miércoles, octubre 25, 2017

Transylvania 6-5000


El terror y el humor es una mezcla que tiene muchos números para casar. No es raro ver películas de terror en la que, de repente, nos sueltan alguna gracieta. Más que nada por aquello del contraste. Siempre viene bien que la situación sea pretendidamente graciosa para que sin que te lo esperes te metan un susto, te pille desprevenido y el efecto es mayor. Algo así como cuando te bajas una peli de estreno del Emule y cuando la pones el domingo por la tarde para ver en familia resulta que te han colado una de porno gay.

Y en el caso de Transylvania 6-5000 la mezcla sale cortada. Porque aquí, ni hay risas y mucho menos sustos.



Tenemos a Jeff Goldblum y Ed Begley Jr. haciendo de periodistas norteamericanos que reciben un vídeo del que se supone la criatura del Dr. Frankestein (recuerda el clásico gazapo de confundir a uno con el otro, cosa que en el film que nos ocupa hacen) en tierras transilvanas. A lo que el director del periódico envía a la pareja a cubrir la noticia. A partir de ahí tendremos el clásico efecto cómico de choque de culturas. Sí, todo muy trasnochado y que da mucha pereza.

Y escribir sobre Transylvania 6-5000 da más pereza todavía. Porque si tiene algo para dedicarle cuatro párrafos es por dos aspectos: el reparto y su director/guionista.



El reparto porque es tan extenso como variopinto: los mentados Jeff Goldblum y Ed Begley Jr. (el primero más o menos tuvo su momento como estrella hollywoodiense, el segundo se quedó por el camino); Geena Davis luciendo un vestido tan ceñido como escueto mientras hace de vampira; Jeffrey Jones, todo un pedófilo oficial del starsystem que has visto en tropecientas pelis ochenteras y/o de Tim Burton; Michael Richards, el Kramer de Seinfeld que aquí luce los mismos tics; Carol Kane, que luego sería la abuela de La familia Addams; Donald Gibb, el Ogre de La revolución de los novatos o el colega de Van Damme en Contacto sangriente (que si no la has visto seguro que pones ahora Paramount y la están poniendo); Norman Fell, el Roper de la versión americana; y Teresa Ganzel, la pechugona de Su juguete preferido.

En la dirección Rudy De Luca, uno de los pilares de Mel Brooks siendo guionista en La última locura, Máxima ansiedad, ¡Qué asco de vida! y Drácula un muerto contento y feliz. También lo habrás visto en pequeños papeles en pelis de Brooks, como, por ejemplo, Spaceballs, que era aquel tipo robótico que lamía el queso que emanaba de Pizza el Hutt.




Y es que más allá de los nombres, la película es un trancazo de cuidado. Es cutre, rodada en Yugoslavia a medias entre la New World (bajo su "filial" Balcor Film Investors) y la Dow Chemical Factory, una empresa de aquellas tierras que puso la pasta sólo para hacer blanqueamiento de capital. Aquí nos llegaría de la mano de José Frade (que por aquellas distribuía bastante de la New World (Estamos muertos... ¿o qué?, Vengador alías The Punisher) que además de ponernos en todas la voz de Valeriano -Herman Munster-  Andrés, nos privó de un montón de chistes por el choque idiomático que se perdieron en el doblaje (además de la clásica cagada de traducir "mayor" de "alcalde" por "mayor" de militar). Sin ir más lejos, Geena Davis imitaba la voz de Bela Lugosi y aquí ni le pusieron acento ni nada.

O sea, que si te cargabas el doblaje (como así hicieron) te quedabas con chistes visuales como el teléfono con forma de lagarto o el reloj de cuco (todo muy cartoon estilo Mis queridos monstruos), las caídas de Michael Richards y muy poquita cosa más. Quedándose a la altura de lo que hacían Abbott y Costello 40 años antes con toques de Scooby-Doo.




A nivel estético, que es donde podrían haber rascado más, por aquello de Transilvania con algún castillo o mansión encantada, pues la cosa se queda en algo muy pobretón y de pueblucho de Europa del este sin ningún encanto. Y pese a que (se supone) salen monstruos como una momia, un hombre lobo... (que luego no son tal) se gastaron lo justito en un maquillaje ramplón como el sólo.

Resumiendo. Una basura infecta que quizá viste de chaval atraído por una (todo hay que decirlo) atractiva carátula, pero que ya en la época era mala y 30 años despues es peor.


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