No sé si sería en el carnaval del 93 o 94 que oí por primera vez de Candyman. Un chaval se había hecho su disfraz en plan casero. Llevaba una capa que había nacido de un saco de basura, un emplaste en la cara (de aquellos que en la etiqueta parecía un maquillaje de Hollywood y luego el resultado real era una guarrada) que simulaba una cicatriz, un parche de plástico en el ojo y un garfio comprado en un Todo a 100. Una cutrada como un templo, vamos.
El tipo iba diciendo que era Candyman, personaje de una película de terror que había visto pero que el resto nos quedamos igual. A lo que, si le sumamos nuestra traducción de "hombre caramelo", el chaval fue un poco el hazmerreir de la tarde.
Luego, con el tiempo, descubrí en las estanterías del videoclub la película. Pero aun y así aquello no llamó demasiado mi atención, seguramente porque me atufaba a los últimos coletazos del slasher. Recordemos que ya nos acercábamos a mitad de los 90s y el subgénero estaba en claro declive. Al menos hasta que llegase Wes Craven y le diera un lavado de cara para dejarlo en algo totalmente light. Pero eso ya es otra historia.
El tipo iba diciendo que era Candyman, personaje de una película de terror que había visto pero que el resto nos quedamos igual. A lo que, si le sumamos nuestra traducción de "hombre caramelo", el chaval fue un poco el hazmerreir de la tarde.
Luego, con el tiempo, descubrí en las estanterías del videoclub la película. Pero aun y así aquello no llamó demasiado mi atención, seguramente porque me atufaba a los últimos coletazos del slasher. Recordemos que ya nos acercábamos a mitad de los 90s y el subgénero estaba en claro declive. Al menos hasta que llegase Wes Craven y le diera un lavado de cara para dejarlo en algo totalmente light. Pero eso ya es otra historia.
Pasarían muchos años hasta que le diese una oportunidad y me dejase gratamente sorprendido. Candyman poco tenía de slasher o de producto parido para el gran público. Aquello entraba directamente en el terror romántico, con toques oníricos y, sobre todo, melancólico. Todo ello acrecentado por la brutal banda sonora de Philip Glass. Era al género de terror lo que El Cuervo al cine de superhéroes. Gótico moderno que decía su director.
La historia se mueve entre aquellas leyendas urbanas de que si decías X veces un nombre delante del espejo, se aparecía algún personaje maléfico y te dejaba muñeco. En mi época era algo así como repetir tres veces el nombre de Verónica con una tijeras abiertas (sic) y tal. Chorradas de críos, vamos. Pero aquí viene con un personaje como Candyman, tipo de contundente aspecto, un garfio en la mano y que te rajaba cuando repetías su nombre 5 veces ante un espejo. Por ahí corre la guapa de Virginia Madsen que está realizando una tesis sobre las leyendas urbanas y comienza a interesarse por la historia de Candyman. Cosa que le hará obsesionarse y adentrarse en un mundo repleto de asesinatos y siendo considerada loca por los que la rodean.
Seguramente lo que más llamaría la atención en la época fuese su condición de adaptación de un relato de Clive Barker, que por la época ya era de sobras conocido por sus novelas y en el mundo del cine (ya se habían estrenado 3 entregas de Hellraiser y Razas de noche) y que aquí se dejaba de lado el gore y las monstruosidades físicas. Candyman impone más por presencia que otra cosa, más allá del garfio y el enjambre de abejas. Aunque me resulta simpático recuperar una entrevista de la época a Tony Todd donde comentaba que él quería que el personaje también luciera un parche en el ojo, lo que hace volarme la cabeza a como el compañero de colegio lució esa idea para su disfraz por simple casualidad.
Está claro que el hecho que la película llegara a buen puerto fue culpa de Bernard Rose, su director. Tipo que venía del videoclip (suyo es el Relax de Frankie goes to Hollywood antes de la revisión de De Palma) y dar el salto al cine y que a sus espaldas ya llevaba la espléndida Paper house (con la que Candyman guarda ciertos paralelismos). Rose acababa de estrenar El gángster y la corista, que agradó lo suficiente a Barker para que le dejara hacer un guión de su relato Lo prohibido (The forbidden). El director escribió un borrador (básicamente era la primera vez que escribía un guión) y se lo pasó a un productor de Propaganda Films al que le gustó lo suficiente como para activar el proyecto. Aunque al tratarse de una producción tirando a modesta (8 millones de dólares), costó un tiempo que se iniciara el rodaje, lo que unido al precario momento económico de Rose le obligó hacer trabajos alimenticios como guionizar segmentos del canal Playboy.
Una vez empezado el rodaje lo más llamativo es que la historia original transcurría en Inglaterra, pero el director (también inglés) decidió trasladarla a Chicago cuando descubrió una zona llamada Cabrini Green. Lo que en un principio fue un proyecto de viviendas rápidamente fue derivando a suburbios cuando el mal diseño de las construcciones permitían que los ladrones accedieran de un apartamento a otro con suma facilidad. Convirtiendo a la zona en la número uno en asesinatos por metro cuadrado.
Ese cambio geográfico también hizo cambiar la raza de Candyman, siendo en el relato original un tipo blanco de pelo rubio.
En el momento de su estreno tuvo críticas bastante buenas y para el tipo de producto que es, una taquilla más que aceptable (25 millones sólo en USA). Pero al haber sido parida fuera de un estudio grande o amigo del género, no tuvo una secuela inmediata, para eso tuvimos que esperar 3 añitos.
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Es curioso que, pese a los intentos de resucitar los monstruos de los 80/90s (Freddy, Chucky, Jason, Myers...), Candyman ha quedado bastante oculta. Mucho tendrá que ver que nunca ha tenido la popularidad de sus compinches del mal, ni que ninguna de las entregas haya sido un auténtico bombazo en taquilla. Poderoso caballero es don dinero.
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