mano de la New World). Los ingresos hicieron que se plantearan una secuela hasta llegar a comprar los derechos de la segunda novela, Bredding groud, pero las dificultades para trabajar con las babosas, que se movían de forma tan lenta que sus secuencias son puro stop motion, llevaron al traste cualquier posibilidad por parte de Piquer.
Si bien El escarabajo de oro era la peor película de Juan Piquer Simón, Los diablos del mar es la más mediocre. Un producto insulso, plano y aburridote. Que su única razón de ser fue porque Misterio en la isla de los monstruosno había ingresado lo esperado, con lo que Piquer tiró de su vena recicladora y decidió buscarse una historia que le permitiera reciclar los decorados del anterior film. La escogida fue Un capitán de quince años, otra vez de Julio Verne, que ya había sido adaptada anteriormente al cine. Sin ir más lejos, Jesús Franco lo hizo una década antes, contando entre el elenco con Edmund Purdom, que luego coincidiría con Piquer en Mil gritos tiene la nocheyLa grieta. La historia trata de un grupo de chavales que por las circunstancias se ven dirigiendo un barco y luchando contra una banda que se dedica a secuestrar personas y convertirlos en esclavos.
En resumen, nos topamos con el clásico relato de aventuras africanas que ya en la época interesaban bastante poco a las plateas. En una época en la que las aventuras espaciales y con muchos efectos especiales llegadas desde Hollywood eran el pan nuestro de cada día, llegar con una historia tan típica y facturada con bastante apatía era poco menos que un suicidio en la taquilla. Además que aquí, para seguir con el ahorro, Piquer evito cualquier referencia a lo fantástico, cosa que, pese a que no estuviera en el relato original,a él le gustaba mucho incoroporar. Y como ya era costumbre en él contó con caras bastante conocidas en su filmografía: Frank Braña, Ian Sera, Patty Shepard (una clásica del fantástico español), Aldo Sambrell, Luis Barboo y el propio Piquer haciendo un cameo. Además de una aparición sin acreditar de David Hatton, repitiendo su papel de Misterio en la isla de los monstruos a modo de guiño para los más avispados.
Los cinco minutos de gloria para Piquer
A Piquer le hubiera ido de perlas adaptar El señor de los anillos, pues sus películas aventureras se reducen a gente caminando de un sitio a otro. Mucho paliqueo y, sobre todo, mucha gente andando, andando mucho. Y eso es lo que aquí nos vamos a encontrar. Unido con muchas imágenes de archivos con leones y demás fauna africana, además de ser una película muy racista. Al final la cosa no le salió tan mal a nivel de taquilla, cosechando algo más de 100 millones de las antiguas (unos 630 mil €), lo que era el doble de lo que acabaría costado.
A partir de este Los diablos del mar, que en un primer momento se anunció su rodaje como Un capitán valiente, el director valenciano se adentró en otros géneros, sobre todo el terror, y aparcó durante algo más de una década su pasión por los clásicos de aventuras, hasta que, ya en los 90, rodó sus fatídica triología.
La última película de Juan Piquer Simón es, sin lugar a dudas, su peor film. Mucho se puede criticar a Los nuevos extraterrestres, pero al menos con esta te puedes echar unas buenas risas. El escarabajo de oro sería el último título de esa decepcionante trilogía formada porLa isla del diablo y Manoa, la ciudad de oro. Y, aunque estaba firmada por Vicente J. Martín, fue el director valenciano quien realmente llevó las riendas del rodaje. Toda la esta movida venía dada porque para poder recibir las ayudas (por mucho que el propio Piquer siempre había presumido de no hacer cine subvencionado) una de las tres películas tenía que estar firmada por un director novel. Y Martín, que había estado en La Isla del diablo en tareas de auxiliar de montaje y en Manoa como chico para todo, había hecho buenas migas con Piquer, las suficientes para que este le asignara el papel de testaferro.
La isla del diablo era mala, pero al menos se veía que algo de dinero habían tenido. Manoa estaba un par de peldaños por abajo y los medios se veían menguados de forma alarmante. Y este El escarabajo de oro, que pese a rodarse en 1996 no se estrenaría hasta 1999,sigue cayendo hasta niveles prácticamente amateurs. Es por eso que surgió el rumor que casi todo el dinero se lo habían gastado en el primer film, cosa que podría haber sido una estratagema para intentar que este llamase suficientemente la atención para atraer futuros inversores que, por lo visto, nunca llegaron. Es mi teoría.
Pero las cosas están como están y este último film es deleznable. A nivel estético es muy pobre, los 35 milímetros en la que está rodada parecen vídeo, con escenas rodadas en escenarios naturales que puedan dar el pego de una historia ambientada en el siglo XVIII, como es el caso de esa Albufera valenciana o la fachada de alguna casa de millonetis apolillado. Con actores más malos que unas almendras rancias (la mayoría aparecen en las otras dos películas anteriores y solo nos sonarán Frank Braña y Antonio Mayans), diálogos amateur, una banda sonora que apesta a librería musical, mucho plano general y poco montaje. Parece que lo poco que tenían lo invirtieron en ese escarabajo mecánico que apenas aparece 5 segundos en pantalla. Llama poderosamente la atención que su edición en vídeo, al igual que Manoa, estaba distribuida por ni más ni menos que la Disney, además estar por ahí el logo de Tri Star. Sin duda por algún trapicheo de Enrique Cerezo, que es quien tenía los derechos.
Da mucha pena que el último film de Piquer sea algo tan chusco (quizá por eso no tuvo problemas en que otro firmara el desastre). Vale que todo lo que hizo en los 90 fueran una decadencia anunciada como pocas, pero es muy raro que pasara de hacer SlugsyLa grieta, sus dos films más equilibrados y redondos, a la par que los más caros con diferencia, a tener las penurias deLa mansión de Cthulhu. Es bastante patente que no supo adaptarse a los nuevos tiempos, y si ya en los 70 y 80, con sus muñecos y maquetas, podían en cierta forma competir con la serie B para videoclub llegada desde los USA, en los 90 la brecha era ya insalvable. Quizás, en lugar de haber vuelto a sus aventuras vernianas podría haber subido al carro del éxito de Scream y haberse marcado una secuela deMil gritos tiene la noche o algún derivado. En cambio, quien sí se apuntó al slasher fue Vicente J. Martín, que junto a Pedro L. Barbero parieron esa cosa llamado Tuno Negro. Luego ya se dedicó a dar clases de cine y a escribir libros. Después de El escarabajo de oro, Piquer intentó levantar muchos proyectos como una serie de televisión de terror (13 campanadas), adaptaciones de El guerrero del antifaz y El capitán Trueno (en ambos casos el protagonistas elegido era ¡Michael Paré!), y multitud de locuras más que acabaron diluyéndose como un fartón bañado en horchata. In saecula saeculorum.
Que Piquer Simón volviese a los terrenos de Julio Verne era natural.Supersonic man, pese al éxito comercial, le había hecho pasar por un proceso demasiado duro, a la par que había sufrido en sus carnes las garras afiladas de la crítica. Además que, como acabaría por confirmarse en sus posteriores películas, el director tenía una visión del cine que en aquellos finales 70 y primeros 80 ya estaba desfasada, pareciendo que se había quedado anclado en las ingenuidades que debía ver en su juventud décadas atrás. Regresar a las adaptaciones del autor de 20.000 leguas de viaje submarino era volver a terreno conocido, una zona donde podía sentirse seguro, pues Viaje al centro de la Tierra le había dejado un grato sabor de boca por su masivo éxito, lo que era una excusa perfecta ya que los distribuidores le pedían más películas como aquella.
Misterio en la isla de los monstruos se anunció como una producción por todo lo alto, que había costado 82 millones de pesetas, con un reparto con estrellas internacionales como Terence Stamp y James Stewart, además de Paco Rabal. Luego la cosa acabó con algunas bajas, como la de James Stewart, que fue reemplazado por Peter Cushing, que por la época llevaba varias depresiones a sus espaldas por la muerte de su mujer y aceptaba la mayoría de los papeles que le ofrecían para poder estar distraído y no quedarse amargado en casa. También se apeó Rabal, que, habiendo tenido una lesión, cedió su papel a Paul Naschy / Jacinto Molina, que sólo aceptó para poder coincidir con Cushing. Para su desgracia nunca coincidió con el actor inglés. Y es que todo este elenco no era más que un anzuelo, pues sus papeles se reducían a unos escasos 15-20 minutos en el caso de Stamp y Cushing. Molina salía 5 minutos o ni eso. Resultaba que los protagonistas de verdad era Ian Sera y David Hatton. El primero había sido fichado por Piquer por su facilidad con el inglés, acabando siendo el protagonista de los siguientes 3 films del director. Ya en Guerra suciaestuvo en tareas de producción para luego desaparecer del mapa cinematográfico. Por su parte, David Hatton era una actor inglés bastante conocido en la época por sus apariciones televisivas, con lo que nos deja entrever que Piquer intentó repetir la jugada de Kenneth More en Viaje al centro de la Tierra. Además de estos dos y las breves actuaciones de los Cushing, Stamp y Naschy, teníamos por ahí a Frank Braña, Blanca Estrada (en su último trabajo cinematográfico), Luis Barboo y Anita Obregón.
Misterio en la isla de los monstruos es la primera película que recuerdo haber visto de Piquer. Sería en algún momento del verano del 86 u 87 que la puso TVE-1 un sábado por la tarde y lo único que llamó mi atención fueron los monstruos cubiertos de algas y poco más porque me parece que ni la acabé y me fui a jugar a fútbol. Y si un mocoso de 6 o 7 años de mediados de los 80 pasa de una película de aventuras con monstruitos, malo. El film es bastante flojeras, con un David Hatton haciendo de personaje cómico que acaba siendo sumamente cargante; monstruos plasticosos con los que juegan constantemente con las perspectivas para hacerlos pasar por gigantescos y que, al final, justifican su falta de calidad porque "son obra de un juguetero". Un deus ex machina a la altura del "lo hizo un mago". Pero en la línea de todo el guión, que acaba siendo otra muestra de lo naif que podía llegar a ser el director. Además del propio Piquer, el guión también llevaba la firma de Joaquín Grau, que escribiría las siguientes Los diablos del mar y Los nuevos extraterrestres, y que estaba metido en rollos paranormales como todo el asunto de las caras de Bélmez.
Así se las gastaba Piquer
Como comenzaba a ser habitual en el director, el film se lanzó con un cartel vende-motos, una adaptación en formato comic firmado por Sanchís y un single con una canción de Regaliz. Todo ello ayudaría a que la taquilla fuese bastante buena con unos 134 millones de pesetas (algo más de 800 mil €) recaudados en los cines de aquí, con lo que habría que añadirle las ventas internacionales ya que tuvo distribución de la mano de la Fox. No hay que olvidar que el film fue bastante caro, 82 millones de pelas (casi medio millón de euros), siendo de los presupuestos más altos en este país por aquellos primeros 80. Pero no nos llevemos a engaño. Ya la crítica de la época dejaba patente que la ambición del director era muy superior a los medios con los que contaba y ponían a caer de un burro sus efectos anticuados y el inserto de escenas de otros films. A Piquer se le empezaba a atragantar la crítica.