No sólo de películas extrañas se nutría Disney en los 80,
también dejaba caer, de vez en cuando, con alguna producción de corte amable como las
que sacaba años atrás. Es el caso de Un
pacto de mil demonios.
Elliot Gould es Max Devlin (¿lo pillas?), un administrador de apartamentos de esos que pasan
de arreglar los desperfectos y dice que las cucarachas que campan a sus
anchas son hormigas. Algo así como el Joe Pesci de El super. La cuestión es que el tipo muere atropellado y va a parar al mismísimo infierno, donde será juzgado por el administrador de almas Barry Satin (éste si lo has pillado, ¿no?), para nosotros Bill Cosby, y condenado. Pero en el infierno deciden darle una oportunidad de salvarse y le ofrecen regresar a la vida y conseguir 3 almas que le suplan.
Tratándose de una producción Disney tan blanca como solamente ellos serían capaces, no hay que ser un lumbreras para adivinar que el caradura de Gould, cuando ya empezaba a coger esa figura tan rolliza que luce desde hace décadas, empezará muy decidido a engañar al personal para que les cedan sus almas, pero que con el tiempo se irá hablandando.
Es por eso que ya en su época la película no eran gran cosa, con una realización planísima de Steven Hilliard Stern, que se pasó casi toda su vida cinematográfica entre series (La fuga de Logan, El cuervo) y telefilms (Monstruos y laberintos, aquella de Tom Hanks estilo Dragones y mazmorras). Lo que se traduce en un ritmo lento como él solo y un montaje ramplón. Y si a eso le añadimos que aquí nos llegó a finales de los 80, cuando es originalmente de 1981, directamente a vídeo de la mano de Filmayer (¿quién si no?) y su doblaje no está tan cuidado como si fuese para cine, ya tenemos un completo.
Aunque ya ha quedado claro que el film no es para tirar cohetes, hay un par de elementos que se les puede sacar punta. El detalle que el personaje de Elliot Gould va durante gran parte del metraje con corte en la cara ya que cuando es devuelto a la vida no se refleja en los espejos, con lo que siempre se corta al afeitarse. Detalle chorra pero gracioso.
Y, sin duda lo mejor, la recreación del infierno. Los trucajes se le notan mucho, pero molan más, además de ser muy evidentes los guiños a Melies. Y el detallazo de poner a Reggie Nalder, el vampiro de El misterio de Salem's Lot, como el presidente del concilio del infierno, es todo un punto de partido.
Por lo demás, una producción Disney totalmente desganada y más blanca que la nieve (la que cae del cielo o la que te metes, tú decides), con un Elliot Gould cuando tuvo su época Disney (La película de los Teleñecos, El último vuelo del arca de Noé) y un Bill Cosby totalmente serio que apenas sale 15 minutos en pantalla.
En los 90 la ponía TVE los domingos a la tarde, ahora ya ni la ponen en 13Tv. Con eso queda todo dicho.
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