Si hay un personaje que dejó huella en la extensa filmografía de Louis de Funès es, sin duda, Ludovic Cruchot, más conocido entre nosotros como el gendarme de Saint-Tropez. Y no porque las películas donde lo interpretó fuesen las mejores, si no porque nos lo comimos hasta en 6 ocasiones, alargándose sus correrías durante casi dos décadas. Y eso, amigo, cala hondo.
La cosa no tenía ningún secreto. Coges al cascarrabias que solía interpretar este actor menudo de orígenes hispánicos, lo subes a un Citroën Méhari, le das todo el poder que puede llevar el uniforme de gendarme y lo sueltas en un destino tan turístico como es el Saint-Tropez de los 60.
Toda una saga co-producidas entre Francia e Italia (salvo las dos últimas, que ya serían 100% galas) que reventaban las taquillas del país de la Torre Eiffel, Italia, España y cualquier lugar que montara sesiones a la fresca entre bolsas de pipas y olorosos kikos. Todas dirigidas por Jean Girault (salvo la última, ya que murió de tuberculosis durante el rodaje y tuvo que finiquitarla Tony Aboyantz, director de la segunda unidad), prolífico director y guionista, cuya carrera quedó marcada por De Funès, al que dirigió en una docena de films desde que coincidieran en El pollo de mi mujer allá por el 63. Esta simbiosis traspasó la pantalla, hasta tal punto que el actor fue padrino de la hija de Girault.
Pero pese a la aceptación del público, la crítica odiaba todo lo que oliera a De Funès. Les Cahiers du Cinéma dijo que La gran juerga, uno de los hitos en el cine francés, era "el (film) más patético del año". El berrinche del actor fue tal que hizo que toda la prensa que llegara a sus manos fuera desprovista de cualquier crítica cinematográfica. Aunque, en el fondo, él lo que quería era ser venerado por Cahiers du Cinèma, hasta el punto de querer trabajar con Polanski para conseguirlo.
Pero no todo eran luces en la vida del menudo actor de derechas ("ser de izquierdas es una moda como llevar melena" decía). Las sombras se cernían en sus ganas de destacar, obligando hacer cuantas tomas fuesen necesarias hasta que su personaje fuese el más gracioso y sobresaliese por el resto del cast. Eso por no hablar de sus compañeras féminas, elegidas a dedo por su señora y a poder ser lesbianas, por aquello que no hubiera ningún desliz.
El gendarme de Saint-Tropez (Le Gendarme de Saint-Tropez, 1964). El gendarme Ludovic Cruchot vive en un pequeño pueblecito con su hija, hasta que lo ascienden a sargento y lo trasladan a Saint-Tropez, donde pasará a vivir en la gendarmería, siendo la mano derecha del Suboficial. Mientras él enreda con el resto de gendarmes, su hija está más por la labor de relacionarse con la muchachada del lugar, lo que le hará pasarse por la hija de un millonetis que tiene un yate anclado en el puerto, aunque realmente es un mafioso que planea robar un Rembrandt. Todo esto hace que la chica acabe robándole protagonismo al mismísimo De Funès.
El inicio de la saga deja totalmente asentada las características que seguirían en las siguientes entregas: De Funès con su característico personaje cascarrabias, las apariciones de la monja Clotilde y su Citroen 2CV, la obsesión de los gendarmes por los nudistas y el desfile de los protagonistas al final de cada film. Todo ello bajo un manto de humor ingenuamente blanco, escenas que rozan la vergüenza ajena, el Douliou-douliou Saint-Tropez sonando a la que nos despitamos en este panfleto pro gendarmes que tira de espaldas. Tiene el detalle que, al igual que El mago de Oz, el principio está rodado en blanco y negro hasta que la acción se traslada a Saint-Tropez, donde la explosión de colores es total. Y con el detalle que fue la primera película que De Funès rodó en color.
El film, junto a Fantomas (también del mismo año), asentó a su protagonista como una de las estrellas de la comedia francesa del momento. El gendarme de Saint-Tropez sentó casi 8 millones de nalgas francesas en las butacas de los cines, convirtiéndola en la película más taquillera de 1964, así que la secuela era inevitable.
El gendarme en Nueva York (Le Gendarme à New York, 1965). Solo un año después ya tenían preparada esta segunda parte. Como ya vimos con Leprechaun es muy normal que cuando una saga da síntomas de cansancio decidan sacar al protagonista de su entorno natural. Lo curioso es que aquí lo hagan cuando sólo estamos en la segunda parte.
Los gendarmes de Saint-Tropez son elegidos para representar a la policía francesa en un congreso en Nueva York. Y, como ya pasaba en el anterior film, la hija de Cruchot arma el lío cuando se empeña en apuntarse al viaje, con la consiguiente negativa de su padre. Aunque la tipa se las ingenia para irse como polizón.
Más de lo mismo en este film con una banda sonora repleta de jazz, muchos chistes de lo paletos que se sienten los gabachos en tierras yankis (como nosotros, vamos) y donde lo mejor es el guiño-homenaje a West side story.
Si 1964 supuso un subidón para la carrera de Louis de Funès, 1965 no fue menos. Esta secuela fue la 4 más taquillera del año, Fantomas vuelve la sexta y El hombre del cádilllac, protagonizada junto a Bourvil (con el compartió varias veces pantalla), la número 1 con más de 11 millones de espectadores.
El gendarme se casa (Le gendarme se marie, 1968). Lo que en principio debió ser Le gendarme à Tokyo, Le gendarme à México o Le gendarme aux Jeux olympiques (recordemos que los Juegos se hicieron ese año en México) acabó siendo una producción menos ajetreada y costosa.
El gendarme Cruchot conoce y se enamora de la viuda del coronel de la policía francesa, con el consiguiente cortejo. Paralelamente empieza una disputa con el ayudante Gerber por conseguir el ascenso a suboficial.
Aquí nos desvelan que Cruchot es viudo y su mujer murió al nacer su hija. Hija que ya nunca más aparecería en la saga y sus disputas caseras se las llevaría su nueva mujer, Claude Gensac, una suerte de Nina Hartley habitual en las película de De Funès. Además, aparece un ladrón llamado Fred el carnicero que volvería a dejarse ver, aunque sin acreditar, en El gendarme y los extraterrestres. Y es la única de la saga que no termina con el desfile de rigor. También fue la única en la que en la edición patria no nos pusieron la voz de José María Angelat. Aunque también hay que decir que en la primera tampoco usaron al doblador, pero que en el reestreno en los 80 la volvieron a doblar ya con Angelat.
Estamos a finales de los 60 y el actor, un pato Donald de carne y hueso, ya ha traspasado la línea de comediante de éxito a leyenda, después de conseguir que alguna de las varias películas que estrena anualmente sea la de mayor asistencia durante 5 años seguidos en su país de origen (El gendarme de Saint-Tropez, El hombre del cádillac, La gran juerga, Grandes vacaciones y El gendarme se casa). De la que hay que destacar La gran juerga, que durante 10 semanas fue la película más vista de Francia, alzándose como la que mayor número de espectadores llevó a los cines de toda la historia gala. Record que ostentó durante más de 30 años y que le acabaría usurpando el Titanic de James Cameron. Casi ná. Y eso por no contar que también se paseó con éxito por Spain, Alemania o la antigua URSS, donde fue vista por más de 37 millones de espectadores. Éxitos que le catapultaron a ser el actor mejor pagado en su país, cobrando 40 millones de pesetas (240 mil € aprox.) de la época por película.
Seis gendarmes en fuga (Le Gendarme en balade, 1970). En un primer momento se optó que esta cuarta entrega fuese la última, así fue mientras se escribía una de las primeras versiones del guión, titulado Le gendarme a la retraite, pero los productores avispados olieron que el invento podía alargarse todavía más.
Los gendarmes deben abandonar sus ocupaciones ya que son sustituidos por agentes más jóvenes. Evidentemente después de unos meses sabáticos están como locos por volver a la acción, así que no se les ocurre otra cosa que desempolvar el viejo uniforme y hacer prevalecer la justicia pese a no estar autorizados.
Nos encontramos con la más floja y tediosa de las entregas. Pese a comenzar muy bien, con un De Funès enloquecido que no para de disfrazarse y subirse por las paredes, la cosa se encalla rápido por culpa de un argumento inexistente. Eso sí, se nota que estamos en los 70, no sólo por su fotografía colorista, si no porque salen mujeres en bolas.
Seguimos viendo actores de reparto que van apareciendo en la filmografía del cómico, como es el mayordomo (Christor Georgiadis), al que ya habíamos visto como técnico de sonido en El hombre orquesta. Además, nos justifican la ausencia de la hija de Cruchot diciendo que está casada.
El film, pese a ser flojete, volvió a ser el más visto en Francia aquel año.
El gendarme y los extraterrestres (Le Gendarme et les Extra-terrestres, 1979). Nueve años han pasado desde la anterior entrega. El delicado estado de salud del cómico dan al traste con algunas comedias como Le crocodile de Gérard Oury, una vuelta de tuerca de El gran dictador de Chaplin pero ambientándola en América latina. Solo un par de meses antes que empiece el rodaje le llega una de sus primeros ataques al corazón. Años más tarde Oury volvió a levantar el proyecto, esta vez con Peter Sellers como protagonista, pero éste murió antes de iniciarse el rodaje.
El delicado estado de salud de De Funès era público y notorio, lo que le obligó a dejar el teatro y a espaciar sus películas, básicamente porque las compañías de seguros no querían cubrir las producciones donde apareciese.
El gendarme y los extraterrestres aparecería en pleno boom de moda espacial con Star Wars a la cabeza, después de haber rechazado algunos guiones como Le gendarme à l'exercice. Con un demacrado De Funès estamos ante una de las mejores de la saga. Por lo menos la cosa no está rellenada con gags que no vienen a cuento. Aquí, al menos, hay un inicio, nudo y desenlace de principio a fin. Colocar a los gendarmes en un film de science fiction, con reminicencias a La invasión de los ultracuerpos, es un punto a favor. Eso sí, que nadie se espere un guión de hierro porque no. Nunca sabemos que es lo que quieren estos extraterrestres y porqué vienen a un planeta que es tres cuartas partes agua cuando el líquido elemento es su criptonita particular.
Con una banda sonora espectacular, un jovencito Lambert Wilson como extraterrestre, la incorporación de Maurice Risch al cast, Cruchot llamando "zorrita" todo el rato a su mujer (aquí nos la cambiaron de actriz), chistes que critican el boom de la publicidad de la época, efectos especiales cutres pero con sabor naif y un De Funès, que también metió mano en el guión, menos ágil que de costumbre. Pese a todo, el film volvió a ser lo más visto en Francia aquel año.
El loco, loco mundo del gendarme (Le Gendarme et les Gendarmettes, 1982). Los gendarmes son trasladados a una nueva comisaría más moderna que cuenta con una flamante computadora. Además, reciben a unas chicas gendarmes para que les instruyan. Los problemas vienen cuando las chicas comienzan a ser secuestradas.
A estas alturas convertir a De Funès en un Alfredo Landa desbocado cualquiera (y con toques racistas) está totalmente fuera de lugar. Dándonos más penita que otra cosa en un film flojito como él sólo. Pocas ganas debían de tener porque hasta reciclan el tema musical de la anterior entrega. Eso o que les gustó mucho como quedó.
El loco, loco mundo del gendarme fue la última película de la saga y del actor, que murió un par de meses después del estreno. El fin de la serie hizo perdernos On a perdu le gendarme de Saint-Tropez dans le Triangle des Bermudes, que ya tenían en pleno proceso de escritura.
Por mi parte, gracias. Me ha vendido muy bien para el orden de filmación. Están en Amazon Prime y las he visto seguidas. Entretenimiento total. Las he visto en francés. El doblaje muy malo. Una voz que para mí no le pegaba. Era gruñón en las películas pero no extridente chillón. Un saludo
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