Un trio de zopencos que se adentra en las entrañas del planeta, un señor disfrazado de King Kong, una ciudad fluorescente donde las edificaciones son tupperwares, dinosaurios de plástico y Jack Taylor más clonado que Michael Keaton en Mis dobles, mi mujer y yo. Nunca antes un debut cinematográfico fue tan cachondo.
Juan Piquer Simón decía que decantarse por usar una obra conocida como base para su primer film se debía a causas puramente comerciales. Julio Verne era un autor conocido mundialmente, y una película basada en una de sus historias más famosas no necesitaba publicidad. Amén de no tener que pagar derechos de autor.
Pese a ser su debut (bastante tardío, con casi 40 años), Piquer ya tenía mucho camino hecho, pues llevaba casi 20 años rodando anuncios, primero para una empresa holandesa y luego con la suya propia, donde ya comenzó a trabajar con técnicos como Juan Mariné. Gracias a la experiencia adquirida en esa etapa, el rodaje no le supuso ninguna complicación por su condición de novel, según el propio director.
Piquer era mucho Piquer y aquí ya nos enseña las cartas con las que jugaría en el resto de su filmografïa: cualquier cosa que pueda reciclarse es bienvenida. Aquí nos mete una escena con un mono gigante porque tenían a mano el disfraz de simio y que el King Kong de De Laurentiis acababa de estrenarse y no era cuestión de dejar pasar la oportunidad de aprovecharse de un éxito reciente. Y que, además, tener al macaco en el cartel quedaba la mar de chanante.
Otra de las constantes que acabarían siendo made by Piquer era rodar en inglés y usar algún actor lo suficientemente famoso para ayudar a vender la película, pero con la suficiente decadencia como para aceptar participar en una producción hispánica. En este caso el elegido fue Kenneth More, famoso en aquella época por la serie El padre Brown.
Además de contar con algunas caras que le acabarían acompañando en posteriores films: Frank Braña (que aparecería en todas las películas del director salvo La isla del diablo), Jack Taylor (Mil gritos tiene la noche), José María Caffarel (Supersonic Man), Lone Fleming (Guerra sucia) y Luis Barboo (Supersonic Man, Misterio en la isla de los monstruos, Los diablos del mar).
Ya en el apartado técnico también empezaría una estrecha colaboración que se alargaría un par de décadas con los internacionales Emilio Ruiz y Francisco Prósper.
Además, figura en los créditos Blaki (el Marty Feldman español), habitual en comedias de los 70/80, pero su escena, puramente cómica, solamente se vio en su estreno español, ya que en la versión americana se cercenó para aligerar el ritmo, cosa que Piquer acogió con agrado, desapareciendo definitivamente de las ediciones domésticas.
También se iniciaba la mala relación del director valenciano con la crítica, que no solía ver con buenos ojos sus películas. Y aunque Viaje al centro de la Tierra tuvo algún que otro halago, muchos le acusaron de hacer un film demasiado naif y blandito, mucho más enfocado a deleitar a los de la quinta del propio Piquer que a la juventud de finales de los 70, que por aquellas fechas estaba flipándolo con la recien estrenada Star Wars. La noche y el día, vamos.
Y aunque no tuvo los ingresos del film de George Lucas, Piquer estaba dando saltos de alegría con sus casi 200 millones de pesetas recaudados (unos 1,2 millones de euros de la época) y casi 2 millones de espectadores. Cifras que, según él, multiplicaban un 300% la inversión del film.
Más allá de nuestras fronteras consiguió distribución y cierta notoriedad para ser el tipo de producto que era. En aquel momento Samuel Z. Arkoff, jefazo de la AIP (American International Pictures), le ofrece a Piquer un contrato para instalarse en USA con vistas a dirigir pelis de serie B. Pero el director valenciano tenía un ego sólo comparable al de Paul Naschy y ante la imposición de un director de diálogos pensó que lo querían controlar en exceso y declinó la oferta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario