Los sesenta fueron años de hegemonía en la industria cinematográfica europea. Las películas modestas tenían su mercado, no como hoy. Co-producciones que sacaban lo justo en sus limitadísimos estrenos en las urbes, hacían su agosto en los cines parroquiales y de barrio. Con el eurospy (género de agentes secretos que explotaban el éxito de los James Bond norteamericanos) y eurocrime (pelis de crímenes donde los italianos eran los reyes) el exploitation tocaba techo.
Un batiburrillo de estos subgéneros era el Fantomas cinematográfico moderno (recordemos que ya se habían realizado seriales mudos a principios de siglo y un par de films en los 30 y 40), que distaba mucho del de papel impreso. En el celuloide poco le interesaba acumular riquezas, los nuevos tiempos le habían quitado naftalina y buscaba la dominación del mundo. Además, el personaje de la fotógrafo Helene pasaba de ser su hija a su objetivo fálico. Personaje éste que iba acompañada por el periodista Fandor, encarnado siempre por Jean Marais (protagonista masculino de La bella y la bestia de Jean Cocteau), que, a su vez, interpretaba al mismísimo Fantomas (aunque con la voz de Raymond Pellegrin en la V.O.) bajo esa máscara azulada que de pequeño siempre me daban a entender que era extraterrestre, monstruo o algo más allá del hombre.
La otra pareja que repetiría en la trilogía eran los agentes de la ley Juve y Bertrand. El primero interpretado por Louis de Funès, lo que hacía que el personaje original, todo un cerebro andante que podía medirse con el mismísimo Holmes, acabara convertido en el alivio cómico, dando rienda suelta De Funès a su repertorio de muecas y aspavientos, transmutando al personaje en un sosias del inspector Clouseau. Lo que hace sospechar que, siendo La pantera rosa un par de años anterior a Fantomas, los guionistas tomaron buena nota del invento de Blake Edwards.
Todos estos cambios no hicieron otra cosa que amargar al co-creador del personaje, Marcel Allain, que lanzaba sapos y culebras cada vez que le sacaban el tema. Tampoco fue mucho más benevolente la crítica de la época, pero, como siempre, el público es quien manda y los films eran de los más vistos en Francia.
Fantomas (Fantômas, 1964). Al parecer fue el propio Jean Marais quien llevó el proyecto de adaptación a la productora P.A.C., y no sería descabellado pensar que él también tuvo mucho que ver en la elección de André Hunebelle como director (acabaría dirigiendo toda la trilogía), todo un especialista en films de acción que había dirigido varios films de espadachines con Marais como protagonista y luego se encargaría de varios films de la saga O.S.S. 117.
Una serie de robos comienzan a sucederse en Francia, todos firmados por un tal Fantomas. El periodista Fandor cree que el criminal no existe y decide sacar provecho de la situación escribiendo una falsa entrevista con él. Hecho que enfadará al ladrón tomándose su venganza.
El film es una primera toma de contacto con el personaje y la cosa todavía no es del todo redonda, pero hay numerosos aciertos como la máscara de Fantomas y su escondite, la misteriosa banda sonora de Michel Magne o el último tramo del film, todo un prodigio de la persecuciones (de la época). Se nota que Marais es el protagonista total y absoluto, protagonismo que iría perdiendo en las siguientes en favor de De Funès. Uno de los puntos negros que siempre hemos sacado los fans de Louis De Funès es que en cada una de las películas de la trilogía le pusieron un doblador diferente y nunca se respetó su voz más habitual, la de Jose Mária Ángelat.
Fantomas tuvo un éxito masivo en Francia y en varios países europeos (en Rusia tuvo más de 60 millones de espectadores), lo que ayudaba a seguir produciendo correrías del villano.
Fantomas vuelve (Fantômas se déchaîne, 1965). Con el éxito del anterior film y que De Funès ya estaba totalmente on fire en la taquilla gala (ya llevaban dos películas de la saga de los gendarmes) no había impedimento para seguir explotando al personaje de Fantomas, por lo que 12 meses después ya estaba lista esta secuela que en su versión original tenía un título la mar de chanante, Fantomas desencadenado.
Un año lleva el rey del crimen y las máscaras sin dar señales de vida, pero el ladrón vuelve a las andadas secuestrando a un científico que desarrolla un arma capaz de dominar la mente de las personas. Lo que hará que los duetos Juve-Bertrand y Fandor-Helene se pongan manos a la obra para impedir que el genio del mal se salga con la suya.
Con unos títulos de crédito animados, que son un resumen del anterior film, lo que siempre resulta simpático y nos ayuda a recordar lo sucedido, empieza esta secuela ya totalmente inspirada en la saga de James Bond con la aparición de multitud de gadgets como el Citroën DS que se transforma en avión e, incluso, la base secreta de Fantomas, que se encuentra dentro de un volcán. Sin ir más lejos Max Douy, el diseñador de producción, acabaría haciendo lo mismo en el Moonraker de Roger Moore.
Aquí ya el personaje cómico de Juve se lleva casi todo el protagonismo, y eso que en un principio no estaba previsto que apareciese en esta secuela, pero el éxito desmesurado que tenía De Funès en Francia (había empalmado tres hits del calibre de: El gendarme de Saint-Tropez, Fantomas y El hombre del cadillac) hacía imposible no subirse al caballo ganador y volver a usar al exitoso actor. Como curiosidad decir que De Funès llega a matar a varios sicarios y encima se chotea, cosa que hoy sería imposible en un film más o menos familiar como éste. Además, tenemos por ahí al hijo del cómico, Olivier de Funès, que luego aparecería en varios films de su padre y que aquí tiene un papel totalmente innecesario y huele más a imposición paternal que otra cosa.
Con todo, Fantomas vuelve es la mejor de la trilogía, manteniendo un equilibrio entre lo cómico y el eurospy, con un malo deseoso de dominar el mundo con su plan maqueavélico y multitud de gadgets.
Fantomas contra Scotland Yard (Fantômas contre Scotland Yard, 1967). Tercera y última entrega. Nuestro criminal favorito urda un plan para conseguir dinero: exigir un impuesto por vivir a los hombres más ricos del mundo. El primero en ser extorsionado es un multimillonario escocés que se pondrá en contacto con el comisario Juve. Curiosa vuelta de tuerca que nos plantean aquí, ya que casi toda la acción pasa durante un fin de semana en un castillo de las highlands donde los invitados van muriendo (sesión espiritista inclusive). Sí, podría casi emparentarse con la clásica película agathachritesca o whodunit, pero no. La cosa no acaba de ir por esos derroteros, además, ya sabríamos desde el principio quien es el asesino. Al final todo lo de trasladar la acción a Escocia es una chotada para que De Funès haga chistes de faldas y la caza del zorro. Y es que el cómico acaba por apoderarse totalmente de film, dejando de lado a los periodistas Fandor-Helene, meros comparsas que sirven de Deus ex machina para que alguien le gane la partida a Fantomas.
Esta tercera, pese a bajar un poco en recaudación (cosa normal), volvió a contar con el beneplácito del público, lo que animó a los productores a encargar una cuarta entrega. Pero las cosas habían cambiado mucho desde el primer Fantomas. De Funès estaba en su momento más álgido y las propuestas se le amontonaban, haciendo 3 o 4 films por año, lo que hacía muy difícil encontrar un hueco en la agenda, además que su caché se había disparado. Por su parte, Jean Marais estaba descontento del rumbo que había cogido la serie, dándole más protagonismo a De Funès y llevándola al terreno puramente cómico. Es por ello que lo que tenía que haber sido Fantomas en Moscú, donde el periodista Fandor descubría que era hijo del mismísimo Fantomas, acabó por no materializarse nunca.
Fantomas ya no volvería a la gran pantalla, al menos de momento. Pero tuvo su oportunidad en la televisión con una co-producción germano francesa que data de 1979 y apenas 4 capítulos de 90 minutos cada uno, que adaptaban algunas novelas originales. El villano era interpretado por Helmut Berger y dos fueron dirigidos por Juan Luis Buñuel, hijo del director de Un perro andaluz y demás películas carne de filmotecas, y los otros por Claude Chabrol.
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