Las desventuras de la familia Griswold es todo un clásico de la cultura moderna yanki, aunque por estos lares han tenido un tirón más bien limitado. Su primera aventura, Las vacaciones de una chiflada familia americana (Vacation, 1983), aquí ni se llegó a estrenar en cines, y su secuela, Las vacaciones europeas de una chiflada familia americana (European Vacation, 1985), tuvo un estreno en cines muy limitado, donde había grandes urbes como Barcelona que ni llegó a proyectarse. Porque una cosa de la que no solemos acordarnos, más allá de que una película desde que se estrenaba en los USA hasta que llegaba aquí podían pasar varios meses (o años), es que habían algunas que se estrenaban en Madrid y, semanas/meses después, llegaba a Barcelona, por ejemplo.
La cuestión es que ya una tercera entrega, la hoy comentada S.O.S... ¡Ya es Navidad! (Christmas vacation, 1989), también titulada en algún pase televisivo como ¡Socorro! Ya es Navidad, nos llegó directamente en vídeo, luciendo un doblaje de aquellos tan espantosos con voces que no corresponden con los actores. Por ejemplo, al hijo de la familia le encasquetan una voz de niña. Y ya, para marcarme un tirabuzón, a Chevy Chase aquí le pone la voz Luis Varela. En una de las siguientes películas de Chevy Chase,El gran lío (Nothing but Trouble, 1991), que también salió directamente en vídeo, la voz se la puso Juan Antonio Gálvez, que en las primera temporadas de El equipo A doblaba a Fénix, al que en la última temporada le cambiaron la voz y le pusieron la de... ¡Luis Varela!
Volviendo a ¡Socorro! Ya es Navidad. Muchos sabrán aquello de National Lampoon, una revista humorística creado a finales de los 60 por unos universitarios que tuvo tal éxito que propició su extensión al cine con Desmadre a la americana (Animal house, 1978) y un sin fin de comedias que, en su inmensa mayoría, son para olvidar. Hasta tal punto que, desde hace años, la marca National Lampoon es sinónimo de putrefracción. Las vacaciones de una chiflada familia americana nació como narración cómica (Vacation '58) en la revista a finales de los 70 y de la pluma de John Hughes, mucho antes de ser abanderado de las tennager movie 80teras. El relato llamó la atención de un ejecutivo de la Warner que dio luz verde a un proyecto dirigido por Harold Ramis.
Una vez que ya recorrimos los USA y Europa junto a la familia Griswold, poco interés tenía seguir viéndoles en movimiento, así que la nueva entrega tenían que estar en su casa, y nada mejor que ambientar la situación en época Navideña, cuando toda la familia se reúne.
La película, pese a contar con guión de John Hughes (sería la última vez que participaría en la saga) basado en otro relato suyo que publicó la revista National Lampoon bajo el título Christmas '59, es totalmente atroz. Mucho tiene que ver con su realización ultraplana, casi de telefilm, de un debutante Jermiah S. Chechick, que luego haría la bizarra Benny y Joon (Benny & Joon, 1993) y Los vengadores (The avengers, 1998), de la que salió tan escaldado que acabó en la caja tonta.
Los chistes no tienen gracia, los hemos visto mil veces, los actores malos y sosos. Además de tener a Chase y Beberly Angelo como el matrimonio Griswold, tenemos a unos jovencitos Juliette Lewis y Johnny Galecki (el Leonard de Big Bang theory) como sus hijos. Recordemos que uno de los "gags" recurrentes de la saga es que en cada película los actores que interpretan a los hijos son diferentes y en la misma película hacen coña al respecto. También tenemos por ahí a Randy Quaid haciendo del primo tarado; Doris Roberts (la secretaria de Remington Steele); Julia Louis-Dreyfus (Seinfeld) como una vecina yuppie mega moderna que recuerda a los inquilinos de Bitelchús(Beetlejuice, 1988). Precisamente la banda sonora parece los tracks descartados de Bitelchús, firmado por ni más ni menos que Angelo Badalamenti.
Curiosamente en los USA fue la que más éxito tuvo con más de 70 millones de dólares de recaudación habiendo costado apenas 25. Aun y así no deberían tener muchas ganas de seguir con la saga porque la cuarta entrega no llegó hasta 1997. Vacaciones en las Vegas (Vegas vacation, 1997) significó el punto más bajo de la saga, no sólo en cuanto a crítica (como venía siendo habitual en la saga) si no a niveles económicos, siendo la menos rentable de todas. Aquí, evidentemente, llegó directamente en VHS.
La cosa parecía que quedaría olvidada hasta que este finiquitado 2015 resucitaron la saga con una especie de reboot/secuela donde el protagonismo lo recoge con agrado Ed Helms, haciendo del hijo de Chevy Chase (que tiene una pequeña y horripilante aparición). La cosa funcionó tan escandalosamente bien en taquilla que todo apunta a nuevas secuelas.
Como curiosidad, apuntar que existe un spin off,Las locas vacaciones del primo Eddie (National Lampoon's Christmas Vacation 2, 2004), realizada directamente para el mercado de DVD, donde Chevy Chase y su prole ya no tienen cabida, centrándose en la de su primo, Randy Quaid, que sigue siendo el deficiente que era en las anteriores películas. Aquí parece que la influencia de Los Simpson es muy fuerte, pues interpreta a un trabajador de una central nuclear que en época navideña es sustituido por un ¡mono! (sic), que le acaba mordiendo. Este hecho hace que la empresa tema que los demande y le regala un crucero, que acabará naufragando y llegando a una isla desierta. Si la pillas en algún canal mientras haces zapping, no lo dudes y cambia de canal, insensato.
No es muy conocido que nuestro realizador favorito de tierras levantinas
estuvo involucrado en el priner episodio de Alf. Una de esas series de
auge y caída meteórica, de esas que hace volar por los aires los ratings
de audiencia y comienza a escupir merchandising y series animadas a
diestro y siniestro, para luego, pasada la novedad, hundirse en el
fangoso lodo del olvido.
Al parecer, Juan Piquer Simón andaba por esas tierras de Mickey Mouse con sus
bichos de Slugs. Muerte viscosa cuando, a unos cientos de millas de allí
se fraguaba el inicio de la seriedad del peluche venido de Melmac. Dada
su condición de modesta sitcom, a la que sus productores no le daban
demasiadas esperanzas, contaba con el handicap del escaso presupuesto
para rodar una escena donde una nave espacial llegara a la Tierra y una
especie de oso hormiguero saliera de ella.
Uno de los productores era Irving Reuben, que había empezado en el mundo del
artisteo en plaza menores como eran las producciones de Trading Company Limited del productor Dick Randall, que había estado metido en la producción y/o distribución de alguna de las películas de Piquer en los USA, siendo en alguna de estas producciones donde se entabla el contacto Reuben-Piquer, lo que hace que el productor viese en el director al hombre ideal para solucionarle el entuerto de sacar
petróleo de los cuatro chavos con los que contaba. Si había alguien capaz de hacerlo ese era el director valenciano, que ya había hecho aterrizar naves espaciales en Supersonic Man y
Los nuevos extraterrestres.
Así que mientras Reuben se devanaba los sesos se enteró que Piquer rodaba en Lyon, Nueva York, a escasas horas de los estudios donde se hacía lo propio con el pilot de Alf. Así que no desaprovechó la oportunidad para llamar a su viejo colega. Del rodaje del aterrizaje de la nave poco se sabe, salvo que se rodó en un fin de semana y, según algunos, que se llevó a su inseparable Emilio Ruiz para que supervisara algunos trucajes con las maquetas. De todo aquello solamente quedó constancia de la fotografía superior donde Piquer dirigía bajo la atenta mirada de Reuben.
Todo un clásico de la cultura yanki para las fechas navideñas que aquí es completamente desconocido. Jean Shepherd era un todo terreno de la radio y televisión norteamericana que allá por los 60 escribió algunos libros repletos de historias cortas de su infancia, algunos de estos relatos también se publicarían en la Playboy, que llamaron la atención de un director llamado Bob Clark. Alguno sabrá perfectamente quién es, otro le sonará y, seguramente, a la mayoría como si digo Pepito de los Palotes, pero lo que sí es seguro que te habrás tragado alguna de sus películas. Ya sea el slasherNavidades negras (Black Christmas, 1974), su gran éxito Porky's (Porky's, 1982), su gran descalabro con Stallone Rhinestone (Rhinestone, 1984) o un clásico de las aventuras holmenianas como Asesinato por decreto (Murder by decree, 1979). Vamos, el clásico director desconocido para el gran público pero que tiene en su haber una buena ristra de títulos.
Clark se ajuntó con Shepherd para sacar algo de sus historias y, una vez que consiguió un éxito de taquilla (Porky's) y tuvo el suficiente caché para poder llevar a la gran pantalla un proyecto más personal, comenzó a darle forma a esta Historias de Navidad (A Christmas story, 1983). Y ya podemos ver que la distribuidora de aquí le dio una traducción en plural, dando a entender que hay varias historias, cosa que, por una parte es cierto, pero que, realmente, son los avatares de un chaval los días previos a la Navidad.
Ralphie Parker es un niño de 9 años que vive en los USA de los primeros años 40 (aunque la fecha nunca se menciona, lo que ha dado para muchos debates entre los estudiosos del film sobre si acontece en 1939, 1940, 1941...) y está obsesionado con conseguir una escopeta de juguete Red Ryder, y como se acerca el día de Navidad sabe que es el momento justo para conseguirla.
Y, aunque la columna vertebral de la historia es la historia de la escopeta, también nos iremos topando con pequeñas historias que giran alrededor de Ralphie, ya sea con sus padres y la extraña lampara que han ganado en un concurso, los gamberros del colegio o su visita a los grandes almacenes.
Historias de Navidad es un film modesto, de aquellos pequeños que rápidamente nos gana por sus historias tan costumbristas como modestas, que harán que en algún u otro momento nos sintamos reflejados en los personajes. Personajes que ganan mucho por tener a actores la mar de solventes: Peter Billingsley, que luego hizo aquel bodrio de La moto fantástica (The dirt bike kid, 1985) y ahora es un reputado productor de los blockbusters de su colega Jon Favreau; Darren McGavin, el prota de la serie Kolchak (Kolchak, 1974-75) o también visto en el Capitán América (Captain America, 1990) de Albert Pyun; Scott Schwartz, que acabaría siendo recordado por el niño al que se le queda enganchada la lengua en un poste y al que habíamos visto junto a Richard Pryor en Su juguete preferido (The toy, 1982) de Richard Donner, para luego acabar en el porno noventero; y Melinda Dillon, que había estado en Encuentros en la tercera fase (Close encounters of the third kind, 1977) y Bigfoot y los Henderson (Harry and the Hendersons, 1987). Además, un cameo del director Bob Clark y la voz de Jean Shepher, que hace de narrador comom la voz de un adulto Ralphie, recurso que luego sería reciclado en Aquellos maravillosos años (The wonder years, 1988-93).
En su momento la película no tuvo mucha suerte en taquilla, pero poco a poco se fue haciendo un hueco en la cultura norteamericana, siendo editada en ediciones con muchos extras en DVD o Blu-Ray y con su correspondiente pase televisivos por fechas navideñas. Aquí no, no la conoce ni el tato.
Algunos dicen que esta es la adaptación más fiel de un escrito de Stephen King. Mucho tiene que ver que él mismo se encargó de escribir el guión, cosa que puso como condición para dar le visto bueno a la producción, además de exigir que el rodaje fuese en su Mainey, lo que le permitía personarse en cualquier momento.
Seguramente también ayudó el tener en la dirección a una insprada Mary Lambert, que venía de dirigir videoclips (Madonna, Whitney Houston, Mick Jagger) y hacer su debut en el largo con el esperpento Relación fatal (Siesta, 1987), pero que se dejó en casa cualquier tic videoclipero. Y, todo hay que recordarlo, el primer director que estaba planeado que se hiciera cargo de la producción era George A. Romero, de ahí que en la producción estuviese su colega Richard P. Rubinstein.
El matrimono Credd y sus dos hijos se trasladan al pueblecito de Ludlow, donde rápidamente se harán amigos de su vecino. Justo al lado de su casa hay una carretera donde constantemente pasan camiones. Uno de ellos atropella al gato de la hija, lo que hace que su vecino revele que un poco más allá del cementerio de animales hay un terreno que revive los cadáveres que son enterrados.
El cementerio viviente (Pet Sematary, 1989) fue un inesperado éxito, en gran medida porque se alejaba del terror de la época, mucho más efectista y con mucho efecto especial. Aquí la película deja de lado cualquier festival para la muchachada y nos traía una historia muy adulta, con personajes decadentes y tristes.
Aun y así la cosa cuesta un poco de ver. Con un ritmo extremadamente pausado, no es hasta pasada la primera hora cuando llega el climax que durante todo el film nos han apuntado (la muerte del niño y su posterior resurrección). Mientras tanto iremos viendo la triste vida de un matrimonio que se aguanta con hilos.
Sin contar con un reparto demasiado espectacular, del que apenas reconoceremos a Fred Gwynne (Herman Monster),Denise Crosby (Star Trek, The walking death) y una aparición del propio King haciendo de cura, tenemos actuaciones muy solventes, del que destaca a todas luces el pequeño Miko Hughes, que por momentos pone caras de auténtico psycho killer. Lástima que el mal rollo se rompa cuando, en alguna escena, lo cambian por un muñeco la mar de evidente.
También es muy recordado el tema Pet Sematary de los Ramones, que el propio Stephen King, fan del grupo, los había propuesto para que escribieran algún tema para el film.El resto de la banda sonora corrió a cargo de Elliot Goldenthal llena de coros infantiles, que nos recordarán al Danny Elfman de los 90. Curiosamente Goldenthal sustituiría a Elfman en la franquicia del hombre murciélago en Batman forever (Batman forever, 1995).
Cementerio viviente 2. (Pet semantary, 1991). El primer film funcionó bastante bien en taquilla pero sin ser un gran éxito, lo que hizo que Paramount se plantease una secuela siempre y cuando fuese lo suficiente barata. Para ello se pusieron en contacto con Ralph Singleton, uno de los productores del primer film y que acababa de dirigir otro King como es La fosa común (Graveyard Shift, 1990), para que la pusiera en marcha. Lo primero que hizo fue volver a contar con Mary Lambert para que volviera a la dirección. que tuvo que lidiar con la difícil tarea de hacer una secuela de una novela de Stephen King sin que este estuviera involucrado. Edward Furlong es el hijo de una famosa actriz que muere en un accidente en un rodaje, lo que acaba llevándole a vivir junto a su padre, un veterinario con el que se muda al pueblecito que aconteció todo lo sucedido en la anterior película. Allí el chaval es presa de los gamberros del cole, cosa que campeará con la amistad del hijastro del sheriff, que conoce la leyenda del cementerio de animales. Con un presupuesto de unos 12 millones de dólares, la película pasó un tanto desapercibida por la taquilla, apenas recuperando su presupuesto y algún que otro milloncejo de propina. La crítica la puso a caer de un burro y el público no acabó de entender el cambio de rumbo. Lo cierto es que es un film menor, terriblemente mediocre, que se ve lastrado por seguir a una película muy seria y adulta, cosa totalmente opuesta a la nueva entrega, que por momentos parece una de la Troma. Pese a un cast bastante atrativo (Edward Furlong, Anthony Edwards, Clancy Brown, Jared Rushton) la cosa descarrila hasta límites de vergüenza ajena. De ahí que Mary Lambert acabara medio desaparecida en telefilms y series, además de basuras como Leyenda urbana 3 (Urban Legends: Bloody Mar, 2005) o Mega Pitón contra Mega Caimán (Mega Python vs. Gatoroid, 2001).
Corren malos tiempos para Nicolas Cage y sus fans... si es que queda alguno. Lejos empiezan a quedar los tiempos de los papeles que recibían los alagos de la crítica o blockbusters estilo La búsqueda (National Treasure, 2004). Incluso comienzan a quedar atrás los intentos de crear una franquicia con la mamarrachada de El aprendiz de brujo (The Sorcerer's Apprentice, 2010) o la macarrada cachonda de Furia ciega (Drive Angry, 2011). Ahora es época de Caza al asesino (The Frozen Ground, 2013), Tokarev(Tokarev, 2014) o Caza al terrorista (Dying of the Light, 2014), películas por las que pagar una entrada de cine es un sacrilegio, y no merecen más suerte de la que han corrido. Además de tener carteles photoshopeados por el enemigo número 1 del buen gusto, carteles hechos con un "cut & paste" criminal que nos traía a la mente la época de los "direct to DVD" de Steven Seagal una década atrás.
Tampoco parecía que la cosa iba a mejorar con La noche de los desaparecidos (Pay the ghost, 2015), y más cuando se supo que en los USA iba a tener una distribución muy limitada en cines y todo su potencial iba a ser en VOD. Y aquí no íbamos a ser menos y nos llegaría directa al mercado doméstico. Tampoco nos íbamos a perder una carátula de las chungas.
Un tipo de esos que tiene un trabajo de aquellos que le absorbe las 24 horas del día, que le obliga a dejar a su mujer y a su hijo en un segundo plano, pierde a este último durante una fiesta de Halloween. El chaval no aparece y pasa un año. Durante este tiempo, nuestro amigo Cage no ha parado de buscarle y justo cuando se va a cumplir el año, festividad de Halloween, comienza a recibir señales que su hijo podría estar vivo.
Ahí es cuando empieza todo el tema sobrenatural. Porque si alguno se pensaba que esto era un drama de secuestros y esas cosas, nada más lejos de la realidad. La cosa es subirse al carro de los Insidious (Insidious, 2010) y Sinister (Sinister, 2012), pero lejos de ser una película de terror, lo que aquí nos encontramos es una peli de misterio con algún que otro susto de esos que nos meten el subidón de volumen y el careto de un monstruenco en primerísimo plano. Pay the ghost está mucho más cerca de aquella retahíla de terror "adulto" de la década pasada como White noise. Más allá (White noise, 2005), Mothman. La última profecía (The Mothman Prophecies, 2002) o Dragonfly. La sombra de la libélula (Dragonfly, 2002). Aunque se empeñe en saquear a Insidious con esa "entrada" al mundo sobrenatural contra reloj.
Con un Nicolas Cage muy avejentado y fondón, la cosa se aguanta bien porque no llega a los 90 minutos y la trama se va dilatando sin ser demasiado agonizante. Lástima de una realización algo telefilmesca por parte de su director, Uli Edel, un afincado de la caja tonta (Twin Peaks, Historias de la cripta) que había estado detrás de aquel exploitation de Instinto básico (Basic instinct; 1992) de Madonna titulado El cuerpo del delito (Body of Evidence, 1993).
En un pueblo de mala muerte su shabitantes sobreviven gracias a una fábrica téxtil que está infestada de ratas. Un buen día parece en el pueblo un tipo que acepta el trabajo del turno de noche como operario en una de las máquinas de la fábrica. El tipo será reclutado junto a otros trabajadores más para limpiar el sótano, pero lo que se encontrarán allí les hará pasarlo realmente mal.
La fosa común (Graveyard Shift, 1990) significaría la entrada de las adaptaciones de Stephen King en la década de los 90, y, por consiguiente, con producciones mucho más modestas que las de los 80. King ya no funcionaba tan bien en cine, pero seguía teniendo un tirón suficiente para las audiencias televisivas y el boom de los videoclubs. La película aquí reseñada todavía tuvo una carrera en cines, pero pasando muy desaprecibida, apenas consiguió recuperar en USA los 11 millones de dólares que costó y aquí se estrenó un año después que allí y muy de tapadillo.
La cosa no es para menos. Con un director desconocido, Ralph S. Singleton, y un cast en la línea, donde apenas se puede destacar a Stephen Macht, el padre del prota de Una pandilla alucinante (The monster squad, 1987); y un par de papeles secundarios para Andrew Divoff, el malo de Faust; y Brad Dourif, habitual del cine de género.
Tampoco ayudaba mucho que era una serie B de bajos vuelos, donde apenas vemos un par o tres de escenarios y el monstruo final se muestra muy poco y de tapadillo, evidentemente para ocultar su condición de marioneta/animatronic pero de los de saldo.
Como suele pasar cuando lo que se adapta un relato corto, la película denota su condición alargada al máximo. Aquí, una adaptación del relato El último turno (Graveyard Shift), que lo podemos encontrar en El Umbral de la Noche (Night Shift, 1978). Y como suele ser habitual en las adaptaciones de King, nos encontraremos alguna que otra referencia a su obra, ya sea el nombre de la fábrica, Bachman, o a Castle Rock. Es curioso porque su primera mitad, cuando el elemento fantástico está en un segundo plano y el peso cae en la presentación de perosnajes, se aguanta bastante bien, es a partir de ahí cuando la cosa entra en el clímax final y se nota que alargarlo durante 40 minutos se hace pesadito. No es gran cosa, pero tampoco es algo insoportable. Como se suele decir, se deja ver.
Estamos en Halloween y siempre mola eso de meterse un clásico del género entre pecho y espalda. Pero lo que mola más es verse alguna que acontezca en estas fechas, pero la cosa está difícil. Rebuscar entre las que pasan en Navidad es muy fácil, hay tropecientas (a cada cual peor), pero en Halloween la cosa ya es mucho más limitada. La festividad está realmente explotada en las series de televisión (que se lo digan a Los Simpson), pero en el cine hay que rebuscar, rebuscar y aun y así poca cosa hay. Dejando de lado a la saga Halloween (Halloween, 1978) tenemos El misterio de la dama blanca (Lady in White, 1988) o La noche del baile de medianoche (The Midnight Hour, 1985), que es una de las más míticas pese a ser un telefilm. Ya en los 90 la cosa decae hasta cosas poco reivindicables como La leyenda del troll (Ernest Scared Stupid, 1991) u otra con la que guarda muchas similitudes como El retorno de las brujas (Hocus Pocus, 1993).
El film comenzó a gestarse a mediados-finales de los 80, cuando David Kirschner, que venía de escribir Fievel y el nuevo mundo (An American Tail, 1986) o la serie contenedor Despierta peque y al loro (Wake, Rattle & Roll, 1990), le pasó un primer esbozo a Mick Garris, que ya le había dado tiempo a dirigir un episodio de Cuentos asombrosos (Amazing Stories, 1985) y apunto estaba de hacer Critters 2 (Critters 2: The Main Course, 1988), además de escribir Nuestros maravillosos aliados (Batteries not Included, 1988). Aprovechando los contactos que tenían con Amblin, se lo ofrecieron a Spielberg. Paralelamente, el guión también llegó a las oficinas de Disney, que comenzaron a plantearse seriamente producirlo, lo que hizo que Spielberg abandonase el proyecto. Y lo que en un principio iba a ser un telefilm para estrenarlo en fechas de Halloween acabó como una producción veraniega de 30 millones de dólares. A todo esto, el guión original de Kirschner y Garris (que en aquel momento se llamaba Disney's Halloween House) pasó por una docena de guionistas que acabaron por infantilizarlo. Y no es que el original fuese muy adulto, pero la cosa acabó en terrenos de Pocoyó.
En el siglo XVII 3 brujas son condenadas a la horca, no sin antes lanzar un conjuro que les permitirá resucitar cuando una virgen encienda la vela negra que hay en su casa. Ya en el siglo XX la casa de las brujas es un museo, y en una noche de Halloween unos chavales encienden la vela negra, haciendo que las brujas regresen en busca de niños para conseguir la eterna juventud.
Pese acabar siendo una película para cine y con un presupuesto más o menos generoso para una producción infantil, el proyecto acabó en manos de un hombre de la casa como Kenny Ortega, que venía de ser coreógrafo en Xanadú (Xanadu, 1980), Corazonada (One from the Heart, 1981), Dirty Dancing (Dirty Dancing, 1987), La chica de rosa (Pretty in Pink, 1986) o Todo en un día (Ferris Bueller's Day Off, 1986), donde también fue director de la segunda unidad; para debutar como director en La pandilla (Newsies, 1992), musical de Disney con Christian Bale, Robert Duvall y Bill Pullman que fue un estrepitoso fracaso.
Con un reparto encabezado por Bette Midler, Sarah Jessica Parker, una jovencísima Torah Birch y Doug Jones, que, como siempre, va maquillado hasta la médula. Si no te suena por el nombre te sonará por ser el payaso delgado de Batman vuelve (Batman returns, 1992), Abbe Sapien en Hellboy (Hellboy, 2004) y secuela, el fauno de El laberinto del Fauno (2006).
El retorno de las brujas, que tiene unos títulos de crédito calcados a los de La maldición de las brujas (The witches, 1990), es una película extremadamente infantil, de esas que para el que no sea un niño de 8 años se le hará muy cuesta arriba por la poca gracia con la que está hecha, pareciendo casi un telefilm, pese a que tiene un diseño de producción muy vistoso. Un argumento repleto de clichés que nos van a telegrafiar con mucha antelación lo que nos vamos a ir encontrando. Resumiendo, producto para disfrute de los más infantes y una lobotomía para los más talluditos.
En el momento de su estreno pasó bastante desapercibida, dando lo justo para recuperar lo invertido. Pero en su paso al VHS encontró a un público puramente infantil que la recibió con los brazos abiertos dándole cierto estatus de culto. Ese pobre paso por las taquillas, unido a su anterior fracaso con La pandilla, condenó a su director Kenny Ortega a las series televisivas, donde supo encontrar su sitio con productos infames pero que han sabido conectar con el público juvenil del Disney Channel, como es el caso de las tres primeras entregas de High School Musical (High School Musical, 2006) y la reciente Los descendientes (Descendants, 2015).
Lo de Álex de la Iglesia ya era una crónica de decadencia anunciada. Si los
90 los sorteó de una forma brillante (aunque con algún traspiés -Perdita Durango, 1997-), fue
entrar en el nuevo milenio e ir alternando cosas mu ricas (La comunidad, 2000)con cosas
chungas (800 balas, 2002). Ya las últimas películas, desde Los crímenes de Oxford, son
cosas muy poco agradecidas. Su anterior peli, Las brujas de
Zugarramurdi, tenía repuntes, pero también mogollón de altibajos.
Mi gran noche parece, en cierta manera, un spin off deMuertos de risa,
como si hubiera querido colocar la cámara en una de esas grabaciones de
las galas de fin de año que presentaban Nino y Bruno. Y la idea es
interesante, una especie de versión castiza de la claustrofóbica
Treatment shock, pero una cosa es la teoría y otra la práctica.
Lo que nos han vendido como un tour de force entre el resucitado
(cinematograficamente hablando) Raphael y Mario Casas, es, en realidad, una
comedia coral donde esta pareja no tienen mucho más protagonismo que el
resto del cast. Sin ir más lejos, Raphael encabeza los títulos de
crédito, cuando sale bastante menos que Pepón Nieto, indiscutiblemente
(por número de escenas) quien debería encabezar la lista. Pero claro, si
pones a Pepón Nieto encabezando el poster no va al cine ni la cuñada de
Enrique Cerezo, que debe ir gratis, digo yo. Pero (debieron pensar)
lo que nos hará arrastrar público a las masas es vender al cantante de antaño, con su séquito de fans de la tercera edad (y además irá a ¡Qué tiempo tan feliz! a promocionarla) y al mojabragas de turno con las amigas de Hombres, mujeres y su puta madre. Raphael, digámoslo ya, está mal. No es actor y se nota. Pero aun y así
tiene algún despunte que hace que lo salvemos de la quema. No así Jaime Ordóñez.
Actor malo, malo, donde lo haya. Nunca debió dejar el agujero de triste
comparsa de José Mota en sus insufribles y apolillados programas de
gracietas. En cambio, el resto del cast (Nieto, Mario Casas, Tomás Pozzi...) están en
su salsa y no nos darán grima. ¡Hasta Carolina Bang está bien! Su
querido le debe haber pagado algunos cursos de interpretación.
Por lo demás la cinta tiene un guión muy malo. No hay peor cosa que una comedia que no tiene gracia. Que en pleno 2015 De la Iglesia y su guionista habitual Jorge Guerricaechevarría pretendan que haga gracia una parodia del Torero de Chayanne con una letra de chirigota que es digna de La parodia nacional de hace 20 años en Cangrena 3, es de una pereza pasmosa.
Es una lástima que de los pocos directores de la fauna ibérica que ha
mamado cultura popular y no se quedó con el puñetero Billy Wilder, no
saque el potencial que se le supone, con una película que no va a
funcionar en taquilla. Luego, en nada, estrenarán el bodriazo de la secuela de los topicazos de 8 apellidos vascos y lo petará.
Dice el amigo Álex que quiere hacer una nueva cinta de El Santo. Pues muy bien, pero que no cuente conmigo.
La que para algunos es su última película "buena", Roma, año 2072 D.C.: los gladiadores (I guerrieri dell'anno 2072, 1984), su única incursión en la ciencia ficción, parte del exploit puro y duro. En este caso de la saga Mad Max, más concretamente de su secuela, Mad Max 2. El guerrero de la carretera (Mad Max 2: The Road Warrior, 1981), que fue la que puso de moda ese subgénero de cine postapocalíptico que tanto supo aprovechar la escuela italiana. El film de Fulci también chupa (y mucho) de 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, 1981), Rollerball (Rollerball, 1975) y, a nivel estético, Blade Runner (Blade Runner, 1982). En un principio la historia, escrita por las mentes pensantes que estaban detrás de Nueva York bajo el terror de los zombi (Zombi 2, 1979)o1990: Los guerreros del Bronx (1990: Il guerriere del Bronx, 1982), fue ofrecida a Enzo Castellari, pero al final acabó en manos de Fulci.
En el 2072 la televisión poco menos que controla el mundo. El canal Seven Seas comprueba que su programa estrella, "Killer bikes", comienza a bajar sus niveles de audiencia y decide crear un nuevo y sanguinario espectáculo: "La batalla de los condenados", un programa donde los participantes son reos condenados a muerte que lucharan por sus vidas. El ganador conseguirá la libertad. Para darle más chicha al asunto deciden meter en el concurso a una cara conocida. Para ello tiran de Drake, el campeón e ídolo del programa "Killer bikes". Pero como es un ciudadano "normal" no puede concursar, así que el canal de televisión urdirá un complot para acusarle del asesinato de los que mataron a su mujer.
Está claro que si has visto Perseguido (The running man, 1987)todo esto no te será nuevo. Algún avispado podría decir que el film de Fulci bebió de la novela original de Stephen King, pero ésta y la película protagonizada por Schwarzenegger se parecen como un huevo a una castaña. La cosa está clara, el guionista Steven E. de Souza se empapó a base de bien del film italiano.
Y es que la similitudes entre las dos películas van mucho más allá de la sinopsis, compartiendo detalles que casi pasarían desapercibidos. Si en el film americano había unos collares que hacían explotar las cabezas, aquí es lo mismo pero con pulseras. También tenemos una chica que trabaja en el canal televisivo que desenmaraña la farsa ideada por los ejecutivos y que se alía con el protagonista, llegando a participar en el concurso. Lo mismo que el personaje de Maria Conchita Alonso. Aquí, los protagonistas se topan con unos esqueletos a los que se les presume que fueron antiguos gladiadores del concurso, al igual que le pasaba a la cuadrilla de Arnie cuando se topaban con los restos de los que se creían ganadores de ediciones anteriores. Y seguramente se podrían sacar más similitudes entre los dos films, dejando bien claro que los yankis fusilaron sin ningún rubor el film transalpino.
Centrándonos en el film que nos interesa, la cosa se queda en el clásico divertimento a ratos chusco, a ratos salvable que tan bien se le daba a Fulci, que no puede evitar meter (cuando puede) su firma gore, como alguna decapitación o un ojo pinchado cual aceituna dominguera a la hora del vermut. Con un montón de secuencias con maquetas que quieren ir de Blade Runner y se quedan en SuperSonic Man (Supersonic Man, 1979) pero que tienen un encanto difícil de superar. Al igual que su banda sonora, muy moderna para la época y que si hoy en día se marcasen esos temas los Daft Punkla gente mojaría las bragas. Lástima que en el film se abuse en exceso de uno de los temas que, por otra parte, tiene un riff brutal.
Se nota que Fulci dispuso de bastante más dinero del que solía manejar (se habla de algo más de medio millón de euros actuales, en la época mil millones de liras), pero aun y así insuficiente para lo ambicioso del proyecto. Al pasar todo en localizaciones cerradas, salvo la parte del concurso, que sucede en un supuesto coliseo donde no se ve el público, queda todo muy hermético, y echamos en falta algún plano con la gente viendo en su casa el programa. Quedándose la cosa con un par de escenas donde alguna nave voladora recorre una Roma futurista con muchas lucecitas y exceso de flou.
En cuanto al cast, pasaban por allí Jared Martin, un habitual de las series televisivas norteamericanas y que volvió a trabajar con Fulci en Aenigma (Aenigma, 1987); y el siempre entrañable Fred Williamson, en plena etapa italiana.
Decía el propio Roberto Benigni que el proyecto de una adaptación de Pinocho con actores reales se remontaba a los primeros 90, cuando Federico Fellini quería realizarla con él como protagonista. Pero la muerte del director de Amacord (Amacord, 1973) condenó el proyecto al ostracismo, hasta que, a finales de los 90, con un Benigni exultante después del éxito de La vida es bella (La vita è bella, 1997) se lió la manta a la cabeza para retomarlo. Pero claro, después del éxito y los premios, esto no podía ser una película más, tenía que ser algo gigantesco.
La historia del títere de madera que quiere ser un niño de verdad ya la conocemos más o menos, porque la versión deDisney, que como es habitual en la casa, no es demasiado fiel al original, es la que acabó influyendo a todas las que vinieron después, que son un puñado. Muchas de ellas adaptaciones televisivas como: la versión stop motion producida por el duplo Rankin/Bass que aquí nos llegó en los 80 en plena explosión de los videoclubs, Las nuevas aventuras de Pinocho (The new adventures of Pinocchio, 1960); una serie italiana (que luego tuvo un remontaje cinematográfico de 2 horas) donde Franco Franchi y Ciccio Ingrassia hacían de el gato y el zorro, Gina Lollobrigida era el hada y Nino Manfredi era Geppetto, Las aventuras de Pinocho (Le avventure di Pinocchio, 1972); una adaptación televisiva americana en clave musical protagonizada por Sandy Duncan(Pinocchio, 1976) que aquí vimos en VHSy algún pase por las autonómicas; y, cómo no, las versiones anime llegadas desde Japón, Pinocho (Kashi no ki Mokku, 1972) y Las aventuras de Pinocho (Pikorino no Boken, 1976).
Siguiendo con versiones animadas estaba la Filmation (cuando le dio por hacer secuelas bastardas de las versiones de Disney),Pinocho y el emperador de la noche (Pinocchio and the emperor of the night, 1987); un mediometraje de 1984 para la serie de Shelley DuvalCuentos de hadas (Faerie tale theatre), donde el niño de madera era interpretado por Paul "Pee-wee Herman" Reubens. Ya en los 90 tuvimos un exploit de Muñeco diabólico (Child's play, 1988) de mínimo presupuesto como La venganza de Pinocho (Pinocchio's revenge, 1996) de Kevin S. Tenney, director de Witchboard. Juego diabólico (Witchboard, 1986); Pinocho, la leyenda (The adventures of Pinocchio, 1996), aquella dirigida por Steve Barron (Las tortugas ninja, 1990) y con Martin Landau, en la que colaboraba Brian May en la banda sonora y la marioneta estaba creada por el estudio de Jim Henson, que, además, tuvo una secuela, Pinocho y Gepetto (The new adventures of Pinocchio, 1999). O esa versión (no tan) encubierta que es Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence, 2001). Incluso la Cannon llegó anunciar en los 80 un Pinocchio. The robot con guión de Dan O'bannon, dirección de Tobe Hooper y Lee Marvin como Geppetto. Evidentemente no se llegó a rodar un solo fotograma.
El Pinocho de Benigni es una versión bastante respetuosa, empezando por el atuendo que lleva el protagonista, que es calcado a las ilustraciones de Carlo Chiostri para la primera edición de la obra impresa. También respeta su personalidad, siendo un cabronazo que se mete con su padre porque lleva peluca y le
da absolutamente igual que éste acabe en la cárcel por sus fechorías,
maltrata a los animales y quiere matar de un mazazo a Pepito grillo.
Cosa esta última que consigue, siendo fiel al relato original de Collodi. Siguiendo con sus tropelías, el padre vende la chaqueta para comprarle un libro para que estudie en la escuela y lo acaba vendiendo para pagar la entrada al teatro de marionetas. Lo que se dice un auténtico hijoputa. Al final el padre, con toda la razón del mundo, sólo quiere matarlo con sus propias manos.
El film fue una producciones faraónica para los cánones europeos: 8 meses de preproducción, 7 de rodaje y otros 8 de posproducción. Costó 40 millones de euros, siendo la película más cara de la historia en Italia, siendo allí un gran éxito recaudando 25 millones. En USA, con un estreno muy limitado (ya sabemos como son para las películas foráneas), consiguió 4 millones de dólares. Todo eso, más lo que consiguió en otros países, le permitió recuperar los 40 millones invertidos, pero ya daba igual, es muy fácil poner etiquetas y muy difícil desprenderse de ellas. Este Pinocchio ya era conocido como un despropósito y los prejuicios siempre están a flor de piel. ¿Es esta adaptación de la obra de Collodi tan mala como arrastra su fama? No, ni de lejos.
La película es una adaptación bastante fiel, (por lo menos mucho más que la de Disney, que es la que acabó influyendo a las que vinieron después) con un despliegue de medios impresionante. Decorados muy conseguidos, efectos digitales que siguen manteniendo el tipo pese a tener 15 años, un ritmo endiablado y un personaje tan cabrón que uno no puede dejar de tomárselo como un Alvaro Vitali/Jaimito al que le han quitado la libido.
Está claro que con esta película Benigni pagó la factura de La vida es bella. Poca gracia le debió hacer a los yankis su esperpento en los Oscar y le estaban esperando con los cuchillos afilados. Sólo así se explica que en su Italia natal fuera la película más taquillera del momento y recibiera bastantes premios, mientas que, al otro lado del charco, era todo lo contrario. Tampoco debió ayudar mucho que los hermanos Weinstein y su Miramax estuvieran detrás de la producción, y ya sabemos que este par son odiados a muerte por los críticos de allí. Los americanos no entendían que hacía un tipo de 50 años haciendo de Pinocho (se nota que no han mamado El chavo del ocho) y porque no tenía ningún detalle de maquillaje que denotase su condición de marioneta. Tampoco pasó desapercibido su doblaje. Ya sabemos que los americanos no son amigos del doblaje en los films de acción real (para eso compran los derechos y hacen su propia versión) y aquí, queriendo vender la película a un público puramente infantil, y sabiendo de sus limitaciones de lectura, decidieron doblarla y, al parecer, no demasiado bien. Para nosotros la película es una total desconocida. Como solía pasar con las producciones de Miramax, era Lauren Films quien tenía los derechos de distribución, pero pese a anunciarla y a verse algún que otro cartel promocional, nunca llegó a estrenarla debido a sus problemas económicos. Lo que nos perdimos.
Aunque nos pueda parecer que en la actualidad los gimnasios se han convertido en centros de ligoteo y relaciones sociales, es algo que viene de muy atrás. 30 años, por lo menos. Y eso lo vio Aaron Latham, periodista que escribía en la Rolling Stone y le dedicó un artículo al tema llamado Looking for Mr. Body. Dicho escrito acabó siendo la base para Perfect (Perfect, 1985) film protagonizado por John Travolta y Jamie Lee Curtis (preocupada por quitarse de encima la etiqueta de scream queen), lo que tenía que ser la pareja del momento y que hiciera saltar las chispas de sudor y fluidos.
Looking for Mr. Goodbody
Looking for Mr. Goodbody
Looking for Mr. Goodbody
Looking for Mr. Goodbody
Para Travolta significó un fracaso que dejó su carrera contra las cuerdas. El tipo del hoyuelo venía de protagonizar Welcome back, Kotter, una sitcom que aquí no vimos pero que en USA funcionaba muy bien y le empezó a dar fama. Después de algún telefilm (El chico de la burbuja de plástico, 1976) y alguna que otra presencia secundaria (Carrie, 1976), llegaría la fama, el estrellato y la farlopa a cucharadas con Fiebre del sábado noche (Saturday night fever, 1977) y Grease (Grease, 1977). Con semejante combo poco importaba que tuviera un traspiés (más de crítica que de taquilla) como Vivir el momento (Moment by moment, 1978), y más cuando Johnny era un mojabragas que en países como Spain, poner su foto en la portada de cualquier revista de kiosco era sinónimo de agotar los ejemplares. Cowboy de ciudad (Urban cowboy, 1980) significó entrar en los 80 con cierto éxito (aunque más lo fue su banda sonora). Impacto (Blow up, 1981) era volver a las órdenes de un De Palma que venía del éxito de Vestida para matar (Dressed to kill, 1980). Pero esta nueva colaboración, que debía ser un film de bajo presupuesto pero se hinchó ante la llegada de la estrella, acabó como un fracaso económico. Después de 2 años en blanco, la mejor opción parecía una secuela de unos de sus mayores éxitos. Staying alive. La fiebre continúa (Staying alive, 1983) se llevó críticas negativas y nominaciones a los Razzie a mansalva, pero aun y así en taquilla funcionó muy bien. Y si el film dirigido por Stallone dejaba claro aquello de "segundas partes nunca fueron buenas", no le debió quedar muy claro al actor porque su siguiente film era una reunión con Olivia Newton-John, que también había recibido lo suyo con Xanadú (Xanadu, 1980). Tal para cual (Two of a kind, 1983) fue otro quebradero de cabeza en taquilla y en críticas. Su carrera estaba totalmente en entredicho, y más cuando había rechazado protagonizar hits como American gigoló (American gigolo, 1980) y Oficial y caballero (Ann officer and gentleman, 1982).
Y ya, por fin, su siguiente proyecto era este Perfect (Perfect, 1985). Y la idea no era mala, volvería a reunirse con el director James Bridges y el guionista/periodista Aaron Latham, con los que ya había coincidido en Cowboy de ciudad (Urban cowboy, 1980). Lo que sí era malo era todo lo demás. Perfect es uno de esos bodrios 80teros que ni siquiera se salva por reírnos de una estética llena de hombreras y pelos cardados, porque de todo eso no hay. Es curioso, pero estéticamente la película no delata en exceso su condición de 80tera. Por lo demás tenemos una historia totalmente estúpida, donde Travolta ejerce de periodista de la Rolling Stone (una especie de recreación del propio Aaron Latham) que, mientras está detrás de una posible conspiración de un tipo acusado de tráfico de drogas (interpretado por Kenneth Welsh, el Windom Earle de Twin Peaks), decide meterse en un club de fitness para escribir sobre todos los escarceos sexuales de los que lo frecuentan. Y por ahí se encuentra a Jamie Lee Curtis haciendo de monitora, con la que, evidentemente, querrá tener algo más que palabras.
Escenas de ligoteo barato, tipos con bigotes más ridículos que el de Aznar,Travolta y Curtis haciendo clases de pelvis que no acaban nunca... Y así durante casi dos horazas. Decir que el film es malo es quedarse corto. Y no me extraña que le pusieran esa carátula con Johnny moviendo la cintura y sudando, la única forma de engañar al personal era que las fans del tipo cayeran embobadas a sus embestidas pélvicas. La cosa terminó con un fracaso de aquellos bien merecidos. Jamie Lee Curtis no levantaría cabeza hasta Un pez llamado Wanda (A fish called Wanda, 1988), que mira que ha envejecido mal. Su director, James Bridges, haría la farlopada protagonizada por Michael J. Fox, Noches de neón (Bright lights, big city, 1988) y se murió. Por su parte, Travolta caería más bajo con su siguiente película, Expertos (The experts, 1989), que aquí llegó directamente a vídeo. Por fortuna para él llegó Mira quien habla (Look's who talking, 1989) un exitazo que se alargaría con dos secuelas y una serie de televisión. Y después, como ya sabrás, llegaría Tarantino y su Pulp fiction (Pulp fiction, 1994).
Ya hace algunos años, en uno de esos pases televisivos que Telecinco nos brindaba en los primeros 90, y después de bastantes años, revisioné Las aventuras de Enrique y Ana. Y, aparte de quedarme to loco, me dejó chipiriflaútico los parecidos con The Rocky Horror Picture Show (The Rocky Horror Picture Show, 1975). Eso no podía ser casualidad. Años después, cuando llegó internet y nos jodió las vidas, comprobé que las similitudes no solo las había encontrado yo, si no que era algo generalizado.
De sobras conocemos ese boom que asoló la piel del toro con grupos infantiles que vendían cassettes en bares y gasolineras a ritmo sabrosón, y que una cosa lleva a la otra y Boomer no es el único chicle que se estira de forma kilométrica. Todos (o muchos de) esos chavales que cantaban como Farinelli tuvieron sus escarceos con el séptimo arte, y de forma muy exitosa. El dúo Enrique y Ana (uno de esos dúos que hoy serían demasiado mal vistos por aquello de la diferencia de edad) no iba a ser una excepción. Y les debería ir muy bien las cosas a nivel de ventas, porque les hicieron un producto para su lucimiento que contaba con bastantes más medios que las otras películas de la competencia.
Como la mayoría de estos casos, tenemos unos 15-20 minutos a modo de prólogo para explicarnos lo traviesos que son el colegio y que malos son los adultos, que son tipos encorbatados y grises que tratan a los críos como imbéciles, antes de entrar en materia. Claro, meter a Enriquito como alumno ya era demasiado, así que, en una muestra de genialidad del guionista, lo hacen pasar por profesor de gimnasia. Luego lo que todos conocemos. Agustín González totalmente desatada haciendo de mad doctor que ansía una joya que tiene el poder de la invisibilidad y la destrucción, y que se dedica a buscarle las cosquillas a Luis Escobar, el científico bueno que, además, es el abuelo de los protagonistas. Por en medio José Lifante babeando por Amparo Soler Leal,los Coconut, los Punkitos, Pepa Pipa y Joaquín Luqui entre pósters del Puma. Como decía, el film cuenta con medios más que generosos para el tipo de producto que es. El Barón Von Nekruch luce bastantes cachivaches molones. Su estética (y la de todo su séquito) canta mucho que ha recibido la influencia de la versión en carne y hueso deFlash Gordon (Flash Gordon, 1980) estrenada un año antes. Aunque el propio barón se parece mucho al muy posterior Megamind. Incluso tiene un cohete que parece sacado de las páginas de Tintín. Por su parte, Stanley bebe del abuelo Potts de Chitty Chitty Bang Bang. Y hace mucha gracia el momento que llega con una película de sus hazañas en algún país remoto y uno espera que empiece la proyección de Holocausto caníbal (Cannibal Holocaust, 1980).
Estamos ante una de las películas que reune más momentos míticos por minuto. Desde la aparición de los Coconut, con un Achero Mañas que ni pestañea; y el momento apoteósico es, seguramente, ese concurso musical con Pepa Pipi (que parece doblada por Millán Salcedo) y los Punkitos y su Caca, culo, pedo, pis, con una niña que apuntaba maneras para hacer carrera en los puticlubs más selectos. Aquello era todo un guiño a la incipiente movida madrileña que bien merecían haber ganado el concurso, y no la pareja protagonista, que se metían al público en el bolsillo repartiendo discos chino. Ya lo decía Lisa Simpson: está prohibido usar estímulos visuales. Seguramente ese disco chino causaría furor entre la canallada, pero luego eso no daría vueltas ni daría nada. Pero bueno, quien soy yo para criticar nada, que me compré el diabolo porque Rita Irasema y Miliki lo promocionaban en el Superguay y la semana quedó arrinconado criando polvo.
Las aventuras de Enrique y Ana es uno de los pocos productos minimamente dignos de la época y de su estirpe. Con un buen puñado de hits que si fueran en inglés más de uno lo fliparía (hay alguno que parece una mezcla entre Los Pekenikes y Jean-Michel Jarre); un acabado visual a la altura (obra del oscarizado Gil Parrondo); y con un ritmo lo suficiente ameno para que no se nos haga duro el visionado. El film acabó siendo un exitazo que en Spain llevó un millón de espectadores a poner sus nalgas en las butacas de los cines, y las críticas fueron bastante benévolas. Además, Ana Anguita se llevó el premio a la actriz más prometedora en el festival de Montreal. Casi 40 años después, la cosa ha quedado como otra de las muchas bizarradas que campan por la cinematografía hispánica, que, en un ataque de nostalgia, hará que a los que peinamos canas nos entretenga cosa mala. Eso sí, pónsela a las nuevas generaciones y te arrancarán la piel a tiras como poco.