lunes, diciembre 29, 2008
jueves, diciembre 25, 2008
Surveillance (o hacer un Twin Peaks post Seven)
Es raro ver por aquí algún texto de un estreno, se pueden contar con los dedos de una mano. Pero de vez en cuando, en el momento que no hay más opción, cuando el planeta amenza con dejar de girar, hago de tripas corazón.
Y más cuando, después de 15 años, Jennifer Lynch saca su segunda película. Así que vamos al lío.
Dedicarte al mundo del cine al igual que tu padre debe ser complicado, y si encima tu progenitor es el archiconocido David Lynch más todavía. Como se suele decir, las comparaciones son odiosas. Y más en este caso.
Y parece que Jennifer Chambers Lynch se lo busque, si ya en su anterior y primera película, Mi obsesión por Helena, tenía como protagonista a Sherilyn Fenn, tennager fatale de Twin Peaks, en su nuevo film vuelve a reincidir en hechar mano de actores ligados a su padre, en este caso Bill Pullman, que protagonizó, a base de fugas psicogénicas, Carretera perdida, y Julia Ormond, que salía en Inland Empire.
Surveillance, escrita a dos manos entre Jennifer y Kent Harper, que tambien tiene un papel, se compone de un plantel bastante reducido y, excluyendo los nombres anteriores, anónimo, a excepción de un par de nombres como Michael Ironside (más gordo que nunca), casi siempre ligado, siendo generosos, a la serie B, teniendo sus incursiones en el mainstream más voraz (la serie V, Desafió total, Liberad a Willy, Starship Troopers).
La otra cara conocida es French Stewart, que por el nombre no lo conocerá nadie pero los habituales a la morralla de Teleteta y Cangrena 3 se acordarán de él por basurillas del calibre de Solo en casa 3 o Inspector Gadget 2, además de la serie Cosas de marcianos (3rd Rock from the Sun).
Antes mentaba a Twin Peaks, meterla por en medio no es nada gratuito. Todo el film parece una nueva vuelta de tuerca a la serie de los años noventa: en Twin Peaks, había un asesinato en un pueblecito que está ligado a otros crímenes ocurridos anteriormente, con lo que el FBI manda a uno de sus agentes a que investigue. En el caso de Surveillance dos agentes del FBI van a la caza de unos psicópatas. La película de Jennifer Lynch se abre con una mujer, que luce una estética idéntica a la de la Ronette Pulaski de TP, corriendo por una carretera y perseguida por una furgoneta, imágen que remite a la de la serie de Lynch & Frost en una secuencia con Bob y Windom Earl. Aunque también podemos encontrar alguna semejanza con Carretera perdida.
En TP Laura Palmer, la auténtica víctima, susurraba al oído del agente Cooper el nombre del asesino, aquí, la niña pequeña, también la auténtica víctima del film, susurra al oído de Bill Pullman la solución del caso.
La película juega, con mucho más acierto que En el punto de mira, con la idea de un suceso explicado desde el punto de vista de cada uno los implicados que nos van narrando lo que ellos han vivido o, mejor dicho, lo que ellos quieren que los agente del FBI crean que ha pasado. Aunque nosotros, mientras van narrando los hechos, veremos lo que realmente ocurrió. Así Lynch hija nos marca el rumbo a seguir, lo que escuchamos no es lo que vemos, es decir, nada es lo que parece. O las lechuzas no son lo que parecen. Lo vamos captando, ¿eh?
La película, que no esconde su modestia, ya que todo ocurre en una comisaria y en una de esas famosas carreteras desérticas americanas en medio de la nada, nos muestra lo que se me antoja como el declive de Pullman que va cogiendo tintes De Nirescos, no sólo por su actuación, a veces pasada de vueltas, a veces como si no fuera con él, si no también en el aspecto físico.
Lynch hija no sólo no da un producto apto para las masas, también tiene su cachito de doble lectura, donde se cuestiona la naturaleza violenta del ser humano, ya sea de un par de psicópatas que se dedican a matar a diestro y siniestro, o ciudadanos tan respetables como los que ocupan los cargos de la ley, donde ninguno es diferente a otro estén en el bando que estén. Lástima que eso ya lo hiciera, entre otros, su padre, hace 20 años en (sí, ¡premio!) Twin Peaks.Surveillance o Vigilancia, que es como parece que se llamará aquí, no es una mala película. En absoluto. Pero me gustaría ver si se hubiera llevado los premios que ha cosechado (entre ellos Sitges) si no estuviera producida y dirigida por Lynch family.
martes, diciembre 23, 2008
Feliz Festivus!
Por fin es 23 de diciembre. Por fin es Festivus.
Olvidaos de fiesta donde se veneran a viejos gordinflones que gustan de sentar a niños en sus regazos, a viejos chochos que se hacen llamar magos por saber dos estúpidos trucos de titiriteros, a armadillos gigantes y todas esas paparruchas para fracasados.
La fiesta que se impone es el Festivus, la fiesta de los seres superiores, de los triunfadores, de los más fuertes de la selva.
Iba a explicar en que consistía, pero mejor que nos lo explique su creador, Frank Constanza e hijo, George:
Olvidaos de fiesta donde se veneran a viejos gordinflones que gustan de sentar a niños en sus regazos, a viejos chochos que se hacen llamar magos por saber dos estúpidos trucos de titiriteros, a armadillos gigantes y todas esas paparruchas para fracasados.
La fiesta que se impone es el Festivus, la fiesta de los seres superiores, de los triunfadores, de los más fuertes de la selva.
Iba a explicar en que consistía, pero mejor que nos lo explique su creador, Frank Constanza e hijo, George:
jueves, diciembre 18, 2008
Tuno negro (o el spanish slasher)
Debe ser por la proximidad de las depresivas navidades pero desde hace una semanas que me ha dado por revisar o descubrir algunas pelis del género slasher.
Una vez finiquitado el que vino de Usa en los 80, su época dorada, y tirarme hacia los rodados en el estado espanyol con el enésimo visionado de Mil gritos tiene la noche (eso sí, en su edición zona 1, remasterizada y con sus buenísimos extras) hasta las ponzoñadas de José Ramón Larraz, que seguía la estela de Piquer Simón, rodando con actores americanos de bajos vuelos, para darle un empaque de producción yanki, cosas como Al filo del hacha, que la firma con el seudónimo de Joseph Braunstein, producida y guionizada por José Frade, con unos títulos de crédito no aptos para daltónicos. Hecha con poca gracia y menos chicha, nos mostraba una mala fotocopia de Michael Myers.
Ya a finales de los 90, en plena época post-Scream, tuvimos nuestra ración castiza de niñatos perseguidos por un asesino enmascarado con Más de mil cámaras velan por tu seguridad, El arte de morir o School killer, que hace poco he visto y es tan mala, tan horrenda, tan de extra radio que es buenísima, una obra maestra. Pero cuidado, no se me confundan, no quiero decir que sea buena para reírse de ella como cualquier producto trash de Turquía, si no que de toda esa aureola cutre que desprende consigue, sin quererlo y sin ser consciente de ello, recrear a la perfección las pelis del género americanas de principios de los 80.
Puedo imaginarme la cámara con la que la grabaron, aceitosa y oliendo a queso de cabrales y salchichón.
Aparte de esta incomprendida obra maestra de Carlos Gil, también tuvimos por ahí a la peli que nos interesa, Tuno Negro.
Como dijo Rubén Lardín: "¿Qué da más miedo que un tuno puesto de calimocho cantando clavelitos? Un mimo callejero como mucho".
Con lo cual lo tenían fácil los directores Pedro L. Barbero y Vicente J. Martín para hacer gritar de pánico a las plateas. Pero viendo que estos dos tipos nunca más volvieron a dirigir nada no hace falta mucha más explicación para darse cuenta que no lo consiguieron.
Todavía me descojono cuando recuerdo el momento que salieron estos dos elementos en uno de aquellos making of que emitía La 2 los sábados por la tarde, en las horas muertas cuando se suspendía el campeonato local de atletismo de Albuquerque, vanagloriándose porque ellos eran muy auténticos porque a Tim Burton le habían tenido que construir una catedral para rodar Batman (cosa que es mentira) y ellos habían rodado en una catedral de verdad. No es que me vaya a poner a defender aquí y ahora al pobre Timmy, pero seguramente los amigos Barbero y Martín se lo deben estar pasando de puta madre en la cola del paro desde hace 8 años.
Y no me extraña que aún sigan haciendo cola, porque se gastaron más de 400 millones de las antiguas pesetas en semejante bodrio y viendo los resultados parece que a Andrés Vicente Gómez no le debió sentar muy bien.
Luego tenemos el reparto, que es de chiste, tipos que superan la treintena haciendo de chavalines de 18, vale que los yankis lo hacen, pero está claro que ellos saben hacerlo bien: Silke, Jorge Sanz, Maribel Verdú, Fele Martínez, Eusebio Poncela, Sergio Pazos y Javier Veiga. Si me dicen que han querido reunir a lo peor de lo peor a propósito me lo creo.
Desde el primer minuto es todo un despropósito. Ahí tenemos a Maribel Verdú, que es la primera en morir, porque había visto que Drew Barrymore y su muerte en Scream, a los 10 minutos, había impactado al personal y ella quería ser igual, con la diferencia que Maribel Verdú es Maribel Verdú, que sale en películas como podía estar fregando escaleras.
La cuestión es que tenemos a la tipa haciendo de estudiante que se dedica a chatear con el asesino enmascarado y después que éste la amenace diciendo que está enfrente de su ventana la tía cierra el chat y no se le ocurre otra cosa que darse una ducha. Evidentemente el asesino no tardará en aparecer y darle pal pelo.
Pero más gracioso es cuando la Verdú, perseguida por el Tuno Negro, se encuentra una puerta cerrada, se gira y, como están en un centro de monjas, ve la imagen de una virgen y dice "si se abre la puerta me quedo virgen para siempre". ¡Y la puerta se abre! Sólo en Espanya alguien es capaz de mezclar Viernes 13 y Marcelino pan y vino.
Luego Sergio Pazos, que vuelve a repetir del personaje heavy que es, a la vez, el camello y el hacker de la universidad, se mete un viaje con un par de gelocatiles y aparece el Tuno asesino y el tío mientras va recibiendo machetazos alucina con una visiones de serpientes que le salen de las venas. Pero una serpientes digitales más casposas que el peor de los efectos de Mortal Kombat. Siguiendo con el tema infográfico, al final tenemos la famosa catedral en llamas, evidentemente digitales, pero digitales del Pinnacle. Vuelvo a repetir, ¡¡se gastaron 400 millones!!
Todo el uso de la tecnología que luce la película no se si es de ciencia ficción o de risa: el tipo que captura un frame de un vídeo hecho con una webcam y es capaz de ampliar una zona sin que aparezca un sólo pixel y podamos ver quien se refleja en un espejo (ríanse de Blade Runner), video-chats con una calidad de imagen superior al HD en pleno año 2000, un hacker que se mete en los archivos de la universidad con sólo dos clicks y más patrañas geeks.
Ah, que se me olvidaba, pero si hasta tenemos escenas de peleas, muy macarras eso sí, entre Silke y Fele (¿Pero qué clase de nombre es Fele?) Martínez, rodadas con unas coreografías tan espantosas y una lentitud que raya la tetraplégia donde no tuvieron la decencia de aumentar la velocidad de los frames y que dieran el pego.
Sólo puedo decir que llegué al final, fue duro y muy jodido, pero la acabé.
Moraleja: School killer mola, Tuno Negro caca.
En lugar de dejar el trailer de la mierda de Tuno Negro, dejo el, mucho más divertido, corto Tu-No con Gabino Diego. Ríanse de los combates de espada láser de Star Wars.
martes, diciembre 16, 2008
House IV
No me preguntéis por qué, pero hubo un House IV. Sólo Dios y Cunningham deben saber la razón. Parece ser que en un primer momento la idea era recuperar toda la esencia de la original y para eso nada mejor que recuperar a William Katt, aunque fuese en un escueto papel de 15 minutos.Pero el problema es cuando comienzan a salir guionistas como churros. Por ahí estaban Geof Miller, que acababa de escribir Profundidad seis de Cunningham, Deirdre Higgins, que ha sido su único guión, Jim Wynorski, un especialista en rodar serie B, Z o trash de la mano de Corman y Olen Ray, y R.J. Robertson, guionista habitual de Wynorski. Con lo que viendo los que estaban detrás ya sabemos a que atenernos.
Aparte Cunningham volvió a rodearse de algunos de sus habituales como Manfredini y Kane Hodder.La dirección recayó en un don nadie, Lewis Abernathy, que a finales de los 90 había escrito uno de los guiones de Freddy vs Jason que acabaron descartandose y, anteriormente, había estado en el guión de Profundida seis, después nunca más se supo.
Curiosamente la productora, Debbie Hayn-Cass, hizo cierta carrerita en producciones como Four Rooms, Jackie Brown o Jeepers Creepers 2.
Como ya he dicho volvía William Katt a repetir el mismo personaje de la primera parte. El resto del reparto sigue esa línea de serie Z, de los que destacaría a Ned Bellamy, que salía en el Ed Wood de Burton haciendo del dentista que hace de doble de Lugosi.
Roger Cobb (William Katt) tiene una vieja casa heredada de su padre, que a la vez heredó del suyo. Su hermanastro quiere demolerla para recalificar la zona, pero Roger no quiere ya que le dio la palabra a su padre que no la vendería.
Una noche Roger, junto con su mujer y su hija, tienen un accidente de coche, la mujer y la niña consiguen salir del auto, pero como en toda peli yanki que un coche vuelque tiene que acabar explotando y en ésta no puede ser menos y Roger acabará calcinado (ya no es hemos quedado sin el único reclamo de la peli).
Pero no sólo el padre la palma, si no que la hija se queda inválida. Al final madre acabará mudándose al destartalado caserón con su hija, mientras tiene que lidiar con su cuñado, que la presionará para que venda, y las extrañas alucinaciones que comenzará a sufrir.
House 4, que volvió a cambiar de manos y aquí pasaba a la New Line, se estrenaba en Italia con el acojonante título Chi ha ucciso Roger?, por toda aquella historia que tienen con esa saga que se han sacado de la manga llamada La casa.
La película tiene un tono más propio de un telefilm destinado al Disney Channel que del producto de terror/fantástico que se tenía intención de rodar. No hay más que ver esos malos de opereta con caretas de carnaval que son perseguidos por un perro que lleva una lámpara por sombrero, los agentes del FBI con sus gafas de sol sea de día, sea de noche (aunque no son Ray Ban), o la niña minusválida que no tiene problemas para moverse en una casa antigua de varias plantas.
Ahora, el momento más apoteósico es esa pizza con cara humana (véase foto) que canta el jingle del anuncio de la pizzería. Momento de una belleza plástica sólo a la altura de los mejores gagas de Los Morancos.
Como apunte técnico decir que la cara de la pizza pertenece a nuestro Jason favorito, Kane Hodder, y la voz era la de Manfredini.
Y ya que estamos con la cara-pizza decir que aquí directamente ya no hay apenas efectos, objetos que aparecen y desaparecen con el clásico truco de cambio de un fotograma al otro, o la, mil veces vista pero siempre resultona, mano que sale del suelo, previamente habiendo hecho un agujero.
House 4 es mala, cutre, aburrida, que no despierta interés ni al más fanático de la saga (si es que lo hay) y eso que Abernathy parece que lo intenta con ese homenaje a Carrie con la ducha sangrante, el sótano que oculta algo (aunque luego descubrimos que sólo hay un puto embalse) o un final pirotécnico que es un quiero y no puedo porque Cunningham me ha cerrado el grifo (esto es un chisto sólo entendible para los que la hayan visto).
Por suerte está fue la última y ya no hay más secuelas de House que sufrir.
Aunque tal y como están los tiempos auguro un remake a la vuelta de la esquina. Que no cuenten con un servidor.
viernes, diciembre 12, 2008
The horror show. House III
Que hicieran una secuela de House tenía un pase porque la primera había tenido su éxito, pero que hicieran una tercera cuando la secuela fue un estrepitoso fracaso ya no tendría razón de ser.
Pues la hubo y no la hubo. Suena raro ¿no? Un momento que me explico.
A finales de los 80 nuestro amigo Sean S. Cunningham estaba dando los últimos retoques a Profundidad seis, que él mismo había dirigido y producido junto a la Carolco, cuando le llegó un guión para producir.
El guión estaba escrito por Leslie Bohem y Allyn Warner. El primero cogería cierto nombre en el género de acción y catastrofista en los 90 con los libretos de Sin escape: ganar o morir (protagonizada por Van Damme), Pánico en el túnel y Un pueblo llamado Dante's Peak.
El segundo nunca más escribió nada y quedó tan amargado que eliminó su nombre de los créditos y firmó con el archiconocido Alan Smithee.
Comenzó a dirigirla David Blythe, un neozelandés que sólo había hecho basura y acabó dirigiendo episodios de los Power Rangers para luego volver a su país a rodar documentales. Conclusión: se ha pasado toda su maldita vida rodando basura.
Pero Blythe sólo duró unos días y fue sustituido por el debutante James Isaacs, que era un técnico de la troupe de Chris Walas y que destacaría en los trucajes del grueso de la filmografía de David Cronenberg . Años después sería director de la segunda unidad de Los chicos del maíz 5 de Ethan Wiley, director de ¡¡House 2!!, y ya en el 2001 estrenaría su mejor peli, Jason X, décima parte de la saga iniciada por Cunningham, donde tenía un cameo Cronenberg. Se cierra el círculo.
En el reparto tenía, todo hay que decirlo, cierta entidad con Lance Henriksen a la cabeza haciendo de poli bueno y torturado, y en el rol de malo psicópata a Brion James al que todos recordamos por... bueno, que lo hemos visto en un montón de pelis haciendo el mismo papel de tarado.
También teníamos por ahí a Dedee Pfeiffer y Lawrence Tierney, que muchos recordarán por ser el vejete que contrataba a la banda de Reservoir dogs.
El detective Lucas McCarthy (Henriksen) consigue atrapar al psicópata más importante del país, Max Jenke (Brion James). Que después de ser juzgado por sus más de 100 homicidios es condenado a la silla eléctrica. El asesino, después de tener que darle el máximo de potencia a la silla, acaba chamuscado, con lo que el detective Lucas ya puede descansar.
Pero la cosa no puede acabar ahí porque si no no tendríamos película, así que Lucas comienza a tener alucinaciones con el psicópata y pierde el sentido de la realidad que mezcla con las fantasias de su imaginación. La cosa se le torcerá de verdad cuando el noviete de su hija aparezca asesinado y le hechen las culpas a él y lo metan en chirona, sabiendo que el fantasmagórico asesino está en su casa dispuesto a cargarse a su familia.
En Usa se estrenó con el título de The horror show, pero viendo lo mal que había funcionado en taquilla (no recaudó ni 2 millones de dólares) se decidió estrenarla en el resto del mundo como House 3 para aprovecharse del nombre de la saga iniciada años antes por Steve Miner. Lo normal, en las dos pelis todo pasa en una casa pués le ponemos House III.
Curiosamente pasó algo parecido con la tercera entrega de saga Halloween, El día de la bruja, donde decidieron reinventarla y estrenar cada año, en época de Halloween, una película de terror bajo ese título pero que no tuviese nada que ver con el universo de Michael Myers. Debido a la poca aceptación tuvieron que volver al slasher puro y duro de Myers en la cuarta parte. Y como veremos en futuras entregas, en House IV (sí, hubo una cuarta parte) se volvió a la senda de la casa con fenómenos paranormales.
Sí, ya sé que con House III todo esto fue fortuito, pero cuanto menos es curioso los paralelismos entre las dos sagas.
Volviendo al tema del título, en Italia se llamó La casa 7, y es que los italianos tenían una cosa muy rara de meterle el título de La casa a cualquier peli que les llegase con casa encantada.
Las primeras en llevar este título fueron las dos primeras Evil dead de Raimi, la tercera ya fue fue un producto de un maestro en meternosla doblada, pero por otro lado un director entrañable, Umberto Lenzi. La cuarta era una producción de Joe D'Amato con Linda Blair y David Hasselhoff que aquí se conoció como Encuentros con la maldad. Y así podríamos seguir hasta la saciedad.
La película, cuya distribución ya no corrió a cargo de la New world pictures, si no que fue United Artists, es flojita de cojones, ahora si la comparamos con la segunda sale bien parada y todo.
Toda ella es un quiero y no puedo, un intento de mezclar los toques oníricos de la saga de Pesadilla en Elm Street (cosa que ya nos recalca el cartel espanyol) y el malo eléctrico de otra producción de Craven, Shocker, 100.000 voltios de terror. Aunque, todo hay que decirlo, las dos son del mismo año y Shocker se lanzó varios meses después, con lo que las similitudes son pura coincidencia.
El hecho que tengamos a un debutante en la dirección le pesa mucho a la película que tiene un factura ramplona de telefilm en la que lleva escrito el directamente a vídeo en cada uno de sus fotogramas.
La historia puede no ser muy original pero se empieza a ver con ganas e interés, pero conforme avanza el metraje todo se desinfla dejando claro los problemas de producción que hubo y a saber si alguna mano hizo de las suyas en la sala de montaje. No es normal agujeros de guión del tamaño de un cráter como que el prota le pegue un simple puñetazo a un policía que le tiene arrestado en la comisaria y se largue como Pedro por su casa de ella. O que el malo se cargue a toda la familia del poli y al final salgan todo vivos, cosa que estaría bien si dieran una explicación que ha sido un sueño, pero en cambio los otros que han muerto no resucitan. O esa especie de profesor parapsicológico que aparece por ahí sin saber a cuento de qué. Por no hablar del conocido susto del gato que salta de un armario cuando el prota abre la puerta de éste. Todo muy caótico.
En cambio los efectillos están logrados, que menos si estaba detrás Gregory Nicotero. Especialmente graciosos es el pavo con cara de Brion James que cobra vida y que nos remite al de El secreto de la pirámide.
¿La recomiendo? No. ¿Es mejor que las dos primeras? Sí, pero eso no quiero decir mucho, la verdad.
miércoles, diciembre 10, 2008
House II. Aún más alucinante
Después del éxito del primer House era lo normal que acabara apareciendo la secuela, y más teniendo detrás a gente experta en explotar los filones como Sean S. Cunningham y Roger Corman con su New world pictures en la distribución.
Y mucha prisa se debieron dar porque un año después ya estrenaban esta House II que en Usa apareció con el subtítulo de The second history.
Y no se les ocurrió nada mejor que darle la dirección a Ethan Wiley, que había escrito el guión de la primera parte y que luego dirigió tres pelis más (todas ellas basurilla, incluida un Los chicos del maíz 5). Aparte de dirigir también se ocupó de escribir el guión en solitario, enfatizando los toques humorísticos, que ya estaban presentes en la anterior entrega y que aquí se multiplicaban, y aventureros.
Decidieron hacer bastantes decorados y bichos (incluidos dinosaurios) en deterioro de contar con nombres conocidos en el reparto, con lo que todo el elenco es muy serie Z a excepción de John Ratzenberger, que recordaremos por ser el cartero Cliff de Cheers. Efectivamente un auto homenaje que se hacen en la saga ya que en la primera vimos a su pareja en Cheers, George Wendt.
En cuanto a la historia más que una secuela es una especie de remake pero más infantil y aventurero.
Jesse McLaughlin acaba de heredar una gran casa a la cual se traslada. Allí encontrará material de su familia y descubrirá que uno de sus antepasados fue un bandolero del far west que robó una calavera de cristal que concedía la vida eterna.
Así que al chaval no se le ocurre mejor cosa que desenterrar la tumba de su tatarabuelo y cual será su sorpresa que encuentra a su abuelo vivito y coleando, eso sí, totalmente putrefacto.
El zombie le contará la historia de que su antiguo compañero de aventuras, Slim, al que él mató, continua buscando la calavera, con lo que tendrán que evitar que éste la encuentre.
La peli fue un fracaso en el momento de su estreno. Y eso que tampoco se habían gastado mucha pasta, pero sí la suficiente como para construir diferentes decorados y efectos como he dicho antes. Desde una habitación que en su interior oculta una jungla, los dinosaurios que habitan en ella, algunos animados en stop motion (que tienen un pase para ser una serie B) y otros que directamente son muppets (estos ya rozan el ridículo) y es que por ahí estaba Chris Walas.
Seguramente donde más inspirado estuvo fue en el maquillaje del malo, Slim, una especie de Tex Hex, el villano de la serie animada BraveStar, y su caballo, totalmente comido por los gusanos y animado en un clásico stop motion. Recordemos que en la época el tema CGI era una utopía.
Volviendo al argumento de la peli decir que es terriblemente infantil. Que aquí usaban las hoy tan de moda, gracias a la cuarta entrega de Indiana Jones, calaveras de cristal de origen azteca y maya.
Si en la anterior entrega se movía en el genero fantástico en esta secuela se pasa directamente a las aventuras familiares más sonrojantes. Que si me lanzo con una liana para evitar el sacrificio de una virgen, que si tengo como mascota un muppet con cuerpo de gusano y cabeza de perrito que me encuentro en la prehistoria, que si organizo una fiesta de disfraces y el zombi de mi abuelo pasa desapercibido porque la gente se piensa que va maquillado... Efectivamente, situaciones ridículas y vistas mil veces.
En cuantos a los actores, pues todos patéticos, desde el prota que con su cara de pasmarote que no sabe donde se ha metido o su compinche, que ejerce el papel de resorte cómico, que va de gracioso y lo que da es pena.
Curiosamente en la anterior el mejor era George Wendt, el de Cheers, y en esta este honor recae en el otro actor de la serie del bar, John Ratzenberger, que aquí ejerce de un estrafalario electricista que es a la vez un aventurero con su espada y todo.
En definitiva, que no la aguanta ni un niño de 9 años de hoy en día.
lunes, diciembre 08, 2008
House. Una casa alucinante
Sean S. Cunningham se pasó los 70 produciendo y dirigiendo productos rápidos de hacer y aún más rápidos de consumir que apenas tuvieron relevancia salvo La última casa a la izquierda de Wes Craven. Ya en el 80 produjo y dirigió Viernes 13. No hace falta decir que la película, un explotation de La noche de Hallowen de Carpenter, tuvo suficiente éxito como para convertirse en una saga que 30 años después sigue generando películas con sus secuelas, crossovers o remakes, convirtiendo a Jason en un icono. Pero que, curiosamente, Cunningham no volvería a estar involucrado en la saga hasta bien entrados los 90 con la novena parte (en medio llevó las riendas de la producción Frank Mancuso Jr.), así que en los 80 se entretuvo poniendo en marcha otra saga, la de House.
Todo comenzó porque un veinteañero Fred Dekker tenía pensado el argumento de una película de terror llamada House, la cual quería rodar él mismo con muy poco presupuesto y en blanco y negro, que le explicó a su amigo Ethan Wiley que, basándose en lo que le acababa de explicar Decker, escribió el guión.
El problema era que había introducido mucho humor, cosa que no acababa de convencer a Dekker, así que, buscando una segunda opinión, le mostró el proyecto a Steve Miner.
Miner había dirigido la segunda y tercera parte de Viernes 13 y luego se dedicó a rodar caquitas del calibre de Eternamente joven, Mi padre, ¡que ligue! y tropecientos episodios de series televisivas, aunque de vez en cuando nos ha sorprendido con alguna joyita como Warlock o Lake Placid, conocida en estos lares como Mandíbulas; y que un tiempo atrás se habían juntado con Dekker intentando levantar el proyecto de Godzilla: King of the Monsters 3D, pero que viendo que el presupuesto iba a ser estratosférico las productoras no quisieron materializarlo.
A Miner le encantó el guión de House y se lo enseñó a Sean S. Cunningham que también vio posibilidades al libreto. Así que prometiéndole a Dekker que le ayudarían a rodar futuros proyectos Miner y Cunningham pusieron en marcha la película House.
Hay que decir que un año después Fred Dekker debutaría en la dirección con El terror llama su puerta que él mismo había escrito y que el director de la segunda unidad sería el mismísmo Steve Miner.
Para el rodaje de House Cunningham y Miner se rodearon de parte del equipo con los que hicieron Viernes 13: Harry Manfredini para la banda sonora (que también hizo la música de las tres secuelas) y Kane Hodder para coordinar los especialistas.
Luego, como protagonista, ficharon a William Katt, que estaba en su momento de máximo esplendor después de protagonizar Babe, el secreto de una leyenda de la Disney (y que se adelanto una década al Parque jurásico de Spielberg) y, sobre todo, la serie El gran héroe americano. Esplendor que nunca más cataría y que acabó relegado a telefilms de Perry Mason, la tercera parte de Este chico es un demonio directamente para vídeo o el remake de Piraña.
En otros papeles nos encontrábamos a George Wendt, que por el nombre no sonará nadie pero que es muy conocido por ser el Norm de Cheers, y también corría por ahí el gigantón de Richard Moll, el de Juzgado de guardia y que acabaría haciendo ponzoñadas con Hulk Hogan como Mentiras muy arriesgadas o telefilms de Casper.
Roger Cobb (William Katt) es un escritor que está pasando una mala racha, su hijo pequeño ha desaparecido, se ha divorciado de su mujer, su tía ha sido encontrada ahorcada y además hace tiempo que no consigue escribir un libro.
Para intentar escribir su nueva obra decide trasladarse a la casa de su tía muerta, casa donde se crió.
Una vez instalado en su nueva casa comenzará a tener extraños sueños y alucinaciones. Desde los clásicos flashbacks de cuando estuvo en Vietnam a las apariciones de su hijo o de su tía.
La cosa se complica cuando descubre un monstruo en el armario, un pez espada disecado que cobra vida y demás troupe que le hacen la vida imposible.
Y si el pobre Roger no tenía suficiente con vérselas con todos estos fenómenos además tendrá que lidiar con el cotilla de su vecino (George Wendt) que no deja de espiarle ya que sospecha que el escritor se está volviendo loco.
Distribuida por la New world pictures de Roger Corman, que también estuvo metido en la producción aunque no salga acreditado, cosechó un gran éxito en la época (sobre todo dado su escaso presupuesto) que se vería acrecentado en su distribución en vídeo, convirtiéndose en peli de culto (¿y cuántas van ya? lo raro es encontrar una peli que no sea de culto).
Reconozco que es una peli que no me gusta excesivamente. Su mezcla de terror, o más bien fantasía, y humor no me funciona. Ojo, que la mezcla en sí no me desagrada, me gustan mucho películas que reunen las dos vertientes como Un hombre lobo americano en Londres o El regreso de los muertos vivientes, pero en la peli que nos ocupa no acabo de encontrarle el equilibrio.
Terror tiene poco o nada, más bien es género fantástico. Realmente no da una sensación de peli de casa encantada, si no que es una casa normal donde se mueven unos cuantos monstruitos. Unos monstruitos con un diseño excesivamente infantilizoide.
Y en cuanto al humor pues no acabo de encontrarle la gracia a la mayoría de las situaciones que buscan la risa del espectador. Como donde vemos a W. Katt firmando ejemplares de su novela a un grupo de freaks o cuando oculta el cadáver de su no-esposa mientras dos policías toman té en su cocina, escena totalmente vodevillesca y vista miles de veces en películas de Paco Martínez Soria, por poner un ejemplo al azar.
Sin duda el personaje más divertido es la del vecino chafardero, que se adjudica la mayoría de gags divertidos como cuando le dispara a William Katt un arpón por accidente y casi lo atraviesa y el tipo se queda tan pancho como si nada hubiera pasado.
Otra escena bastante ridícula es la que lleva de fondo una cancioncita de la época mientras el prota se dedica a trocear a un monstruo y ha enterrarlo en el jardín.
Y es una auténtica lástima porque la peli empieza terriblemente bien con esos títulos de crédito que acompañados de una inquietante musiquilla te meten en tensión pero es que es empezar y descarrilar a tocho mocho.
Aún y así serían capaces de hacerlo peor como veremos en los próximos post.
Que no os engañe el trailer, la peli no es así