En un pueblo de mala muerte su shabitantes sobreviven gracias a una fábrica téxtil que está infestada de ratas. Un buen día parece en el pueblo un tipo que acepta el trabajo del turno de noche como operario en una de las máquinas de la fábrica. El tipo será reclutado junto a otros trabajadores más para limpiar el sótano, pero lo que se encontrarán allí les hará pasarlo realmente mal.
La fosa común (Graveyard Shift, 1990) significaría la entrada de las adaptaciones de Stephen King en la década de los 90, y, por consiguiente, con producciones mucho más modestas que las de los 80. King ya no funcionaba tan bien en cine, pero seguía teniendo un tirón suficiente para las audiencias televisivas y el boom de los videoclubs. La película aquí reseñada todavía tuvo una carrera en cines, pero pasando muy desaprecibida, apenas consiguió recuperar en USA los 11 millones de dólares que costó y aquí se estrenó un año después que allí y muy de tapadillo.
La cosa no es para menos. Con un director desconocido, Ralph S. Singleton, y un cast en la línea, donde apenas se puede destacar a Stephen Macht, el padre del prota de Una pandilla alucinante (The monster squad, 1987); y un par de papeles secundarios para Andrew Divoff, el malo de Faust; y Brad Dourif, habitual del cine de género.
Tampoco ayudaba mucho que era una serie B de bajos vuelos, donde apenas vemos un par o tres de escenarios y el monstruo final se muestra muy poco y de tapadillo, evidentemente para ocultar su condición de marioneta/animatronic pero de los de saldo.
Como suele pasar cuando lo que se adapta un relato corto, la película denota su condición alargada al máximo. Aquí, una adaptación del relato El último turno (Graveyard Shift), que lo podemos encontrar en El Umbral de la Noche (Night Shift, 1978). Y como suele ser habitual en las adaptaciones de King, nos encontraremos alguna que otra referencia a su obra, ya sea el nombre de la fábrica, Bachman, o a Castle Rock. Es curioso porque su primera mitad, cuando el elemento fantástico está en un segundo plano y el peso cae en la presentación de perosnajes, se aguanta bastante bien, es a partir de ahí cuando la cosa entra en el clímax final y se nota que alargarlo durante 40 minutos se hace pesadito. No es gran cosa, pero tampoco es algo insoportable. Como se suele decir, se deja ver.
Estamos en Halloween y siempre mola eso de meterse un clásico del género entre pecho y espalda. Pero lo que mola más es verse alguna que acontezca en estas fechas, pero la cosa está difícil. Rebuscar entre las que pasan en Navidad es muy fácil, hay tropecientas (a cada cual peor), pero en Halloween la cosa ya es mucho más limitada. La festividad está realmente explotada en las series de televisión (que se lo digan a Los Simpson), pero en el cine hay que rebuscar, rebuscar y aun y así poca cosa hay. Dejando de lado a la saga Halloween (Halloween, 1978) tenemos El misterio de la dama blanca (Lady in White, 1988) o La noche del baile de medianoche (The Midnight Hour, 1985), que es una de las más míticas pese a ser un telefilm. Ya en los 90 la cosa decae hasta cosas poco reivindicables como La leyenda del troll (Ernest Scared Stupid, 1991) u otra con la que guarda muchas similitudes como El retorno de las brujas (Hocus Pocus, 1993).
El film comenzó a gestarse a mediados-finales de los 80, cuando David Kirschner, que venía de escribir Fievel y el nuevo mundo (An American Tail, 1986) o la serie contenedor Despierta peque y al loro (Wake, Rattle & Roll, 1990), le pasó un primer esbozo a Mick Garris, que ya le había dado tiempo a dirigir un episodio de Cuentos asombrosos (Amazing Stories, 1985) y apunto estaba de hacer Critters 2 (Critters 2: The Main Course, 1988), además de escribir Nuestros maravillosos aliados (Batteries not Included, 1988). Aprovechando los contactos que tenían con Amblin, se lo ofrecieron a Spielberg. Paralelamente, el guión también llegó a las oficinas de Disney, que comenzaron a plantearse seriamente producirlo, lo que hizo que Spielberg abandonase el proyecto. Y lo que en un principio iba a ser un telefilm para estrenarlo en fechas de Halloween acabó como una producción veraniega de 30 millones de dólares. A todo esto, el guión original de Kirschner y Garris (que en aquel momento se llamaba Disney's Halloween House) pasó por una docena de guionistas que acabaron por infantilizarlo. Y no es que el original fuese muy adulto, pero la cosa acabó en terrenos de Pocoyó.
En el siglo XVII 3 brujas son condenadas a la horca, no sin antes lanzar un conjuro que les permitirá resucitar cuando una virgen encienda la vela negra que hay en su casa. Ya en el siglo XX la casa de las brujas es un museo, y en una noche de Halloween unos chavales encienden la vela negra, haciendo que las brujas regresen en busca de niños para conseguir la eterna juventud.
Pese acabar siendo una película para cine y con un presupuesto más o menos generoso para una producción infantil, el proyecto acabó en manos de un hombre de la casa como Kenny Ortega, que venía de ser coreógrafo en Xanadú (Xanadu, 1980), Corazonada (One from the Heart, 1981), Dirty Dancing (Dirty Dancing, 1987), La chica de rosa (Pretty in Pink, 1986) o Todo en un día (Ferris Bueller's Day Off, 1986), donde también fue director de la segunda unidad; para debutar como director en La pandilla (Newsies, 1992), musical de Disney con Christian Bale, Robert Duvall y Bill Pullman que fue un estrepitoso fracaso.
Con un reparto encabezado por Bette Midler, Sarah Jessica Parker, una jovencísima Torah Birch y Doug Jones, que, como siempre, va maquillado hasta la médula. Si no te suena por el nombre te sonará por ser el payaso delgado de Batman vuelve (Batman returns, 1992), Abbe Sapien en Hellboy (Hellboy, 2004) y secuela, el fauno de El laberinto del Fauno (2006).
El retorno de las brujas, que tiene unos títulos de crédito calcados a los de La maldición de las brujas (The witches, 1990), es una película extremadamente infantil, de esas que para el que no sea un niño de 8 años se le hará muy cuesta arriba por la poca gracia con la que está hecha, pareciendo casi un telefilm, pese a que tiene un diseño de producción muy vistoso. Un argumento repleto de clichés que nos van a telegrafiar con mucha antelación lo que nos vamos a ir encontrando. Resumiendo, producto para disfrute de los más infantes y una lobotomía para los más talluditos.
En el momento de su estreno pasó bastante desapercibida, dando lo justo para recuperar lo invertido. Pero en su paso al VHS encontró a un público puramente infantil que la recibió con los brazos abiertos dándole cierto estatus de culto. Ese pobre paso por las taquillas, unido a su anterior fracaso con La pandilla, condenó a su director Kenny Ortega a las series televisivas, donde supo encontrar su sitio con productos infames pero que han sabido conectar con el público juvenil del Disney Channel, como es el caso de las tres primeras entregas de High School Musical (High School Musical, 2006) y la reciente Los descendientes (Descendants, 2015).