Los efectos son lo que son, que para eso es una película de Cohen, que nunca se caracterizó por nadar en la abundancia. Efectos tan visibles como cromas de saldo, alguna maqueta y perspectiva forzada, una habitación giratoria reciclada de Pesadilla en Elm street y toneladas de la masa maligna que o estaba hecha de espuma de afeitar, yogur, una apestosa pasta hecha con vísceras de pescado, espuma de extintor o látex según la ocasión.
The Stuff funciona más y mejor como sátira al consumismo que como película de terror (acuérdate del Slurm de Futurama). El propio director reconocía que la New World estaba decepcionada porque esperaba una película de terror al uso, al igual que el público, y no supieron venderla demasiado bien. Al parecer, en los USA tuvo un estreno minoritario en Nueva York justo en unos días que la ciudad se vio asolada por un tornado y no hubo prensa en la calle. Según Cohen nadie pudo ver la poca publicidad ni las buenas reseñas en la prensa, empujando al film a la rápida desaparición de la cartelera.
Está claro que Cohen pone mucho más humor que terror. El propio personaje de Moriarty parece una parodia en sí misma, o la aparición de ese ejercito de chichinabo (no sé si les daría ni para formar un equipo de fútbol sala) roza la estupidez de El ataque de los tomates asesinos. Esta aparición de los militares unida a la historia de ese niño que sabe algo pero nadie de su familia le hace caso (siendo esa trama la que más se acerca al terror) nos lleva directamente a Invasores de Marte, pero tampoco hay que olvidar La invasión de los ladrones de cuerpos de la que, ¡oh, qué casualidad!, Cohen escribió el primer tratamiento de la versión que hizo en los 90 Abel Ferrara (Secuestradores de cuerpos).
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