Ya en los 80 hubo cierto revuelo con aquello de colorear películas en blanco y negro. Pero lo que Ted Turner no se imaginaba que aquello sería pecata minuta cuando, una década después, Coca Cola lanzó aquel anuncio que reunía al star system de los 40 en un bar donde Elton John tocaba el piano y le daba lingotazos al refresco light. Comenzaba el debate de la utilización de actores ya fallecidos en nuevas producciones mediante el arte digital, aunque en los 80 ya hubo cierto amago con Max Headroom.
Luego vinieron los japoneses con Final Fantasy: la fuerza interior, que prometía la recreación totalmente artificial de actores, escenarios y cualquier elemento. Lo que se llamó animación foto realista, vamos. Se comenzó a hablar sobre actores que iban a acatar las ordenes de las productoras sin decir ni mu, a no exigir salarios millonarios ni estúpidas clausulas para tener el camerino 20 centímetros más grande que su compañero de reparto.
Pero Final Fantasy no fue lo que prometió. Ni la recreación era tan real, ni la película era nada del otro mundo, lo que condenó a la película (que acabó siendo uno de los mayores fracasos económicos en la historia del cine), al departamento cinematográfico de Squaresoft y a la idea de eliminar a los actores de carne y hueso.
Andrew Niccol, que venía de un par de éxitos como director y guionista (Gattaca, El show de Truman), se dio mucha prisa, porque un año después estrenaba Simone (o S1m0ne) que tocaba de pleno el tema de los actores digitales con la historia de Viktor Taransky, un director demasiado personal para los cánones hollywoodienses, que no pasa por su mejor momento después de varios fracasos consecutivos, y más cuando la estrella de su última película abandona la producción antes de terminarla. Hasta que un día recibe la visita de un extraño personaje que le entrega un programa informático con el que es capaz de crear una actriz que es capaz de actuar tal y como él le ordena. La actriz Simone (nombre de la combinación de Simulation One) acaba convirtiéndose en la gran sensación del momento, todo el mundo quiere conocerla y hacerle entrevistas. Pero el problema de Taransky es que no puede revelar que se trata de un personaje digital.
Si algo tiene de bueno Simone, además del clásico relato del vampirismo del mundo del star system, es que de entrada va al grano. En apenas 15 minutos ya tenemos las cartas sobre la mesa. Los personajes principales ya están presentados y Taransky, interpretado por un Al Pacino en modo automático, ya tiene las herramientas para crear a su actriz virtual. A partir de ahí empiezan los problemas.
Al film se le coge rápidamente por donde quiere tirar, con todo el tema de manipulación de las masas (el propio protagonista dice que es más fácil engañar a miles de personas que a una en la escena del concierto) y el mundo de la farándula, pero eso no da para para las casi dos horas que dura. Entre medias nos colocan la historia de esos periodistas carroñeros que harán todo lo posible por una foto de la actriz, pero esta trama dura un rato y de éstos nunca más se sabe. Para, al final, tirar por un toque demasiado de peli Disney, con la hija del director sacándole las castañas del fuego gracias a sus dotes informáticas.
Además del Al Pacino ya mentado tenemos por ahí a la siempre solvente Catherine Keener, Jason Schwartzman, Winona Ryder, Evan Rachel Wood, Pruitt Taylor Vince (el demente de Identidad), Elias Koteas (el Casey Jones de Las tortugas ninja) y la debutante Rachel Roberts, que hacía de Simone y que luego no ha destacado demasiado en el cine, aunque se marcó el braguetazo casándose con el director.
Simone no fue un gran éxito de taquilla, pero al haber costado apenas 10 milloncejos no le costó mucho duplicar esa cantidad, cosa que da a entender que una década después de su estreno no muchos se acuerden de ella.
Y, aunque ha día de hoy todavía no hemos llegado a tener actores 100% digitales (es curioso que en un principio los productores quisieran recrear a Simone de forma totalmente digital, pero el gremio de actores les paró los pies), nos tenemos que comer con patatas muchas escenas de pelis de acción y derivados que sí recrean digitalmente a los personajes. Por suerte la cosa todavía no está tan afinada como para que no canten aunque sea un poco. Todavía nos quedan años para aguantar a las Penélope Cruz de turno... lo que no sé yo que es peor...
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