Entrados los 90, a Rutger Hauer comenzaban a quedarle lejos los tiempos en los que empezaba hacerse un hueco en la serie A de Hollywood. Ya a finales de los 80 comenzó a coquetear con la serie B que pasaba desapercibida en cines pero lo petaba en formato magnetoscopio: Carretera al infierno (The hitcher, 1986), Se busca vivo o muerto (Wanted: dead or alive, 1987), o aquel sosias de Daredevil llamado Nick Parker en Furia ciega (Blind fury, 1990). Y, además, si su poder de convocatoria disminuía para el público, sus posaderas aumentaban de forma inversamente proporcional. Sí, el tío se puso fanegas. Y encima con ese raro (d)efecto de cara normal y cuerpo gordo. Como cuando le cambiabas la cabeza a un Master del Universo y la colocabas en un cuerpo que no le correspondía.
Aquí la cosa va de que, en algún momento del futuro, Rutger se asocia con James Remar —uno de los The warriors. Los amos de la noche (The warriors, 1979)— y Joan Chen (de Twin Peaks) para robar unos diamantes. Después del robo y una persecución, pues el golpe casi se va a pique, se desvela que los compañeros de Rutger están compinchados y su intención es matarlo y quedarse con el botín que, salvo él, nadie sabe donde está. Al final los malos disparan al bueno, que acaba capturado por la policía y enviado a una cárcel de máxima seguridad, donde los presos llevan los famosos collares que están unidos con el de otro recluso (nadie sabe quién es su pareja de baile) y si alguno de los dos se aleja demasiado, explotan.
Además, la historia es un 3 en 1. El prólogo es la parte del robo; luego, durante casi media peli, es del rollo carcelario, donde Rutger Hauer es martirizado por el alcaide y sus secuaces. Mítica es la escena donde lo llevan a una celda de aislamiento (básicamente un ataúd lleno de agua), a pasar varios días y el que lo putea abre la puerta y le mea encima. Y ya en el tramo final, una roadmovie donde el prota junto a Mimi Rogers escapan de los polis y los malos.
Y, como decía, la cosa se queda en algo nimio y fallido (pese a que la recordaba como una serie B divertida y entretenida), donde desde el principio te hueles los supuestos giros de guión, y con un Rutger Hauer que empezaría su decadencia física y fílmica. Lo mismo que su director, Lewis Teague, que estuvo detrás de cosas tan chulas como La bestia bajo el asfalto (Alligator, 1980), Los ojos del gato (Cat's eye, 1985) y cosas no tan chulas como Kamikaze Detroit (Collision course, 1989) o ese exploit indianajonesero de serie A llamado La joya del Nilo (The jewel of the Nile, 1985) —secuela de Tras el corazón verde (Romancing the stone, 1984)— y en los 90 se hundió en subproductos difíciles del digerir, siendo el film aquí comentado lo último que hizo para cine.
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