Siempre me ha dado la sensación que a John Landis se le debió activar un sexto sentido después del varapalo de Oscar ¡quita las manos! (Oscar, 1991) porque, pese a que ya había saboreado el agrio sabor del fracaso con Cuando llega la noche (Into the night, 1985) y Tres amigos (Three Amigos!, 1986), habiendo sorteado la situación respondiendo con un par de hits en las taquillas como Espías como nosotros (Spies Like Us, 1985) y El príncipe de Zamunda (Coming to America, 1988), se lanzó rapidamente a su terreno de confort. Después del film con Stallone se embarcó en una especie de revisitación de unos de sus films más míticos, Un hombre lobo americano en Londres (An american werewolf in London, 1981). Esto es mezclar el terror con el humor negro, aunque aquí en clave vampírica en lugar de los licántropos.
Aunque hay que decir que hablar de vampiros en Sangre fresca (Innocent blood, 1992) se me antoja bastante osado, pues en el film nunca aparece el término (por mucho que el póster sea bastante gráfico), y tampoco queda muy claro que las bestias que aparecen lo sean. Aunque, eso sí, se mantienen fieles a su escaso aprecio por el ajo y la luz directa. Ojo, digo directa, pues con la luz tenue no tienen problemas.
En cambio, reinventan al personaje en otros muchos aspectos. Para empezar nunca se explica demasiado de ellos, cosa que está bien porque permite hacer con ellos lo que les venga en gana. Aquí más que chupadores de yugulares son casi bestias devoradoras de carne, y, lo más llamativo, son esos ojos de lucecitas que se les ponen. Pero más allá de lo que vemos en pantalla no hay más datos, pues nadie dentro de la trama de la película se preocupa de preguntar ni explicar nada. Simplemente están ahí y ya.
El tema va de una chica que es uno de estos seres vampíricos que, pese a ser una engulllidora de sangre, tiene un código moral que le obliga a alimentarse únicamente de criminales. En una de estas se topa con el jefe de una banda de mafiosos italianos. Éste, pensando que se la ha ligado, se la lleva a su casa para acabar siendo pasto de los apetitos culinarios de la chica, pero en el último instante aparece uno de los sicarios y ésta no puede acabar el trabajo, que básicamente es reventarle los sesos de un tiro. ¿En qué se traduce esto? Pues que la víctima, al no estar de todo muerta, ha sido convertida en uno de estos seres y mientras se vaya alimentando conseguirá mantenerse "viva" y con todos los extras que conlleva ser uno de estos monstruos.
Lo cierto es que la trama de convertir al jefe de una banda en un monstruo casi indestructible tiene su gracia. Y más cuando éste decide convertir a sus sicarios en estos seres, casi algo como lo que ocurría en Eclipse total (Full eclipse, 1993) con un cuerpo de policías compuesto por licántropos que operan al margen de la sociedad, pero aquí dándole la vuelta con "vampiros" que son una banda de mafiosos italianos. Todo ello nos lleva a que si le quitamos todos los tintes fantásticos tenemos una película puramente de mafia que la podría haber firmado Scorsese. Y es en ese punto donde más brilla el film, pues todo el reparto se nutre de todos esos actores que hemos visto de secudarios en este tipo de pelis: Robert Loggia, Chazz Palminteri, Rocco Sisto, Tony Sirico, David Proval, Anthony LaPaglia y Luis Guzmán. Solamente falta Joe Mantegna.
Pero quien se lleva nuestro interés es Anne Parillaud, que aquí lo enseña todo. Esta francesa destacó cuando protagonizó Nikita, dura de matar (Nikita, 1990). Precisamente este film fue el que llamó la atención de Landis, que le hizo ficharla, cosa que le llevó de cabeza, pues el inglés de la chica era bastante justito y los productores se quejaban que no se le entendía. A nosotros eso no dio igual, pues en el doblaje no se respetó ningún tipo de acento.
Y, como es bastante habitual en la filmo de Landis, el listado de cameos de gente que suele estar detrás de la cámara en el género fantástico tampoco es para hacerle ascos: Sam Raimi, Dario Argento, Tom Savini, Frank Oz, Michael Ritchie, Steve Johnson y la scream queen Linnea Quigley, que ésta sí era de las que estaba siempre delante de la cámara.
Además de dar pequeños apariciones a sus colegas, Landis se dedica hacer constantes homenajes a películas clásicas, pues muchos de los personajes están viendo la tele y, justamente, emiten dichas pelis. Guiños que son muy de agradecer, pero que cuando ya llevas 4 o 5 acaban siendo reiterativos.
El mentado Steve Johnson fue el responsable de los maquillajes, que si bien no es comparable al salto que dio Rick Baker con Un hombre lobo americano en Londres una década antes, hizo un trabajo esplendido. Se nota que aquí el presupuesto era más bien justito, porque los efectos aparecen más bien poco y muy avanzada la película, pero cuando lo hacen son muy buenos. Incluso alguno es de aquellos que te preguntas como pudieron hacerlo en una época pre efectos digitales.
Pero más allá de unos efectos la mar de solventes y un cast muy agradecido, el film tiene muchos problemas. Por un lado una duración excesiva, haciéndose bastante cansinas sus 2 horas. Por otro, esa mezcla de cine fantástico y peli de mafias no consigue ligar.
Y, como es de suponer, el film acabó siendo un fracaso en el momento de su estreno. Aquí llegó de forma tardía, no fue hasta 1993 que tuvo un limitado estreno en algunos cines. Sin ir más lejos, en Barcelona ni un solo cine la proyectó.
Como apuntaba antes —y de forma mucho más extensa en la reseña de Burke and Hare (Burke and Hare, 2010)— después del film aquí reseñado, lo de Landis sería una de las decadencias cinematográficas más tristes del cine moderno.
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