Con los buenos resultados ecónomicos de Star Crash era previsible que Luigi Cozzi recibiera el encargo de exploitear el último hit espacial llegado de Hollywood: Alien. Aunque, contra todo pronóstico, estuvo muy atado de pies y manos.
Más allá de evitar llevar la acción al espacio exterior y centrarla en suelo firme (por aquello de ser sabedor de los límites presupuestarios con los que contaba), poco más aportó. Los productores acabaron por imponerle el "Contaminación" en el título (en origen debía ser únicamente Alien arrives on Earth), cambiaron la localización de Santo Domingo por Colombia para ahorrarse pagar impuestos, exigieron más escenas de acción estilo James Bond (sic) y descartaron las elecciones actorales de Cozzi.
Contaminación: Alien invade la Tierra empieza tal cual Nueva York Bajo el terror de los zombi (Zombie 2 para los amigos). La policía encuentra en NY un barco a la deriva que supuestamente carga café llegado desde Colombia. En su interior encuentran los cadáveres de la tripulación y cientos de una especie de huevos fosilizados de los cuales uno, que ha quedado junto al conducto de calefacción, parece estar vivo. Una vez tenga contacto con las personas hace que a estas empiecen a reventarles el tórax. A partir de ahí entra en escena un equipo gubernamental que sospechará que todo está relacionado con una expedición que tiempo atrás visitó Marte.
Si algo tiene de bueno el film es que sabe gestionar muy bien sus cartas. Nada más empezar ya tenemos un generoso número de torsos reventando (efecto que se repetirá de forma constante durante el metraje, siendo evidente la explotación total de la escena de John Hurt en el Alien original), después pasamos por un valle algo aburrido con toda la trama en Colombia pero que nos dejan gotitas de diversión con más cuerpos explotando y, sobre todo, el flashback de Marte que, la verdad, está muy bien conseguido. Y para el final dejan la aparición de ese gran marciano que Cozzi quiso hacer en stop motion (técnica que le obsesionaba bastante) pero terminó siendo un animatronic que a duras penas funcionaba. Pero la magia del cine hizo su efecto, y gracias al montaje con tomas muy rápidas tenemos un bicho gigante que puede recordar al de Invasores de Marte y que no desentonaría demasiado en cualquier science fiction americana de los 50. Todo ello amenizado con una banda sonora de Goblin.
Protagonizada por un puñado de actores alemanes por aquello que es un coproducción e Ian McCulloch (Zombi 2), Louise Marleau (en el papel que Cozzi quería darle a Caroline Munro) y Marino Masé(Tenebre), que no engaña a nadie con una actuación puramente italiana con aspavientos de brazos continuados y un personaje entre cómico y baboso. Y justamente algo que llama la atención del film es su nulo interés por sacar señoritas ligeras de ropa como era habitual en la época. Teniendo incluso una escena a huevo que sucede cuando la protagonista se mete ne la ducha y alguien deja uno de esos huevos marcianos en el baño.
Los efectos corrieron a cargo de Giovanni Corridori que ya venía con la lección aprendida después de su paso por Zombi 2. Además de tener una filmografía tan llamativa como la que sigue: Tenebre y Opera de Argento; Fuga del Bronx, Érase una vez América, Leviathan, Máximo riesgo y un sin fin más.
Contaminación: Alien invade la Tierra entraría en la primera división de los exploits italianos que por aquí vimos en las famosas cajas rojas de José Frade. No engaña a nadie, pero se empeña en hacer un producto entretenido, que renquea en su parte central, pero que en conjunto deja un buen sabor de boca. Los efectos cumplen e, incluso, el flashback de Marte está hecho con gracejo, el mismo que tiene Cozzi (en nuestra edición firmando como Lewis Coates) al trufar la historia con la ciencia ficción clásica de Invasores de Marte o La invasión de los ladrones de cuerpos. Ojo, todos estas bondades son efectivas si de antemano sabes a lo que te enfrentas y gustas de la buena explotación italiana. Si eres de morro fino mejor pasar de largo.
Como es habitual en cualquier género, el éxito de un tipo de película conlleva la aparición de sucedáneos que, a modo de rémora, intentan rascar algo de dinero. En el caso de Jennifer 8 nos encontramos con el previo triunfo de El silencio de los corderos, que, además de ganar mucho dinero, consiguió que una película entre el thriller y el terror recibiera una lluvia de buenas críticas y se subiera al carro de los Oscar, algo muy poco común.
Bruce Robinson, era un actor inglés que iba asomándose en películas y series haciendo pequeñas y secundarias apariciones, hasta que empezó a meterse en tareas de guión. Sería detrás de la máquina de escribir donde conseguiría notoriedad gracias a firmar el guión de Los gritos del silencio (donde estaría nominado al Oscar) y además dirigir dos comedias ácidas con Richard E. Grant como son Withnail y yo y Como triunfar en la publicidad, que en su Inglaterra natal arrastran estatus de culto.
Viendo la oportunidad de entrar en Hollywood decidió escribir un guión totalmente comercial con la intención que su primera película en USA funcionara lo suficientemente bien en taquilla para que le permitiese tener carta blanca para dirigir proyectos mucho más personales en el futuro.
En Jennifer 8 tenemos a Andy García, un policía de Los Ángeles que se traslada a una ciudad mucho más pequeña. Nada más llegar se meterá en un caso del que acaban de encontrar una mano amputada en un vertedero. Durante sus pesquisas acaba deduciendo que la mano pertenece a una persona invidente y lo enlaza con unos asesinatos ocurridos tiempo atrás del que no se encontró al asesino cuyo archivo se llamó Jennifer y la mano encontrada podría pertenecer a la víctima número 8.
Como he dicho, estamos ante una consecuencia de El silencio de los corderos, pero también ante un proto Seven. Básicamente por la cuestión estética de estar siempre diluviando, lo que le da cierto toque chanante. Pero hasta ahí. Porque Jennifer 8 es un cúmulo de clichés de este tipo de películas: el prota de oscuro pasado que llega a una localidad pequeña y que su modus operandi choca con algunos de sus compañeros; su veterano compañero de rango superior que es un perro viejo y se las sabe todas; el jefe del departamento siempre cabreado con el mundo; la testigo que acaba cayendo a los encantos de nuestro protagonista; pistas falsas y una resolución de “resulta que el asesino es…”.
Pero lo realmente alarmante no son todos esos clichés, que, como hemos visto en otras películas, si están bien utilizados pueden llegar a ser disfrutables, si no un guión totalmente lamentable. No puede ser que todos los descubrimientos de Andy García que hacen avanzar la trama le lleguen casi de forma casual. Si está esperando dentro de un coche se queda mirando a un semáforo y cuando aparece la señal para invidentes se le ocurra la procedencia de la mano amputada. O el momento en el que está en casa del sospechoso y al tumbarse en la cama y mirar arriba se percata que no hay bombillas, señal que en la vivienda reside otro invidente. Además de detalles tan absurdos como que el compañero veterano del protagonista, que se pasa media película dándole la monserga de que no se esfuerce tanto, que no vale la pena reavivar el caso… además de estar constantemente bebiendo y/o bebido.
En defensa de su director y guionista, hay que señalar que, tal como él mismo contaba, el estudio se metió por en medio haciendo de las suyas. Por ejemplo, su idea inicial de tener un protagonista cincuentón (básicamente quería a Al Pacino) se fue al traste cuando le impusieron a GarcíaProblema que se acentúa cuando el guión apenas se adaptó para un actor mucho más joven y queda extraño.
Además de García, tenemos la siempre agradable presencia de Lance Henriksen; Uma Thurman; Kathy Baker en un personaje que durante todo el metraje es totalmente secundario para coger excesivo protagonismo en la resolución; Kevin Conway con su eterno papel de jefe cabreado; y una extra aparición de John Malkovich que casi es un cameo y parece más un favor que le debería a alguien de la producción.
El film fue un fracaso en la taquilla norteamericana con lo que, unido a la mala experiencia con los estudios, hicieron que Bruce Robinson se alejara de Hollywood y se centrara en escribir. Quizá lo más destacable fue In Dreams de Neil Jordan que originalmente estaba planeado que dirigiese Spielberg. Y sería 20 años después que volvería a sentarse en la silla de director después de recibir la llamada de Johnny Depp para que dirigiese Los diarios del ron.
A
mediados de los 80 las adaptaciones de cómic al cine eran poco menos
que inexistentes. El Superman de Richard Donner tenía prácticamente una
década y las secuelas decaían en interés, por no hablar que la cuarta
entrega, producida por la Cannon, que estaba a la vuelta de la esquina y
sería el final de la franquicia durante décadas. El film de Howard el
pato había sido un fracaso estrepitoso y el Castigador/Punisher era una
agradable serie B que era simplemente eso, una serie B que en el mejor
de los casos sacaría algo en su paso por videoclubs. Por lo demás en
televisión apenas quedaban esporádicos telefilms del Hulk de
Ferrigno-Bixby y El gran héroe américano, que jugaba más en la liga de
la parodia cómica. Es por todo ello que, a finales de los 80, una
apuesta por una serie de televisión protagonizada por un superhéroe era
nadar a contracorriente.
Lo
que aquí se conoció como Capitán Justicia nació con el título de True
Believer, luego pasó a ser True Colors y definitivamente estrenada como
Once a Hero, en un proyecto nacido de la mano de Dusty Kay. Producida
por la New World, cuando, precisamente, acababa de comprar una Marvel
con grandes problemas económicos. Cosa a la que no era ajena esta
empresa nacida de la mano de Roger Corman en los 70, aunque por aquellos
días el productor hacía tiempo que había salido de la compañía que
también estaba inmersa en una crisis con una deuda superior a los 300
millones de dólares. Es por eso que es extraño que New World se metiera
en estos berenjenales, sabiendo que la serie solamente le propiciaría
ingresos a la larga, cuando superase los 100 capítulos y entrara en
sindicación.
Para
dirigir el piloto se contrataría a Claudia Weill, que apenas había
dirigido dos largometrajes. Por un lado un film independiente con cierto
culto como Las amigas, que permitió dar el salto a un gran estudio con
Ahora me toca a mí, comedia romántica al servicio de Jill Clayburgh y
Michael Douglas que recibió malas críticas y su rodaje fue un cúmulo de
problemas ante las malas maneras del productor Ray Stark. Esta mala
experiencia le hizo que Weill se alejase del cine y se refugiase en la
televisión.
Para encarnar al héroe
se escogió a Jim Turner, que no tenía una carrera en televisión o cine
que fuese demasiado destacable, y era más conocido en pequeños círculos
por actuar en compañías de teatro o hacer giras con una banda que
tocaban con instrumentos de juguete.
También
contaron con Robert Forster; Caitlin Clarke (la chica de El dragón del lago de fuego), Milo O’Shea (el Dr. Durand Durand de Barbarella),Dianne
Kay (una de las hijas de Con 8 basta), y Josh Blake (el sobrino de los Armonía en Alf).
En la ciudad de Pleasantville
viven multitud de supervillanos. Por suerte para sus ciudadanos el
Capitán Justicia siempre está al rescate de los más necesitados.
Escondido bajo la falsa identidad de un profesor escolar llamado Brad
Steele, nuestro protagonista empieza a tener una sensación de dejà vú en
sus aventuras y comienza a notar que su cuerpo y el del resto empiezan a
desvanecerse. Todo ellos viene dado porque en el mundo real
Abner Bevis, el dibujante de el Capitán Justicia, tiene problemas para
crear nuevas aventuras de su personaje y las ventas han decaído hasta el
punto que la editorial planea la cancelación de su tebeo. Pero nuestro
héroe, siendo consciente de su condición de personaje ficticio, decide
aventurarse en la zona prohibida para llegar a nuestro mundo e intentar
arreglar el desaguisado, sin tener en cuenta que aquí no tiene
superpoderes.
Después
de rodar el piloto y hacer las pertinentes proyecciones de prueba, los
directivos comenzaron a dudar del producto y a verlo demasiado cómico,
así que decidieron prescindir de Jim Turner y contratar a Jeff Lester,
actor con algo más de presencia corporal (pero con un currículum más
pobre) siendo un esporádico secundario en varias series televisivas. Con
el nuevo fichaje se volvieron a rodar las escenas del piloto que
requerían su presencia, haciendo, además, algunos ajustes tan llamativos
como que Pleasantville es una ciudad formada por elementos con estética
de comic en 2D (el mismo recurso que usarían años después en Cool World. Una rubia entre dos mundos). Y también se rodaron los siguientes 6
capítulos que acabarían formando la primera temporada, cada uno con un coste de algo más de 1 millón de dólares, de los que el 80% corría a cargo de la ABC..
El
19 de septiembre de 1987 sería el fatídico día que se estrenó la serie,
siendo un fracaso de audiencia. Entre otras cosas porque varias de las
emisoras de la ABC decidieron no emitirlo porque el piloto les había
parecido muy malo y directamente emitieron episodios de Star Trek. Además, el horario de prime time un sábado por la noche nunca ha sido sinónimo de éxito en la televisión norteamericana.
El 7 de octubre, después
de solo 3 capítulos, la serie sería cancelada definitivamente,
permaneciendo el resto de episodios perdidos para siempre y dejándonos
con las ganas del “famoso” episodio donde Adam West interpreta al actor
que encarnaba al Capitán Justicia en la serie dentro de la serie. Más
meta que eso ya no hay nada.
Además
de no contar con el respaldo de la propia cadena, el público tampoco le
hizo mucho caso. No hay que olvidar que el mundo de los comics en la
época era totalmente de nicho y la gran masa apenas estaba familiarizada
con Batman, Superman y poco más. Si añadimos que estamos en la época
que Frank Miller y compañía estaban lanzando obras que poco o nada
tenían para los más infantes, comprenderemos que Capitán Justicia ni
interesase al público generalista y mucho menos a los fans de las
grapas. Y eso que desde Marvel lo intentaron, lanzando un cómic que
llegó a adaptar el piloto pero que se quedó en apenas 2 números
publicados.
Curiosamente
aquí nos llegó directamente a VHS el piloto de la mano de José Frade,
no podía ser de otra forma estando detrás la New World, con la que debía
tener algún acuerdo porque en aquellos años distribuyó muchísimos de
sus títulos (Transilvania 6-5000, Vamp, Se busca vivo o muerto…), con el
título de Capitán Justicia. Pero lo más fascinante es que el piloto que
nos llegó fue el primero, el protagonizado por Jim Turner cuando se emitió bajo el título de True Colors y antes de
que añadieran los decorados en 2D. Además, se conservó un prólogo con una falsa entrevista a Stan Lee. Cosa muy extraña ya que en USA y
otros mercados también se llegó a editar el piloto en VHS pero sería la
segunda versión ya con Jeff Lester como protagonista.
Después
de unas cuantas décadas el personaje ha quedado totalmente en el olvido
y seguramente descansa en el limbo que Marvel tiene reservado a los
personajes ninguneados. Está claro que al no llegar a tener ni siquiera
una temporada completa nadie le da cancha ni siquiera como elemento
curioso más allá de alguna entrada en algún blog, lo que significa que
nunca tendrá ni una aparición esporádica en algún cómic y mucho menos en una serie o película.
Que en los 60's o 70's aparecieran explotaciones de James Bond era totalmente normal y habitual, pero que pasase a mediados/finales de los 80 era algo muy raro. Es el caso del personaje Duncan Jax, que su condición de rémora del agente doble 0 más famoso del mundo es más que evidente en su primera aparición cinematográfica, pero que perdería bastante en se segunda entrega, acabando más cerca de Doc Savage. Pero empecemos por el principio. Y para hacerlo hay que hablar de su director Worth Keeter, que empezó como electricista a finales de los 70 en E. O. Coporation, compañía afincada en Shelby (Carolina del Norte) de Earl Owensby (conocido como el Roger Corman redneck) especializada en producciones de bajo presupuesto, donde Keeter rápidamente ascendió a vice presidente de la compañía además de dirigir varios films. Sus primeros trabajos como director serían en formato 3D, adelantándose a la moda de producciones tan famosas como Viernes 13 3D, Tiburón 3D o Amityville 3D, entre muchas otras. Ya en 1990 decidió dar un paso adelante en su carrera y se mudó a Los Angeles en busca de oportunidades en los grandes estudios, donde participaría en algunos thrillers como ayudante de dirección o como director, para, finalmente, recaer en Saban Entertainment y dirigir multitud de episodios de Power Rangers, VR Troopers o Beetleborgs.
Pero lo que ahora nos interesa son las dos aventuras de Duncan Jax, su intento de parir un personaje franquicia para intentar dar el pelotazo.
La maldición del ídol (Unmasking the Idol, 1986). Lo más normal en la época del videoclub es que la carátula nos quisiera vender una moto que luego no era. Imágenes de una espectacularidad que no encontraríamos en ninguno de sus fotogramas. Curiosamente en la cinta que nos ocupa es todo lo contrario. Es parca y simplona (todo lo contrarío de la carátula inglesa que tienes más abajo) hasta el punto que más de uno no la alquilaría por su simpleza, pero que lo que nos depara tiene mucho más gracejo. Y aunque entre la tradución patria y la imagen lo normal es que pensáramos que estábamos ante un Indiana Jones exploitation, lo que realmente teníamos delante era un Bond exploitation. Al menos en parte. Duncan Jax es un experto agente secreto que siempre va acompañado de un papio, también conocido como mono babuino. En esta ocasión se las verá con una organización de ninjas que están acumulando oro para comprar misiles nucleares y desencadenar la tercera guerra mundial.
Nada más empezar tenemos a modo de prólogo a nuestro protagonista con disfraz de ninja ideando un complejo robo del que escapará en globo, para seguidamente pasar a unos títulos de créditos con fondo musical que sin ningún tipo de complejo nos lleva al terreno de James Bond. A partir de ahí tendremos a Duncan Jax en una isla con guarida secreta incluida desbaratando los planes de los malos. Con un montón de decorados bastante conseguidos, que aunque se les nota su condición artificial tienen el gracejo de la serie B de antaño, escenas de acción más que aceptables y al mono haciendo constantemente corte de manga, nos topamos con una producción muy agradecida, de las que mezcla a los agentes secretos con ninjas y locuras pulp como malos con guarida secreta y foso de cocodrilos donde tiran a los que les plantan cara. Muy recomendable para los nostálgicos de la acción estilo a la vieja escuela y los tebeos de papel barato.
La orden del Águila Negra (The Order of the Black Eagle, 1987). En esta nueva aventura, nuestro héroe se las verá con una sociedad secreta de nazis que tienen a Hitler crionizado y tienen un arma capaz de destruir todos los satélites del planeta. Pese a que no tenemos un prólogo JamesBondiano, nada más empezar nos topamos con la clásica escena donde Duncan recibe un montón de gadgets inverosímiles de la mano de una suerte de Q asiático. Pero a partir de ahí va a virar a una suerte de El equipo A, ya que en la aventura se van a unir un equipo de mercenarios, cada uno especialista en algo, que realmente son un poco esterotipos mil veces visto. Lo que unido a la poca pericia de sus actores, no dean un poco igual más allá de las risas por sus diálogos y comportamientos estúpidos.
No está demás mentar el cambio del protagonista, que deja de lado su estética ninja de la anterior película y tiene un comportamiento de chulo playa que incluso le da cierto toque desagradable. Al parecer esta segunda entrega tuvo un presupuesto similar a la anterior, pero invirtieron mayor parte en explosiones y los decorados se vieron ninguneados, lo que hace que la película no sea tan disfrutable y se convierta en un episodio de El equipo A con multitud de coches explotando y militares saltando en contrapicado, lo que le hace bajar algunos enteros respecto a la primera entrega.
Y con esta segunda entrega moriría el personaje de Duncan Jax. Por su parte, el actor Ian Hunter (pseudónimo de Louis Dula) haría sus dos únicas incursiones en el cine y se dedicó a la pintura y el director Worth Keeter pondría rumbo a metas más importantes como dirigir a los Power Rangers.
Clásico de la serie Z que muchos conocimos por la loquísima carátula de Ízaro-Cannon, que se limitaron a su distribución.
Un grupo heavy (aunque las canciones que tocan tienen poco de ese estilo) llega a Grand Guignol, un pueblo de habitantes muy cerrados que nada más verlos prohiben su concierto. Por ahí tendremos abuelas lobo que fornican en presencia de sus nietos, nazis asilados, familias matarife, canciones que reviven a los muertos...
En definitiva, una historia de esas que cada cinco minutos te meten una locura más chiflada que la anterior. Todo ello con escasez de medios, maquillajes a base de polvo talco porque los "actores" querían salir guaepetones, poca y mala iluminación... Vamos, serie Z en todo su esplendor. A todos estos elementos hay que añadir un montaje loquísimo donde meten insertos que no vienen mucho a cuento, dejándonos la sospecha que detras de la producción habría alguna movida.
Y efectivamente, así es. Hard Rock zombies en origen era una falsa película de 20 minutos que se proyectaba dentro de American Drive-In, otra zetada del mismo director (básicamente un American Graffitih low cost), de la que alguien pensó que sería buena idea poner más dinero para convertirla en un largo con vida (es un decir) propia. Detrás de esta pantomima de rockeros de bigotillo lampiño, zombies, mujeres lobo y nazis tenemos a Krishna Shah un indú afincado en USA que, en esencia, solo parió basura y fracasos económicos pese a que siempre estaba vendiendo proyectos como si fueran lo más grande parido en Hollywood.
Otros nombres que nos pueden interesar son los de Phil Fondacaro(Troll o cualquier peli que salgan enanos), el maquillador John Carl Buechler (director de Troll y padre de los Ghoulies), el productor Sigurjon Sighvatsson (que ha estado detrás de cosas tan variopintas como Corazón salvaje o Candyman), o Paul Sabú, que aquí se encarga de la banda sonora y es hijó del famoso Sabú protagonista de El ladrón de Bagdad.
Mucha gente ha creído ver en Hard Rock Zombies una película de humor negro, que parodia el género y mil locuras más, pero que no te engañen, es una película zarapastrosa que solamente funciona para reirte de ella. ¿Que arrastra cierto culto? Sí, ¿y?
Después del resurgimiento de Disneygracias a La Sirenita, su modus
operandi fue seguir el mismo esquema: estrenar una gran producción animada con muchas canciones anualmente dándole estatus de "peli acontecimiento". ¿Pero qué pasaba con las producciones de imagen real? Pues que no acababan de funcionar. Intentaron meterse en adaptaciones de cómic con Dick Tracy o Rocketeer, pero o no eran éxitos tan grandes como esperaban o directamente fracasaban.
Algunas tuvieron más o menos aceptación en cines pero en videoclub vivieron una segunda juventud que les permitió llenarse un poco los bolsillos (El retorno de las brujas) o, incluso, tener secuelas (Colmillo blanco, Somos los mejores). Pero sí, muchas morían en el camino. Es el caso de Capitán Ron, uno de esos films que pinta a que a nadie le importaba lo más mínimo.
Martin Short interpreta al clásico padre de familia topeyankie que es un trozo de pan y está aburrido de su monótona vida en la ciudad. Para su fortuna un tío lejano muere y le deja en herencia un cochambroso barco que tendrá que ir hasta el Caribe a buscarlo. Y ya que no tiene ni idea de manejar la nave contrata los servicios de un borrachuzo marinero de nombre Ron Rico.
Realmente el esquema lo hemos visto en infinidad de ocasiones. Básicamente un pez fuera del agua (Short) al que le puede la ilusión mientras choca con la tosquedad del capitán interpretado por Russell, que acaba por engatusar a la familia del primero. El protagonista de La cosa es lo poco salvable de la cinta, interpretando un personaje estrafalario que le da el suficiente margen para divertirse y salirse de sus más clásicos action hero. Salvo el tándem Short-Russell no se puede destacar mucho más en el cast. En cambio, en la dirección ya nos llama más el nombre de Thom Eberhardt, responsable de un par de títulos tan llamativos como Sin pistas y la cult movieLa noche del cometa, que es por la que su nombre sigue más o menos sonando entre el fándom. Además de ejercer como guionista de Cariño, he agrandado al niño. A partir de mediados de los 90 cayó en series y telefilms para desaparecer definitivamente del mapa hace más de una década.
Capitán Ron es un producto muy de su época, de esos 90 de ni chicha ni limoná que para intentar divertir a pequeños y mayores tiraba por el camino del medio y no hacía gracia a nadie. El ejemplo más claro es una escena entre Martin Short y su señora en la ducha del camarote, en la que a ella (o su doble de cuerpo) se le medio ven las ubres, que hizo que Disney frunciera el seño y la estrenara en USA bajo el sello de Touchstone y sin demasiada promoción, condenándola a desaparecer rápidamente de la cartelera. Aquí llegaría directamente a vídeo con un doblaje acartonado de esas que las voces, pese a ser de actores de primer nivel, no pegan nada con los caretos que aparecen en pantalla.
La aparición de Scream y su posterior éxito propició el resurgimiento del slasher con Leyenda urbana, Un San Valentín de muerte... pero eso sí, todo mucho más limpio y pulcro, con ausencia de sexo y todo más controlado para abarcar el máximo público posible. Aquí no seríamos ajenos a ese éxito y aparecieron abortos patrios como Más de mil cámaras velan por tu seguridad, Tuno negro, El arte de morir o School killer.
Un grupo de jóvenes llegan a una escuela abandonada a pasar la noche. Allí empiezan a escuchar ruidos y ver personas. En un principio creen que otro grupo de chavales les están gastando una broma, pero cuando cuando uno de ellos desaparece y encuentran su cadáver intentarán escapar del lugar.
Si bien School Killer está dentro del pelotón de las películas antes mentadas, su inicio empezó muy pronto, a principios del 1998 cuando la productora Dos orillas encargan un guión a Tino Blanco (futuro guinosta de Cruz y Raya.com) y Mercedes Hogueras. Hago un paréntesis para remarcar que la productora solo hizo dos largometrajes: el aquí mentado y ¡chorprechá!El forastero. Los guonistas buscando por el prehistórico internet de la época se topan con la historia de una muchacha que había sido asesinada junto a cuatro amigos en un colegio abandonado. Buscando información sobre estos hechos solamente encontraron un sumario cerrado donde se culpaba al vigilante del lugar. A partir de ahí "virgencita dame inspiración".
Dirigida por Carlos Gil, que hacía su debut en la dirección de largometrajes (ya había hecho televisión). Pese a ser su estreno este señor tenía detrás un currículum dirigiendo segundas unidades verdaderamente envidiable: Indiana Jones y el Templo Maldito y La última cruzada con Spielberg; Las minas del rey Salomón y Delta Force de la Cannon; o Nunca digas nunca jamás.
Es por esa trayectoría que cuesta creer que pariera una película tan espantosa. Pero espantosa de aquellas que roza la línea de la parodia y te lo acabas pasando mucho mejor que si nos encontraramos ante un buen slasher (si es que alguna vez ha habido uno realmente bueno). Nos encontramos todos los clichés a la hora de crear los personajes: el graciosillo del grupo, el que los lleva al lugar y sabe lo que pasó años atrás, la que es experta en el más allá y tiene respuestas para todo lo que pasa, la que va de dura, el que casi no dice nada y que en algún momento apuntan como el asesino... Además de los famosos momentos donde toman la idea de seperarse del resto del grupo para minutos después... ¡tachán! aparecer muertos. Cualquier cliché del slasher lo tienes aquí al dente.
El elenco está sacado de aquellas series juveniles de la época como Al salir de clase: Carlos Fuentes (uno de esos nombres que parecía que llegaría algún sitio y hoy está missing), Zoe Berriatúa, Manuela Velasco (mucho antes de Rec y cuando presentaba videoclips en Los 40 de Canal Plus), Olivia Molina (hija de), Carmen Morales, el Dj Kwenya Carreira, Sergi Mateu (habitual en series de Tv3 y no sé muy bien que pinta aquí) y Paul Naschy / Jacinto Molina en la época que se dedicaba a rajar de toda la industria y la mano negra que no le daba papeles y de lo muy reconocido que era en el extranjero y blao, blao, blao... Todos ellos con interpretaciones muy intensas a la vez que risibles. A este detalle hay que añadirle que la película no tiene sonido directo y se dobló, lo que pega un cantazo muy fuerte cuando alguno de los actores no lo hace él mismo y le ponen una voz que reconoces como la de algún personaje de dibujos animados.
A la producción se le nota su modestia, siendo rodada en un hospital abandonado en la sierra madrileña donde acontece toda la acción y con algún que otro maquillaje resultón. También se le nota (y mucho) la época de realización, cuando empezaba a pegar fuerte lo digital, que permitía facilmente hacer una edición llena de cortes a tutiplén. Aquí el caso es sangrante porque está trufado de infinitos flashbacks de lo que hemos visto 3 minutos antes.
Como era de esperar, la película se llevó críticas sangrantes nunca mejor dicho) y fracasó en taquilla, donde apenas recaudó 130 millones de las antiguas pesetas (unos 800 mil euros) muy lejos de lo que hacían Tuno negro y compañía, que triplicaban lo ganado. Así pues, School killer sería el carpetazo definitivo para el spanish slasher.
Un año después, Carlos Gil estrenaría Alas rotas, un Top Gun cañí con Carlos Fuentes, Ana Álvarez (Aquí huele a muerto), Jesús Cisneros, Ramón Langa yMonica Van Campen (sí, enseña las campens y lo de abajo). El film fue un fracaso aun más estrepitoso que apenas recaudó 250 mil euros y eso que trincó más de medio millón de subvenciones. Un pufo de los guapos.
School killer ha quedado muy olvidada, al igual que el resto de sus compañeras en aquella ola del spanish slasher (si es que existe el apelativo). Y no es para menos, son subproductos que ni siquiera pueden rescatarse por un cuestión estética como el fantaterror de los 60/70 (ojo, por una estética que es la que había una época, porque la mayoría son igual de zarapastrosas), pero no se les puede negar que son hijas de una época muy concreta por sus formas y sus caras juveniles televisivas. Igual dentro de 10 años alguien las reivindica.
Solo en los 80, en pleno boom de los videoclubs, podía llegar a nuestro mercado (incluso se emitió en TVE a mediados de los 90 a las tantas de la madrugada) un film básicamente amateur, rodado en 16 mm y con el gore más cafre que había en aquellas. Slime city, en su versión original, sería el debut en la dirección de Gregory Lamberson que, pese a contar con escasos 21 años, ya había trabajado como director de producción en La venganza de los zombies.
Lo que aquí recibió el título de Despedazator (por aquello que estaba de moda todo lo que acabara en "ator" —Terminator, Re-animator—) es casi una versión cafre de El quimérico inquilino, (aunque su director dice que fue La semilla del diablo la que le influyó), que, en cierta medida, tiene que ver con su experiencia cuando pasó de vivir en su natal Gowanda, un pueblecito de menos de 3000 habitantes, a aterrizar en Nueva York, donde su piso de estudiante estaba rodeado de yonkis, prostitutas y gente poco recomendable. La historia que nos cuenta está protagonizada por un estudiante que alquila un apartamentucho y se topa con unos vecinos bastante fuera de lo normal. Estos realmente forman un culto y pretenden convertir al estudiante en la reencarnación desu lider.
Rodada en 1986 durante un mes y con un costo total de 50 mil dólares (de los que 35 mil se usaron en alquilar una maquina de edición) que llegaron de los ahorros de sus amigos. La producción quedó congelada durante su edición, ya que Lamberson se fue al rodaje de Síndrome Plutonio requerido por su colega Scott Coulter (que había estado detrás de los efectos de Despedazator), donde quedaría acreditado como asistente de dirección y dirigiendo parte del metraje. De ahí pasó hacer las mismas funciones en Brain Damage de Frank Henenlotter(Baskecase). Cuando por fin pudo volver para acabar la edicion de Slime city el dinero se había acabado y tuvo que esperar a vender los derechos de distribución en el Reino Unido para poder finiquitarla. En USA se pudo ver proyectada algunos fines de semana en las sesiones de medianoche de Nueva York. En un primer momento iba a tener distribución de toda una clásica de la serie B como la Vestron, pero justo tuvieron un pelotazo en taquilla con Dirty Dancing y quisieron dejar atrás el lanzamiento de títulos de bajo presupuesto. Un año después, tendría su lanamiento en VHS, su verdadero medio, donde conseguiría cierto culto.
Aun y siendo una producción hecha entre amigos podemos encontrar nombres que luego harían carrera en títulos muchos más grandes, como son los responsables del maquillaje: Scott Cuolter (Cementerio de animales, El cuervo, Los mercenarios),Dan Frye (Resident Evil, Capitán América, Juego de Tronos) y Tom Lauten (Pesadilla en Elm Street 4, King Kong de P. Jackson). O el operador de cámara y, sobre todo, especializado en el uso de la steadycam, Jim Muro (Spookies, Abyss, Terminator 2, Titanic) y director de Street trash.
Despedazator es de esas películas que tienes que ir preparado para verla. Su condición zetosa lo llevan al terreno amateur, con lo que su realización de muchos tiempos muertos y los diálogos puramente sonrojantes hacen que no sea apta para todos los estómagos. Los encuadres son tercermundistas, tal y como reconoce su director. Aunque en su defensa dice que estaban hechos de esa forma para posteriormente recorta arriba y abajjo en un transfer ampliado a 35 mm, cosa que nunca sucedió dado lo caro del proceso. Básicamene hubiera duplicado el presupuesto.
Hasta que llegamos al último cuarto de hora, todo un festival de efectos de bajo presupuesto que nos harán reir con un cuerpo amputado al máximo. Este climax final es lo más recordado de la película y por lo que ha resistido estas décadas. Aun y así no puedo dejar de comentar las escenas en blanco y negro que forman parte de los sueños del protagonista que parecen una mezcla entre el Lynch de Cabeza borradora y Bergman. Ver para creer.
Un plato no apto para todos los paladares. Hay que saber qué es lo que se va a ver y esar preparado para el cine trash puro y duro. Pero aun y así, el divertimento está asegurado.
Todo ese anticine no le ha impedido seguir siendo recordada hasta el punto de tener edición en Blu-Ray o estar disponible en plataformas como Prime Video (al menos en USA).
¿Y qué fue de Gregory Lamberson? Intentó seguir en el cine pero nunca pudo librarse de la serie Z. Visto lo difícil que lo tenía para vivir del cine adaptó algunos de sus guiones no producidos a formato novela, que le fue medianamente bien. Al menos lo suficiente para vivir de ello, con lo que inicio una trayectoría como escritor con más de una docena de novelas a sus espaldas. Con el paso del tiempo y viendo la legión de fans que arrastraba Despedazator, rodó una secuela-precuela en 2010 titulada Slime city massacre, que evidentemente no tuvo ningún tipo de repercusión.
Considerada por muchos como la mejor película de Carpenter, es, a la vez, su fracaso más recordado pese a que desde mediados de los 80 la mayoría de sus películas lo han sido. En su momento destrozada por la crítica, que básicamente la ponían como una excusa para rodar un festival de efectos especiales sangrantes. Un poco lo que ha pasado con las nuevas versiones/remakes, que se siempre se dice de ellas que solamente aportan efectos especiales de la nueva hornada.
Después de los éxitos en taquilla de Halloween y 1997 Rescate en NY, a Carpenter le llegaba esta propuesta que le permitiría dar el salto para trabajar con un gran estudio (Universal) en una producción de generoso presupuesto, y, además, siendo una nueva versión del relato Who goes there? de John W. Campbell Jr. que se había materializado en El enigma de otro mundo, uno de los films favoritos de Carpenter. Rodada entre localizaciones reales de Alaska y estudios hollywoodenses debidamente acondicionados para estar a temperaturas muy bajas, la producción haría estragos en la saludo del propio director, del que se dijo que cogió un cáncer de piel; y de Rob Bottin, que en aquel momento apenas contaba con 21 años de edad y, ya habiendo demostrado sus dotes en Aullidos, se cargó a las espaldas un montón de maquillajes y animatrónics que lo llevaron al colapso y tuvo que ausentarse un tiempo del rodaje. A su ayuda salió todo un Stan Winston sin acreditar.
Pese a sus 40 años, La cosa sigue manteniendo muy bien el tipo. Nadie como Carpenter para filmar a un grupo en un lugar cerrado (tan cerrado como pueda entenderse el desolado paisaje de la Antártida) envueltos en una situación extrema (un alien que despierta de su letargo congelado). Al igual que sus efectos de maquillajes y animatrónics. Todo un show visual con multitud de transformaciones y mutilaciones que dieron mucho de qué hablar en su día. Sin ir muy lejos aquí tuvimos la anécdota que se emitieron algunas escenas subidas de tono sangriento durante el telediario del mediodía para comentar el inicio del festival de Sitges 1982 y se montó una buena. En cambio, hay algún momento con croma (como la escena de un grupo cuando descubren la nave) que baja muchísimo el nivel. Por suerte, apenas hay este tipo de efecto.
Nunca está de más comentar la banda sonora de Morricone, que es puro Carpenter. El compositor entregó una banda sonora de la que apenas se usó una mínima parte, así que ya te imaginarás como se lo tomó el italiano.
En su momento muy criticada y con una recaudación que estaba muy lejos de las espectativas del estudio (pese a que terminó recuperando la inversión) fue un traspiés para el director que, en cierta manera, supo esquivar con otros dos encargos de un gran estudio como Christine y Starman, seguramente dos de sus obras más asépticas, que funcionaron relativamente bien en taquilla (al fin y al cabo lo que buscan los estudios). Ya sería con la siguiente, Golpe en la pequeña China, que se llevaría otro gran fracaso económico y se le acabarían las ganas de trabajar con los grandes estudios (aunque volvería a caer en sus garras con Memorias de un hombre invisible).
La cosa (The thing, 2011). Con el paso de los años la película de Carpenter adquirió el consiguiente estatus de culto, generando comics, relatos e, incluso, un videojuego en 2002. Y por aquellas nos llegaría unos cuanto remakes de los films del director como el Halloween de Rob Zombie o La niebla. Aquí que cada uno las valore como prefiera. Y ya nos llegaría esta precuela (con tintes de remake) y no nueva adaptación ya que es evidente que no tiene en consideración el relato original pero sí al film de 1982. Tanto que todo lo que acontece es para dar explicación a lo que vimos en los 80: el hacha clavada en la pared, el cádaver deformado que encuentran, el bloque de hielo... Todas las miguitas que dejó Carpenter aquí nos explican de donde vienen. Me hace especial gracia que en 1982 se usara (al menos en la traducción) el término "imitación", mientras que en esta nueva entrega digan "réplica". Casi parece un guiño a Blade Runner, por aquello que se estrenaron a la vez y ambas fueran fracasos en su momento. Pajas mentales aparte, el argumento es una repetición: grupo en el ártico encuentran una nave espacial y a su tripulante congelados. Como es lógico, no perderán el tiempo en sacar al ser del hielo sin tener en cuenta que este sigue vivo y les hará la vida imposible. Lo dicho, una precuela que en esencia es un remake adaptado a los malos nuevos tiempos. Aquí tenemos a una chica como protagonista (Mary Elizabeth Winstead) y los efectos de maquillajes y animatrónics dan paso a los siempre temibles CGI. Estos especialmente chungos porque son bastante reguleros. Seguramente sus 40 millones de presupuesto no dieran para mucho más. En su estreno fue un fracaso y recibió críticas que la dejaban a caer de un burro. Personalmente no me parece ningún engendro. Por un lado no deja de ser un remake encubierto y por otro se toma la molestia de hacer cuadrar lo que explica con lo que luego le sucedería a Russell y compañía (no como en Prometheus...).
Una pandilla de lunáticos (The Dream Team, 1989) de Howard Zieff. Con Michael Keaton, Peter Boyle, Christopher Lloyd, Stephen Furst, Dennis Boutsikaris y Lorraine Bracco.
Las locas peripecias de un señor mamá (Mr. Mom, 1983) de Stan Dragoti. Con Michael Keaton, Teri Garr, Frederick Koehler, Martin Mull, Ann Jillian, Carolyn Seymour, Christopher Lloyd y Jeffrey Tambor.
Planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956) de Fred M. Wilcox. Con Walter Pidgeon, Anne Francis, Leslie Nielsen, Warren Stevens, Jack Kelly, Richard Anderson, Earl Holliman y George Wallace.
¿Un chico como todos? (Just One of the Guys, 1985) de Lisa Gottlieb. Con Joyce Hyser, Clayton Rohner, Billy Jayne, Toni Hudson, William Zabka, Leigh McCloskey y Sherilyn Fenn.
Hasta que tu muerte nos una (Passed Away, 1992) de Charlie Peters. Con Bob Hoskins, Blair Brown, Tim Curry, Frances McDormand, William Petersen, Teri Polo y Sally Gracie.
Nunca es pronto para morir (Never Too Young to Die, 1986) de Gil Bettman. Con John Stamos, Vanity, Gene Simmons, George Lazenby, Peter Kwong, Ed Brock, John Anderson y Robert Englund.
Salvaje kid (Wild Thing, 1987) de Max Reid. Con Robert Knepper, Kathleen Quinlan, Robert Davi, Maury Chaykin, Betty Buckley, Clark Johnson, Sean Hewitt y Theo Caesar.
Si viviste los 80 y frecuentabas algún videclub, sabes perfectamente que había unas cajas que destacaban por encima de las otras. Y no, no son las de José Frade (bueno sí, también, pero eso es otra historia). Y estas no eran otras que las archiconocidas cajas blancas de Disney.
Si tienes algún tipo de demencia o no las viviste tienes este escrito plagado de ellas, pero básicamente su diseño estaba formado por la no menos famosa firma de Walt Disney junto al Mickey de El aprendiz de brujo y un cuadro con un fotograma random de la película que tocase o parte del poster original. Todo ello en un virginal fondazo blanco nuclear, al igual que el estuche.
Para empezar, no era algo que solo tuvieramos aquí, ese diseño venía impuesto desde USA y no era una cuestión únicamente distintiva en la caja (que también, ya que en aquellos videoclubs abarrotados de cintas podía ser difícil destacar sobre la competencia), si no que era una forma de combatir la piratería.
Ediciones USA
En aquellos primeros años de explosión de los videoclubs era poco menos que el salvaje oeste. La gente se tiró en masa a esa nueva forma de entretenimiento que era ver la película que nos apeteciera cuando quisieramos y, encima, con la posibilidad de parar la reproducción o repetir las escenas que nos diera la gana.
Eso no pasó desapercibido para montones de distribuidoras que vieron que había un pastel muy goloso del que podían trincar un pedazo. Quien no lo vió (al menos en un primer momento) fueron las majors, que tardaron mucho en lanzar sus grandes títulos (Indiana Jones, E.T., Star wars, Tiburón...). Lo de siempre con las grandes compañías, que tardan mucho en reaccionar cuando llega una revolución como pasó en los primeros 2000 con Napster, Internet y el formato MP3.
Eso daría alas a las pequeñas distribuidoras que nos traerían montones de basurillas de artes marciales, comedias eróticas o bélicas de cualquier cinematografía exótica, que verían como TODO se alquilaba. Pero claro, lo que demandaba el público era los títulos gordos y viendo que las majors todavía estaban pensando de donde les llegaba la hostia, el distribuidor nacional se sacó la chorra e hizo de las suyas.
Por un lado estaban los listillos que sí tenían los derechos de distribución de alguna película, PERO en formato Super 8, que es lo que se alquilaba y se proyectaba en las casas antes de la aparición del vídeo. Así que por sus pelotas sacaban esos títulos en VHS, pero con una calidad audiovisual más que discutible y, el gran problema, con la duración reducida, ya que lo que se editó en Super 8 eran películas resumidas, ya que por el coñazo de tener que estar cambiando bobinas se cercenaba la película. Luego estaban los piratas puros y duros, que se aprovechaban que en UK ya se habían editado algunos títulos (recuerda que antes no existían los estrenos mundiales y desde su estreno en USA hasta que nos llegaba aquí podían pasar meses) y compraban esas cintas para luego meter el audio que grababan en las salas de cine con una grabadora de cassette. Y luego estaba lo más cutre que era plantar una cámara de vídeo de la época en la sala y grabar a saco audio y vídeo (vamos, lo que décadas después se mal llamó screener). Efectivamente, lo mismo que pasó en los primeros 2000 cuando estaba tan de moda el top manta.
La cuestión es que el catálogo de Disney era el más goloso de todos (porque todos hemos sido niños y nos hemos tragado sus producciones, fuese en los 50, 60, 70, 80...) y se editaron muchos de sus títulos de forma ilegal. Por esto es que Disney decidió que sus cintas tenían que tener un distintivo que le dejase bien claro al consumidor que se trataba del producto oficial, el que (se suponía) tenía la máxima calidad. Por un lado teníamos el tema de la carátula, pero se podían hacer copias (no con la facilidad actual, pero se podía) y dar gato por liebre. Así que Disney fue más allá y puso el estuche también blanco, con el interior impreso, y que la carcasa que contenía la cinta magnetoscópica también tuviese un elemento distintivo que garantizase la originalidad. Esto era la pieza que se doblaba una vez introducido el VHS en el reproductor para dejar paso a la cinta. Además de ser de color blanco tenía impreso su logotipo oficial.
No puedo dejar la oportunidad de comentar que Filmayer, aquí distribuidora oficial de Disney, sacó su visión de negocio más cañí y jugó a pasar muchas de sus cinta spor títulos Disney, usando el mismo diseño (eliminando algunos elementos) para cintas de Rocío Durcal, Paco Martínez Soria o Tintín.
¿Sería sabedora la compañía americana del trapicheo? ¿Le daría algún toque a Fimayer y por eso dejaron de usar ese diseño para producciones no Disney a finales de los 80?
Que intriga.
Así que, como puedes ver, la piratería no la trajo el interné,si no que siempre ha estado entre nosotros. Como los pistachos