Sin duda la peli navideña de superhéroes por antonomasia. Aunque, curiosamente, se estrenase en verano. Concretamente el del ya muy lejano de 1992.
Batman (Batman, 1989) había sido un monumental éxito que arrasaba allá por donde pasaba. Sólo en cines recaudó casi 500 millones de dólares en todo el globo, y luego tendríamos que sumar lo que sacaron en derechos para los pases televisivos o ventas en VHS. Y si no tenías poco, acuérdate de la mastodóntica campaña de merchandising que nos invadió. Es por todo eso que nada más estrenarse en los USA, la Warner comenzó a activar la maquinaria para fabricar una secuela. Pero con lo que no contaron era con la negativa de Tim Burton.
Y no es extraño. El pequeño Timmy había pasado de dirigir dos películas de presupuesto medio-bajo como fueron La gran aventura de Pee-wee (Pee-wee's big adventure, 1985) y Bitelchús (Beetlejuice, 1988), a llevar las riendas y la presión de la superproducción más importante del momento, teniendo que lidiar contra los fans del cómic y dos productores que le hicieron la vida imposible. Es por todo eso que cuando le ofrecieron volver a encargarse de la aventuras del caballero de la noche dijo que no. En cambio presentó a la Warner, con la que había lanzado sus tres films, el proyecto de un tipo que en lugar de manos tenía tijeras, a lo que la major le dio largas, esperando que reconsiderara rodar la secuela de Batman. Pero en lugar de eso se fue a la Fox, donde fue recibido con los brazos abiertos ya que para ellos era un triunfo producir la nueva película del director de moda. Pero Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1991) no fue un éxito descomunal, aunque tampoco el fracaso que muchos han pregonado.
Paralelamente, la Warner no estaba dispuesta a cambiar ni un solo cromo de quienes habían estado detrás de Batman, con lo que siguió esperando a que el director californiano les diera el sí. Y para llamar su atención volvieron a contactar con Sam Hamm, uno de los guionistas del anterior film (el otro, Warren Skaaren, había muerto antes del estreno), para que escribiera un guión que llamase la atención de Burton.
En ese guión ya aparecían Catwoman y el Pingüino como villanos, que descubrían el mapa de un tesoro que estaba debajo de la batcueva. Quizá un argumento demasiado naif. Pero a Burton no le gustó el libreto, aunque sí que se encariñó de los personajes de Catwoman y el Pingüino y de que la acción pasara en Navidad. Dando la sensación que el director estaba de lleno en su etapa navideña, siendo Eduardo Manostijeras, este segundo Batman y Pesadilla antes de Navidad (Nightmare before Christmas, 1993) las piezas de este tríptico nevado. Y estos elementos de su interés son los que hicieron que cambiara de opinión y aceptase volver a tomar las riendas del proyecto, siempre y cuando la Warner le diera carta blanca para hacer lo que le diera la gana. Lo primero era quitarse de en medio a Jon Peters (sí, el de la araña gigante y Kevin Smith) y Peter Guber, productores del primer film y aquí arrinconados a "simples" productores ejecutivos, lo que traducido a nuestro idioma era que seguirían cobrando un suculento cheque pero que no podrían tener voz ni voto en la toma de decisiones importantes.
Seguidamente, aconsejado por su en aquella época socia Denise Di Novi encargó la reescritura a Daniel Waters, que había hecho lo propio con Escuela de jóvenes asesinos (Heathers, 1988), una producción de Di Novi, a la que Burton tenía especial cariño, además que ya habían tenido un primer contacto unos años antes cuando el guionista le presentó un borrador para una secuela de Bitelchús, donde el bio exorcista habitaba la Casa Blanca (sic).
Después de varias revisiones de guión, la cosa no acababa de convencer a la Warner, y dado que le tiempo se les tiraba encima, acabaron dando la responsabilidad de la última versión a Wesley Strick, que venía de escribir El cabo del miedo (Cape fear, 1991), pero que en Hollywood era más conocido como un script doctor, lo que viene a ser un guionista en la sombra que arregla guiones de producciones que están a punto de iniciarse o en pleno rodaje. Él se encargaría de darle al Pingüino el plan de secuestrar a los niños de Gotham.
Una de las grandes curiosidades es que Strick, como buen script doctor que se precie, no aparece en los créditos del film, en cambio, sí que tenía su espacio en el libro oficial que escribió Michael Singer, dando la sensación que el libro se escribió antes que se decidiera no dar crédito al guionista.
Otra de las decisiones importantes fue no volver a Inglaterra, donde todavía seguían los decorados originales, lo que hacía que el presupuesto aumentara por la construcción de nuevos sets. Decisión que venía de la negativa del director hacer una secuela al uso, queriendo hacer una película totalmente nueva que no tuviera apenas conexión con su predecesora. Para el diseño de esta nueva urbe, Burton prescindió de Anton Furst, que había diseñado los decorados que todavía seguían en Inglaterra y que habían sido premiados con un Oscar. Por otra parte, el diseñador había firmado un contrato de exclusividad con Columbia, lo que hubiera dificultado su contratación. A finales de 1991, con una depresión a cuestas, se tiró desde una octava planta.
También se le dio una vuelta al traje del caballero oscuro, que esta vez sí pudo lucir el logo original en el pecho, ya que para la anterior película tuvieron que añadirle las patitas por problemas de copyright. En cambio, se mantuvo el batmobile, también diseñado por Furst, y que había dejado más que satisfechos a todos.
Un detalle que apareció en el guión de Sam Hamm, que luego se mantuvo en el guión final y llegó al set de producción, era el guiño a lo que pasó en verano del 89 con la batmanía. En el libreto se hablaba de una tienda en Gotham city que vendía todo tipo de productos con el logo de Batman, incluso restos del batwing estrellado a los pies de la catedral. Esta tienda llegó a construirse, aunque finalmente no aparecería en la película. El detalle más curioso es la máquina de pinball donde podíamos ver la foto de Bruce Wayne/Michael Keaton. De haber aparecido en la película hubiera sido algo totalmente absurdo ver la imagen del alter ego de Batman.
Otros detalles del guión de Waters que se perdieron y que iban a tener mayor protagonismo en una tercera entrega fueron una aparición de Billy Dee Williams encarnando a Harvey Dent y teniendo el accidente que le desfigura. Tambén la primera aparición de Robin, que aquí debía ser un joven mecánico (con una R en su mono de trabajo) que ayuda a Batman a reparar el Batmobile. Para este papel se contrató a Marlon Wayans, que llegó hacer pruebas de vestuario, pero el personaje acabó eliminado del guión ante el exceso de personajes.
Para el cast no había dudas que Michael Keaton tenía que volver a encarnar al hombre murciélago, que, no habiendo firmado ningún tipo de clausula que le obligara participar en secuelas, pudo negociar al alza sus honorarios y embolsarse 10 millones de dólares y porcentajes del merchandising.
Tampoco hubo problemas para seleccionar a Danny De Vito, que físicamente daba muy bien el tipo.
Para Catwoman se contrató a Annette Bening, pero al poco de empezar los preparativos del rodaje se quedó embarazada y tuvo que bajarse del barco. Así que, como ya ocurriera en la anterior película, cuando Sean Young se rompió un brazo y se tuvo que contratar deprisa y corriendo a Kim Basinger para encarnar a Vicky Vale, se tuvo que buscar una sustituta. La elegida fue Michelle Pfeiffer.
Y para un tercer villano, que suele pasar bastante desapercibido, teníamos a Christopher Walken. Del personaje que encarnaría, Max Schreck, surgió la teoría que, originalmente, el personaje era Harvey Dent y su final electrocutado marcaría el inicio de Dos Caras. Pero lo realmente cierto es que en el guión de Waters se descubría que era el hermanastro del Pingüino, cosa que eliminó Wesley Strick en la versión final.Además, volverían a repetir roles
Michael Gough, como el mayordomo Alfred, y
Pat Hingle, haciendo de un testimonial comisario Gordon.En verano de 1991 empezaría el rodaje con los problemas normales de una superproducción de 100 millones de dólares (en aquel momento la más cara de la historia). Pero los problemas importantes llegaron cuando
Burton enseña los primeros montajes a los ejecutivos de la
Warner, que comienzan a tener dudas con lo que ven. A lo que
Burton tiene que hacer malabarismos en la edición para que le den una calificación PG-13 (menores de 13 años tienen que estar acompañados de un adulto), y donde poco se podía rascar a no ser que se volviesen a rodar algunas escenas, pues en aquella época el retoque digital era inviable.
Lo que sí se rodaría semanas antes del estreno es la imagen de Catwoman apareciendo junto a la bat-señal al final del film.
Finalmente, Batman Vuelve (Batman returns, 1992) se estrenaría en verano de 1992, teniendo una primera semana espectacular en las taquillas, pero desinchándose a partir de la segunda. La crítica se dividía entre los que aplaudían un blockbuster de superhéroes nada infantil, y los que criticaban su escaso argumento. Tampoco le iba muy bien ante la cantidad de padres que se indignaban porque el Pingüino comía pescado crudo y les salían flemas negras por la boca. Hecho que empujó a McDonalds ha retirar su promoción a la película.
Si miramos las cifras veremos que los 100 millones invertidos se convirtieron en casi 300 en los cines de todo el mundo. Cifras, a priori, más que buenas, pero el mal ya estaba hecho y para los ejecutivos de la Warner las espectativas no se habían cumplido. No tanto por lo recaudado, que era una millonada, si no porque peligraba una franquicia a largo plazo.
Burton era sabedor que por fin había hecho la película de Batman que él quería y que no había gustado a la mayoría, así que poco más podía aportar y siendo consciente que le convenía más dejar la franquicia, dio un paso a un lado y se limitó a poner su nombre como productor ejecutivo en los títulos de crédito de Batman Forever, (Batman forever, 1995). Lo mismo que él había hecho con Jon Peters y Peter Guber. Justicia poética.
Aun y así, el personaje de Catwoman caló lo suficiente para que se hablara de una película en solitario del personaje. El propio Daniel Waters fue el encargado de escribir un guión que nunca pasaría de una primera fase. Aunque, lamentablemente, Catwoman sí tuvo su película.
Como era de esperar, el estreno de Batman vuelve vino acompañado de otra campaña de merchandising abrumadora. Muñecos, camisetas, gorras, cromos, videojuegos... cualquier cosa valía si se le podía poner el logo del murciélago.
Pero lo que acabó siendo un producto nacido como simple exploitation (al menos para la Warner) y acabó teniendo entidad propia fue la serie animada. Que salvo las imposiciones de mantener los diseños del Pingüino y Catwoman, tuvieron la suficiente libertad para crear un universo propio del que, incluso, tuvo el acierto de crear un personaje totalmente nuevo como Harley Quinn.
Recuerdo que cuando se estrenó no me llevaron al cine a verla, tuve que esperar a saliera en los videoclubs para poder hacerlo. Mientras salía ya me había hecho con la revista de la película y su adaptación en cómic, aunque sólo lo ojeé por encima, quería reservarme a verla. Recuerdo visionarla por fin un sábado por la mañana y quedar profundamente decepcionado. Supongo que me pasó como a la mayoría y esperaba una fotocopia de la anterior pero cambiando a los villanos. Más o menos lo que era habitual en la época, que de un gran éxito parieran secuelas que no se apartaran del original. Y claro, aquello era lo que quería Burton, una película totalmente nueva que no tuviera nada que ver con la del 89. Y es que, si aquella era una película de Batman dirigida por Burton, Batman vuelve era una película de Tim Burton donde salía Batman.
Estaba claro que el director había hecho lo que le había dado la gana sin tener demasiado en cuenta los aspectos del cómic. Había cogido los elementos que más le interesaban (la dualidad de Catwoman, el outsider del Pingüino, la melancolía de la Navidad...) y había hecho su película, y poco importaba que se llamara Batman Returns o Una tipa disfrazada de gata le entra una depresión en noche buena.
Tampoco ayudaba mucho el doblaje que se hizo aquí. El primero, se hizo en Barcelona, y este segundo pasó a Madrid, con una voces muy poco apropiadas. Voces que, en su mayoría, repetirían para la serie animada, donde más o menos funcionaban, pero en la versión de carne y hueso aquello de oír al Pingüino con la voz del Moe de los Simpson o la voz que solía tener John Ritter para Michael Keaton, no pegaban ni con cola.
Y aunque estéticamente es todo un espectáculo, los decorados, a diferencia del anterior film, eran demasiado acartonados, muy falsos y artificiales. Curiosamente, alguien que estuvo en su momento en los sets de filmación sacó unas fotos y ahora han visto la luz. Es muy curioso como con la ausencia de iluminación artiificial y a plena luz del día, los escenarios parecen mucho más realistas y se acercan a lo que había hecho Anton Furst.Me costó años acabar de encontrarle el punto. Quizá eso sea lo bueno de ella, que no se aferra a la predecesora para cumplir expediente, si no que quiere probar cosas nuevas. Pero al final la cosa queda desdibujada, dando una sensación de postales, estampas de los personajes que están hiladas por una trama endeble. Pero s
i uno es capaz de olvidarse de la historia y se queda con el drama de unos personajes atormentados (en el fondo el único personaje autenticamente malvado es el empresario Max Shreck) que van de un lado a otro como almas en pena y se lo pasa pipa con el aspecto visual, de aquí puede sacar petróleo.