Vendida como una especie de spin of de Mandroid, un subproducto rodado en Rumanía al que Charles Band y su Full Moon noventera acogieron con los brazos abiertos para meterla en ese lote que acabó distribuyendo la mismísima Universal. Pero en realidad es una secuela en toda regla, pese a que ese título y carátula no quieran vender que el prota de esta aventurilla es el tal Benjamin Knight (que, pese a nombre tan chanante, juraría que en la película nunca se menciona su apellido), personaje secundario del anterior film que desaparecía rápidamente de escena cuando sufría un intento de muerte a manos del malísimo de Drago, pero en realidad acababa recibiendo los efectos de una piedras ¿radioactivas? que le dejaban invisible. En Invisible. Las crónicas de Benjamin Knight es uno más dentro del dueto de científicos que controlan al androide Mandroid. Y que aquí vuelven a toparse con el deformado de Drago, que se las ha ingeniado para establecerse en un centro psiquiátrico, el cual usa de centro de operaciones, y rodeado de un grupo de locos (se sobreentiende que estos eran pacientes del centro y a los médicos les debieron dar matarile) sigue persiguiendo la tecnología de Mandroid.
Si en el anterior film todo era cutre y zetoso, aquí la cosa no ha cambiado demasiado. Pero ¡oh milagro! la cosa resulta ser medianamente entretenida.
Ya empezamos con ciertos toques que le acercan mucho al cómic de toda la vida, con el malo que tiene a un grupo de locos como sicarios y que en el fondo son un puñado de pelagatos. Todos con caras de dementes y atuendos de risa (uno lleva un paraguas, otros va todo el día con la camisa de fuerza puesta y otro con guantes de boxeo.
Incluso hay un intento de darle algo de acción al asunto, con una persecución por las calles rumanas. Siempre rodada con mucho plano muy cerrado, pero que no pueden evitar que se les cuele algún transeúnte mirón. Y es que por mucho que se empeñen, esto no deja de ser una (sub)producción de Europa del este. Pero aun y así nos lo pasaremos bien.
A nivel de efectos seguimos con el traje de caucho de Mandroid, que tampoco es que salga mucho y el hombre invisible no deja de ser uno de los efectos más baratos que se conocen en el mundo del cine. Te limitas a mover objetos con hilos de pescar y que los malos hagan ver que reciben golpes y... ¡tachán! Tienes un tipo con poderes.
Tampoco es que se lo curren mucho con el supuesto clímax final, que acontece en alguna iglesia abandonada de la localidad. Pero lo más gracioso es el epílogo, en el que nuestros héroes deciden trasladar su centro de operaciones en los USA. No sé si es que sus perpetradores eran demasiado ingenuos y se pensaban que iban a seguir la franquicia a la meca del cine.
En el cast volvemos a tener a los mismos que ya vimos en Mandroid, es decir, actores americanos de aquellos totalmente desconocidos que sobreviven con pequeños papeles en series y alguna peliculilla minimamente decente. En la dirección el sueco Jack Ersgard, director de la anterior y que como mucho se podría destacar de su filmo a En peligro constante, telefilm con James Belushi y Rob Lowe a mediados/finales de los 90.
Aunque más gracia me hace el guionista Earl Kenton, que siguió de la mano de Charles Band escribiendo los libretos de aquellos subproductos science fiction con toques erotiquillos que parió en los 90 y principios de los 2000, para luego desaparecer del mapa.
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