Todos los directores tienen su momento de auge y su caída. A Juan Piquer Simón le llegó el declive cuando entramos en la década de los 90. Durante los 70 y 80's contó con el favor del público (que no de la crítica) para lanzarse en producciones inimaginables en la filmografía hispánica. Films hechos con más o menos ingenio, que sacaban partido a los pocos medios que tenían, unido a que el director valenciano gustaba de rodar en inglés y con algún que otro actor foráneo de cierto nombre, las producciones solían pasar por serie B americana.
Viaje al centro de la tierra, Supersonic Man, Mil gritos tiene la noche o Slugs. Muerte viscosa, tuvieron una buena respuesta del público e hicieron que J. P. Simon (como solía firmar algunas de ellas para darle un toque más americanizado) pudiera ir financiándose sus siguientes proyectos.
Ya en 1991 llega el principio del fin. La mansión de Cthulhu es un fracaso absoluto. Lauren Films, que tenía que ser la distribuidora, queda tan decepcinada con el producto que quiere renegociar las condiciones, con el consiguiente retraso de su estreno. Al final salió un año después directamente a vídeo cuando Piquer ya hacía tiempo que se había desentendido de ella.
Es muy posible que en este punto el director de Los nuevos extraterrestres se percatase que los tiempos habían cambiado en exceso. Si una década antes podía hacer pasar una de sus producciones por americana usando unas cuantas maquetas, efectos de perspectiva, fondos falsos y el truco de tirar de alguna estrella venida a menos, en los 90 eso ya no era suficiente. La gente quería grandes decorados, explosiones y, sobre todo, efectos especiales de ultima generación. En 1993 la gente ya había quedado asombrada por los dinosaurios de Jurassik Park, y meter un señor disfrazado ya no colaba.
Pero Piquer erre que erre, él iba a la suya, y su siguiente paso fue volver a las producciones que le dieron sus mayores éxitos comerciales: films de aventuras para toda la familia. Pero claro, si antes comentaba que el respetable quería efectos digitales, los chavales de los 90 tampoco se iban a conformar con menos y si 20 años atrás cualquier niño tenía en su estantería algún libro de Julio Verne, a mediados de los 90 eso era cuanto menos impensable.
La isla del diablo fue la primera de tres películas en las que la intención del director era montar algo con cierta infrastructura para poder rodarse films de género en Valencia, todo con gente joven que comenzara en el mundillo. Al final, entre lo que sacó de la Generalitat Valenciana, lo que le dio Enrique Cerezo y alguna pre-venta al extranjero amasó poco más de 200 millones de las antiguas pesetas para rodar las tres. O sea, miseria y compañía.
El film está basado en una novela de Vicent Mulberry, uno de los varios seudónimos que usó Víctor Mora, creador de el Capitán Trueno. La historia la de siempre en este tipo de productos: un chaval, con cierto aire a Guybrush Threepwood, quiere enrolarse en un barco y consigue convencer a un capitán para que le deje navegar con él. Una tempestad hace trizas su barco y les hace naufragar hasta toparse con un barco de piratas. A partir de ahí llegada a una isla endemoniada con tesoro incluido.
El film, por mucho que me duela, es sumamente mediocre, y eso siendo benévolos. La cantidad de fallos que te encuentras son miles: de un plano a otro aparece y desaparece la niebla; pese a que están en el interior de un barco este no parece moverse con el clásico va y ven; realización planísima que no pasa de planos medios y estáticos. Pero eso sí, todo muy cerrado, no sea que movamos un milímetro la cámara y se vea de fondo la A-7. Bueno, en alguna escena del barco llega asomarse alguna nave al fondo.
A estas alturas de la vida, una escena donde unos pocos marineros se tiran la comida mientras suena música de organillo estilo Charlot es de vergüenza ajena. Escenas de relleno, como la de la tipa que se baña en el mar y el rubiales no pierde el tiempo en buscar filetazo. Al igual que en la que el sosias de Guybrush es perseguido y porque sí se despelota y luego se embadurna de barro y hojas, para minutos después salir en pelotas debajo de una cascada. Además es una escena que desentona con el estilo puramente infantil y de para toda la familia con la que está llevada toda la cinta. Todos esos supuestos gags que no tienen gracia, que parecen sacados de los peores momentos de Massagran. Por no hablar de la estupidez de la planta carnívora, que parece que vaya a tener algo de protagonismo pero luego resulta que ahí no pinta nada.
Pese a estar rodada en 38 tiene una estética de vídeo que tira para atrás. Ni siquiera podemos contentarnos con algún que otro efecto de la factoría Piquer, ya que nos limitamos a dos maquetas del barco, que si bien no son para tirar cohetes al menos cumplen, y el ataque de un monstruo reciclado de La grieta.
El film acabó teniendo una presencia testimonial en los cines. Se proyectó durante una semana y luego fuera, lo suficiente para que se pudiesen cobrar las subvenciones.
Película que no la quiere nadie, ni los propios valencianos. Comprobado, se la regalas a uno y es capaz de irse a tu casa y dejártela de estranquis.
1 comentario:
que mala es, y lo peor de todo es que me da la sensación de que la has visto al menos dos veces ¡una de ellas solo que es peor!
Los Valencianos no quieren peliculas así, no las quieren y por eso las abandonan por ahi.
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