lunes, diciembre 21, 2020

Terror en el castillo de las mujeres malditas


Hablar de la serie Z siempre será más interesante por todo lo que la envuelve que por la propia obra en sí. Todos los tejemanejes de dónde salía el dinero, como se aprovechaban decorados de otras producciones o el simple hecho que se rodaba en determinada localización porque el cuñado del productor tenía un terreno allí... Todo eso es más apasionante que la historia del plan de unos extraterrestres por resucitar a los muertos o la de un psychokiller que se dedica a matar a todo el que lo puteó en el pasado.Y, efectivamente, eso pasa con Terror en el castillo de las mujeres malditas, que es como se tituló aquí Terror! Il castello delle donne maledette cuando se editó en vídeo (porque este tipo de subproductos no nos llegaban a los cines) y ya en una segunda edición apareció con el recortado Terror en el castillo. Y ya en USA salió como Frankenstein's Castle of Freaks.

Y para tratar el film hay que adentrarse en el pantanoso mundo de los productores gordos con bigotillo fino que fuman puros, visten trajes baratos y habitan cochambrosas oficinas. Y en este perfil encaja Dick Randall, nuestro hombre. Empezó en los 50 escribiendo chistes para el cómico Milton Berle (te acordarás de él porque lo viste en El príncipe de Bel-Air haciendo del vejete que, estando postrado en la cama de un hospital, tiraba su sombrero para verle el culo a las enfermeras) para seguidamente meterse en el terreno de la distribución de películas europeas en suelo norteamericano bajo el amparo de la AIP. Evidentemente, todo producciones de muy bajos vuelos, que se proyectan en autocines y salas de bajos fondos. Y de aquellos barros estos lodos, la cosa se le complica y comienza a deber pasta a todo el mundo, incluido el fisco americano que le podría conllevar pena de cárcel, aunque hay algunas fuentes que dicen que llegó a pasar un tiempo entre rejas.


Con el pufo detrás, puso pies en polvorosa y se vino a Europa, concretamente a la siempre fascinante Italia, donde estableció su base de operaciones donde empezó distribuyendo y acabó produciendo el cine más zetoso del momento. De ahí salieron todo tipo de exploits, desde Bruce Lee (Duelo del Dragón y el tigre, con Nadiuska), animales salvajes (Cocodrilo), de James Bond con el liliputiense Weng Weng (Bruce Linito, agente 003 y 1/2), cárceles de mujeres (Las evadidas), slasher navideño (No abrir hasta Navidad), de Bud Spencer y Terence Hill rodados en Israel (Si me enfado..., con, evidentemente, Paul Smith)... Cualquier cosa valía con tal de subirse la carro de lo que daba dinero. Aunque seguramente por estos lares lo recordaremos más por estar detrás de algunas de las locuras de Piquer Simón como Mil gritos tiene la noche, Los nuevos extraterrestres o Supersonic Man. Y si me preguntas a mí, te diré que de lo más disfrutable que tiene es El día de los inocentes, donde, además, ponía el jeto en un testimonial papelillo al igual que hiciera en varias de sus producciones.


Terror en el castillo de las mujeres malditas podríamos (o deberíamos) meterla en otro exploit de Frankenstein pero en clave semi erótica (por aquello de meter algunos desnudos de forma totalmente gratuita). Nuestro Mad Doctor favorito (aquí llamado Conde Frankenstein) se dedica a desenterrar cadáveres para devolverles la vida, cosa que hace con una especie de gigante que los aldeanos del pueblo han matado. Pero el tipo no tiene límites y sigue saqueando tumbas, pero uno de sus secuaces deja evidencias del hurto y además es un sádico necrófilo, por lo que lo saca a patadas de su castillo. El enano despedido comienza a dar tumbos por el bosque y se encuentra a otro hombre de las cavernas y empiezan a entablar amistad. Y... yo qué sé... el argumento es inenarrable, pero para eso disfrutamos de estas bizarradas.


Pero si la película luce un guión sin pies ni cabeza y la realización es de todo menos buena (¡que para algo es una serie Z!), el cast es una colección de cromos de lo mejorcito de su infradivisión. A saber: Edmund Purdom (que se quedó en promesa del starsystem hollywoodiense en los 50 y acabó cruzando el charco junto a una botella de whisky), Gordon Mitchell (culturista que empezó en pelis de sandalias y se vino hacer eurowesterns para terminar en el cine S), Michael Dunn (el Miguelito Loveless de la serie Wild wild, west, aquí llamada Jim West), Luciano Pigozzi (otro currante que podía presumir de haber trabajado a las ordenes de lo más granado de Italia: Bava, Castellari, Lenzi, Mattei y, sobre todo, Margheriti), Salvatore Baccaro (un tío que su cara es un efecto especial en sí misma, y seguro que te suena de muchas pelis de Jaimito/Alvaro Vitali y que aquí aparece acreditado como ¡Boris Lugosi!), Rossano Brazzi (uno de esos galanes engominados del cine transalpino) y un cameo de Walter Saxer (productor de un montón de películas de Werner Herzog).


Una de las cosas más increíbles del film (sí, hay algo más loco que la propia película) es que nunca se supo a ciencia cierta quién fue su director. Lo que está claro es que el firmante Robert H. Oliver es un alías. En Imdb se le atribuye al propio Dick Randall, pero suenan muchos otros nombres como Massimo Pupillo (que te podía hacer una de Django con George Eastman o una de terror gótico como Cinco tumbas para una medium con Barbara Steele); el guionista William Rose; Mario Mancini (dire de Frankenstein '80 y que en la película que nos ocupa se encargó de la fotografía y, además, su nombre aparece como director en la documentación de este film presentada en el Ministero de Cultura italiano). Pero al parecer el auténtico director fue un tal Robert Harrison Oliver, primer marido de Barbara Max Sinatra (sí, se casaría con el cantante años después) como explicaría años después Gordon Mitchell y luego confirmado por uno de los técnicos que añadió que Harrison dejó el rodaje antes de finalizarlo por desavenencias con el productor. También se le preguntó a Purdom, pero este estaba tan borracho en el rodaje que ni siquiera recuerda haber hecho la película.
Muy posiblemente, el hecho de presentar el nombre de Mancini en la documentación oficial fuese una triquiñuela para recibir algún tipo de subvención del gobierno italiano.

Pero lo que está claro que estamos ante una locura psicotrónica que solo podía ser parida en la serie Z de la época, y que puede hacer una gran sesión doble con cualquier subproducto de Randall, que por otro lado, según cuentan los que trabajaron para él, era un tipo afable que le interesaban más los negocios que el cine pero que estaba lejos de ser el clásico productor cabrón que engañaba a todo le mundo. Algo es algo.
 

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