Con semejante carátula me cuesta creer que no alquilara esta cinta hace 25 años. Otra vez el sentido arácnido (que, por otro lado, debo tener totalmente atrofiado) me salvó de una masacre neuronal. Y es que la imagen para la carátula mola mucho. Pero, dejémoslo claro desde el minuto 1, es una total engañifa. Y ahí estaba Filmayer, mítica distribuidora que ya había perdido la exclusividad de traernos las pelis Disneyy se intuía que aquello acabaría mal.
Estamos ante una película que roza lo amateur mal entendido, distribuida directamente para el mercado del VHS, y que, muy posiblemente, salió a la luz únicamente por la presencia de un David Warner que nunca acabamos de entender como pudieron engañarlo para participar en semejante desbarajuste.
Para que te hagas una idea de lo mal que está el asunto. La película se rodó en una de esas ferias que con actores amateurs recrean como se vivía en la época renacentista. Uno de esos sitios donde curraba el prota de Asfixia de Chuck Palahniuk, por si la has leído.
O sea, que nada de lo que vemos en la carátula nos lo vamos a encontrar en los 90 interminables minutos que dura esta cosa. Esta no es una de esas de caballeros con brillante armadura y bravo corcel. No, aquí hay gente con ropajes de campesinos y que viven, en su mayoría, en poblados formados por cuatro cabañas de mimbre en medio de un cochambroso bosque. Apenas veremos en interior de un supuesto castillo durante un par de minutos pero que, la verdad, da más bien penita.
Luego entraríamos en el asunto argumental. Una movida de hermandades estilo Assassin's Creed que viven ocultos y buscan un mapa de Arquímides para recuperar un tesoro o no sé qué mierda. Además de Arquímides tenemos por ahí a un Leonardo que básicamente es retratado como un tontolaba y putero. Efectivamente, el rigor histórico del film es simple y llanamente nulo. Además de meter al pobre de Leonardo en la Inglaterra medieval, tenemos gente con cascos estilo vikingo, la aparición de armas de fuego o documentos que lucen unas maravillosas grapas. Un desbarajuste de la mano de un tal James Dodson, un lechuguino con nula destreza para esto del celuloide como demuestra una filmografía corta y con subproductos de serie B de los más costrosa.
En el cast, además de un David Warner sobreactuado haciendo de doble papel (del mentor del bueno y del malo), tenemos a Olivia Hussey, la que fuera Julieta en la oscarizada versión del 68 de Zeffirelli; y a Sarah Douglas, la Ursa de Superman I yII y la reina Taramis de Conan el destructor.
Por lo demás, una bazofia indigesta que ni vale para los pirados de la espada y brujería.
Todos nos sabemos de memoria aquello de que Kubrick era una obsesivo de controlar todo lo que tuviera que ver con su obra. No sólo en el proceso de filmación, si no que la cosa iba mucho más allá. Desde hacer que todos los cines que tenían la primera copia comercial de El resplandor cortaran de la bobina el epílogo del hospital; hasta mandar pintar la sala de un cine que proyectaba La naranja mecánica; o, muy conocido, el supervisar el doblaje en muchos países. Si te fijas, la mayoría de sus películas tienen un doblaje con voces muy extrañas, muy poco reconocibles para lo que se solía escuchar en la época. Esto era porque buscaban demasiado las similitudes de timbre entre los actores de la película y los que ponían la voz. Al final se acababa descuidando la interpretación de la voz, más importante que tener una voz "chula". Y ahí está El replandor, el ejemplo más conocido de doblaje-arruina película. Eso sí, ya es tan mítico que nadie se plantea un redoblaje.
Y es el caso de El resplandor donde Kubrick volvió hacer de las suyas. Como ya deberías saber Jack Torrance quiere escribir una novela en su estancia en el fantasmagórico hotel Overlook, siempre y cuando la histérica de su mujer le deje. Pero al final lo que acaba escribiendo es "All work and no play makes Jack a dull boy". Bueno, esto era en su versión original pues el director decidió adaptar la frase a otros idiomas entre ellos el castellano con "No por mucho madrugar amanece más temprano". Lamentablemente el salto a las versiones digitales hizo que nos perdieramos este detalle del tito Stanley (además de los títulos de crédito iniciales y finales totalmente traducidos).
Sin más preambulos, te dejo todas las escenas traducidas que nunca antes habían estado en el interné (incluida la que se ve la famosa sombra del helicóptero). Que vagi de gust!
Mike Hodges acabará pasando a la historia cinematográfica como el director de Flash Gordon, pero no hace falta rascar mucho para encontrarnos una filmografía rica en títulos de nivel y con pedigrí. Un par de binomios con el monstruo Michael Caine como Asesino implacable (también conocida como Get carter) e Historias perversas, que es como titularon aqui a Pulp. Un despido fulminante a golpe de revolver en La maldición de Damien; algún telefilm como Missing Pieces que por estos lares salía en vídeo con el título Missing 2 (¿?); o una colaboración con Mel Smith y Griff Rhys Jones totalmente fallida como es Los locos del planeta Blob. ¡Incluso rodó dos videoclips de Queen! El insustancial de Flashy uno tan gay que sonrojaría al propio Mercury: Body languaje. Es por eso que, precisamente, su film más conocido para el fandom es una salida de tono en su currículum. ironías de la vida.
Más allá del arco iris nace de una serie de noticias que va leyendo en los periódicos norteamericanos donde trabajadores de grandes empresas que habían criticado la falta de seguridad del lugar de trabajo, acababan muriendo en accidentes laborales. El propio Hodges hablaba de un grupo de trabajadores que acabaron calcinados después que en su empresa hubiera un incendio. Al parecer las puertas estaban cerradas a cal y canto cuando se produjo el fatídico accidente. Accidente que luego veríamos en la película.
Además de estos recortes, el director puso unas gotas de mecánica cuántica, que por la época empezaba a interesarle mucho.
En el film se mantiene esa estética noir que tanto gusta al director, con gente que vive entre hoteles y trenes, que van de town en town vendiendo su "película" y cuando ha sacado unos cuantos verdes se baja en la siguiente estación. Todo ellos rebozado con sombreros, abrigos largos y whiskys con hielo. El tándem de padre e hija (formado por Jason Robards y Rosanna Arquette) se dedican a pasear la historia de que ella es una médium que pone en contacto a los que la van a ver con sus seres queridos que están en el más allá. Lo que en un principio se nos antoja como la clásica historia de timadores que se aprovechan de los despistados o desesperados. Pero pasaremos a ver que esto no es así. Arquette realmente es capaz de tener "contactos" e, incluso, en cierto punto la capacidad de ver el futuro. Por en medio la trama del asesinato del empleado que denuncia a su propia empresa y las pesquisas de un periodista con la cara de Tom Hulce.
La peli empieza, como comentaba antes, cual peli de embaucadores que van por pequeñas ciudades, pero poco a poco van apareciendo gotas de fantástico. Empieza con esa protagonista a la que su reloj se adelanta una hora y que, poco a poco, empezamos a ver que realmente sí tiene algún poder. Hodges consigue darle los toques necesarios para que la película esté siempre en ese umbral que nunca acaba de traspasar hasta ese final tan de historia clásica de fantasmas. Un final de aquellos que algunos se piensan que inventó El sexto sentido, pero que han estado ahí toda la vida.
El film pasó sin pena ni gloria por las taquillas de medio mundo por culpa de una distribución bastante deficiente. En USA corrió a cargo de una Miramax en horas bajas, años antes que apareciera su salvador Tarantino, condenándola al direct to video. Sin ir más lejos, por estos lares no nos llegaría hasta finales de 1991.
Sangre y arena (1989) de Javier Elorrieta. Con Sharon Stone, Christopher Rydell, Ana Torrent, Guillermo Montesinos, Simón Andreu, Antonio Flores, José Luis de Vilallonga, Tony Fuentes, Julia Torres y Aldo Sambrell.
Acosada. El hombre que regresó de la muerte (1985) de Sebastián D´Arbó. Con Victoria Vera, Martín Garrido, José María Blanco, Carlos Martos, Jordi Serrat, Mercedes Albert, Antonio Molino Rojo y Victor Israel.
El caso de La puerta es curioso, porque, pese a tener los elementos necesarios, no se ha convertido en objeto de culto a nivel de Los GooniesoUna pandilla alucinante. Sí que tiene su fandom, pero mucho más reducido y se ha quedado en esa segunda división ochentera de las reivindicaciones de los que eramos infantes en la época. Hasta Mi amigo Mac está más reivindicada. Aunque eso sí, de una forma totalmente humorística y de choteo.
Un infante Stephen Dorff vive en el clásico suburbio spielberiano. Intuimos que el chaval debe ser de los raritos de su cole porque solamente lo vemos interactuar con otro chico que éste sí es todo un frikazo del heavy. Entre sueños y pesadillas de un árbol del jardín que es calcinado por un rayo, descubrimos que algo de realidad hay en ello cuando el mocoso se despierta y descubre que, efectivamente, el árbol está hecho fosfatina y ha dejado un inmenso agujero. Agujero que propiciará la llegada de unos seres maléficos que le joderán el finde al pobre de Stephen.
Si decía antes que el film ha quedado con los años a un segundo plano es porque hay muchos elementos que lastran el visionado. Sin duda, el gordo es lo mal explicada que está. Uno nunca acaba de entender el porqué suceden algunas cosas, personajes que van y vienen y que hasta casi mitad de película la trama que realmente nos interesa, la de los monstruitos que salen del agujero, no hace acto de presencia. Aunque esto último, todo hay que decirlo, no molesta demasiado.
Esto de la falta de pericia a la hora de contar la historia, por momentos, la lleva al siempre peliagudo terreno de cine trash, Z, amateur... llámalo como quieras. Y no es sólo una cuestión de medios, si no de la poca traza y/o inexperiencia del director y/o guionista. Cosa ésta bastante más frecuente de lo que parece en los 80, donde, comparado con la actualidad, había cierta "facilidad" para conseguir llevar a buen puerto producciones. Básicamente por, como ya se ha leído en repetidas ocasiones en este blog, había necesidad de llenar las estanterías de los videclubs. Daba igual como fuese, se le ponía una carátula vistosa y el personal picaba como las moscas en la mierda.
Por contra, tenemos unos efectos simplemente brutales. Todos de la vieja escuela, of course. Stop motion, perspectiva forzada, cromas... Todo un festival para los que el digital nos deja fríos. Sin duda, el punto álgido es ese zombie que cae al suelo y se convierte en un montón de esos seres diminutos que, en su mayoría de escenas, eran señores disfrazados con trajes y máscaras, donde sólo uno ellos tenía un limitado sistema de movimiento facial. Cosas del low cost.
Tibor Takacs, que por si no lo sabes es el dire de todo esto, venía de esas primeras generaciones que podían costearse un equipo de filmación casera que le dio para, junto amigos y familiares, parir cortometrajes. Uno de ellos (Snow) recibió cierto reconocimiento en festivales, lo que le facilitó el contacto con John Kemen, al que le intentó convencer que le produjese un guión titulado The Girl Who Owned a City, que acontecía en un futuro donde no había adultos. Pero al productor no le interesó ese guión y le ofreció la posibilidad de dirigir una de las dos producciones que tenía entre manos. Evidentemente ya sabemos que se acabó adjudicando el de La puerta, pero el otro, el que descartó, era El aparecido, otro film con cierto culto.
El film acabó teniendo problemas para iniciar su rodaje, lo cual fue una bendición para el señor Takas y su equipo, que les permitió tener mucho tiempo para la preparación de los efectos especiales, obra de Randall William Cook, que ya venía de estar en Los cazafantasmas y la secuela de Poltergeist. Luego siguió en la serie B con Doctor MordridyAutopista al infierno, para pasar a las superproducciones como la trilogía de El señor de los anillos, con la que ganó un Oscar por cada una de ellas.
La puerta tuvo un paso por la taquilla norteamericano más que bueno. Costó algo más de 2 millones y recaudó 14. Para que te hagas una idea, Una pandilla alucinante es del mismo año y sólo recaudó 4 y había costado 12. En cambio, el tiempo le ha dado la vuelta a la tortilla y el film de Fred Dekker ha dejado más poso entre las audiencias de la época.
La puerta 2 (The gate II, 1990). La siguiente película de Takacs, pese a la buena acogida de La puerta, fue otra serie B como Lecturas diabólicas. El film no funcionó tan bien, cosa que ayudó la mala distribución que tuvo. Su siguiente movimiento era volver a coger oxígeno regresando a terreno abonado con la secuela de La puerta (lo mismo que haría poco después Anthony Hickox con Waxwork y Waxwork 2). Lo primero que llama la atención es que aquí el protagonista es el amigo heavy de Stephen Dorff. Según explicaba el propio Takacs, esto era algo totalmente intencionado y no que Dorff no quisiese participar en la secuela. Pero lo realmente que llama la atención es la poca conexión que hay entre ambos films pese a que tengan en común esos mini demonios o lo que diantres sean. Si en la original todo sucedía en una casa, aquí hay un montón de localizaciones. Los personajes no dejan de ir de aquí para allá y los usan como si fueran un Wishmaster cualquiera, de esos que conceden deseos que se acaban volviendo en tu contra. Realmente se quisieron desmarcar de la original y se pasaron de frenada. La puerta 2 costó el más del doble que su predecesora y apenas recaudó una tercera parte. Habría que ver en que condiciones se estrenó, pues la productora quebró y el film no se estrenaría en los USA hasta un par de años después, 1992. Este nuevo fracaso supuso el revés definitivo para su director, mandándolo al siempre peliagudo terreno televisivo donde estaría detrás de cosas tan variopintas como Sabrina, cosas de brujas; Loca academia de policía, la serie; o El cuervo. Ya en el nuevo milenio y en pleno boom de los DVD se enganchó a esa retahíla de productoras de boñigas como es Nu Image (luego recicladas al mundo del VOD) y parió basuras catastrofistas o de insectos mutantes con mucho actor de aquellos que antaño vivieron días de gloria (Kristy Swanson, Christian Slater, Judd Nelson...): Rats, Mega snake, Arañas devoradoras, Tornado terror... Efectivamente, esas que emite Cuatro y con las que haces la siesta los fines de semana.
Bat 21 (Bat 21, 1988) de Peter Markle. Con Gene Hackman, Danny Glover, Jerry Reed, David Marshall Grant.
El sendero de la traición (Betrayed, 1988) de Costa-Gavras. Con Tom Berenger, Debra Winger, John Heard, John Mahoney, Jeffrey DEMunn,Betsy Blair, Ted Levine.
La casa de los espíritus (The House of the Spirits, 1993) de Bille August. Con Jeremy Irons, Winona Ryder, Glenn Close, Meryl Streep, Antonio Banderas,Vanessa Redgrave, Sarita Choudhury, María Conchita Alonso, Armin Mueller-Stahl, Vincent Gallo.
Uno de los misterios sin resolver de la reciente historia de los EEUU es el caso de D. B. Cooper. Sí, como el protagonista de Twin Peaks.
A principios de los 70, un tipo que se identificó como Dan Cooper (luego rebautizado como D. B. Cooper por un error en la investigación) compró un billete para un vuelo con destino Seattle. Durante el viaje secuestró el avión amenazando con activar una bomba que llevaba en su maletín y pidió un rescate de 200 mil dólares. Una pasta gansa en 1971. El avión aterrizó en Seattle, donde Cooper recibió el dinero y 4 paracaídas a cambio de liberar a los pasajeros, cosa que hizo. El avión, con sólo el secuestrador y parte de la tripulación, puso rumbo Oregón. El piloto, que junto al resto de la tripulación, había sido encerrado en la cabina de vuelo, tuvo que aterrizar en Reno, donde la policía estaba esperando y lo único que encontró en el avión fueron a los miembros de la tripulación. Ni rastro de Cooper, el dinero o los paracaídas. La versión generalizada es que el tipo se lanzó en pleno vuelo. Pero dadas las condiciones meteorológicas (temperaturas muy bajas y una fuerte tormenta) hacían indicar que no sobrevivió a la caída.
No sería hasta 1980 que un niño encontró 3 paquetes de billetes en el río Columbia, siendo analizados por FBI que admitió que se trataba de parte del rescate. A partir de ahí poco más se supo del caso hasta que, finalmente, en 2016 el FBI decidió cerrar el único caso de secuestro aéreo que no ha sido resuelto, convirtiendo a Cooper en casi una leyenda, siendo objeto de todo tipo de culto tirando a simpático, una especie de héroe de cara a la gente. Vamos, un Dioni de la vida pero con bastante más carisma y mucha menos caspa.
La recien fundada en 1980 PolyGram Entertainment que estaba controlada por famoso tándem de Peter Guber y Jon Peters, compra los derechos del libro Free fall: A novel de J.D. Reed (que no tengo constancia que se editará aquí) con vistas a producir una adaptación. Curiosamente el escrito cogía la base de la historia real como punto de partida pero cambiaba muchas cosas. Por ejemplo, el protagonista se llama J. R. Meade y es un ex boina verde que estuvo en Vietnam y el rescate que pide son 750 mil dólares. Como luego veremos, estas licencias no se respetaron en la película final y se tiró por la historia real.
El primer elegido para sentarse en la silla de director fue Steve De Jarnatt (que años después dirigiría la cult movie 70 minutos para morir y Cherry 2000), pero que no pasó de la etapa de preproducción por diferencias con el estudio. Finalmente contrataron a un alcoholizado John Frankenheimer (con W.D. Richter como guionista en la sombra), que incluso llegó a rodar una escena; pero que tuvo problemas con Peters y Guber, siendo rápidamente reemplazado por Buzz Kulik, un veterano que tenía una filmo llena de series de televisión y algunos títulos para cine bastante llamativos como Cazador a sueldo, la última película de Steve McQueen. Pero Kulik se tomaba su tiempo para rodar, y cuando estuvo toda una semana para finalizar una secuencia en unos rápidos y que tenía poca mano para controlar los tira y afloja que se llevaban Robert Duvall y Treat Williams, fue despedido. Aun y así rodó casi toda la película. Ahí entra en escena el temido Joel Silver, que en la época estaba empezando como productor de la mano de Lawrence Gordon, con el que ya había hecho The Warriors y Xanadú. Éste recomienda dar las riendas a Roger Spottiswoode, que había sido montador de El luchador (una producción de Lawrence Gordon) y venía de debutar con el slasher El tren del terror y luego acabaría siendo uno de esos directores sin personalidad que hacen cualquier cosa (¡Alto!, o mi madre dispara, Socios y sabuesos, Air Amértica...). A Spottiswoode le encargaron montar todo lo que se había rodado, pero aquello no tenía ningún tipo de coherencia, así que le dieron un millón para que rodase escenas adicionales y contrataron a Ron Shelton (que años después sería director de pelis deportivas como Los búfalos de Durham, Los blancos no la saben meter o Tin Cup) para que escribiera las nuevas escenas.
Después de todo este baile de nombres Spottiswoode quedó en los créditos como director y Buzz Kulik como único guionista. Y no hace falta ser muy listo para intuir que el resultado final era un gran desastre que se llevó un merecido fracaso económico. Aquí llegaría muy tarde, en otoño de 1984, de la mano de Filmayer, que se sacó de la manga un título como Un millón de dólares en el aire (¿dónde se supone que están los otros 800 mil?) -aunque en los 90 se llegó a emitir en televisión como La persecución de D. B. Cooper- y un póster la mar de soso, nada que ver con el original que mola mucho más, a la par que recuerda al de La maldición de la pantera rosa. Lamentablemente este cartel nos promete emociones muy fuertes y una recreación del salto del avión y eso no es así, siendo el cartel de Filmayer mucho más acorde a los que nos vamos a encontrar: a Treat Williams con camisa de leñador corriendo por el monte.
Y es que el film se desarrolla justo en el momento que el avión secuestrado toma tierra y ahí no está el tal Cooper, y nos topamos con un Robert Duvall que encarna al de la compañía de seguros que quiere atrapar al ladrón. Además, casualidades de la vida, éste fue instructor militar de Williams, que aquí encarna a Cooper. Y es que una de las hipótesis del asunto que barajó el FBI es que el secuestrador fuese un ex militar. Por lo demás pura monotonía con Duvall persiguiendo a Williams por lo montes como el coyote y el correcaminos, mientras, de vez en cuando, Paul Gleason sale con cara de chiflado. Todo ello bañado con una banda sonora de James Horner totalmente infame, llena de banjos y todo muy country. Casi parece que estemos ante un episodio más de Los Dukes de Hazzard / El sheriff chiflado.
Y es una lástima, porque la historia tiene chicha para hacer algo mucho más entretenido que una vulgar película de corre corre que te pillo. Pero está claro que todos los problemas de la producción, con las incontables entradas y salidas de directores y guionistas no le hizo ningún bien. La clásica película que es más interesante la historia que rodeó su producción que lo que acabó saliendo en pantalla.
Como la mayoría de los poseedores de una Super Nintendo en la primera hornada, disfruté como un loco con el pack que incluía el Super Mario World. Luego ya vendrían el del Street Fighter II, el de Carlos Sainz o el del Mario All Stars. Pero el original, el primero, el que incluía esa joyita de Miyamoto era canela en rama. Pack que cayó el día de reyes de 1993, y de propina ¡catacroquer! el U.N. Squadron, versión doméstica del arcade de la mano de Capcom.
Reconozco que no tenía demasiada ganas de incarle el diente, básicamente por mi falta de interés en la época por los shoot'em up y que los de la Hobby, pese a ponerlo bastante bien, destacaban su elevada dificultad y que el avión que manejábamos era demasiado pequeño.
Como ya se ha dicho millones de veces, por la época te podía caer uno o dos juegos al año, más allá de alquilarlos o con el clásico trueque con los amiguitos del cole, así que el que te tocaba había que exprimirlo al máximo. Te gustase más o menos. Y lo clásico, que a base de meterle horas empecé a coger el gustillo al juego de Capcom. Más allá de ir hacia adelante y disparando a todo lo que se menease, el asunto tenía su componente de estrategia. Para empezar teníamos a 3 pilotos para elegir (cada uno con sus virtudes) y 6 aviones que podremos ir comprando según el dinero que dispongamos. Todos los aviones podíamos incorporarles unas armas especiales, que eran diferentes según el avión. Salvo para el F200, el último avión que costaba la friolera de 1 millón de pavos cósmicos, y capaz de manejar todas las armas especiales.
Pero si había algo que me llamaba poderosamente la atención era el diseño de los personajes, desde los tres pilotos (el japonés andrógino Shin Kazama, el yanki Mickey Scymon y el danés Greg Gates), pasando por el tipo que te explica las misiones hasta el vejete que te vende el armamento. ¡Eran muy manga! Y algo me olía.
No fue hasta el nuevo milenio, con el acceso a la red de redes que me enteré que el juego estaba basado en un manga de finales de los 70 llamado Area 88 y firmado por Kaoru Shintani editado por Shogakukan. Y no sólo eso, si no que a mediados de los 80 se editó en VHS un OVA de 3 episodios que aquí pudimos ver gracias a Chiqui Video.
La historia tiene como protagonista al japo de Kazama, un piloto en prácticas que es engañado y firma un contrato para irse al area 88, una zona de Oriente Medio donde unos mercenarios libran una guerra. La única forma que tiene de volver a su casa es aguantar 3 años o pagar un millón y medio.
Así que, sin más contemplaciones y directamente desde la bobina de un roído VHS, el primero de los 3 OVA's titulado Traición en los cielos por primera vez en internet doblado al castellano. Bon profit!
Explicaba el bueno de Larry Cohen que, allá mediados de los 80, vio a Bette Davis entregando algún premio en una gala de los Globos de oro y, pese a su aspecto decrépito y que cada vez era más raro verla en alguna película (acuerdate de Los ojos del bosque) y casi todo lo que hacía se limitaba a telefilms, pensó que todavía podía hacer una actuación memorable. Siempre y cuando le ofreciesen un buen papel, claro está.
Y ese papel era, en teoría, el de la bruja cínica y cabronceta de La bruja de mi madre. De la película guardaba cierto buen recuerdo. Más por efecto nostálgico, por aquello de verla de niño en algún verano de los primeros 90, que por sus virtudes cinematográficas. Y está claro que la revisión, después de unos 25 años, no ha sido todo lo descacharrante que a uno le hubiera gustado.
La bruja de mi madre casi hubiera sido mejor si le hubieran puesto La bruja de mi suegra. Hasta se me ocurre haberla enfocado con el mismo recurso que Polanski realizó La semilla del diablo, dejando al espectador siempre con la duda si todo era realidad o producto de la imaginación de Mia Farrow (al menos hasta el final). Si Larry Cohen hubiera cambiado el personaje de la madre por una suegra, lo reconozco, simplemente hubiera sido un chiste en el título que no hubiera cambiado nada importante en la trama.
Básicamente el argumento es el de una bruja que se dedica a engatusar a señores mayores, casarse con ellos, liquidarlos y vaciarles la cuenta bancaria. En este caso Bette Davis se casa con Lionel Stander (uno de esos secundarios que en cuanto lo veas te sonará) al que poco menos que lava el cerebro para que se quede en plan zombie viendo concursos de la tele, hasta que aparece la hija de este, una Collen Camp (la sirvienta sexy de Cluedo, el juego de la sospecha) y su marido calzonazos (David -Sledge Hammer- Rasche). La hija empieza a sospechar que algo está pasando así que empieza a indagar y acaba contratando a un investigador privada que luce los rasgos del siempre patoso Richard Moll. Para acabar de liarlo todo aun más, la bruja adquiere una nueva personalidad mucho más joven y atractiva con cara y cuerpo de una ya muy operada Barbara Carrera, que se dedica a poner palote al marido de la hija.
Al final la cosa acaba siendo un poco lo que decía, el esquema de La semilla del diablo con la salvedad que aquí sabemos desde el minuto uno que la madrastra es una auténtica bruja, gracias al prólogo que nos explica como miniaturizó a la anterior familia a la que limpió la cuenta bancaria.
Y es que la cosa se enreda rápido. Ya a mitad de película, cuando entramos en el pantanoso terreno del hombre zombificado que se presenta a los concursos y sabe las respuestas de las preguntas antes que se las formulen ya comienza a ponerse cuesta arriba. Pero la cosa tiene su explicación y eslo más divertido y el porqué pierdo el tiempo en dedicarle una reseña a un film tan insustancial.
Como escribía al inicio, Larry Cohen escribió el film (¡en una semana!) pensando en Bette Davis. Al principio todo eran flors i violes. El director y la actriz compartían largas charlas donde él disfrutaba de las anécdotas del Hollywood dorado y, mientras, ella iba sacando su lado de diva. Que si cámbiame el guión por aquí, que si quiero cobrar un cuarto de millón (cuando el film apenas costó 2,5 millones) por allá... Pero el rodaje se fue enrareciendo. La diva comenzaba a dar síntomas de incomodidad en el set (con algún que otro roce con David Rasche), además de haber tenido alguna caída y un susto con el mecanismo que hacía que los cigarrillos que fumaba en pantalla se encendieran por arte de magia.
Y un buen día Bette Davis no apareció por el set y nunca más volvería. La versión oficial fueron los accidentes del rodaje y que no tenía buena relación con el director. Pero la realidad era bien distinta y se destapó cuando tuvo que hacer una declaración jurada para la compañía de seguros que tuvo que hacer acto de presencia cuando la producción se alargó y, por consiguiente, el presupuesto aumentó. A Davis se le había roto el puente de su dentadura postiza antes de iniciar el rodaje y recitar sus líneas estaba siendo un infierno. Cosa que afectó a su estado de ánimo y más cuando veía los copiones diarios. Así que, por puro ego y/o autoestima, a la semana decidió dejar el rodaje y largarse a ver a su dentista que le informó que arreglar aquello le llevaría semanas.
Para solucionar el entuerto, Cohen tuvo que tirar del repertorio de experto en la siempre complicada serie B y modificar el guión. En una primera intentona pensó en Lucille Ball (la de Te quiero, Lucy) para reemplazar a Davis, pero ésta también estaba con un pie y medio den la tumba. Finalmente se sacó de la chistera a Barbara Carrera con ese personaje que es una especie de hija de la bruja con la que no puede coincidir y comparten el gato negro como "recipiente". En un principio este personaje era el gato al que la bruja le da aspecto humano.
Después de los retrasos, el film se estrenaría a primeros de 1989 en los USA. Poco antes del estreno Davis hizo algunas entrevistas criticando la cinta, diciendo que aquello fue poco menos que un infierno, que lo que se estaba rodando no era lo que aparecía en el guión original y que aquello iba a destrozar su carrera. ¡¿Mande?!
Está claro que La bruja de mi madre no es nada del otro jueves. La trama está demasiado alargada y, quizá, le quedase mejor el formato de 40 minutos como episodio de, por ejemplo, Historias de la cripta. Los efectos son muy tristes, las maquetas cantan a leguas y los cromas son terribles. Amén de muchos de los supuestos gags funcionan mejor sobre el papel que en su ejecución. Cosa esta última muy habitual en la filmo de Cohen. Sin duda, lo mejor de la película es todo lo que rodeó su rodaje más que ella misma.
Wishmaster, en espíritu, me recuerda poderosísimamente a Body Bags. Ambas producciones que buscan más homenajear y guiñar el ojo al fan del fantastique con un interminable pase de caras conocidas del género. Y además, en su acabado, films más o menos fallidos que se aguantan por las referencias. Siempre y cuando las pilles, claro. Aunque Body Bags se salva por ser una peli de historietas y este tipo de productos siempre son irregulares y se tiene asumido. Además de tratarse de un proyecto que nació para ser una serie y murió para quedarse en un telefilm-piloto.
En cuanto a Wishmaster, la cosa, en su conjunto, se aguanta un pelín mejor. Pero seguimos estando en terrenos de serie B y tampoco vamos a pedirle peras al olmo.
Dirigida por Robert Kurtzman, que si bien tenía su carrera en el campo del maquillaje y efectos (donde empezó trabajando en la compañía de John Buechler, lo que le hizo participar en un montón de producciones de la Full Moon y luego montar la KNB junto a Nicotero y Berger) más que asentada, ya había hecho su debut en la dirección con The Demolitionist, aquí titulada Policía de acero. Una serie B que por momentos se acerca peligrosamente a la Z y que podría pasar por una exploitation de RoboCop por aquello de una policía a la que dejan medio muerta y la someten a un experimento que la convierte en una super policía que quiere liquidar al malo de Richard Grieco. Todo con mucha estética de serie juvenil 90tera, estilo Power Rangers, pero que realmente se parece más a Wicked Weapon, aquella de Jenna Jameson y Laure Sainclair. La cosa se quedaba en una bazofia de difícil digestión donde Kurtzman ya apuntaba a lo de meter colegas que a su vez eran caras muy conocidas para el espectador. Por ahí desfilaron Jack Nance, Bruce Abbott, Heather Langenkamp, Joseph Pilato, Reggie Bannister, Tom Savini, Bruce Campbell, y el mentado y super decadente Richard Grieco. Aunque la prota es Nicole Eggert, la que en la época fue una de las que lucían palmito en Los vigilantes de la playa y ahora pesa como 80 kilos y luce una cara hecha un mapa. Quizás algún día caces en la tele el episodio que protagonizó de Chapuzas estéticas.
Volviendo a Wishmaster. Kurtzman aterrizó en la producción cuando fue recomendado por Sam Raimi. Los productores buscaban alguien que pudiera sacar petróleo de un presupuesto muy ajustado y un calendario de rodaje apretado para una producción de corte fantástico, y el director de Posesión infernal, que veía que esa propuesta era un paso atrás en su carrera, dejó caer el nombre de Kurtzman, con el que ya había colaborado en la segunda y tercera parte de las aventurillas de Ash.
En Wishmaster la cosa va de la clásica vuelta de tuerca de la historia del genio que concede deseos, dando a estos una versión negativa para el que los formula. Según la mitología de la película (y la saga) existen una raza de seres llamada djinn, que poseen el poder de conceder deseos a los humanos. Siendo un total de 3 y cuando se conceda el último toda la raza de djinn invadirá nuestro mundo.
Después de que durante siglos uno de estos seres permanezca encerrado en una piedra preciosa, ésta cae en manos de un trabajador del puerto que intentará venderla. Pero mientras la tasadora de turno examina la joya, el djinn sale de su encierro y se dedicará a intentar que su raza invada nuestro mundo.
Como ya he dejado entrever antes, el reparto es una lista interminable de caras conocidas en el género: Robert Englund, Kane Hodder, Tony Todd, Ted Raimi, Angus Scrimn, Joseph Pilato, Reggie Bannister... y alguno que me dejo por ahí. Aunque el que se lleva todo el protagonismo es Andrew Divoff, que interpeta al djinn, tanto en su versión bajo toneladas de maquillaje y en su versión "humana".
No sólo de caras conocidas vive el fandom. Aquí se impone festival de efectos, que tratándose de una producción de la KNG se exige cierto nivel. Nivel al que, en general, se llega cuando se trata de los efectos analógicos, que nos regalan un festival bastante gore. Lástima que también tengamos por ahí los tan temidos efectos digitales noventeros. Si estos eran flojuchos en la época (salvo contadas excepciones blockbusterianas) en una serie B eran terribles. Wishmaster es un buen ejemplo. En su conjunto el film acabó siendo una gracieta simpática para los fans y un espectáculo dantesco para la crítica más sesuda. Si bien no destrozó la taquilla (triplicó sus 5 millones de dólares de presupuesto en suelo norteamericano), en videoclubs hizo el agosto, dando pie a una retahíla de secuelas que su única intención eran vivir de los alquileres. Es posible que parte del éxito venía dado por tener ese "Wes Craven presenta". El clásico señuelo de poner el nombre de alguien (en ese caso de un Craven que había vuelto al candelero gracias al éxito sorpresa de Scream) que, en el fondo, se reduce a un productor ejecutivo, que viene a ser cobrar por dejar que pongan su nombre en los créditos. Wishmaster 2. El mal nunca muere. (Wishmaster 2. Evil Never Dies, 1999). Una parejita de novios montan un robo en un museo. El plan sale mal y sin querer acaban liberando al djinn de su cautiverio, que se pondrá manos a la obra para conseguir que su pueblo se haga con el control de nuestro mundo. Dirigida por un ya muy decadente Jack Sholder, al que le quedaban muy lejos los días de Hidden y Pesadilla en Elm Street 2, aunque aun estaba por llegar Aracnid. Andrew Divoff sigue haciendo de malo con cara de pasado de farlopa. Por lo demás, un reparto totalmente insustancial. La película ya deja de ser una serie B simpática para caer en el patetismo, con ciertos toques de peli carcelaria (pues el djinn en forma humana se pasa un buen rato en ella) pero muy casposilla. Pero tampoco olvidemos que estamos ante una producción facturada directamente para el mercado de videoclub. Wishmaster 3. La piedra del diablo (Beyond the Gates of Hel, 2001). Aquí ya damos un paso a la serie B más cutre y telefilmesca mandando a la producción a facturarse en Canadá y, además, rodar esta tercera entrega a la vez que la cuarta. Aquí parece que van a meter la trama en el mundo del instituto, lo cual podría ser genial para llevarla directamente al terreno del slasher. Pero la cosa se queda a medio camino. Por contra tienen la idea de sacarse de la manga a todo un arcángel para que posea un cuerpo terrenal y combata al djinn. Pero lo que sobre el papel parece un balón de oxigeno la mar de interesante, el resultado es malísimo. Aquí ya ni siquiera contamos con Andrew Divoff como el malo de la función, si no a un tal John Novak. Aunque en su versión humana tenemos a Jason Connery, el hijísimo de Sean Connery. Wishmaster 4. La profecía (Wishmaster 4. The Prophecy Fulfilled, 2002). Después del amago de meter al concededor de deseos chungos en el mundo estudiantil, volvemos a lo de siempre. Un pintor que se queda paraplégico por un accidente, tiene como abogado a un tipo que acaba siendo el djinn. Y lo de siempre. Es complicado decir si estamos ante el punto más bajo de la saga porque tanto la 2 como la 3 dejaron el listónmuy bajo, pero sin duda la cosa terminó en un despropósito de órdago. Tanto ésta como la anterior vienen firmadas por un tal Chris Angel, que a finales de los 90 dirigió Fe maldita y The Fear 2. Miedo en Halloween, la del tipo de madera. Y poco más hizo, acabando en su medio natural, siendo editor en televisión.