domingo, enero 29, 2017

La tutora

la tutora, the guardian, william friedkin

Después de encadenar dos hits de la talla de French connection contra el imperio de la droga y, sobre todo, El exorcista, William Friedkin inició un declive que llegó por creerse demasiado su condición de artista de éxito que está por encima del bien y del mal, y que cualquiera de sus proyecto sería un éxito de crítica y público. Nada más lejos de la realidad. Después de un tiempo trabajando en The Devil's Triangle, uno de esos proyectos que se quedan en el limbo y debía ser el film definitivo sobre el triángulo de las Bermudas (muy de moda en la época) protagonizado por Marlon Brando, Steve McQueen y Charlton Heston, el director tuvo que esperar para cuadrar agendas, así que se embarcó en un proyecto más pequeño mientras esperaba activar el proyecto gordo. El film modesto fue Carga maldita (remake de El salario del miedo), que acabó siendo un problemón para sus productores, que veían como el rodaje se alargaba casi dos años y el presupuesto de apenas dos millones y medio iba creciendo cada vez más hasta alcanzar la exagerada cifra de 22 millones. La cosa acabó con un gran fracaso en taquilla, apenas recaudando menos de la mitad de lo invertido.

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The Devil's Triangle nunca se realizó (según Friedkin porque Encuentros en las tercera fase de Spielberg se parecía demasiado) y salvo alguna excepción como A la caza, la filmografía del director en los 80 se movió entre fracasos económicos y telefilms. Así que para romper esa mala racha y empezar con buen pie la década de los 90 nada mejor que volver al terreno que más popularidad le dio: el terror.

La tutora gira entorno a un matrimonio que acaban de tener su segundo retoño, al que le pondrán una babysitter. Lo que no saben es que la chica se dedica a robar a los bebés que cuida para ofrecérselo a un árbol tal como hacían los druidas.

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Parece que el tema de la babysitter que esconde oscuros propósitos debía interesar mucho en la época. Ahí tenemos uno de los episodios míticos de Los Simpson o, un par de años después, La mano que mece la cuna, película que siempre acaba confundiéndose con la dirigida por Friedkin, a diferencia que la primera no tiene el elemento fantástico y sí fue un éxito económico.
Y es que a película de Friedkin sufre de esa pátina estética tan noventera (pese a rodarse en 1989), una época bastante mala para el terror. Y es que no estamos ante una buena película precisamente.

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En líneas generales la cosa roza el ridículo y según nos pille lo traspasa. Seguramente el hecho que la producción no fuese un camino de rosas, con varias reescrituras de guión, dejaron mella en el resultado final. Lo que en un primer momento se acercaba más al thriller, dejando de lado el tema fantástico, acabó metamorfoseando a lo fantasioso por imposición de la Universal, que quería aprovecharse de la fama del director.

Hay algún momento con algo de gore, y todo lo que rodea al árbol está muy conseguido. Desde su diseño, que, aunque se nota que era un decorado, tiene cierto aire de cuento de hadas, y como le dan "vida" a modo de animatrónic cuando se dedica a dar candela a un trío de atracadores/violadores. Escena tan sumamente ridícula que su condición de existir es para que veamos como se las gasta el vegetal. Por que si de algo peca el film es de meterse en terreno fangoso durante casi todo su metraje. Pasamos con demasiada frecuencia por momentos ridículos, de aquellos de vergüenza ajena, pero si los aguantamos nos recompensarán con alguna cosa salvaje como lo de los ladronzuelos o momentos de pura tensión, como la escena que unos coyotes rodean y asolan la casa de un ingenuo mirón que ha pillado a la babysitter haciendo la fotosíntesis lunar. Babysitter interpretada con cierta gracia y mirada ida Jenny Seagrove, que ya la habíamos visto en Un tipo genial y Los piratas de las islas salvajes. En el contrapunto del matrimonio tenemos a una de las chicas Bond de la siempre poco reivindicada Licencia para matar, Carey Lowell, y un secundario habitual como Dwier Brown. Y casi como anécdota, una minúscula aparición del recientemente fallecido Miguel Ferrer.

 
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La tutora
tiene eso, que de haber sido una serie B más transparente nos la tomaríamos con más alegría, pero que al llevar el sello de un gran estudio y la firma de unos de los buenos de los 70 la cogemos de forma seriota y por ahí la cosa no se aguanta.



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