Corría agosto del año 1991, un servidor con sus tiernos 11 añitos se presentó en un minúsculo pueblo de Almería a pasar una semana. Un pueblecito de aquellos diminutos, de casas bajas, donde la gente tenía las puertas abiertas sin temor a que les entrara nadie y todo el mundo se conocía.
Estar en Almería y no pasarse por Almería Hollywood, lugar donde dejaron la huella Leone, Eastwood, Hill and Spencer y un montón más, es pecado, así que ahí me personé una tarde.
Aquello, no podía ser de otra forma, era un terreno árido en el que se acomodaban unas pocas edificaciones de madera que habían tenido tiempos mejores y que poco les faltaba para caerse a pedazos. Uno podía darse un garbeo por la zona a su libre albedrío y meterse dentro de los decorados. Visitar la oficina del shérif con su celda o el banco del pueblo con su gran caja fuerte era menester para cualquiera que hubiera disfrutado de los spaghetti western, pero cuando entrabas a estos locales lo único que encontrabas era el minimalismo más absoluto. Pero no por su vertiente estética, es que allí no quedaba absolutamente nada. Supongo que era un poco de todo: faltaba todo el atretzo porque allí ya no se rodaba nada y dejar a la intemperie los utensilios no tenía el menor sentido para un lugar de visita en el que, precisamente, no es que hubieran muchos visitantes.
Aparte de meterte en algunos decorados, a cada cierta hora, podías pasarte por el "saloon" y presenciar una pelea entre cowboys al estilo teatrillo, todo envuelto en fogueo, sillas que se rompían al rozarlas y botellas de cristal hechas de caramelo.
Una cosa que me dejó totalmente loco era un señor que corría por el lugar, posiblemente desde hacía décadas y, quien sabe, igual hasta había compartido un whisky con Lee Van Cleef. El tipo no paraba de explicar historietas del lugar y, aquí llega lo bueno, que el género estaba a punto de resugir porque al año siguiente iban "hacer una serie de televisión ambientada en el oeste protagonizada por el hijo de Martin Sheen." Así. Tal cual lo cuento.
Yo no sé si ese señor se había tomado demasiados whiskys con Van Cleef, Aldo Sambrell o Frank Braña, si había oído campanas o se le había aparecido la Virgen María, pero lo que me quedó muy claro que Almería Hollywood era un dinosaurio habitado por personas ancladas en los años 60 y que esperaban como el maná el resurgimiento para poder volver a vivir otra época dorada.
Todo esto quedó magnificamente retratado por Álex de la Iglesia en 800 balas, peli más que fallida, pero que captó totalmente lo que se respiraba en esas tierra de cactus.
Lo cierto es que aquel señor acabó acertando que esas tierras albergarían un western con el hijo de Martin Sheen, aunque, posiblemente, él se refiriese a Charlie, que estaba más de moda que Emilio, que, salvo excepciones, estaba más encaminado a la comedia (Procedimiento ilegal, El club de los cinco, Dos chalados y un fiambre).
Y fue precisamente con una de estas comedias, Con el arma a punto (un spoof de Arma letal de la factoría National Lampoon's), donde hizo migas con su guionista y director, Gene Quintano, director, actor, guionista, productor... un tío para todo, vamos. Aunque, seguramente, su labor como guionista es la más llamativa: Yendo hacia ti (Comin' at Ya!) (aquel western en 3D rodado en Spain, concretamente en los estudios Madrid 70, anteriormente estudios Daganzo, que eran propiedad de Juan Piquer Simón y que acabaron calcinados a mediados de los 80, y protagonizada por Tony Anthony, justamente productor de Un dólar por los muertos), El tesoro de las cuatro coronas, de las dos entregas de las aventuras de Allan Quatermain de la Cannon o Loca academia de policía 3, 4 y 5. Casi nada.
El doble en las escenas de acción de Emilio Estevez en plan Matrix
Un dólar por los muertos no engañaba a nadie. Se trataba de hacer un homenaje a los spaghetti western de antaño. Sin ir más lejos, la carátula de la edición yanki rezaba "An action packed tribute to Sergio Leone".
El que quiera ver todos los clichés del género los tiene aquí: el protagonista es un hombre sin nombre muy poco dado a la cháchara; acaba asociándose con un tullido, al que al principio odia y luego entabla amistad, en la búsqueda de un tesoro; tiene un trágico pasado... y así podría seguir hasta el infinito y más allá.
El film podría ser un correctísimo homenaje e, incluso, ser un buen euro western pero tiene un gran problema: Emilio Estevez.
Emilio y su cara pueril podían dar muy bien el tipo como Billy el niño en Arma joven, pero intentar que diera el pego como si fuese un Eastwood, Nero o Bronson... El chaparraete hijo de Martin Sheen dista mucho de ser un tío duro que se carga a 30 tíos con cuatro disparos como puede verse en el vídeo de los body count de abajo y, desde luego, la cara de pan que luce no le ayuda nada.
También es curioso como el film está profundamente influido del mercado emergente (en la época) de artes marciales. No tanto por las peleas, si no por los saltos acrobáticos y los tiroteos coreografiados. Incluso podríamos fabular con la influencia de Matrix, pero las dos son del mismo año. Lo que no es descabellado que El mosquetero de 2001, la cual se le criticó mucho la influencia de Matrix, pero sabiendo que el guionista era el propio Quintano no sería de extrañar que fuese más una obsesión suya por meter saltos imposibles y acrobacias varias que el apuntarse a la moda de Neo y compañía.
Además de ver a Estevez como un saltimbanqui que dispara a diestro y siniestro nos encontramos con una escena totalmente cartoon, que podría haber estado protagonizada por el Coyote y el Correcaminos perfectamente.
Nuestro protagonista se encuentra en una habitación de la que no puede escapar porque las ventanas tienen una verja y por la puerta hay unos pistoleros que amenazan con entrar. Estevez comienza a disparar al suelo mientras da vueltas sobre sí mismo, haciendo un agujero en el suelo y aterrizando en el piso de abajo. Maravillosa la mirada que les dedica a sus perseguidores cuando consiguen tirar la puerta abajo.
El stunt Marc Cass, Emilio Estevez y Quintano
Rodada durante 5 semanas en Almería y otra en Madrid, concretamente en Talamanca del Jarama, costó 7 millones de dólares, sufragado entre capital americano y Enrique Cerezo. Luego no llegó a recaudar ni 400 mil euros en nuestra taquilla y en los USA se estrenó como un telefilm más en alguna televisión por cable.
El proyecto original era hacer dos films del género, el primero era este Un dólar por los muertos y el segundo, que se rodó casi al mismo tiempo, The long kill: La justicia de los forajidos, dirigida por Bill Corcoran, un experto en episodios de series (McGyver, Jovenes policías, Misterio para tres...) y un puñado de telefilms para olvidar, y protagonizada por Kris Kristofferson y para completar el cupo de actores autóctonos tenemos Sancho Gracia, una jovencita Leonor Watling y Simón Andreu. A este film tampoco le fueron mucho mejor las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario