Para una mayoría (en la que no me incluyo) El más allá (...E tu vivrai nel terrore! L'aldilà, 1981) es considera la obra maestra de Lucio Fulci. Un film que es un sinsentido, con más ganas de meter estampas sangrientas e impactantes que de explicar una historia.
Poco importa que el director italiano empezara dirigiendo comedias (muchas a mayor gloria del duplo Franco Franchi y Ciccio Ingrassia), musicales (con Adriano Celentano), dramas de época, euro western o giallo, Fulci siempre será recordado por el terror más gráfico, con sangre, higadillos y ojos reventados que dio el pistoletazo de salida en su filmografía con Nueva York bajo el terror de los zombi (Zombie 2, 1979), un exploit puro y duro del Zombi (Dawn of the dead, 1978) de Romero y producido por Argento, lo que hizo que los italianos se enemistaran durante años, hasta que, a principios de los 90, limaron asperezas e iban a colaborar en una nueva versión de El museo de cera (Maschera di cera, 1997), con Fulci escribiendo y dirigiendo y Argento produciendo. Pero Fulci murió antes de empezar a filmar y la dirección recayó en Sergio Stivaletti.
Volviendo a El más allá. Catriona MacColl hereda un viejo hotel en Orleans, el cual se dedica a restaurar pese a las advertencias de una chica ciega del pueblo que se marche de allí. Lo que ella no sabe es que el hotel está construido sobre una de las 7 puertas al infierno, lo que provocará que la gente del hotel vaya muriendo y nuestra protagonista empiece a tener la visita de muertos vivientes.
Hablar (o escribir) del argumento del film es tremendamente complicado, el propio Fulci comentaba que la película no tiene argumento, que no hay que buscarle lógica. Es por eso que para algunos (por ejemplo, los que lo flipen con Lynch) podrán sacarle partido a un extraño argumento que, seguramente, ayudado por un director no demasiado interesado en hacerse entender, da para mil y una teorías. Un pintor que descubre la puerta y pinta cuadros del infierno, un libro que deja ciegos a los que lo leen, muertos que aparecen a la que menos te lo esperas... Sin duda un espectáculo difícil de digerir a los que no les guste dar demasiadas vueltas a las historias y mucho menos a los de estómago sensible. Sin duda, el festival gore y salvaje hará las delicias de los fans del gore y las burradas sangientas. El propio Fulci reconocía que alguna escena se añadía a última hora según lo que se encontraran en el set. Como ese prólogo asepiado donde unos hombres antorcha en ristre recorren un lago para romperle los dientes al pintor, que se ingenió cuando el director y Salvati, el guionista, se toparon el lago delante de la casa donde rodaban. O ese final que tenía que ocurrir en un parque de atracciones que por cuestiones presupuestarias mutó a uno que ha quedado en la imaginería del fantástico itlaiano.
Además de Catriona MacColl (aunque la primera opción como protagonista fue Tisa Farrow, hermana de Mia Farrow que ya había trabajado con el director en Nueva York bajo el terror de los zombies -Zombie 2, 1979-, Fulci tuvo que descartarla porque había abandonado el mundo de la actuación reciclándose a taxista -!!!-), tenemos por ahí al neozelandés David Warbeck, bastante afincado al cine italiano; Cinzia Monreale, que luego vimos en otro Fulci como Roma, año 2072 D.C.: los gladiadores (I guerrieri dell'anno 2072, 1984); Al Cliver, otro afincado al fantástico italiano; y una pequeña aparición del propio Fulci haciendo de librero sindicalista.
En los efectos Germano Natali, un clásico que ha hecho salvajadas sangrientas surgidas de las mentes enfermas de Argento, Fulci, Deodato, Lamberto Bava, Castellari o Cozzi.
En una Francia asolada por la crisis, con 5 millones de parados, lo único que mantiene a la masa aborregada es un concurso televisivo en el que un hombre será perseguido por 5 asesinos por toda la ciudad. Si consigue permanecer con vida tendrá derecho al premio: 1 millón de dólares.
Más de uno habrá pensado ipsofacto en Perseguido (The running man, 1987). Y es que la novela en la que se basa la película protagonizada por nuestro austriaco favorito siempre fue acusada de saquear The Prize of Perill de Robert Sheckley, que es el punto de partida de este El precio del peligro (Le prix du danger, 1983). No olvidemos que esa novela era El fugitivo (The running man, 1982) y el autor un tal Richard Buchman, seudónimo de Stephen King. Aunque, como ya comenté, Perseguido era una versión muy libre y de donde realmente se inspiraba (entiéndase "plagiaba") era de Roma, año 2072 D.C.: los gladiadores (I guerrieri dell'anno 2072, 1984) de Fulci.
Le prize of perill, versión libro, viene firmado por Robert Sheckley, un viejo conocido de este blog. Afincado en la ciencia ficción sus obras dieron pie a adaptaciones cinematográfica como Freejack: sin identidad (Freejack, 1992) —aquella de Emilio Estevez y Mick Jagger—; o la mismísima Condorman (Condorman, 1981), de la que el propio autor, a modo de cierre del círculo, se responsabilizaría de la adaptación literaria. Es decir, escribió el libro original y luego hizo lo mismo con la novelización de la película. Cosa no rara en él, pues hizo lo mismo en La víctima número 10 (La decima vittima, 1965) —un rollazo con alguna idea curiosa protagonizada por Ursula Andress y Marcello Mastroianni—, que estaba basada en su relato Seventh victim (1953).
A diferencia de Perseguido, El precio del peligro es una película mucho menos enfocada a la acción y más a la crítica social, dando énfasis a la deshumanización de la sociedad. Mítica es esa escena que abre el film donde vemos la persecución y posterior ejecución a un concursante, y a su mujer, que está en plató, le dan un premio de consolación mientras llora y rie a la vez. Aquí también tenemos a un maqueavélico presentador, interpretado por Michell Piccoli, que lo único que quiere es sumar cuanta más audiencia mejor, sin importarle la muerte de los concursantes.
Como comentaba, aquí la acción es poca y nada espectacular, limitándose a ver al concursante huir por la ciudad. Y aunque visualmente está muy limitada, tiene cierto tufillo futurista, pues, pese a que no se dice en que año sucede la acción, algunas localizaciones tienen un diseño muy moderno. Algo así como ya hiciera la propia Perseguido o Robocop (Robocop, 1987).
Al final lo que tenemos es una crítica social, algo encorsetada por (presupongo) un presupuesto limitado. El que quiera ver eso, aquí lo tiene, y el que quiera ver acción tiene la versión de Arnie. Todos contentos.
Como curiosidad, una década antes hubo otra adaptación, en este caso un telefilm alemán titulado Das Millionenspiel (1970).
Hay alguna extraña fijación en el ser humano para encontrar gracioso que un adulto se disfrace de niño y actúe como tal. Pero ni tenía gracia el Chavo del 8 ni Pequeño pero matón (Littleman, 2006) y mucho menos Jaimito Borromeo. Lo cierto es que es algo que da mal rollo, como esos fetichistas que se disfrazan. Todo muy sórdido. Y, por supuesto, que ni pizca de gracia tiene la película que hoy nos toca comentar: Clifford (Clifford, 1994). Un film que podríamos pensar que nace para chupar del éxito de Este chico es un demonio (Problem child, 1990) o Solo en casa, (Home alone, 1990) y su concepto "comedia con niño cabrón". Pero lo cierto es que Clifford se rodó en 1990, pero durmiendo en el limbo hasta 1994 por la misma razón que lo hiciera Robocop 3 (Robocop 3, 1993). La Orion estaba al borde de la quiebra y no tenía un chavo para estrenar las producciones que ya tenía acabadas.
Pero a diferencia de los otros films de "niños cabrones", el film fue un descalabro en su norteamerica natal, haciendo que en la mayoría de países se estrenase directamente a vídeo. El tono de la película no llega a ser tan cabrón como para hacer el deleite del público adulto, pero tampoco es tan light como para contentar a los infantes, y menos con las caras lascivas de Michael Short, que más que divertir le da un toque sórdido y malrollista. Porque el protagonista es un niño hijoputesco que lo único que quiere es ir a un estúpido parque temático de dinosaurios, y para ello hará lo que sea. Desde provocar un aterrizaje de emergencia en el avión en el que va, pagar a un niño para que le dé su disfraz y poder meterse en el coche de otra familia o destrozar el proyecto laboral de su tío.
Ver a Martin Short (que tiene cojones su apellido) disfrazado de Zipi y Zape y perspectiva forzada para enfatizar su baja estatura (lo que hace que el resto del cast esté mirando al infinito mientras le hablan) mientras pone caras de querer cepillarse a la novia de su tío no es divertido. Y mucho menos divertido es ver a un Charles Grodin con su característica cara de perro cabreado.
Tampoco tiene ningún sentido que todo el film sea un flashback, empezando en el año 2050 cuando el personaje de Short es un cura viejales que está en un horfanato y le cuenta su vida a Ben Savaje (hermano del prota de Aquellos maravillosos años y que lo vimos en Yo y el mundo). Detalle que no tiene ningún sentido salvo que veamos a Short maquillado. Un desastre, vamos.
Tampoco me gustaría olvidarme de las diferentes carátulas con las que ha sido editada a lo largo de los años. Para empezar, la de VHS (que es la que tuvimos aquí) vemos al prota junto a una caseta de perro que nos da a entender que se dedica a putear a un perrete, y luego resulta que aparece un perro 10 segundos y nunca más lo volvemos a ver. Luegola edición yanki en DVD(porque aquí nunca más se volvió a editar), además de lucir uno de los "cortar y pegar" más infame de la cabeza de los prota, aparece una casa en llamas que, evidentemente, tampoco tiene nada que ver con la película. Y para el final dejo el póster cinematográfico USA, más horripilante todavía que el anterior. Los famosos carteles de Ghana que están tan de moda ahora, son una maravilla del arte gráfico en comparación.
Clifford tiene algún detallito que apuntaba que era más divertida sobre el papel a lo que luego se vio en pantalla, pero eso no es suficiente para salvar el bochorno que es aguantar este invento surgido del averno.
Si te digo el nombre de Bobcat Goldthwait lo más normal es que no te suene de nada. En cambio, si te digo Zed, el heavy gritón que acaba siendo poli en Loca academia de policía 2: Su primera misión (Police Academy 2: Their First Assignmen, 1985), la cosa te sonará más. Y si tampoco te suena, enciende tu Playstation y sigue jugando al Fifa o lo que te venga de gusto.
Bobcat Goldthwait, era el clásico cómico de stand up que alguien decidió darle una oportunidad como secundario en comedias. Ya fuese en la comentada Loca academia de policía y secuelas, o La ratera (Burglar, 1987), una de aquellas 80teras para lucimiento de Whoopie Goldberg. Y, como es natural, llegó el momento de ser protagonista absoluto, con una película que él mismo ha reconocido que el guión le pareció una basura pero que el cheque era lo suficientemente generoso para hacer de tripas corazón.
El argumento es tan estúpido como lo que suena a continuación: un tontolaba (en la película le legan a llamar mongólico) recibe como herencia de su madre recien fallecida el 50% de una importante empresa de bolsa y un caballo. El otro 50% de la empresa es de su padrastro un cabronazo que lo único que quiere es conseguir el otro 50% y mandar a su hijastro a freír espárragos. El tontolaba decide no vender su parte del negocio y se queda como bróker, pero, evidentemente, el tipo no sabe nada del negocio. Para su suerte, el caballo que recibe en la herencia es un equino parlante que escucha una conversación en los establos que hará que su nuevo dueña lo pete en la bolsa.
Así tal cual. Una patochada de tomo y lomo que en los USA cosechó un fracaso, apenas recaudó la mitad de los 10 millones que costó. Y realmente no tiene mucho interés, salvo por algunos detalles que envuelven a la producción.
Por un lado el proyecto fue ofrecido al mismísimo Tim Burton, que acaba de tener un relativo éxito con La gran aventura de Pee-Wee (Pee-Wee's big adventure, 1985) y comenzaron a ofrecerle comedias. Según el propio Burton, estuvo dando vueltas al guión de Un caballo en la bolsa para ver como podía sacar algo de ahí y cuando se dio cuenta ya la habían estrenado. Posiblemente uno de los detalles que quedó en la producción de cuando el director de Batman (Batman, 1989) estaba en la producción fue la elección de Danny Elfman en la banda sonora. Aunque el trabajo del compositor es más bien anecdótico, porque música incidental hay más bien poca, con cierto toque a Bitelchús (Beetlejuice, 1988), que es del mismo año. Sin duda, Burton tuvo buen olfato para dejar de lado esta patochada y decantarse por la película del bio exorcista.
Otra de las curiosidades es que la voz del caballo corría a cargo de Elliot Gould, pero los pases de prueba fueron tan desastrosos que decidieron sustituirlo por John Candy, que se dedicó a improvisar la mayoría de sus diálogos. Quizá en la VOSE la cosa quedaría graciosa, pero en la doblada la cosa está totalmente descafeinada, pues aquí el film se estrenó directamente a vídeo, lo que le otorga un doblaje de segunda fila. Ni siquiera el doblador de Goldthwait saca partido a las exageraciones del actor.
En el resto del reparto destacar a una florero Virgina Madsen, Dabney Coleman, Burgess Meredith (poniendo la voz al padre del caballo) y breves apariciones de Tim Kazurinsky (el poli pequeñajo de Loca academia de policía) y Gilbert Gottfried (un secundario de infinidad de comedietas).
Por lo demás, un bodrio de aquellos que salían directamente en VHS, y que apenas son 80 minutos de metraje, pero se vuelven tediosos y desesperante. Aun y así, hay algún atisbo de gracietas como esa familia de caballos que en lugar de tener una herradura en la entrada tienen un zapato o el padre que se reencarna en mosca (que en su primera aparición recuerda a la mosca de Bitelchús). Pero ni por esas merece la pena perder el tiempo en su visionado. El fracaso de Un caballo en la bolsa truncó la carrera de Bobcat Goldthwait como actor, relegándole a apariciones esporádicas en series de televisión, pequeños papeles en películas muy de vez en cuando, y mucho, muchísimo doblaje en dibujos animados. En cambio, empezó una carrera como director que, en general, le ha dado bastantes buenas críticas.
Parece mentira que habiéndole dedicado una entrada a Creepshow 2 (Crepshow 2, 1987) no se le dedicara otra a la primera parte.
Lo que iba a ser una colaboración entreStephen King y George A. Romero para llevar a la gran pantalla The Stand y ante la imposibilidad económica que el proyecto acabase en buen puerto, acabó derivando en un homenaje a los cómics de la EC que la pareja devoraban en su infancia.
Una antología de historias terroríficas que tenían un hilo conductor. Básicamente lo que hizo la Amicusaños atrás, pero claro, estábamos saliendo de los 70 y la truculencia más gráfica hacía tiempo que se había instalado en nuestra vida cinematográfica (si no que se lo digan al propio Romero y su Zombi -Dawn of the dead, 1978), así que el tema era no cortarse un pelo a la hora de enseñar sangre, vísceras y lo que hiciera falta.
Las historias las conocemos de sobra: la del día del padre, la caja, las cucarachas... Todas ellas con un reparto repleto de caras muy conocidas: Ed Harris (con su baile imposible), Adrian Barbeau, Leslie Nielsen en plan cabrón, Ted Danson, Tom Atkins, Hal Holbrook... y, por supuesto, el propio Stephen King.
Precisamente la historia de éste es la que nos lleva a la famosa anécdota que nos encontramos a los que vimos la película en su primera edición en VHS de la mano de Polygram, ya que no solamente cambiaron el orden de algunas historias, si no que fulminaron la que protagonizaba King. Y no fue hasta la edición que sacó Manga Films en los 90, que todo volvió a la normalidad y pudimos ver a King hacer el paleto (aunque yo vi este montaje por primera vez en un pase televisivo en algunos de los programas dedicados al cine fantástico/terror que hizo Álex Gorina en aquella década). Y esta edición de Manga nos regaló una de las carátulas más horrorosas que se recuerdan. No como el cartel originalque mola muchísimo. Buenos ratos de mi infancia pasé embobado ante ese taquiller@, con el detalle de la ardilla en su bolsillo que no sabía si compadecerla o qué. Y si seguimos con el tema artístico, tampoco es menos mítica la versión cómic que dibujó Berni Wrighston (que luego seguiría enlazado a King en El ciclo del hombre lobo) y que también apareció por entregas en la Creppy de Toutain.
Es imposible hablar de esta peli y no dejar caer cual es nuestra historia favorita. En mi caso siempre me he quedado con el segmento de La caja, que realmente son dos historias en una: la del marido que quiere deshacerse de su mujer (muy Hitchcock) y la del monstruo que habita una caja que está escondida en el hueco de una escalera. Una historia con un tempo pausado. Se toman su tiempo para abrir la caja. Y, pese a que sabemos
de antemano que ahí hay algo y en cualquier momento hará aparición, nos
mantiene en vilo y tensión. Lo peor es que vemos a la bestia de forma bastante clara y le quita
puntos al asunto, pues, en el fondo, no es más que un mono con dientes
afilados.
Creepshow es de aquellas que se facturaron en pleno estado de gracia
de sus responsables, todo un homenaje al estilo cómic, con esa
fotografía de Michael Gornick (que luego dirigiría la segunda parte
pasando totalmente de estos recursos) llena de colorines chillones y con
unas transiciones estilo viñetas. Los inevitables guiños al mundo de King (Castlerock), una banda sonora alucinante y, posiblemente la primera (¿y única?) vez que vemos a un
zombi con poderes telequinéticos. Si no como se explica la muerte de Ed
Harris?
Como ya sabemos, en 1987 se facturó Creepshow 2, que si bien no llega a la genialidad de su antecesora, mantiene bastante bien el tipo; y ya en el nuevo milenio una tercera parte totalmente infecta de la que uno no sabe como un producto practicamente amateur pudo conseguir los derechos para usar el nombre. Y para no variar se prepara remake. Pero de momento lo que tendremos seguro en unos meses será Just desserts: The making of Creepshow, un Blu-Ray que nos explicará con pelos y señales la realización de Creepshow.
Aunque ahora a todo el mundo se le ponga dura con la adaptación televisiva de Daredevil de la mano de Netflix, hubo un tiempo (unos 40 años al pasado), cuando aquí al demonio rojo se le conocía como Dan Defensor, hubo un esteril intento de llevarlo a la pequeña pantalla. 1975 era una época donde Hulk, Wonder Woman o Spidermantenían encarnaciones en carne y hueso en la pequeña pantalla, y alguién debió pensar que Daredevil también podía combatir el crimen en 625 líneas.
Angela Bowie, la que fuera primera mujer de David Bowie, compró los derechos de Daredevil y La viuda negra. Estos derechos expiraban en apenas 365 días, por lo que se puso las pilas e inicio movimientos para llevar a buen puerto el proyecto. Como mandaban los cánones de la época, todo pasaba por una sesión de fotos con los protagonistas que sería obra de Terry O'Neil. Por un lado, ella misma encarnaba a Black Widow. Para Daredevil se llamó al actor Ben Carruthers. Este tipo con cara de Nicolas Cage no tuvo una carrera demasiado extensa, siendo Sombras (Shadows, 1959), su debut cinematográfico de la mano de John Cassavetes, y Doce del patíbulo (The dirty dozen, 1967) sus películas más famosas. Luego murio bastante joven a principios de los 80.
Como es sabido, la cosa no pasó de la sesión de fotos quedando en otro de los muchos proyectos fallidos de llevar a la caja tonta alguno de los superhéroes que llenaban de color las viñetas del papel podrido de Marvel y DC.
Es curiosa la aceptación que debía tener la Filmation en este país en la ochentosa época del dorada del videoclub. La mayoría de sus series tuvieron presencia entre estuches y estuches de VHS y Betas. O tenían mucho éxito entre los infantes o los derechos de distribución estaban por los suelos.
Hero high partía (en la época) de una idea bastante novedosa: un instituto donde se impartía clase a jóvenes superhéroes que todavía no tenían totalmente desarrollados sus superpoderes. Una idea muy buena que traspasaba las clásicas historias de héroes que salvan el mundo de la amenaza del super villano de turno. Algo así como un pre Watchmen pero totalmente naif. Idea esta del instituto que fue recogida (léase plagiada) en Sky High, una escuela de altos vuelos (Sky High, 2005), producción Disneycon Kurt Russell y mini aparición de Bruce Campbell.
Nacida en 1981dentro del espacio The kid Super power hour with Shazam!para las ya clásicas mañanas de sábado, iba a ser otro derivado de Archie, pero problemas con los derechos hicieron que modificaran Hero High, al igual que Mis queridos monstruos / Fantasmas marchosos / La familia Monsters / Groovi goolies, tiene firmato de sitcom. Supuestos gags (en su mayoría caídas y trompazos) que acaban con risas enlatadas. Como era habitual, varias distribuidoras sacaron sus recopilaciones y, como apuntaba antes con los Groovi Goolies, cada cual bajo un título diferente: Super héroes, Escuela de héroes o El capitán California (!!!!).
La serie está trufada con la característica común de la Filmation: el reciclaje. Ya fuese con la reutilización de secuencias o con efectos sonoros que nos sonará de otras series de la casa. Además, mucho primer plano de la jeta de los personajes para no tener que animar todo el cuerpo. Está claro que a la compañía de Lou Scheimer y Norm Prescott le importaba bien poco la calidad y mucho el facturar productos al menor coste. La serie, como la mayoría de la productora, es olvidable más allá de alguna idea o el concepto. Visto un capítulo, visto todos. Y para muestra un botón. Desde los estantes pútridos de alguna sucia habitación digitalizamos una no menos sucia y apolillada cinta magnetoscópica de la que seleccionamos el episodioBoo whoo.
Entrados los 90, a Rutger Hauer comenzaban a quedarle lejos los tiempos en los que empezaba hacerse un hueco en la serie A de Hollywood. Ya a finales de los 80 comenzó a coquetear con la serie B que pasaba desapercibida en cines pero lo petaba en formato magnetoscopio: Carretera al infierno (The hitcher, 1986), Se busca vivo o muerto (Wanted: dead or alive, 1987), o aquel sosias de Daredevil llamado Nick Parker en Furia ciega (Blind fury, 1990). Y, además, si su poder de convocatoria disminuía para el público, sus posaderas aumentaban de forma inversamente proporcional. Sí, el tío se puso fanegas. Y encima con ese raro (d)efecto de cara normal y cuerpo gordo. Como cuando le cambiabas la cabeza a un Master del Universo y la colocabas en un cuerpo que no le correspondía.
Ya en esa etapa de gorduras y escaso tirón en las plateas, protagonizó esta Peligrosamente unidos (Wedlock, 1991), de la que todos recordamos el rollo de los collares que hacen explotar las cabezas, conexión directa con Perseguido (The running man, 1987) —que viendo como saqueó de Roma, año 2072 D.C.: los gladiadores (I guerrieri dell'anno 2072, 1984) de Fulci, a saber de dónde robó la idea de los collares— que, luego, se retomaría en Battle royale (Batoru Rowaiaru, 2001). Aquí la cosa va de que, en algún momento del futuro, Rutger se asocia con James Remar—uno de los The warriors. Los amos de la noche (The warriors, 1979)— y Joan Chen (de Twin Peaks) para robar unos diamantes. Después del robo y una persecución, pues el golpe casi se va a pique, se desvela que los compañeros de Rutger están compinchados y su intención es matarlo y quedarse con el botín que, salvo él, nadie sabe donde está. Al final los malos disparan al bueno, que acaba capturado por la policía y enviado a una cárcel de máxima seguridad, donde los presos llevan los famosos collares que están unidos con el de otro recluso (nadie sabe quién es su pareja de baile) y si alguno de los dos se aleja demasiado, explotan.
Pese a ser del 91, la película es puramente 80tera. Pero 80tera de las malas, de las que llegan a serie B por los pelos. Con unos medios muy justitos. Prueba de ello es que al principio nos indican que estamos en el futuro, aunque, salvo el tema de los collares, nada nos indica que estemos en tal época. Los coches son los que había en la época, la gente sale vestida igual, las casas son iguales... En definitiva, que se metieron un pegote. Además, la historia es un 3 en 1. El prólogo es la parte del robo; luego, durante casi media peli, es del rollo carcelario, donde Rutger Hauer es martirizado por el alcaide y sus secuaces. Mítica es la escena donde lo llevan a una celda de aislamiento (básicamente un ataúd lleno de agua), a pasar varios días y el que lo putea abre la puerta y le mea encima. Y ya en el tramo final, una roadmovie donde el prota junto a Mimi Rogers escapan de los polis y los malos.
Y, como decía, la cosa se queda en algo nimio y fallido (pese a que la recordaba como una serie B divertida y entretenida), donde desde el principio te hueles los supuestos giros de guión, y con un Rutger Hauer que empezaría su decadencia física y fílmica. Lo mismo que su director, Lewis Teague, que estuvo detrás de cosas tan chulas como La bestia bajo el asfalto (Alligator, 1980), Los ojos del gato (Cat's eye, 1985) y cosas no tan chulas como Kamikaze Detroit (Collision course, 1989) o ese exploit indianajonesero de serie A llamado La joya del Nilo (The jewel of the Nile, 1985) —secuela de Tras el corazón verde (Romancing the stone, 1984)— y en los 90 se hundió en subproductos difíciles del digerir, siendo el film aquí comentado lo último que hizo para cine.
Digámoslo ya, Antoni Gaudí. Una visión inacabada es un coñazo de padre y muy señor mío. Todo su interés radica en su condición de film perdido durante décadas y del que poco menos que parecía una leyenda urbana.
Allá por principios de los 70 empezó el rodaje de este documental ficcionado de la mano de un tal John Alaimo, un norteamericano que en los 60 quedó maravillado de la obra de Gaudí en una visita a Barcelona. Sin demasiado bagaje en sus espaldas, escribió un guión que fue supervisado por Joan Bassegoda, un experto de Gaudí. Con un presupuesto mínimo, muy pocos actores, de los que apenas se puede destacar a Jose Luis López Vázquez encarnando al célebre arquitecto (aunque en un principio se pensaba en que fuera Fernando Rey el protagonista) y José María Lana como un joven arquitecto que tiene una serie de charlas con Gaudí.
Y básicamente ese el argumento de la cinta, los últimos 2 días de vida de Gaudí antes que lo atropellase un tranvía. Todo ello basado en los apuntes que Joan Bergós Massó, que fue colaborador de Gaudí, tomó en su día, con lo que se da por hecho que muchas de las explicaciones y teorías que va lanzando López Vázquez tienen una base real.
Rodada en apenas un par de semanas y en escenarios como La Sagrada Familia o la finca Güell. Claro, con el anacronismo que lo que vemos son las edificaciones de primeros de los 70, no tal como eran a mediados de los años 20. Aunque nadie se espere ver, al menos, la ciudad condal en los 70, porque el director se cuidó mucho que en pantalla se viese lo justo y necesario.
La cosa no pasó de alguna que otra proyección privada, porque más allá de que los responsables tuvieran la intención de darle una vida comercial en cines o en la televisión, el banco BBVA se quedó con los derechos de la obra ya que no pudieron devolver el crédito concedido (1 millón de las antiguas pesetas).
Así, el asunto quedó durante décadas como un film desconocido y del que poco se sabía, hasta que, casualidades o no de la vida,un par de días después de la muerte de Jose Luis López Vázquez en 2009, el historiador Carles Querol, que había estado trabajando para aquella entidad bancaria, salió a la palestra explicando como poseía las bobinas de una copia en 16 mm que se habían encontradocasi de manera casual. A finales de 2010, el programa de TV3 30 minuts emitió un montage de 45 minutos con el material que había en esas polvorientas bobinas.
En Baltimore, un chaval que responde al nombre de Pecker, pasa los días haciendo fotos con una vieja cámara que consiguió su madre, que regente una tienda de artúiculos usados. Ya sea fotografiando las hamburguesas que cocina en su cutre trabajo en una no menos cutre hamburguesería; a la gente con la que se va topando día sí, día también; a su mejor amigo mientras roba para él carretes Kodack; a su novia mientras controla a los clientes de la lavandería donde trabaja, o a los borrachuzos que frecuentan el bar de su padre. Básicamente, retrata la vida de su entorno.
Un buen día decide hacer una exposición de sus fotos en la hamburguesería, a la que asiste una marchante artística llegada desde Nueva York, que queda chipirifláutica con la obra del chaval y decide llevárselo a la gran manzana, causando un gran revuelo, no sólo en la vida de Peckerd, si no de los que aparecen en sus retratos.
Considerada como una obra menor dentro de la filmografía de John Waters, la cinta es hija de un tipo de cine que se usaba mucho en los 90 para llamar a los más jóvenes. Un estilo que bebía mucho de lo que había empezado a primeros de los 90 en la televisión con series como El mundo de Beakman (Beakman's world, 1992-97) o Parker Lewis (Parker Lewis Can't Lose, 1990-93), pero que, a su vez, bebía de los cartoons del a Warner o los Terry Toons. Luego esto se vio en cines como El cuchitril de Joe (Joe's apartment, 1996).
Waters venía de hacer Los asesinatos de mamá (Serial mom, 1994) y durante los siguientes 4 años intentó materializar el proyecto de Cecil B. Demente (Cecil B. DeMented, 2000), pero ante la imposibilidad de llevarlo a cabo, se decantó por filmar Pecker (Pecker, 1998). Cecil B. Demente acabaría siendo su siguiente film dos años después. Con Pecker demostraba que había perdido su punch, y que la edad o lo que sea le quitó, en cierta forma, sus ganas de tocar lo que no suena. Seguía haciendo crítica, pero cuando es la Warner (New Line ya hacía años que había sido absorvida por la major) la que distribuye tu película, te lo miras todo con otros ojos e intentas que esa niña que se comporta como una auténtica yonki del azúcar acabe como un gag del que nadie pueda sentirse ofendido y hasta tu abuela se ría. Ahí tenemos ese final totalmente happy end que es repipi hasta el tuétano.
El cast está encabezado por Edward Furlong, deseoso de quitarse de encima la etiqueta de actor representativo de la estética grunge con personajes un tanto oscuros como los interpretados enTerminator 2. El juicio final (Terminator 2: a judgment day, 1991), Cementerio viviente 2 (Pet sematary II, 1992) o Juego mortal (Brainscan, 1994). Otra que aparece, y quizá también con ganas de quitarse el estigma del díptico de La familia Addams (The Addams family, 1991), la aquí todavía rolliza Christina Ricci. En roles más secundarios tenemos a Lily Taylor;Martha Plimpton, la Stef de Los goonies (The goonies, 1985); Lauren Hulsey, que luego la vimos en El libro de las sombras (Blair Witch 2, 2000) y que ahora está metida en los efectos especiales de los últimos blockbusters. Y no podían faltar las caras clásicas en la obra de Waters: Mink Stole, Mary Vivian Pearce, Patricia Hearst o Susan Lowe.
El propio Waters fantaseó durante la promoción de la película con una secuela donde, aprovechando el final, Pecker acaba llendo a Hollywood a rodar un film y acaba cocainómano perdido. Quien sabe cuanto de cachondeo o de verdad había en aquellas declaraciones. Lo que está claro es que el fracaso comercial del film (en USA no recaudó ni la mitad de los 6 millones que costó) cerró cualquier puerta a ningún tipo de continuación.
La tienda es de esas películas basadas en un libro/relato de Stephen King que pasan desapercibidas. Ya en su momento fue machacada por la crítica y aquí nos llegó tardísimo, no fue hasta 1996, 3 años después de su estreno en USA, que la estrenaron. Pero que vista como un producto modesto, pura serie B, se ve con agrado y se disfruta.
Decía (o dice) King, que Ray Bradbury ha sido una de sus grandes influencias, es por eso que al libro La tienda (Needful Things, 1991) le encuentro muchos paralelismo con La feria de las tinieblas (Something Wicked This Way Comes, 1962), cosa que no sé si es intencionada o no. Si allí teníamos una oscura feria ambulante que llegaba a un pueblecito donde sus habitantes iban recibiendo el regalo de cumplir su más preciado deseo en realidad, en la historia de King es un (aparentemente) gentleman que monta una tienda de antigüedades en la pequeña localidad de Castle Rock, donde hará realidad los deseos de los lugareños a cambio de "pequeños" favores, llegando a desatar una ola de odio entre todos ellos. Según el propio King, es la primera novela que escribió desde los 16 años sin estar drogado o borracho, pensando que al final le había quedado una sátira a los años 80 presididos por Reagan en los USA.
Protagonizada por Bonnie Bedelia, la señora McClane en la ficción en las dos primeras Jungla de cristal (Die hard, 1988) y tía en la vida real de Macaulay Culkin;Amanda Plummer, la Honey Bunny de Pulp fiction (Pulp fiction, 1994); Don S. Davis, el jefe de McGyver en la serie Stargate (Stargate, 1997-2007) y J. T. Walsh, uno de esos secundarios que siempre nos suena su cara.
Pero los verdaderos protagonistas son Max von Sydow y Ed Harris. El primero haciendo de malo malísimo, básicamente el mismísimo diablo con forma humana que se mezcla entre la gente para sacar a flote su lado más salvaje.
Por su parte, Ed Harris es el chico bueno, el sheriff Alan Pangborn (el mismo personaje que interpretaba Michael Rooker en La mitad oscura (The dark half, 1993) que, si bien sabemos desde el principio que es el prota, su personaje sale realmente poco en pantalla hasta entrada la hora de duración, cuando en el clímax final se alza como el héroe del relato.
Hay que mencionar lo ligado que está Harris al universo cinematográfico de King. Hagamos un pequeño repaso. Era el prota de Los caballeros de la moto (Knightrider, 1981), dirigida por George A. Romero, que era colega de King, que hacía un cameo en el film. También lo vimos en Creepshow (Creepshow, 1982), concretamente en el sketch titulado El día del padre (Father's day), y recordemos que el film estaba guionizado por el propio King que, además, protagonizaría la historia de La solitaria muerte de Jordy Verrill (The Lonesome Death of Jordy Verrill). Luego vendría la aquí comentada La tienda y haría un pequeño papel en otra adaptación televisiva de King, Apocalipsis (The stand, 1994).
Por su parte, la dirección caía en manos de Fraser Clarke Heston (hijo de Charlton), que si bien ya había dirigido un par de telefilms, ésta era su primera ocasión en un largo para cine. Y en La tienda usó un sistema de edición digital totalmente novedoso en su época. Por lo demás, la carrera de Heston Jr. no tiene demasiada o ninguna repercusión.
La tienda se ve con agrado. Tiene un cast la mar de solvente y llamativo, una historia previsible pero agradecida, con todo ese rollete que tanto nos gusta del pueblecito idílico norteamericano que parece de postal pero que por dentro está podrido. No es una obra maestra pero mola.
Gremlins 2. La nueva generación (Gremlins 2: The New Batch, 1990) de Joe Dante. Con Zach Galligan, Phoebe Cates, John Glover, Robert Prosky, Robert Picardo, Christopher Lee, Haviland Morris, Dick Miller, Jackie Joseph, Keye Luke, Kathleen Freeman, Paul Bartel, John Astin.
Aladdin (Aladdi, 1992) de John Musker y Ron Clements.
Igual sólo se acuerdan los más viejos del lugar, pero hubo una época, en pleno boom de los videoclubs, que muchos episodios piloto nos llegaban directamente a vídeo. Incluso, en algunos casos como las vetustas series de Spiderman (The amazing Spider-man, 1977) o Hulk (The incredible Hulk, 1978), nos los colaban en cines.
Pero volvamos a los VHS y los Betas (del sistema 2000 ni mentarlo). Muchos episodios pilotos se financiaban con las preventas a otros países fuera de los USA a las diferentes distribuidoras que, una vez acabada su filmación, se distribuían en los videoclubs. Ahí tenemos los casos de El gran héroe americano (The Greatest American Hero, 1981), Street hawk. Los justicieros de la calle, nombre con el que se editó El halcón callejero (Street hawk, 1985), Miami. Brigada anti droga, que es como se tituló Corrupción en Miami(Miami vice, 1984)... e, incluso, el de alguna serie que no pasó del piloto como el caso de KIT 2000 (Knight rider 2000, 1991). Por alguna razón casi todas distribuidas por CIC Video.
En el fondo la cosa no tenía mucha complejidad, se trataba de alargar el capítulo hasta los 90 minutos. El problema venía cuando esto ocurrió con Twin Peaks. Mientras que las aventuras de Annibal Smith y sus colegas eran autoconclusivas, la serie de David Lynch y Mark Frost tenía continuidad, así que vender el piloto tal como se creó era poco menos que inadmisible. ¿Alquilarse una peli y que te estampen un "Continuará..." cuando la trama está de lo más enganchante y no tienes posibilidad de saber ni visionar nada más? Naranjas de la China. Así que, mientras se rodaba el piloto, le dieron a Lynch un plus en el presupuesto para que rodase 20-25 minutos extras que cerrasen la historia. Evidentemente era poco menos que imposible cerrar la historia con un final que cuadrase y dejara satisfecho al espectador. Este final, digámoslo ya, es una chufla que el propio Lynch rodó a desgana (y se nota) y con el único propósito de salir del paso.
Aquí el piloto nos llegó de la mano de Warner en algún momento de 1990 bajo el nombre de Asesinato en Twin Peaks. Evidentemente con esos 20 minutos extras, pasando de los 90 minutos del piloto que conocemos a 113 minutos. Durante estos minutos extras ya nos encontramos la famosa habitación roja, metraje que se reutilizó en la serie cuando el agente Cooper sueña con ella, con Laura Palmer y el enano. Lo que llama la atención de esta cinta es que en ningún momento se dice que esa acción acontezca 25 años en el futuro y en el doblaje se pasan por el forro aquello que hablan al revés.
Y es en el doblaje donde más extraño se nos hace todo, porque las voces, salvo un par de excepciones son difrentes a las de la serie, siendo las de Asesinato en Twin Peaks, en su mayoría, muy de segunda fila. Por ejemplo, el agente Cooper es doblado por Miguel Ayones (recordado, sobre todo, por ser la voz del primo Larry de Primos lejanos), que en la serie acabaría poniendo voz a Leo Johnson. O el enano de la habitación roja tiene la voz de Eduardo Moreno, también la voz de Gwildor en Masters del Universo(Masters of the Universe, 1987) o Alf. En cambio, a Bobby Briggs le sigue poniendo voz Luis Reina (Seinfeld), al igual que Juan Carlos Ordóñez seguía siendo el hombre manco. En el aspecto de traducción también hay varias diferencias. La más llamativa es que aquí el agente Cooper sí dice la fecha correcta (24 de febrero) o la cagada de traducir el "fire walk with me" como "el fuego anda conmigo". En donde si estuvieron acertados los de Warner Spain fue en la elección de la carátula, con una imagen mucho más icónica y chula que, por ejemplo, la edición inglesa.