Un joven y gris oficinista de nombre Trelkovsky busca un piso donde alojarse en París. Gracias a un contacto se entera que un humilde apartamento ha quedado libre después que su inquilina intentara suicidarse lanzándose por la venta y haya quedado postrada en una cama bajo capas y capas de escayola en un hospital. Después de conseguir convencer al casero de que le rebaje el arrendamiento, se instalará en el piso, y lo que parecía que iba a ser una estancia tranquila acabará convirtiéndose en un viaje a la locura para nuestro protagonista cuando empiece a entablar relación con sus vecinos.
Uno de los pocos problemas que se encontró el director fue la insistencia de Paramount para que se rodase en USA, pero Polanski hizo valer su condición de director estrella e impuso Francia como lugar para la filmación, aduciendo que la novela original transcurría allí y que de rodarse en tierras americanas le daría un toque demasiado cómico. Concretamente se rodó en los estudios Épinay en París, en un decorado que simulaba el edificio donde transcurre la historia y que costó medio millón de dólares. Para conseguir darle una sensación de mayor tamaño se usó un ingenioso pero simple sistema de espejos. Tampoco le sería fácil usar una grúa Louma (acuérdate de la secuencia de la fachada en Tenebre), que en aquel momento estaba en una fase casi experimental, que permitió el plano secuencia de apertura del film.
Polanski se adjudicó el papel de Trelkovsky (aunque, al igual que El baile de los vampiros, no aparece acreditado). Sin duda sabía muy bien que era eso de vivir en un cuchitril en París y sentirse un extranjero allá donde iba. Por si no lo sabes, el director, pese a nacer en París, se cría en Cracovia desde los 3 años en el seno de su familia judío polaca. Después de haber visto como su madre moría en un campo de concentración nazi, consiguió evitar a los alemanes mientras vivía en la mendicidad en los guetos polacos. Ya de adulto, vivió en Francia, USA, Inglaterra, Italia... con lo que, además de conocer la vida de los bajos fondos, tenía muy claro lo que se siente al ser siempre considerado un extranjero.
Para el resto de cast nos encontramos a una joven Isabelle Adjani, Melvyn Douglas (el malo de Al final de la escalera), Claude Dauphin (el presidente de la Tierra en Barbarella), Shelley Winters y Rufus (habitual en pelis de Jeunet).
Con un guión firmado por el propio Polanski y Gérard Brach (con el que tuvo una extensa colaboración –Repulsión, El baile de los vampiros, Piratas, Frenético...–) en el que respetaban mucho el material kafkiano de Topor, aunque había algunas diferencias. Diferencias que básicamente venían dadas por el cambio de medios. Mientras que el inicio del libro casi parece un relato cómico, con un personaje al que todo le sale mal, la película se inicia con ese plano secuencia made in Louma que recorre la fachada del edificio acompañado de una música misteriosa (genial trabajo de Philippe Sarde) que ya nos pone en aviso que la historia que estamos apunto de ver tiene poco de graciosa. También es importante que el cambio de medio afecta al, en este caso, espectador. Mientras que en la versión de Polanski no se acaban de explicar el porqué de algunas decisiones del protagonista y quedan un poco en el aire, en el libro cuenta con la figura del narrador, quien nos transmite lo que le pasa por la cabeza a Trelkovsky y todo queda más claro. Aun y así esto son nimiedades en el resultado final.
El quimérico inquilino fue un fracaso en Norteamérica (aquí tendría un estreno una año después que se limitaba a salas en V.O.) donde apenas llegaría a sumar 2 millones en taquilla. Está claro que allí esperaban otro estilo de película y el tipo de terror psicológico que mostraba Polanski estaría más cerca de la sensibilidad europea que la yankie. Por fortuna la película ha ido aguantando el paso del tiempo, llevándola a tener un pequeño culto.
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