Huellas de pisadas en la Luna vendría a ser más un thriller con cierta atmósfera extraña y onírica, algo de fantástico y con un misterio a desentrañar detrás. Lo dicho, ni hay una ristra de muertes y mucho menos un asesino enguantado.
Estamos ante uno de esos films en los que la historia siempre va a ir por delante nuestro, podremos intuir alguna cosa en las pistas que irá encontrando Alice (está claro que el nombre no es casual) por el camino. Un camino lleno de personajes singulares y, sobre todo, lugares casi mágicos. Culpa del protagonismo de los lugares que vamos a visitar (el minimalista apartamento de Alice, los mastodónticos y angulosos edificios de la ciudad que contrastan con la isla de Garma –cosa que me ha recordado a La invención de Morel–, con su playa, su hotel de interiores barrocos y art nouveau...) se lo debemos al director, Luigi Bazzoni, al cual se le nota su pasión por la arquitectura y el buen gusto por unos movimientos de cámara elegantes y refinados. Pero tampoco hay que pasar por alto la increíble fotografía de Vittorio Storaro (primo del director), repleta de juegos con sombras, siluetas y unos colores saturados (aunque oficialmente Bava fuese la inspiración de Argento para Suspiria, seguro que también picó de la película aquí comentada) y una estupendísima banda sonora de Nicola Piovani. Ambos trabajos son partes fundamentales en un conjunto que se escapa a lo que se hacía en la época, y que serían los pilares para crear esa atmósfera de ensueño.
Luigi Bazzoni tuvo una carrera cinematográfica singular. Empezó a finales de los 50 como asiente de dirección, hizo algunos cortometrajes y a mediados de los 60 inició una escueta carrera como director (dejo aparte varios documentales que firmó en los 90 sobre el imperio romano) de apenas 5 títulos pero todos de gran interés: dos italo western con Franco Nero y Jack Palance, El hombre, el orgullo y la venganza y Los hermanos azules respectivamente; un thriller noir (que también Regia editó en su colección Cinema Giallo aunque tenga poco o nada de él), La mujer del lago; un (ahora sí) giallo, El día negro, con, otra vez, Nero; y la aquí comentada Huellas de pisadas en la Luna, que sería su último trabajo en 1975. Está claro que Bazzoni era una rara avis en una industria y tiempo donde sus colegas engrosaban filmografías extensísimas de decenas de títulos. Esta Huellas de pisadas en la Luna es su obra maestra e irónicamente se trata de su film más oculto y desconocido. Aun su genialidad no es fácil entrar en él y suele ser tachado de desesperadamente aburrido, aunque, si acabas conectando ya no despegarás los ojos de la pantalla.
Aunque si tuviera algo malo que señalar es ese texto que aparece al final y nos da una solución de lo que hemos visto. Tengo la impresión (y quiero pensar que es así) que sería alguna imposición de los productores para que el público no se sintiese gilipollas en una época menos dada a los finales interpretables. Lo más curioso es que en la edición en VHS que nos llegó en los 80 (totalmente amputada de formato y partiendo de un master horripilante que se cargaba todo el buen trabajo de Storaro), no contenía ese texto explicativo, con lo que el interés sería saber si se lo añadieron en las ediciones en DVD o ya existía en la época de su estreno.
Aparte de ese trío calavera formado por Bazzoni, Storaro y Piovani, Huellas de pisadas en la Luna puede presumir de un reparto tan goloso (muchos nombres emparentados a la filmo de Fulci) como es el que forman Florinda Bolkan (Una lagartija con piel de mujer, Angustia de silencio), Evelyn Stewart (Siete notas en negro, La Frusta e il Corpo de Bava), Lila Kedrova (El quimérico inquilino), un casi cameo de Klaus Kinski y Nicoletta Elmi, que tuvo una carrera breve pero intensa, asomando su pelirrojismo en Bahía de sangre y Orgía de sangre ambas de Bava, Rojo oscuro, o Demons. Casi nada.
Según dicen, aquí se estrenó muy tarde, en verano de 1978 en salas de V.O. pero yo no lo tengo muy claro. Lo que sí tengo claro que en los 80 tuvo su edición en VHS con el título Las huellas de pisadas en la Luna, con una carátula muy de aquella época, con una imagen de Klinski, que, además de tener una aparición minúscula, la foto nada tiene que ver con la película que nos ocupa y en la contra pusieron la imagen de un astronauta de la NASA y se quedaron tan a gusto. Todo ello no ayudaría a ser demasiado demandada entre los consumidores del formato magnetoscópico, y los que cayeron en la telaraña del vil arte de embaucar al personal con carátulas engañosas se quedarían con el culo torcido y el cerebro licuado. ¿Pero desde cuando este nicho ha tenido buen gusto?
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