Por eso Witchboard (Witchboard, 1986) se salió un poco de la moda imperante en los 80. Además que, seguramente, una película con espíritus siempre es baratito de producir.
Aquí la cosa va de una feliz pareja que organiza una fiesta para inaugurar su nuevo hogar. El ex novio de ella lleva al guateque una tabla ouija y comienzan a invocar a los espíritus y a la chica le empieza a gustar eso de chatear con el más allá y acaba enganchada al tema, pensándose que entabla conversaciones con el espíritu de un niño pero realmente lo está haciendo con una entidad mucho más oscura.
Witchboard nace, en cierta manera, de una experiencia de su director, un debutante Kevin S. Tenney, que vivía en una antigua casa victoriana que había sido dividida en apartamentos. Un día, un amigo llevó una tabla ouija y la sesión acabó con una rueda reventada del coche, tal y como pasa en la película.
La peli empieza muy bien, planos muy inquietantes de la casa acompañados por una musiquilla no menos escalofriante (muy en la línea Goblin) y hasta mantiene cierto equilibrio entre el terror y el humor (una mezcla muy 80tera) con, sobre todo, esa médium estilo Cyndi Lauper, pero que, conforme avanza el metraje, cae en la ridiculez. Como ese personaje del ex novio que se va sacando explicaciones del mundo espiritual y puertas del infierno según le da el punto. O la presencia de la policía, que se limita a UN policía, denotando el poco dinero que había en la producción. Aunque, sin duda, lo peor, lo más sonrojante, es su clímax final, con nuestra poseída de rigor que se ha vestido como un blues brother. Sencillamente de vergüenza ajena.
Aun y así, su primera mitad es, salvando alguna cosilla, una historia de terror muy conseguida y con mucha atmósfera. Todo lo que rodea a la figura del espíritu maligno, Malfeitor (nombre la mar de chanante para una entidad diabólica), es muy misterioso y terrorífico y el momento que aparece reflejado en un espejo me hizo cagarme de miedo hace casi 30 años. Peeero, como comentaba, la cosa decae hasta límites bastante terribles.
En el reparto tenemos a una Tawny Kitaen que, pese a que ya se había asomado por Despedida de soltero (Bachelor party, 1984) y Gwendoline (Gwendoline, 1984) todavía no había eclosionado. Eso sería a la vez que la aparición de Witchboard, pues también aparecieron los clips de Whitesnake donde aparecía. Luego estuvo una temporada en el culebrón Santa Bárbara (Santa Barbara, 1984-93) y cayó en el pozo de pequeñas apariciones en series, doblaje de animación, las drogas y la cirugía plástica. Muy guay todo.
Witchboard 2. La puerto del infierno (Witchboard 2: The Devil's Doorway, 1993). Tenney seguía metido en el género del terror, pese a que siempre ha dicho que a él ni fu ni fa, y volvió a repetir con La noche de los demonios (Night of the demons, 1988) aquello de pasar de puntillas por los cines pero haciéndose de oro en los alquileres. Pero Witchtrap. El espíritu de la mansión de los Lauter (Witchtrap, 1989), su siguiente película aquí distribuida por la temible Recordvisión, ya no funcionó tan bien, al igual que El sotano prohibido (The cellar, 1989). El pacificador (Peacemaker, 1990), su primera película no enmarcada en el terror, tampoco tuvo demasiada suerte ni repercusión, lo que hacía inevitable regresar a terreno conocido y facturar una secuela de Witchboard. El tema es que la secuela ya llevaba años rondando por su cabeza, pero la productora del primer film entró en problemas económicos y hasta que los capitostes no formaron otra productora el proyecto quedó congelado. Después, el primer guión que fue rechazado y acabaron con uno demasiado parecido al del primer film. Aquí una chica alquila un apartamento donde se encuentra una tabla ouija y empieza a entablar conversaciones con un espíritu que dice ser de la anterior chica que habitaba ese apartamento y fue asesinada.
Sigue la música estilo Goblin que, por momentos, parece saqueada de Suspiria (Suspiria, 1977), al igual que permanece mucho movimiento de cámara sinuoso y en primera persona -hay una escena muy buena que la cámara entra en una casa por una ventana que puede recordar a la famosa escena de Tenebre (Tenebre, 1982). Pero por lo general poca cosa se puede salvar, con mucho momento hilarante (la primera muerte, con objetos punzantes volando por la habitación y la sierra siguiendo a un orondo bigotudo es ridícula).
También tenemos momentos para el cachondeo premeditado. Si en la primera estaba el personaje de la médium aquí hay un ocultista judío que dice que los espíritus se aburren mucho y por eso quieren hablar con nosotros los vivos. Y que en el mas allá el sexo vende. Pues eso.
En el cast tenemos como protagonista a Ami Dolenz, una scream queen de bajos vuelos que vimos en Pacto de sangre 2. La maldición de la bruja (Pumpkinhead II: Blood Wings, 1993).
En USA apenas tuvo distribución en cines y aquí nunca conoció distribución ni siquiera en mercado doméstico.
Witchboard 3. La posesión (Witchboard 3. The possession, 1995). Un bróker engominado que no gana un céntimo en la bolsa se entera que su arrendador saca dinero a espuertas en la bolsa gracias a que un espíritu le indica donde invertir a través de la ouija. El arrendatario, que tiene un cáncer terminal, se suicida y el bróker se queda la ouija y el contacto del espíritu. Al final el tipo es poseído por un espíritu y su alma atrapada en un espejo... simplemente terrible.
Aquí apareció directamente en Dvd en esa especie de segunda juventud que tuvieron los videoclubs hace una década con el boom del formato, cuando todo el mundo los coleccionaba. Un Dvd que rápidamente acabó en las cesta de saldo y que acabaría regalando la revista Tiempo.
Efectos digitales más cutres que un episodio malo de los Power Rangers. Una trama que hace aguas por todos lados. ¿Al tipo casi lo dan por muerto y en lugar de llevarlo a un hospital lo dejan en su casa y un buen día recobra la conciencia? ¡No me jodas! Luego viene lo mejor, el tipo, una vez poseído empieza a cortejar a su mujer, le regala flores y ¡un coche!, además de darle mandanga todas las noche, y la tipa está con la mosca detrás de la oreja y decide investigar qué le pasa a su marido. Por momentos parece una mala copia de La semilla del diablo (Rosemary's baby, 1968). Aquí Kevin Tenney quedó relegado al guión y la dirección pasó a manos de un tal Peter Svatek, un tipo que ha hecho mucha mierda en Canadá y que, quizá, solamente sea relevante Hemoglobina (Bleeders, 1997) con Rutger Hauer.
La segunda parte era mala, de esas que te ofende y te jode haber invertido 90 minutos de tu existencia, pero esta tercera entrega es tan inmensamente mala que no puedes evitar reírte ante tanto despropósito. Aunque las carcajadas se las llevan los efectos digitales. Recordemos que estábamos en 1995 y para hacer algo con cara y ojos había que meter mucha pasta, cosa que Witchboard 3 no tiene ni por asomo (básicamente tenían 2 miserables millones).
Y la cosa se quedó ahí hasta que algún iluminado decida hacer le consiguiente remake.
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