Seguro que cuando el tipo que acuñó aquello de "segundas partes nunca fueron buenas" estaba pensando en Grease 2. Y si a eso le añadimos que es la única película de la que Michelle Pfeiffer reniega ya lo tenemos todo dicho.
Aunque a finales de los 70 principios de los 80 las segundas partes no era una práctica tan habitual como hoy en día los productores de Grease vieron el filón de hacer una secuela.
Mal empezaban las cosas cuando ponían de directora a una tal Patricia Birch, la que había sido coreógrafa de la primera parte, y que a la postre nunca más volvería a dirigir nada para cine. Y el reparto era igual de desconocido (Pfeiffer acababa de empezar), ya que rápidamente se descartó seguir con los personajes de Travolta y Newton-John, y como mucho nos podían sonar las caras de varios secundarios que repetían algunos roles de la primera entrega.
Para más inri cuando se inició el rodaje el guión ni siquiera estaba terminado, y ya sabemos que les pasa a estas películas que acaban haciéndose sobre la marcha llena de improvisaciones.
Por cierto, el guión corrió a carga de Ken Finkleman, que ese mismo año escribiría y dirigiría Aterriza como puedas II. Sí, ya vemos que todo un experto en musicales.
Al final todo el argumento acabó siendo una especie de remake de la primera parte pero dándole la vuelta. Si en aquélla teníamos carreras de coches aquí lo que se llevan son motos. Si en el primer Grease la chica era la nueva y el chico el chulito del instituto aquí el chaval es el repipi empollón (que representa que es el primo de Sandy [Olivia Newton-John]) el que llega al instituto y la chavala es la jefecilla de las Pink Ladies.
Es decir, más de lo mismo pero con canciones mucho peores. Y ese es el gran problema de esta película. Vale que el Grease original como película, por su argumento, no era nada del otro mundo, pero tenía sus buenas canciones (que en el fondo es por lo que es famosa). Pero en este Grease 2 ya ni se salva la banda sonora, que rompía bastante con la anterior y tenía unos toques ochenteros muy cercanos al new wave, muy en la línea de lo que acababan de hacer en Shock Treatment. El soundtrack fue por obra y gracia de Louis St. Louis, que lo contratarían porque había hecho las adaptaciones del film del 78.
Quizás uno de los (pocos) aciertos del film es un tímido acercamiento al género de superhéroes. El prota, que se enamora de la chica, sólo ve una forma de conquistarla: haciendo el Valentino Rossi con la moto. Así que se va a un desguace y compra un trozo de hierro con ruedas que él mismo acaba tuneando (¡leyendo un manual!). Luego se va a un descampado y entre tortazo y tortazo aprende hacer piruetas. Le añadimos un casco y unas gafas a modo de antifaz y ya tenemos al motorista cantante. Además se da a entender que usa como escondite secreto un viejo bunker.
Aunque luego ese bunker sirve de excusa para uno de los muchos repulsivos gags que tiene la película, donde los componentes de los T-Birds (uno de ellos, Adrian Zmed, un clon afeuchado de Travolta) se dedican a perseguir a las chicas.
Y es que toda la parte argumental que afecta a los secundarios tiene ese humor grueso estudiantil tan ochentero a lo Porky's. Aunque aquí estaría más cerca de la chabacanería de aquellos bodrios de Caramelo de limón o Baby love que la factoría Golan-Globus se encargaban de rodar en Israel.
Curiosamente se estrenó el mismo fin de semana que E.T. y más curioso aún que lo hizo en más salas. Peeeero, al final una fue la que más recaudó en ese año 82 y la otra apenas llegó a cosechar unos paupérrimos 15 millones (sobre un presupuesto de 13). ¿Adivinamos cuál?
A parte de recibir un buen varapalo económico no tuvo mejor suerte en cuanto a las críticas. Toda esta nube negra hizo que se llevara por delante a todos los que participaron en la película a excepción de Pfeiffer que sí acabo triunfando (aunque ahora no esté en su mejor momento). Maxwell Caulfield, el prota, vio como su carrera se hundía para acabar siendo carne de telefilms y series de tv o, como comentaba antes, su directora. Y la resta del equipo tres cuartos de lo mismo.
El bailecito de la Pfeifer me encantò
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