A Albert Pyun ya le hemos visto alguna que otra vez por este blog. Un tipo que empezó muy fuerte con Cromwell, rey de los bárbaros, película que para muchos abrazaba sin rubor la moda de espada y brujería que imperaba en los primeros 80, gracias, sobre todo, al Conan el bárbaro de Milius y Schwarzenegger. Aunque, todo hay que decirlo, el film de Pyun se estrenaba semanas antes. El film acabó siendo un éxitazo en suelo yanki, amasando 40 millones que la convierten en una de las producciones más exitosas rodada al margen de un gran estudio.
Lo más lógico es que hubiera aprovechado el éxito y que su siguiente proyecto fuese una secuela, tal como prometía el final de film (Tales of the ancient empire, que acabó apareciendo en 2010 con Kevin Sorbo), pero este devoto de Jesucristo Superstar prefirió no seguir por ese camino ya que el mercado había sido inundado por un sin fin de películas de espada y brujería (en su mayoría llegadas de Italia), con lo que intuía que por muchos millones que había facturado su The sword and the sorcer (no confundir con El guerrero y la hechicera -The warrior and the sorceress- de David Carradine) el público no tendría demasiadas ganas de ver más tíos cachas en calzoncillos bandiendo una espada.
Así que con lo puesto se lió la manta a la cabeza y parió la que sería la primera de muchas películas con ambientación post-apocalíptica. Su otra obsesión, aunque él lo niega, los cyborgs, llegaría más tarde.
Dos chavales son encerrados en un búnker en los años 80. 15 años después consiguen salir al exterior, y lo que se encuentran es un mundo devastado por una guerra nuclear, donde proliferan bandas y personajes peligrosos. Los dos hermanos, que están totalmente asombrados por lo que se encuentran, ya que durante su cautiverio se han criado con multitud de libros de los años 50 y música de esa época, se dan de bruces con una chica de la que obtienen unas llaves. Dichas llaves son las que activan la última bomba nuclear que queda en el planeta y por la que muchas bandas andan como locas por conseguir.
Para algunos, Sueños radioctivos es la mejor película del director de Capitán América. Hombre, la verdad es que es difícil quedarse con alguna porque este rey de la serie B y Z tiene morralla para parar un tren.
Pero lo cierto es que el inicio de la trama es, cuanto menos, prometedor y original, con esos dos tipos que han crecido al margen de la sociedad y se piensan que el mundo es como la novelas baratas de los años 50 con las que se han empapado, lleno de investigadores privados y femmes fatales, incluso visten ropas de la época. Hasta diría que el inicio rodado en blanco y negro hasta que salen del bunker, donde ya pasamos al color, es un detalle simpático. Pero a partir de ahí nos topamos con la rutina made in Pyun. Esto es: trama ultra plana y previsible, donde los protagonistas han de ir del punto A al B e irse encontrando algún personaje con el darle mucho al palique; mucho desierto y descampado (el mismo Pyun reconoce que son los únicos escenarios que puede permitirse con los presupuestos que consigue) con personajes que visten con muchos estilos diferentes, todo muy del estilo de las pelis post nucleares italianas. Y eso sí, mucha música estilo Bonnie Tyler que en cualquier momento parece que vaya a salir Jennifer Beals.
En el reparto tenemos a un perdidísimo Michael Dudikoff; John Stockwell, que lo recordaremos por ser uno de los amigos de Keith Gordon en Christine de Carpenter o por Top Gun; Lisa Blount, también vista en otro Carpenter como El príncipe de las tinieblas; el siempre entrañable George Kennedy; Hilary Shepard, que años después enseñaría escote haciendo de Divatox en los Power Rangers; Norbert Weisser que, además de ser un habitual del director, salía en La cosa de, efectivamente, John Carpenter. Así que podemos ver que Pyun contaba con un reparto bastante apañadete y que le molaba de ir rascando de los cast de Carpenter.
Sueños radioactivos no tuvo ni de broma el éxito de Cromwell, rey de los bárbaros, básicamente porque tuvo una distribución muy pobre pese a que acabó en las garras de Dino De Laurentiis, que acabó disibuyéndola. Pero acabó por asentar las bases del cine de Albert Pyun, con mucho desierto y poco cash.
Pues creo que esta me la perdí en su momento. La buscaré.
ResponderEliminarNo tengas demasiada prisa en conseguirla, hazme caso.
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