La figura de Amando de Ossorio es casi intocable gracias a su saga de los templarios, que tienen su aquel. Al gallego hay que reconocerle su gran importancia dentro del spanish horror en su época dorada, por saber aportar nuevos elementos al panorama nacional, más allá de los hombre lobo.
Pero esa época terminó a
principios de los 80 con la horribilis ley Miró, que se cargó cualquier
tipo de subvención a cualquier producción que no perteneciese al cine
"serio". Piquer, Naschy, Ozores... o el propio Ossorio, vieron como
levantar producciones que, no mucho antes, se hacían como rosquillas y,
en su mayoría, llenaban el patio de butacas de espectadores, ahora era
cuanto menos una odisea.
El director gallego había intentado adaptarse a los tiempos con Pasión prohibida, producto más alimenticio que otra cosa que solamente había aceptado por poder rodar en Galicía. Después de eso el hombre se dedicó a escribir guiones que no llegaban a ningún sitio hasta que recibió la llamada de José Frade. El productor quería montar una co-producción con los americanos y necesitaba un guión, y ahí es donde entraba Ossorio. Este le ofreció una historia de una serpiente gigante nacida después de recibir el impacto de una bomba atómica y se dedica a zamparse todo lo que se encuentra por las costas gallegas y portuguesas. Frade no solo aceptó la propuesta de Ossorio, si no que le ofreció también dirigirla.
Los americanos imponían el cast y Frade se encargaba del
resto. Al final todo resultó una jugarreta de unos y otros. De los
americanos porque se trajeron unos actores que o estaban en decadencia (Ray Milland, Timothy Bottoms) o
porque todo el prestigio de su nombre era más por motivos familiares
que propios (Taryn Power). Además de algunos actores autoctones y con un buen bagaje
en esto de la co-producciones: Victor Israel (aquí Vic Israel), Jack
Taylor, Pilar Alcón (con unas cuantas pelís del fantástico español a sus espladas como El regreso del hombre lobo, Mil gritos tiene la noche o Aquí huele a muerto) y un cameo del director León Klimovsky.
Por su parte, Frade tambien hizo de las suyas y acabó racaneando en el presupuesto hasta límites tercermundistas.
Por su parte, Frade tambien hizo de las suyas y acabó racaneando en el presupuesto hasta límites tercermundistas.
Al final el último film de Ossorio resultó un esperpento
trash de principio a fin, una monster movie trasnochada que tiene la ingenuidad y lo cochambroso por bandera. Un hospital que se nota que no es tal, planos
largos sin apenas montaje en las secuencias, explosiones recicladas de alguna otra película, maquetones de un Todo a cien, un avión que no tiene cristales en las ventanas, diálogos de besugo y una serpiente que es un títere casposo con menos movilidad que RoboCop y
se pasa todo el film lanzando unos chillidos propios de Chiquito de la
Calzada... Todo ello y más en una película muy oscura, donde casi todo pasa de noche o en interiores.
El propio director no era ajeno a todo ello y ni siquiera se dignó a usar su nombre en algunas ediciones, si no que firmó como Gregory Greens. Las dificultades del rodaje le llevaron casi a la muerte por un ataque de corazón y acabó muy tocado de salud, eso, añadido a que el género derivó a otros estilos muy alejados de los monstruitos y los señores disfrazados, hizo que nunca más se pusiera tras una cámara.
El propio director no era ajeno a todo ello y ni siquiera se dignó a usar su nombre en algunas ediciones, si no que firmó como Gregory Greens. Las dificultades del rodaje le llevaron casi a la muerte por un ataque de corazón y acabó muy tocado de salud, eso, añadido a que el género derivó a otros estilos muy alejados de los monstruitos y los señores disfrazados, hizo que nunca más se pusiera tras una cámara.
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