Los hermanos Zipi y Zape son enviados a pasar el verano a un internado. Una vez allí comienzan a hacerse amigos de los marginados del centro, ganándose la antipatía de otros alumnos, y con los profesores y vigilantes del centro tampoco tienen mucha más suerte. En el internado se dedican hacer travesuras desde el anonimato, en una de éstas descubren que Falconnetti, el director del centro, tiene un mapa que indica que en la finca se esconde un tesoro.
A Albert Pyunya le hemos visto alguna que otra vez por este blog. Un tipo que empezó muy fuerte con Cromwell, rey de los bárbaros, película que para muchos abrazaba sin rubor la moda de espada y brujería que imperaba en los primeros 80, gracias, sobre todo, al Conan el bárbaro de Milius y Schwarzenegger. Aunque, todo hay que decirlo, el film de Pyun se estrenaba semanas antes. El film acabó siendo un éxitazo en suelo yanki, amasando 40 millones que la convierten en una de las producciones más exitosas rodada al margen de un gran estudio.
Lo más lógico es que hubiera aprovechado el éxito y que su siguiente proyecto fuese una secuela, tal como prometía el final de film (Tales of the ancient empire, que acabó apareciendo en 2010 con Kevin Sorbo), pero este devoto de Jesucristo Superstar prefirió no seguir por ese camino ya que el mercado había sido inundado por un sin fin de películas de espada y brujería (en su mayoría llegadas de Italia), con lo que intuía que por muchos millones que había facturado su The sword and the sorcer (no confundir con El guerrero y la hechicera -The warrior and the sorceress- de David Carradine) el público no tendría demasiadas ganas de ver más tíos cachas en calzoncillos bandiendo una espada. Así que con lo puesto se lió la manta a la cabeza y parió la que sería la primera de muchas películas con ambientación post-apocalíptica. Su otra obsesión, aunque él lo niega, los cyborgs, llegaría más tarde.
Dos chavales son encerrados en un búnker en los años 80. 15 años después consiguen salir al exterior, y lo que se encuentran es un mundo devastado por una guerra nuclear, donde proliferan bandas y personajes peligrosos. Los dos hermanos, que están totalmente asombrados por lo que se encuentran, ya que durante su cautiverio se han criado con multitud de libros de los años 50 y música de esa época, se dan de bruces con una chica de la que obtienen unas llaves. Dichas llaves son las que activan la última bomba nuclear que queda en el planeta y por la que muchas bandas andan como locas por conseguir.
Para algunos, Sueños radioctivos es la mejor película del director de Capitán América. Hombre, la verdad es que es difícil quedarse con alguna porque este rey de la serie B y Z tiene morralla para parar un tren. Pero lo cierto es que el inicio de la trama es, cuanto menos, prometedor y original, con esos dos tipos que han crecido al margen de la sociedad y se piensan que el mundo es como la novelas baratas de los años 50 con las que se han empapado, lleno de investigadores privados y femmes fatales, incluso visten ropas de la época. Hasta diría que el inicio rodado en blanco y negro hasta que salen del bunker, donde ya pasamos al color, es un detalle simpático. Pero a partir de ahí nos topamos con la rutina made in Pyun. Esto es: trama ultra plana y previsible, donde los protagonistas han de ir del punto A al B e irse encontrando algún personaje con el darle mucho al palique; mucho desierto y descampado (el mismo Pyun reconoce que son los únicos escenarios que puede permitirse con los presupuestos que consigue) con personajes que visten con muchos estilos diferentes, todo muy del estilo de las pelis post nucleares italianas. Y eso sí, mucha música estilo Bonnie Tyler que en cualquier momento parece que vaya a salir Jennifer Beals.
Albert Pyun y la rata mutante
En el reparto tenemos a un perdidísimo Michael Dudikoff; John Stockwell, que lo recordaremos por ser uno de los amigos de Keith Gordon en Christine de Carpenter o por Top Gun; Lisa Blount, también vista en otro Carpenter como El príncipe de las tinieblas; el siempre entrañable George Kennedy; Hilary Shepard, que años después enseñaría escote haciendo de Divatox en los Power Rangers; Norbert Weisser que, además de ser un habitual del director, salía en La cosa de, efectivamente, John Carpenter. Así que podemos ver que Pyun contaba con un reparto bastante apañadete y que le molaba de ir rascando de los cast de Carpenter.
Sueños radioactivos no tuvo ni de broma el éxito de Cromwell, rey de los bárbaros, básicamente porque tuvo una distribución muy pobre pese a que acabó en las garras de Dino De Laurentiis, que acabó disibuyéndola. Pero acabó por asentar las bases del cine de Albert Pyun, con mucho desierto y poco cash.
Con todo eso no parece que meterse en un proyecto como Los tramposos de la loto fuese la elección más acertada para remontar.
Keaton interpreta a un tipo que malvive entre apuestas de póker y la construcción de extrañas obras con forma de dinosaurio (sic). Un día recibe la visita de su exmujer, que le pide que vaya a su piso a recoger un paquete que se ha dejado, ya que ella se ha peleado con su compañero de piso y no quiere ir. Keaton acepta, pero cuando llega a la casa se encuentra el paquete y un cadáver. A partir de ahí recibirá la visita de un par de matones que le exigirán el paquete, que contiene un electroimán con el que se pueden manipular las bolas del sorteo de la loto. No hace falta ser muy listo para adivinar como se desarrollará el asunto, Keaton corriendo de un lado a otro, encontrándose personajes de los que no sabe si fiarse. Y es que el film sigue a pies juntillas las películas ochenteras que combinaban el clásico punto de partida hitchcockniano del hombre normal que se ve envuelto en una trama que le sobrepasa y no sabe de quien fiarse, con elementos (presuntamente) cómicos y algo de acción. Sí, todo en la línea de aquellas películas de Whoopie Goldberg como Jumpin' Jack Flash, que, habiéndose estrenado un año antes (1986), no sería de extrañar que Los tramposos de la loto (The squeeze) fuese producto de su éxito.
La película solamente es salvable por reflejar muy bien este tipo de películas tan ochenteras, que lastraban el no ser al 100% una película de acción, con lo que nunca veíamos ninguna escena mínimamente espectacular, ni una comedia, esta particularmente es bastante alarmante la poca gracia que desprende. Algún tic puede hacernos gracia (como la obsesión del personaje de Keaton con la serie Bonanza, o esos dinosaurios gigantescos que construye con televisores estropeados) pero desde luego no nos reiremos mucho o nada. Una curiosidad, aunque en el cartel tenemos a los protas estrujados por las desaparecidas torres gemelas, estas no tienen un papel destacado en el film. Pero eso sí, salen muchas veces de fondo. En el apartado de cast vamos muy bien servidos. Además de Keaton (protagonista absoluto, of course), tenemos a Rae Dawn Chong (que venía de Commando) como su compañera de aventuras; Joe Pantoliano (uno de los Fratelli deLos goonies) como el coleguita de trapicheos; y una sorprendente Meat Loaf, haciendo de matón que solamente tiene una frase en toda la película.
La película, que en un principio tenía que ser una producción no demasiada cara y acabó costando 20 millones, el doble de lo que estaba previsto, y terminó siendo un fracaso en su estreno americano apenas superando dos millones. Pero claro, si una película de 90 minutos se te hace pesada es que algo falla. Algo de culpa debió tener su director, Roger Young, tipo de carrera puramente televisiva que anteriormente solamente había hecho un film para cine, Lassiter, aquella donde Tom Selleck hacía de ladrón de guante blanco. Después de Los tramposos de la loto siguió con sus series y mucho telefilm de corte bíblico. Y como curiosidad decir que dirigió Conspiración terrorista: el caso Bourne, telefilm con Richard Chamberlain encarnando por primera vez al ahora tan famoso Jason Bourne.
Hay que apuntar que Young no fue el director elegido en origen. El inglés Barry Myers, que venía con una extensa lista de spots publicitarios rodados, iba hacer su debut en el largo con Skip Tracer, que es como se titulaba originalmente Los tramposos de la loto, pero a las semanas de rodaje fue despedido por "diferencias creativas". Myers nunca llegaría a dar el salto al largo y siguió en la publicidad.
Quien también debía protagonizar en la película era Mariel Hemingway, que poco antes del inicio fue sustituida por Jenny Wright (prota de Lecturas diabólicas de Tibor Takacs) que, a su vez, después de iniciar le rodaje sería reemplazada por Rae Dawn Chong. Además, una vez finalizado el rodaje se tuvo que volver a llamar a los actores principales para volver a rodar nuevas escenas pues en los primeros montajes la cosa no cuajaba. Todo ello hizo aumentar el presupuesto de 14 a 20 millones (aunque en algunas fuentes se comenta que podrían haber sido 22)
Operación ogro es el nombre que los miembros de ETA dieron al intento de secuestro y posterior asesinato de Carrero Blanco. Años después, en 1974, aparecería el libro Operación ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco de Julen Agirre, seudónimo de Eva Forest, escritora que había colaborado con la banda terrorista.
Recuerdo que, allá por el 2001, fui a ver Desde el infierno y todo lo que iba viendo me daba cierto tufillo a que ya lo había visto. Recordemos que el film de los hermanos Hughes y protagonizado por Johnny Depp estaba basado en el cómic de Alan Moore y Eddie Campbell.
La cuestión es que todo me resultaba demasiado parecido a Asesinato por decreto, film de Bob Clark, director más conocido por sacarse de la manga Porky's y Porky's 2, además de varias comedietas que no valen demasiado la pena. Pero Clark venía de unos inicios más terroríficos con Crimen en la noche, una de zombis hecha entre colegas como Los niños no deben jugar con cosas muertas o Navidades negras. Asesinato por decreto narraba la investigación de Sherlock Holmes (Chistopher Plummer) y su inseparable doctor Watson (James Mason) en el caso de unas prostituas asesinadas por un tal Jack el destripador, y su posterior desenlace en la que estaba involucrada la casa real. Pues sí, todo calcadito a From hell cambiado a Holmes por el inspector Frederick Abberline.
Todo esto tiene una explicación, y es que ambas obras beben del libro Jack el Destripador: la solución real (Jack the Ripper: the final solution) de Stephen Knight publicado en 1976. Efectivamente, la obra relata la enésima investigación de los crímenes acaecidos en Whitechapel y su autor lo enfoca todo como una conspiración masónica en manos de la corona británica. Lo curioso del asunto es que, lo que en un principio parecía una teoría novedosa (aunque luego ha sido totalmente desechada por los entendidos), ya había sido utilizada en el cine una década antes, concretamente en 1965.
Estudio de terror aunaba al personaje de Arthur Conan Doyle y a Jack el Destripador, lo que ya le hace tener cierto atractivo. Pero al no ser una gran producción la cosa ha quedado bastante escondida. Tampoco ayuda demasiado el que sea una serie B de la mano de un especialista en la materia como era el productor Herman Cohen, que en su haber tiene multitud de films de lo fantástico/horror de factura limitada: Yo fui un hombre lobo adolescente,Konga (versión inglesa de King Kong con Michael Gough, el Alfred noventero de las pelis de Batman), Garras asesinas (otra vez con Gough), Locura (de Freddie Francis y con Jack Palance) o incluso tiene un spaghetti western como Django el bastardo. Al ser una película inglesa tirando a modesta no cuenta con un elenco demasiado conocido, pero hay que destacar un par de caras: John Neville, que décadas después sería el Munchausen de Las aventuras del barón Munchausen de Terry Gilliam, y aquí ejerce de Holmes; y Donald Houston, visto en El desafío de las águilas, como Watson. También corre por ahí una jovencita Judi Dench. Dirige, o al menos lo intenta, James Hill, un especialista en documentales de animales (labor por la que recibiría un Oscar) y que luego dirigiría Belleza negra, el drama aquel del caballo.
Estudio de terror se queda muy lejos de las grandes películas de Holmes, y ni que decir que Neville no tiene el empaque de Rathbone o Cushing, pero el hombre lo intenta. Pero la cosa está difícil con un guión muy ingenuo y una realización con cierto aire acartonado. Como curiosidad de un primerizo enfrentamiento entre Holmes y Jack el Destripador tiene un pase, pero aun y el esfuerzo de una ambientación bastante decente, la cosa se queda bastante coja.
Quizás alguien se acuerde todavía de Sandy Collora, aquel señor que era la comidilla de la red hace una década después de dirigir Batman: Dead end, aquel chorto del caballero oscuro que tan buen sabor de boca dejaba a todo aquel que lo veía, preguntándose como se habían conseguido semejantes resultados estando al margen de los grandes estudios. El secreto estaba en su director, un tipo que se había curtido en el mundo de los maquillajes currando para los mismísimos Stan Winston, Rob Bottin o Rick Backer, y había usado sus dotes, contactos, 30 mil dólares de su bolsillo y 4 días de rodaje para sacar adelante lo que, para algunos, era la aproximación más lograda del hombre murciélago a imagen real. Tan buen sabor de boca dejó que intentó seguir su autopromoción un año después rodando World's finest, un falso trailer que ajuntaba a Superman y Batman en su lucha contra Lex Luthor y Dos Caras, y que seguía, en cierta forma, la línea introducida en Batman: Dead end.
Años 40. Los nazis inician su conquista del planeta y Estados Unidos usa su mejor arma: el Capitán Invencible, un superhéroe que chafa bombarderos como el que se rasca la oreja. Pero no todo son alegrías en la vida de éste superhombre. Una vez acabada su cruzada contra el ejercito alemán, es acusado por el gobierno norteamericano de comunista por llevar la capa roja (!!!!), además de no tener licencia para volar y llevar la ropa interior por fuera (sic). Viendo lo que se le viene encima y que su propio país le ha dado la espalda decide irse a Australia.
Ya en los 80 nadie se acuerda de el Capitán Invencible, que pasa desapercibido en Australia (¡donde los fax emiten sonidos del Pac-man!), deambulando por las calles borracho como una cuba y comiendo comida enlatada. Pero el mal vuelve acechar el planeta cuando Mr. Midnight, el que fuera mano derecha de Hitler, robe al gobierno norteamericano una máquina con rayos hipnóticos, con lo que los mandamases gubernamentales han de volver a pedir ayuda al superhéroe, aunque ahora hay que ponerle en forma y conseguir que recupere sus poderes atrofiados y que no recuerda como usarlos.
Mmmm, que argumento más curioso, ¿no? Una historia sobre superhéroes repudiados, que tienen vida más allá de lo que es ponerse una capa y salvar a damiselas en apuros. ¿Alguién dijo Los increíbles? ¿Hancock? ¿Oigo de fondo Watchmen? Ahhhh, que cosas. Y que El retorno del Capitán Invencible date de 1983 y el primer número de la obra de Moore y Gibbons apareciese en 1986 da que pensar.
¿Y a qué mente privilegiada tenemos detrás de todo esto? Pues por un lado tenemos a Andrew Gaty y a Steven E. de Souza en el guión. Éste último, autor de los libretos de joyitas del calibre de Commando, Jungla de cristal, Perseguido y director de Street Figher. La última batalla. Y en la dirección Philippe Mora, nacido en Francia y criado en Australia, ha sido uno de los grandes exponentes de la ozploitation al verse beneficiado del sistema de subvenciones australiano en las décadas de los 70 y 80, que sería conocido, sobre todo, por Communion y las dos primeras secuelas de Aullidos.
Precisamente Aullidos 2 estaba protagonizada por Christopher Lee (el cual no guarda demasiado buen recuerdo/reniega de ella), que en El retorno del Capitán Invencible ejerce de malo de la función; el héroe corre a cargo de Alan Arkin (el padre de familia de Eduardo Manostijeras o el inspector Clouseau de El rey del peligro), el resto del reparto es puramente australiano, con lo que tampoco nos interesa en demasía.
La película no solamente está metida en el género superheróico, también es una comedia y un musical. No es que haya grandes coreografías, pero ahí están los personajes marcándose sus gorgoritos. Canciones que, en parte, fueron escritas por, ni más ni menos, Richard Hartley y Richard O'Brien (éste también visto como actor en Flash Gordon o Elvira's Haunted Hills, a los cuales les debemos el The Rocky Horror Picture Show y secuela. No estamos, ni mucho menos, ante una película redonda, pero que se le nota que ha creado escuela. Es curioso ver al Capitán Invencible deambulando por las calles con una botella en la mano y sin querer saber nada de su pasado como superhéroe. Imagen que recuerda al Superman malvado de Superman III. Curioso porque las dos son del mismo año. O el principio del film, rodado en blanco y negro y en formato noticiario de los años 40 (un homenaje a pies juntillas de los seriales de la época), del que chupó Zack Snyder para su Watchmen.
Al ser una producción australiana de un
género como los superhéroes, que en aquella época no estaba demasiado de
moda, y menos de uno que no tenía detrás una carrera en los cómics, la
cosa no funcionó demasiado bien a nivel comercial, y menos siendo una
producción australiana. Tal como el distribuidor americano recibió la película exigió a los productores un remontaje más apropiado para el público norteamericano, a lo que Philippe Mora se negó y comenzaron líos burocráticos. Esto hizo que el film tuviera muchos problemas de distribución (en Australia tardó más de un año en estrenarse y aquí se lanzó directamente a vídeo ya a finales de los 80) y que finalmente ese remontaje americano fuese el único que existe.
El retorno del Capitán Invencible no pasará a la historia del cine, ni siquiera es demasiado conocida y mucho menos recordada, pero hay que reconocerle la valentía de mezclar los superhéroes cómicos con el musical, siendo visionaria en humanizar a los superhéroes. En sí forma un puzle de esos que solamente podía hacerse en los primeros 80, con cosas muy blancas y para toda la familia que contrastan con las bailarinas embutidas en trajes sado que acompañan a Christopher Lee. Muchos chistes chorras, escenas aceleradas, un héroe tan americano que vive dentro de la Estatua de la Libertad, cromas de baratillo y un tufo ochentero al que es difícil resistirse.
El personaje de Rocketeer nació a principios de los 80, cuando Steve Schanes, uno de los jefazos de Pacific Comics, se encontró con el problema de rellenar unas páginas en la publicación de Starslayer. Para esa labor contactó con Dave Stevens, que apenas había hecho trabajos de entintador para la tira del Tarzán de Russ Manning y se estaba encaminando a la ilustración de storyboards como el de En busca del arca perdida, y le encargó alguna historieta rápida para rellenar un par de números. Pero la cosa cuajó, y The Rocketeer se convirtió en un éxito para sorpresa de todos. Pero para desgracia de los fans, Stevens no tenía demasiado interés en el mundo del cómic y rápidamente finiquitó la historia, y no sería hasta finales de los 80 que el personaje resurgió con una serie propia bajo el nombre de The Rocketeer Adventure Magazine ya bajo el amparo de Comico Comics.
Pero para hablar del génesis de cómo se gestó el film hay que retroceder hasta mediados de los 80, cuando Danny Bilson y Paul de Meo, dos guionistas en nómina de la Empire (Zone Troopers, Guardianes del futuro, Arena... y que luego acabarían escribiendo la serie Flash), se pusieron en contacto con el dibujante con la intención de llevar el cómic a la pantalla. Aunque, todo hay que decirlo, Steve Miner (House) ya quiso hacerse con los derechos un par de años antes.
Una vez que comenzaron a mover el proyecto pensaron en no hacer una gran superproducción, algo más con estética de serial o serie B, o incluso, rodarla en blanco y negro, y ahí cuadraba perfectamente la Empire de los Band. Además, por la época los grandes estudios no tenían ningún interés en hacer adaptaciones de cómics y eso permitía a Dave Stevens controlar el proyecto. Pero a este trío se les unió William Dear, que en la época estaba terminando de dirigir Bigfoot y los Henderson, y les convenció que de ahí se podía hacer una película mucho más grande.
Comenzaron a recorrer los grandes estudios, recibiendo siempre una palmadita en la espalda y un "es un buen proyecto pero...". Hasta que llegaron a la Disney, su última opción, y cual fue su sorpresa que estos accedieron a producirla. Y no porque tuvieran demasiado interés en el guión, si no por todo lo que les podía reportar el merchandising. Así que firmaron un contrato para tres películas. Una vez que la gran productora se subió al carro y William Dear decidió no dirigirla, puso como director a Joe Johnston, que tan buenos resultados les dio en su debut, Cariño, he encogido a los niños, y además quiso hacer cambios en la historia. El principal es que no veía con buenos ojos que la acción transcurriera en los años 30 y prefería ambientarla en la actualidad, cosa que nos hace ver que ellos ya veían claro que toda esa hornada de versiones de cómics retro no tenían demasiado futuro en las taquillas (The Shadow, The Phantom). Aunque ellos mismos volverían a meter la pata con Dick Tracy. El propio Johnston consiguió convencerlos de mantener la estética retro, alegando que las películas de Indiana Jones también transcurrían en esa época y eran grandes éxitos. Pero donde más mano metió fue en el personaje de Betty, basada en la pin-up Bettie Page, pero claro, en una producción Disney es impensable encontrarnos un personaje que tenga algo que ver con los despelotes, así que el personaje acabó derivando a Jenny Blake. También se creó para la ocasión al malo de turno, Neville Sinclair, un actor de éxito que en el fondo no es tan patriota como aparenta.
Pero como marca esa ley no escrita, una película de superhéroes retro está abocada al fracaso. Y eso pasó, Rocketeer fue lanzada como uno de los bombazos del verano de 1991, Disney puso toda la carne en el asador con un presupuesto inicial de 25 millones de dólares, que se disparó hasta los 40, y una campaña de marketing con juguetes y videojuegos. Pero por el camino se encontró otros estrenos que le pararon los pies: la segunda parte Agárralo como puedas, Terminator 2, Hot shots! o Robin Hood, príncipe de los ladrones, lo que la convirtió en un pseudo fiasco, recaudando poco más de 40 millones en territorio norteamericano, lo justito para recuperar la inversión.
En cuanto Disney vio que no iban a recaudar lo esperado dejaron de apoyar el film, y en muchas zonas de USA ni siquiera se molestaron a desplegar su arsenal de merchandising. Y es una lástima. Posiblemente sus guionistas tengan razón cuando excusan el fracaso comercial en una campaña de marketing erronea por parte de Disney, queriendo vender la película como un espectáculo al estilo de Terminator 2, cuando Rocketeer se aleja de ese estilo con grandes dosis de violencia y efectos de última generación, siendo un producto totalmente naif, un homenaje a los seriales de los 30 y 40, con un reparto a la altura: un casi desconocido Billy Campbell que venía de la televisión (Dinastía) como protagonista, Jennifer Connelly en pleno momento de auge (Phenomena, Dentro del laberinto) como la chica de la peli, Alan Arkin, Paul Sorvino (como no, haciendo de gangster), un Terry O'Quinn que venía de hacer El padrastro original y una década después sería el Locke de Perdidos, Jon Polito, y un visto y no visto de Clint Howard. Aunque el que se lleva la palma es un Timothy Dalton haciendo de malo, con un estilo Douglas Fairbanks aunque realmente el personaje está basado en esa leyenda urbana sobre la posible vinculación del actor con los nazis.
Con una duración justita, efectos de la ILM que por momentos se le notan las costuras pero en otras uno se pregunta cómo lo han hecho, actores solventes y un homenaje totalmente sincero a lo retro. Seguramente todo eso no fue suficiente para que este personaje nos robara el corazón hace 20 años. Tendremos que esperar a una nueva versión para que se le reivindique con los honores que se merece.
Hay una generación que, a mediados de los 80, acabó traumatizada por esta
miniserie. Sin lugar a dudas, si hiciéramos una
encuesta, la imagen icónica sería la de ese niño vampiro envuelto por la
niebla llamando a la ventana de su hermano. Escena que, en un golpe de
maestría de Tobe Hooper, se rodó al revés para conseguir unos extraños
movimientos de los actores. Lo mismo que haría una década después David
Lynch para las escenas de la habitación roja en Twin Peaks.
A finales de los 70 empezó la fiebre por llevar a la gran
pantalla la obra de Stephen King después del éxito de Carriea manos
de Brian de Palma. El misterio de Salem's Lot comenzó a gestarse para su
estreno en cines, pero los primeros borradores del guión (a cargo de
Larry Cohen, que años después volvería a involucrarse en la novela, como
veremos más adelante) dejaban claro que la novela original (en su
primera edición patria editado como La hora del vampiroy en sucesivas
ediciones ya se quedó como El misterio de Salem's Lot) se quedaba en poca
cosa para una duración estándar, lo que hizo que la Warner la enfocase a
formato miniserie, que en aquella época estaban cogiendo fuerza en la
televisión yanki.
Ya con Tobe
Hooper en la dirección, después de la decepción que acabó siendo Trampa mortal (su siguiente film después de La matanza de Texas) y largarse durante los primeros días del rodaje de The dark, y con un guión final a cargo de Paul Monash (un clásico en escribir para series de televisión), la cosa empezó a rodar.
Estrenada en la televisión yanki en 1979, aquí llegó a los cines en una
versión recortada a escasos 100 minutos, y titulada para la
ocasión como Phantasma II (El misterio de Salem's Lot). Cosas de la
distribuidora, que pensó que el invento funcionaria mejor si se la
emparentaba con el Phantasma de Don Coscarelli. Esta versión cinematográfica, además, contaba con planos rodados exclusivamente para la ocasión, mucho más violentos, ya que la censura de la televisión no permitía tanta violencia.
No sería hasta mediados de los 80 que pudimos ver por TVE la versión miniserie de 3 horas, donde Bean Mears, un escritor (un recurso clásico en la obra de King) que viaja hasta el pueblecito de Salem's Lot, donde pasó su infancia, con la intención de escribir sobre una mansión llamada Marsten. Su primera intención es alquilarla, pero la finca ya tiene inquilinos: los señores Straker y Barlow. El primero es un hombre que regenta una nueva tienda de antigüedades en el pueblo, el segundo, su socio, nadie lo ha visto. Pero la normalidad del clásico pueblecito dará paso a la desaparición de un niño y extraños sucesos, lo que hará que el escritor empiece a investigar qué está ocurriendo.
Protagonizada por David Soul (el famoso Hutch), James Mason (el espía de Con la muerte en los talones), Geoffrey Lewis (padre de Juliette y un clásico en las películas de Clint Eastwood), Bonnie Bedel (la mujer de Bruce Willis en la saga Jungla de cristal) y Julie Cobb (ex-mujer de James Cromwell, que años después aparecería en la nueva versión). Aunque, el gran olvidado y que ni siquiera salía acreditado en el film es el actor que encarna a Kurt Barlow, o lo que es lo mismo, el gran vampiro, interpretado por ese señor con cara rara llamado Reggie Nalder, el que recordaremos por ser el hombre del chubasquro amarillo en El pájaro de las plumas de cristal de Argento o el asesino de El hombre que sabía demasiado. Con esos rasgos era difícil no encasillarlo como el malo de turno.
Sin duda el actor es el que peor lo debió pasar en el rodaje con todo ese maquillaje y unas lentillas que no podían utilizarlas durante más de media hora seguida. Curiosamente éste fue uno de los detalles que menos gustaron a King, ya que en su novela el vampiro no tenía nada que ver con la que ideó Hooper, mucho más cercano al vampiro "animal" del Nosferatu de Murnau. Además de hacer muchos cambios a nivel de guión como combinar varios personajes en uno solo. Posiblemente esto sea un handicap para los que hayan leído la novela, pero hay que reconocerle todas las bondades que las tiene y muchas: un vampiro realmente aterrador, secuencias con atmósfera intrigante y muchos pantalones de campana.
Regreso a Salem's Lot (A return a Salem's Lot, 1987). Un par de años después apareció esta cinta
directamente para el mercado doméstico. Detrás de ella teníamos a Larry Cohen, director/guionista
capaz de lo mejor (The stuff, Última llamada), aunque la mayoría de veces era propenso a lo peor. Éste había ido a la Warner ofreciéndose para dirigir El exorcista III, pero éstos le ofrecen volver a Salem's Lot ya que tienen un acuerdo para hacer una secuela abonando 100 mil dólares a Stephen King. Michael Moriarty (Troll) es un reportero cabrón que tiene que hacerse
cargo de su hijo, así que aprovecha para llevárselo a su pueblo natal,
Salem's Lot. Allí comenzará a notar que algo raro hay en el lugar: de día
el pueblo está prácticamente desierto, mientras que al caer la noche la
cosa se anima. El asunto podría ser interesante, pero Cohen nos lo hace
pasar mal con un desarrollo monótono y aburrido, unos protagonistas
antipáticos a los que estamos deseando que les corten el gaznate, y la
falta de un vampiro que realmente nos acojone. Por ahí corre Sam Fuller haciendo de matavampiros y nazis y el debut de Tara Reid en esta secuela que se pasa por el forro el final original (SPOILER el pueblo acaba reducido a cenizas).
Salem's Lot (Salem's Lot, 2004). Ya en el nuevo milenio, la televisión por cable nos
obsequió con una nueva versión de la novela de King también en formato
miniserie de 3 horas. Por supuesto no supera por asomo a la versión de
Hooper, pero es un producto más que digno. Aunque, eso sí, a diferencia
de aquella, la nueva versión se hace muy cansina si decidimos chuparnos
las 3 horas del tirón, con un par de pases de 90 minutos la cosa se hace
llevadera e, incluso, sabremos sacarle más partido. Dirigida por Mikael Salomon (Hard rain),
nos muestra una adaptación que es mucho más fiel que la que realizó Hooper. Sin ir más lejos aquí
SPOILER los protas queman la mansión donde se esconden los vampiros, no
todo el pueblo como hacía Starky, y todos los habitantes quedan
convertidos en chupasangres, lo que, curiosamente, enlaza mucho mejor
con Regreso a Salem's Lot.Con Rob Lowe a la cabeza, Donald Sutherland haciendo de Straker, James Cromwell (el chofer de Un cadáver a los postres), y
un "Pasaba por aquí a cobrar un cheque" Rutger Hauer haciendo de
SPOILER vampiro jefe.
No cabe duda que la época dorada del tito Arnie fueron los 80. Ahí el tío encadenó éxitos de taquilla como el que se marca un combo en el Mortal Kombat. Pero lo mejor de todo es que han quedado como clásicos: Terminator, Depredador, Commando, Conan e, incluso, Perseguido.Desafío totalla dejaremos aparte, ya que "oficialmente" es de 1990, pese a que se rodó en el 89 y apesta a cine ochentero en cada uno de su fotogramas.
El problema del Chuache es cuando se pasó a la comedia, vale que mucho antes había hecho Cactus Jack, pero su primer acercamiento al género una vez instalado en el star system, fue este Danko: Calo rojo. Vale que esto no es Los gemelos golpean dos veces, algo totalmente ubicado en la risa, pero ya nos plantamos en ese subgénero tan ochentero como es el de las buddy movies (o películas de colegas), en pleno boom gracias al éxito de Límite: 48 horas y Arma letal. Está claro que la comicidad del austriaco es mínima, viendo que en sus papeles anteriores sus diálogos brillaban por su ausencia o por ser mínimos, en Hollywood lo tenían claro. Por eso, todo lo gracioso reside en ese choque cultural entre el ruso duro, frío, calculador y super profesional que tiene que viajar hasta los USA para echar el guante a un compatriota traficante de drogas, con el compañero que le asignan, el prototipo de yanki amigo de los hot dogs y los burguer, de extralimitarse en sus funciones y soltar cuantos más chascarrillos mejor, y si es en el momento más inoportuno tiramos cohetes.
Al final eso es con lo que nos quedamos a las puertas de 2014. Y es que si este Danko era motivo de alegría y alborozo cuando la alquilábamos en VHS (atención al cartel tailandés) o la emitía Telecinco en alguna noche aburrida de verano, actualmente la cosa ha quedado para que la programe TVE a la hora de la siesta del domingo después del tortell. Lo que en la época era acción y espectacularidad a raudales, ahora vemos dificultades para que la trama nos interese y rutina hasta la extenuación.
En la dirección un clásico de las action movie de los 80 como es Walter Hill (The Warriors, Límite: 48 horas, La presa), que cuando se metió en la comedia (El gran despilfarro) comenzó a flojear y la cosa no le acabó de ir tan bien como en sus inicios. No hay más que ver que el año pasado estrenó aquel bodrio de Stallone llamado Una bala en la cabeza.
Y acompañando a nuestro austriaco favorito un jovencito y delgado Lawrence Fishburne (aquí acreditado como Larry Fishburne), Peter Bolye, el clásico Brion James, Pruitt Taylor Vince (el tarado de Identidad), Gina Gershon (la mala de Showgirls) y, por supuesto, el resorte cómico del loser de James Belushi en su momento álgido.
Como curiosidad, fue la primera película norteamericana en rodar en la Plaza Roja, aunque lo hicieron de forma clandestina, ya que el gobierno ruso ni se dignó a responder a la solicitud de la productora, con lo que pusieron a Arnie en suelo ruso vestido con su vestimenta y un simple cámara grabándolo como si estuvieran haciendo un vídeo de de bodas, bautizos y comuniones.
En un día tan señalado (para algunos) como hoy, igual lo suyo sería tirar por ¡Qué bello es vivir!, Solo en casa y cosas por el estilo, pero que aquí pega más algo como El día de la bestia. Para algunos la mejor película de Álex de la Iglesia o, como mínimo, de las más redondas (para mí lo es junto aMuertos de risa). No olvidemos su clásico bajón en el último tercio de sus pelis, del que no se libra ni Las brujas de Zugarramurdi.
El nuevo milenio no le estaba sentando nada bien a Henry Selick. El gran fracaso de Monkeyboneera un escollo difícil de salvar en Hollywood, y más cuando su anterior film, James y el melocotón gigante, tampoco había funcionado bien. Así que iba haciendo pequeñas cosas como la colaboración en Life aquatic con unas escenas en stop motion y su primer chorto en animación 3d, Moongirl.
Pesadilla antes de Navidad tuvo un éxito discreto si lo
comparamos con las otras producciones Disney de la época, aunque el
tiempo y (sobretodo) el merchandising acabasen reportando pingües
beneficios a las arcas del tito Walt. Rápidamente su director, Henry
Selick, se embarco en otro proyecto bajo la técnica del stop motion,
James y el melocotón gigante, pero esta vez era algo más personal, no un
encargo como lo fue su anterior film. Aunque para ello tuvo que
cobijarse bajo el amparo de Tim Burton. La película no llamó demasiado la
atención y no tuvo éxito, y Selick le reprochó a Burton su poca ayuda
que, básicamente, se limitó a presentar el proyecto a Disney y
sanseacabó.
Esto condenó al director al ostracismo durante la segunda mitad de los 90, limitándose a algún chorto y poca cosa más.
Ya en el nuevo milenio apareció un
cómic llamado Dark town de Kaja Blackley, que, en cuanto cayó en mano de Sellick, vio un material con potencial para ser llevado a la gran pantalla. Aunque su intención era hacerlo totalmente animado, la cosa cambió con la entrada de Chris Columbus, que por la época estaba liado con las primeras entregas de Harry Potter. El guionista de Los Goonies acabó imponiendo la idea de rodar con actores y añadir elementos animados.
Una vez que Dark town fue convertido en guión, pasó a
llamarse Monkeybone. Curiosamente el guión venía firmado por Sam Hamm,
otro rebotado de Burton, que se encargó del mismo para el Batman de 1989
e hizo lo mismo con el de Batman Returns, aunque este último acabó siendo rechazado por el director y simplemente apareció acreditado en "Story by".
Stu
Miley es un apocado dibujante que crea a Monkeybone, un mono con un fez. Detrás de él tiene un engranaje de representantes,
productores y empresas de televisión dispuestas a que su creación tenga
serie de animación y miles de muñequitos que generen millones de
dólares. Pero el pobre dibujante pasa bastante de estos asuntos y lo
único que le preocupa es pedir matrimonio a su novia. Para su mala
suerte, el día que va hacerlo tiene un desgraciado accidente que lo deja
en coma. Y aunque para todo el mundo está lastrado en una camilla, su
mente viaja hasta un mundo repleto de personajes estrafalarios que se
alimentan de sus miedos.
El principal problema de Monkeybone es que es una mezcla de ideas que en su edición final fueron cercenadas, todo por obra y gracia de Columbus, que se cargó casi media hora. Lo que hace que se note mucho
en escenas poco desarrolladas y que quedan en el aire. Además de ese problema, tenemos una bajona cuando la
acción pasa a la realidad. Por fortuna la gran mayoría del metraje
acontece en el mundo imaginario de los bajos fondos. Lo mismito que le
pasaba a Cool world (Una rubia entre dos mundos), título con el que
guarda fuertes paralelismos.
Evidentemente, y viniendo de quien viene, el aspecto visual de ese mundo
onírico es muy llamativo, aunque hay momentos que parece que han metido
una amalgama de personajes que nunca acaban de congeniar, aunque esto
también es debido a que utilizaron técnicas diferentes para los
personajes (disfraces, animatrónics, stop motion, maquillaje...). Brendan Fraser tampoco ayuda. Su cara de atontado puede irle bien al Stu
taciturno, pero cuando está poseído por Monkeybone y tiene que dar ese
aspecto macarrilla chirría con el mismo estrépito que lo haría Tobey Maguire simulando a Tony Manero.
El conjunto de personajes no es ajena a su tono. Lo que en un principio
puede darnos la impresión de producto para toda la familia da un giro
brutal nada más empezar, cuando nos proyectan el episodio piloto de la
serie de animación, donde un Stu aniñado se excita viendo a su anciana
profesora, con sus flácidos brazos, para seguidamente eyacular al
mismísimo Monkeybone. En cambio, el climax final es de una simpleza e
infantilismo digna del Disney Channel.
Ojo, que pese a tantos peros el film es una tontería que se deja ver
(para luego olvidar) y no se hace demasiado insoportable ya que siempre
podemos descubrir personajes escondidos en algún rincón del inframundo (esa escena con Stephen King -que no pudo rodar porque acababa de tener su conocido accidente y buscaron a un doble-, Poe y compañía).
Luego, en las secuencias del mundo real, como he comentado, la cosa
decae. Y es que el fuerte de Selick nunca fueron las escenas con
actores reales.
No he leído Dark town, pero seguro que la cosa hubiera sido más redonda
de haberse realizado en su totalidad en animación como era la primera
idea de su director.
El film terminó siendo un fracaso estrepitoso. Costó 75 millones de dólares y apenas recaudó 8. Evidentemente eso dejó muy tocados a los implicados. Bridget Fonda hizo un par de pelis más, la mayoría poco o nada destacables, tuvo un grave accidente de coche y se casó con Danny Elfman (¡otra conexión con Tim Burton!) y se retiró de la industria. Por su parte Brendan Fraser tuvo más suerte y ese mismo año empalmó con la secuela de La momia, que tuvo mucho éxito, y El americano impasible, que le reportó muy buenas críticas. Sam Hamm se asoció con Joe Dante y le escribió Haunted Lighthouse, un mediometraje en 4D para parques de atracciones, y dos capítulos para Masters of Horror, El ejercito de los muertos y El eslavón más débil. Y desde hace 8 años que no se le conoce proyecto. Y a Henry Selick le costaría casi una década sacar adelante otro largo para renacer de sus cenizas. Pero eso ya es otra historia.