Esta es una de las películas que siempre me trae a la cabeza esos días invernales de niñez que en la calle llovía y te quedabas en casa junto a la estufa de butano y de la cocina te llegaba ese calorcillo señal que tu madre estaría preparando una sopita. Nostalgia aparte, El secreto de la pirámide es de esas pelis que ahora, cuando comienza a notarse que llega el fatídico invierno, viene de gusto revisionar. Y si es con una sesión de sofá y mantita, mejor que mejor.
No era la primera vez que había un joven Holmes. En 1982 Granada Television, una productora inglesa muy conocida por sus adaptaciones del personaje de Conan Doyle, realizó una miniserie de 8 capítulos con las aventuras del joven investigador
Tal como nos indican al inicio del film, Arthur Conan Doyle nunca escribió sobre la juventud de Holmes, con lo que nos encontramos ante una recreación tirando al homenaje.
Un joven Watson llega a la academia Brompton, allí conoce a Sherlock Holmes, un estudiante sumamente astuto y sagaz que, a su vez, causa la antipatía de muchos de algunos de sus compañeros y profesores. Su mentor, el profesor Waxflatter, se suicida, cosa que hace sospechar a Holmes que la muerte no es lo que parece y se trata de un asesinato que puede estar relacionado con otras que han ido sucediéndose en la población.
En el momento de su estreno no tuvo precisamente buenas críticas. Se le acusaba de ser un reciclaje de otras películas de Spielberg, sobre todo de un cruce entre Los Goonies y El templo maldito. Y posiblemente fuese cierto, detrás de ellas nos encontrábamos a los mismos de la pandilla, con Spielberg a la cabeza y sus inseparables Frank Marshall and Kathleen Kennedy, sin duda mucha culpa tuvieron en las mejores producciones del director, y Chris Columbus en el guión.
Se nota que Columbus tuvo muy en cuenta al personaje y se dedicó a meter muchos detalles que serían muy conocidos por los lectores de los relatos de Conan Doyle. Por ejemplo, aquí Lestrade no es todavía inspector, o nos cuenta el origen del gorro de cazador y la pipa de Holmes.
El film es de la mejor escuela de Spielberg, es decir, entretenimiento puro y duro. Uno de esos films que un padre podía llevar a su hijo a verla al cine sin aburrirse
Si algo me chirría es la parte final, una vez descubierto el pastel de la secta egipcia siempre me ha dejado frío, pero se lo perdono porque tiene una primera hora perfecta, puro ritmo y entretenimiento. Con un montón de escenas que se te quedan grabadas: todas las muertes a causa de las alucinaciones, con esas codorniz asesina, o las serpientes de la lámpara. Y, por supuesto, el caballero que sale del vitral de la iglesia, el primer personaje de la historia creado totalmente pot ordenador, surgido de los ordenadores de la Industrial Light & Magic, concretamente en el departameno Pixar, que un año después sería vendida a Steve Jobs.
Todos los demás efectos que aparecen son analógicos 100%, con mucho stop motion, como esa escena de los pastelitos que se tiran encima de Watson, escena que nos encantaba a todos los que éramos niños en la época.
Tampoco es una idea descabellada que Chris Columbus tuviera en cuenta este film cuando se embarcó a dirigir los primeros Harry Potter. Sin ir más lejos, Watson es un calco físico del joven mago, y la estética del film aquí comentado con la de la saga que acontece en Hogwarts tiene demasiadas similitudes.
El secreto de la pirámide acabó teniendo una carrera comercial tirando a decepcionante. La Paramount tenía puesta en ellas bastante expectativas para seguir con más aventuras de los jóvenes Holmes & Watson en otros films, prueba de ello es que Nicholas Rowe, el protagonista, tenía firmado un contrato por un par de películas más con la productora. Pero los poco más de 18 millones recaudados, o lo que es lo mismo, lo idéntico que costó, no fueron demasiados para que el tema tuviera perspectivas de éxito.
Los protas y Barry Levinson
Como ya he comentado muchas veces este es uno de esos films donde prevalece el nombre del productor antes que el del director. Claro, tener a Spielberg en su época de más esplendor como productor es complicado. La cuestión es que el director era un primerizo Barry Levinson, que si bien ya había tenido sus pinitos como director (Diner, El mejor con Robert Redford) en los USA tenía más caché como guionista humorístico, habiendo trabajado en los programas de televisión de los cómicos Tim Conway y Martin Feldman, o encargándose de escribir La última locura y Máxima ansiedad, ambas de Mel Brooks.
No fue hasta finales de los 80 que adquirió cierto status en Hollywood después de empalmar Good morning, Vietnam y Rain man. Ya en los 90 alternó grandes éxitos (Sleepers, La cortina de humo, Acoso), con otros que no funcionaron bien (Jimmy Hollywood, Toys, Esfera). Para después, en el nuevo milenio, meterse en episodios de series, telefilms y más fracasos en el cine (Bandits, Envidia Algo pasa en Hollywood). Una pena.
Peliculón sin duda. De esas que no te cansas de ver con el paso de los años y te siguen provoncando emoción y ganas de aventuras.
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