jueves, agosto 06, 2020

Sexykiller

sexykiller, miguel martí, macarena gomez

Después de la muerte del fantaterror a manos de la ley Miró en los primeros 80, el género fue picoteando con los restos tardíos de Piquer Simón o Jose Ramón Larraz. Ni siquiera en los 90 levantó el vuelo con casos aislados con cierto caché y gusto comiquero (Acción mutante), psicotronías a mayor gloria de la cantante de turno (Supernova) o intentos de llevar a imagen real el cómic underground (Atolladero). Que sí, que no son de terror, pero es que en aquellas esto es lo que había.

En la segunda mitad de los 90 resurgiría el slasher gracias al pelotazo de Scream, fenómeno al que la "industria" hispánica no fue ajena y lo abrazaría con Tuno negro, El arte de matar, School killer... que nos llegarían en tropel y tal como vinieron se fueron por el desagüe. Los dos mil fueron pasto de la globalización y Brian Yuzna llegó cual Mr. Marshall prometiendo fortuna y gloria mientras se asociaba a Julio Férnandez y su Filmax para levantar algo tan loable como una industria del fantástico con sede en Barcelona. Pero después de 6 años, nueve films y las críticas más salvajes que se recuerden, moría la Fantastic Factory.

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Y sería entrada la primera década del nuevo milenio que llegaría nueva sabía que parecía (PARECÍA) que rejuvenecerían el panorama pese a tener por ahí nombres que ya se habían hecho fuertes como Balagueró, Paco Plaza, Cerdá, Bayona, Amenabar... al final resultó que unos emigraron a Jólibu, otros se montaron su sala de cine mientras se pelean con el fándom por twitter, otros parecía que perdían un poco el norte y acababan con la enésima producción sobre la guerra civil y alguno veía como su mojo se evaporaba como le pasó a Austin Powers.
Si los del fantaterror sesentero y setentero se habían criado con novelas de Lovercraft y el terror de la Universal, los de los 90 venían de mamar las pelis que se emitían en Mis terrores favoritos y del mundo del cómic y del fanzine, la nueva camada de los 2000 ya habían empezado en eso de la red de redes, que les había permitido tener otro tipo de influencias, tener contacto directo con sus fanes y hacer incursiones en cortos o fragmentos que directamente se publicaban en internet e, incluso, se habían grabado con un teléfono móvil. Había nacido Youtube. Y de esas cabezas pensantes tuvimos el salto al largo de Vigalondo y la entrada al fantástico de Miguel Martí con Sexykiller, que es de la que veníamos a escribir.

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Dándole la vuelta al clásico asesino en serie que acosa a la chica de turno, tenemos a una pizpireta Bárbara (Macarena Gómez) que adora a Jason y Leatherface a partes iguales mientras se humedece cuando comete asesinatos en el campus donde estudia. Vamos, algo así como si a la Paris Hilton de la época se le cruzasen los cables.
El asunto se presenta de inicio como algo simpatiquillo sin ser la rehostia pero que tiene cierto gracejo. Ver a Bárbara cepillándose a las petardas de clase queda como algo que el espectador se puede identificar por aquello que todos hemos querido acuchillar alguno de nuestra clase/trabajo y lo podemos disfrutar. Pero cuando tenemos por ahí estudiantes de medicina forense que son capaces de construir máquinas con las que ver lo que le pasa por la cabeza al que esté conectado a ella y ¡oh, milagro! inventar sueros que resucitan a los muertos... Pdemos entrar en la incredulidad autoconsciente y pasar ciertos aspectos (paso lo de treintañeros haciendo de estudiantes y el resto de las licencias exportadas de las teen movies yankies) pero lo de inventores a lo mad doctor ya no. Y si encima tenemos a los policías que investigan al sarao, que rozan la deficiencia absoluta, apaga y vámonos.

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Aguantar las actuaciones de Alejo Sauras y especialmente la de César Camino es un dolor cancerígeno entre las piernas. No se salvan ni el pobre Ángel de Andrés (en uno de sus últimos papeles en cine) ni el pasabaporaquíaverquésecocía de Ramón Langa y Paco León hace el mismo papel de siempre. Por fortuna el peso de la función recae en una inspirada Macarena Gómez y nos salva del bochorno absoluto de sus compañeros de reparto.

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Lo que en un principio parece que se encamine a la comedia negrísima, pega tumbos a la comedia de equívocos y acaba descarrilando al "vamos a petarlo con el locurón máximo metiendo zombies". Un tramo final que quiere ir de la traca granguiñolesca que le funcionó muy bien a Peter Jackson en Braindead, pero que aquí canta que aquello era a ver quien se la inventaba más gorda. Eso que se llevaba mucho hace una década en los cortos de ir metiendo todas las referencias posibles, mucho guiño, todo muy bestia... pero que la sensación es que les ha quedado un fanfiction. Mira, al único que le salió bien el pastiche fue a Ernest Cline y su Ready Player One.

En su momento no tuvo ningún tipo de repercusión en la taquilla e imagino que la cosa tiraría mal. Y más viendo que su director, Miguel Martí, no ha vuelto a ponerse detrás de la cámara en un largo. Mucho mejor le iría a su guionista, Paco Cabezas, hoy totalmente asentado en el mundo de la series norteamericanas.

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