Que los videoclubs pertenecen al pasado es un hecho. Ya forman parte del pretérito de esta degenerada sociedad, como los ultramarinos, las bodegas o la Cherry Coke.
Algún que otro espabiladado y con mejor memoria recordará la crisis con la llegada de los canales privados. Canales que, ante la falta de producción propia, tiraban del catálogo del refrito (reposición de series del año de María Castaña) y películas a mansalva. De 2 o 3 canales (según la comunidad) pasamos a incorporar a TeleCinco, Antena 3 y Canal Plus, con pelis de Alvaro Vitali, Chicho Terremoto y las pelis codificadas del viernes por la noche. A tope.
Al final el personal pasaba de bajarse al videoclub y aguantar a todos sus iguales delante de una estantería mirando al infinito, esperando que saliera la tía buena de la dependienta para avalanzarse sobre ella a ver que novedades iba a poner, de la misma manera que las buitres planean sobre un agonizante ciervecillo. ¿Para qué aguantar al pesado del dependiente y hacerse colega para que te ponga el primero de la lista para cuando salga de estreno Desafío total, si te puedes quedar tranquilamente en tu sillón viendo cualquiera de Charles Bronson mientras da pal pelo a los quinquis del barrio?
Un sábado tarde cualquiera en el videoclub Vergara
Muchos intentaron abrir fronteras añadiendo a la oferta el alquiler de CD's de música y videojuegos. Pero el tema les duró lo que tardó en morir el cartucho y llegar la generación encabezada por la PlayStation y todas las copias piratas por 1.000 pelas.
Pero si retrocedemos otra década más, veremos que ya en los 80 la cosa estaba jodidilla. El desengaño con el Beta (lo del Sistema 2000 ya fue penetración anal sin previo aviso y sin vaselina) y los vídeos comunitarios hicieron tambalear una industria que en su día dio pingües beneficios a los avispados que vieron el filón. Y seguramente esa mina de oro llamó la atención de muchos, que no perdieron el tiempo y comenzaron a montar videoclubs con más ritmo que la musiquilla de Movierecord, saturando el mercado. Muchas bocas y pocas tetas. Las grandes majors tardaron mucho en sacar en alquiler sus grandes producciones, así que distribuidoras pequeñas vieron la oportunidad de sacar cualquier película por muy tercermundista que fuese. En las estanterías uno no le hacía ascos a la serie Z que venía de USA, Italia o Filipinas. Era una época de 2 o, a lo sumo, 3 canales y la gente se aburría mucho en casa, así que el fin de semana era tradición ir en procesión al videoclub y cargar con todo lo que se pudiese. De ahí se explica las cantidades ingentes de bazofias que se editaron en la época y, cosa increíble, con doblajes de primera división.
Tampoco parecen acordarse los dueños de los videoclubs desaparecidos que ellos mismos tuvieron mucho que ver con la hecatombe. Para sacar más beneficio (o para intentar sobrevivir entre la competencia) muchos vendían copias piratas que hacían ellos mismos. No olvidemos que en la época no en todas las casas había un reproductor de vídeo y mucho menos dos, que el aparato podía estar entorno a las 100 mil pesetazas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario