Tiene guasa que un fin de semana te veas dos películas y
las dos sean del mismo director. No es que sea algo fuera de lo normal,
pero que ambos films sea de Herbert Ross tiene su coña.
El tipo tiene una filmografía con cosillas la mar de cucas, aunque no haya pasado a la historia como un grande.
Herbert Ross y Dyan Cannon
Ross era capaz de lo mejor (Sueños de un seductor, El secreto de mi éxito) y de lo peor (Protocolo, Solo ellas... Los chicos a un lado).
Y esto viene a cuento porque es el reflejo de los dos films visionados. Por un lado un truño de magnitudes estratosféricas: Footloose, peli que es mala a rabiar, y no se salva ni por su banda sonora (muy floja, todo hay que decirlo) ni por el buenazo de John Lightow.
En el otro lado de la balanza una cosa mucho más agradable: El fin de Sheila.
Un tiempo después, el anfitrión invita a sus amigos a un crucero por el
Mediterraneo. Pero no a un crucero cualquiera. El tipo, que es un
entusiasta de los juegos, reparte una tarjeta a cada uno de sus
invitados, en la que aparece un secreto de cada uno de ellos (ladrón, expresidiario...) y les
reta a resolver un enigma en cada uno de los puertos en los que van
embarcan. Todo ello bajo el detalle que el tipo sabe que uno de ellos
fue el asesino.
El fin de Sheila podría ser el reverso de la películas estilo Agatha Christie. Aqui no hay una mansión con multitud de invitados en la que alguno muere una noche tormentosa y, casualmente, entre los asistentes, nos encontramos alguna mente privilegiada capaz de resolver los más intrincados misterios.
En cambio, sí tenemos un asesinato nada más comenzar, y la gracia no es un personaje buscando pesquisas, si no que alguien ya conoce la identidad del asesino y vamos a presenciar como juega con él.
Aun y así no nos libraremos de esos momentos donde alguno de los protagonistas hablen con algún personaje y no podamos verle u oirle, con lo que ya podemos intuir que habla con el asesino.
Aun y así, lamentablemente, el final se vuelve eterno y la resolución se alarga en demasía.
Anthony Perkins y Stephen Sondheim en el rodaje
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